Capítulo #11: ''Ojos azules''

16 de agosto de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 166 de 365.

—Tengo que irme a trabajar... —refunfuño, levantándome de la cama y buscando mi ropa.

«¿En dónde lanzaron tu ropa, querrás decir?»

Detalles.

—¿Querés que te pida un remis? —pregunta Santiago adormilado, con el cabello cayendo sobre sus ojos. Su cuerpo desnudo expuesto para mi deleite.

—No, está bien. Tomaré el 60 que pasa a una cuadra —digo mientras me pongo el corpiño—. Pero, gracias —añado dándole una mirada rápida.

«¡Qué hermosa obra de arte, che!»

Asiente mientras observa todos mis movimientos.

Al principio, después de nuestro 'asunto', me daba mucha vergüenza dejarme ver desnuda. Cada vez que la calentura se bajaba, mis inseguridades aparecían; pensaba en la piel extra que tengo en algunas partes por el peso que he perdido con los años. Me escapaba al baño para vestirme rápido. Sin embargo, ahora, después de unos meses y al darme cuenta de que a él parece gustarle lo que ve en mí, me desenvuelvo con más confianza. Ya no le doy tanta importancia y ahora me visto en la misma habitación que él.

Ya vestida me hago un intento de trenza. Luego me acerco a él para despedirme.

—Te escribo luego —le digo con una sonrisa. Santiago, aún tumbado en la cama, me responde con una mirada pícara. Me tira suavemente sobre él, y nuestros labios se encuentran en un beso largo, cargado de promesas que quisiera verlas cumplir.

Pero tengo que trabajar, mierda.

—Nos vemos luego, linda —se despide jadeante a centímetros de mis labios, mis mejillas sonrojadas lo hacen sonreír.

Me levanto con bronca, porque no quiero hacerlo. Quiero quedarme, quiero seguir besándolo.

La puerta del departamento no tiene llave, y para salir solo necesito un código, sistema parecido al de mi edificio. Así que no es necesario que él me acompañe.

Esta es más o menos nuestra dinámica cada vez que estamos en su casa.

Salgo del edificio con una sonrisa tonta en la cara, sintiéndome extrañamente revitalizada. Me gusta esta nueva Maggie, esta que se está atreviendo a vivir.

—Y... ¿Qué tal todo con 'Mister papi bello'? —pregunta Patricia mientras se mete otra albóndiga de espinaca en la boca; estamos sentadas en la mesa de la sala de descanso, en nuestra hora de almuerzo.

El frío se cuela en mis huesos, por lo que es un alivio la calefacción del interior. Los dueños decidieron habilitar una terraza que ha estado cerrada por casi el tiempo que llevo trabajando, con la excusa de ''atraer más clientes'' y todavía no compran calefacción de exteriores. Lógicamente pensarías, que con tres grados centígrados nadie querría sentarse afuera. Pues, estábamos equivocadas.

Observo a mi mejor amiga con detenimiento: sus rulos están recogidos en una coleta perfectamente acomodada, su piel brilla más de lo usual y su sonrisa es amplia mientras disfruta de sus fideos con albóndigas; su panza ya redondeada de seis meses sirve de mesa para el plato.

¿Cómo puede ser tan jodidamente hermosa?

«Un orgullo tener una amiga como ella.»

No sé qué haría sin ella.

—Hay días en los que te juro que no sé cómo todavía puedo caminar después —respondo mientras mastico un bocado de mi milanesa de zapallo con vegetales.

—Apaa, mírala a la Maggie —Patricia sonríe con picardía—. Realmente te envidio.

Recuerdos de mi encuentro temprano con Santiago recorren mi mente, haciendo que me sonroje.

¿Realmente me estoy permitiendo todo eso? ¿No es un sueño?

«No, no es un sueño, y, en verdad los has sorprendido a todos. Creo que nadie lo vio venir.»

¿Y eso es bueno o malo?

«En este caso bueno, muy bueno.»

—¿Qué me envidias? Si Francisco no está para nada mal — y es cierto, la única que evita el gimnasio de todo el personal dentro del restaurante me parece que soy yo.

La escucho suspirar mientras recuerda al pelinegro.

—Pero... Francisco está evitándome desde que se me empezó a notar la panza. Dice que está preocupado de que le pueda hacer daño a la bebé y yo estoy que me muero de ganas. ¡Es como si el embarazo nos hubiera separado!

¡Ah! Olvidé mencionarlo, Patricia tendrá una nena. Margot Junior la llamará.

«Y ni que la piba quisiera llamar a su hija como planta, eso te queda más a vos.»

Auch.

No pude evitar reír, mientras veo la cara de fingido sufrimiento de mi mejor amiga.

—No debe ser tan así... —respondo una vez logro calmar las ganas de reír.

—¿No tan así? El pibe sale a las carreras hacia la puerta cuando me ve en plan de 'Netflix and chill'.

«Pobrecita, vos porque tienes satisfecha a tu loba interior Maggie, pero recuerda cuando eras más virgen que monja en convento.»

—¿Y el médico qué dice?

—¡Que si puedo! —responde con frustración —. Te lo digo Maggie, el que me vaya a morir por la sobrecarga hormonal no es culpa más que el pelotudo de Francisco.

Casi me atraganto con un pedazo de milanesa.

—Supongo que solo queda una cosa por hacer —comento en lo que puedo dejar de toser.

Eso parece captar su atención.

—¿Qué sería...?

—Tienes que encender la llama, demostrarle a la Patricia sexy que sabemos que eres.

—¿Así? —responde señalando su cuerpo entero, haciendo énfasis en el vientre —. A lo mejor es que ya no le atraigo.

—Sos boluda.

—¿Perdón?

—Patricia, sos hermosa, de hecho, debes ser la embarazada más parecida a modelo de revista que haya conocido en mi vida. Francisco está re enganchado con vos, solo tienes que crear el ambiente.

«¡Ja! Habló la 'y que' experimentada.»

—Tampoco has tenido oportunidad de conocer muchas mujeres embarazadas.

—¡Pat!

—Va, va, entiendo.

Suspiro mientras la observo, entiendo que no debe ser fácil estar en su situación. Embarazada de tu compañero de trabajo siete años menor que vos con el que todavía no estableciste una relación formal a la vez que tu cuerpo está pasando por muchos cambios.

Pero igual, supongo, no debe ser fácil para él. Tal vez lo que necesite es ver las cosas desde otra perspectiva.

—Mirá, Francisco tiene veintitrés años y recién se enteró que va a ser papá. Está todo dado vuelta para él y seguro no sabe cómo actuar la mitad del tiempo.

Patricia asiente y puedo verlo en su expresión, probablemente no lo había visto de esa manera: —Va, tenés razón... ¿Qué tenés en mente?

El resto de la hora la pasamos ideando una estrategia para bajar las defensas de Francisco y, para que mi amiga finalmente pueda descargar sus hormonas.

18 de agosto de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 168 de 365.

''Lo supe desde la primera vez que lo vi, que algo era diferente. Me es difícil creer que haya personas que se pasen toda la vida sin haberse enamorado. Cuando te enamoras, todo cambia.

Enamorarse es una especie de golpe, un rayo que te atraviesa, todo lo que siempre has visto adquiere una nueva tonalidad. Enamorarse es como ver el mundo por primera vez y Dios está como testigo, da un miedo de la puta madre.

Es como una especie de imán que te jala, te atrae hasta el ser amado. Sientes demasiadas cosas al mismo tiempo y, por un lado, no sabes que nombre darle a cada una, y por el otro, no tienes ni la menor idea de cómo expresarlas, solamente sabes que no puedes contenerlo. Porque contenerlo es lo mismo que convertirte en una bomba, sabes que explotarás tarde o temprano.

No sé decir si se trata de magia, de algún poder satánico o qué, es simplemente algo que cuando pasa no lo puedes evitar. Empiezas a caer de a poco, y te dices ''nah, esto es pasajero'' pero no pasa, de repente despiertas un día y te sorprendes sonriéndole como pendejo al espejo mientras te cepillas, o dando un salto cada vez que vibra el celular... hasta que ya estás metido tan dentro que ya no recuerdas cómo llegaste ahí en un primer lugar.

Amar es complejo y a la vez tan sencillo. Una vez que te enamoras te preguntas cómo eras antes de hacerlo, es como si hubiese un quiebre entre la persona que fuiste antes y la persona que eres mientras.

¿Te has sentido identificado con algo de esto? Pues de ser así mi amigo, mi amiga, mi amigue, tienes que saber que estás complemente jodido, pero no te preocupes, no sos el único, es un grupo bastante grande.

Que lindo ¿no? Si tan solo las cosas fueran como lo pintan los cuentos, las películas e inclusive los libros, donde los protagonistas encuentran su final feliz a pesar de todas las adversidades. Pero no, en la vida real esto tan bonito, esto que no puede compararse a cualquier otra cosa la corrompemos, lo volvemos algo sucio y sin sentido.

¿Por qué el ser humano tiene la tendencia de querer hacer las cosas más difíciles de lo que ya de por sí son? Las cosas por naturaleza ya son complicadas. Supongo que de saberlo no lo haríamos, pero es igual que los viajes en el tiempo, una fantasía. Porque es más fácil tildarlo todo por inalcanzable que preguntarse ¿y si lo intento? Y hacerlo.''

Después de dar todo el discurso, me doy cuenta de que soy la mayor cobarde de todos.

Cierro con fuerza la laptop y suspiro mientras me restriego los ojos. Miro el teléfono: un cuarto para medianoche. ¿Pasé las últimas tres horas escribiendo? Estoy trabajando en un proyecto para la clase de redacción. Tengo que crear un artículo que represente algo que nos una a todos como individuos, como seres humanos.

Y, claro está, lo primero que vino a mi cabeza fue el amor.

Pero escribir sobre el amor me hace pensar en cosas en las que no quiero pensar.

«Más bien en personas en las que no quieres pensar.»

Misma vaina.

El punto es que solo me he enamorado de verdad una vez en mi vida, y nunca hice nada al respecto.

«No quiere decir que no puedas volver a enamorarte.»

Sé que podría. Supongo, que todavía no he conocido a la persona indicada.

«O estás tan atada al pasado que te rehúsas a dejar ir.»

También puede tener que ver con eso.


Un sonido me saca bruscamente de mis pensamientos. Es como una especie de rugido.

Miro a mi alrededor, tratando de ubicar de dónde proviene.


Vuelvo a escucharlo.

Pero... ¿Qué...?

«Es tu panza pelotuda, tienes hambre.»

Ahhh, cierto que no cené.

He estado tan ocupada poniéndome al día con la tarea de la facultad que comer no estuvo entre mis prioridades.


«Tampoco almorzaste.»

Verdad.


«Me parece que nos merecemos una hamburguesa del Mac, solo digo.»


Mmm... además, hoy pagaron el bono, así que hay algo de platita en la cuenta. Casi nunca concordamos, pero cuando lo hacemos, es en lo más importante.

«¡Esa!»

Tomo mi teléfono y abro la app de pedidos a domicilio. Se me antoja una de esas nuevas, Cheddar Melt...

¡Uh! ¡Papas grandes!

Hago mi pedido. Estiman unos veinticinco minutos.

Mmm... ¿Qué puedo hacer en veinticinco minutos?

Abro Spotify en mi celular y coloco canciones de Morat en aleatorio. Sonrío cuando las primeras notas de "Al aire" comienzan a sonar.

Creo que tengo tiempo para darme una ducha. Estoy cantando a todo pulmón "Y yo más te adoro" mientras me lavo el cabello cuando el timbre suena.

Es el portero eléctrico; hay alguien abajo.

¡La puta madre!

No puede ser que ya hayan pasado veinticinco minutos.

«Estabas en un concierto personal, no creo que te hayas dado cuenta del tiempo.»

Mierda ¿Ahora qué hago? No me da tiempo de vestirme y bajar, tardaré mucho tiempo.

El champú amenaza con caerme en el ojo, cuando escucho el timbre de nuevo.

—La madre.... —exclamo mientras cierro el agua y busco una toalla.

Envuelvo la toalla alrededor de mi cuerpo y salgo del baño.

Pues nada. Tendré que abrirle la puerta desde acá arriba y esperar que el repartidor quiera subir.

«También puede ser un potencial asesino serial, recuerda.»

Ay no...pero... ¡Ah ya basta!

«JAJAJA»

Presiono con mi dedo el botón y hablo:

—Hola, si sos el repartidor, no puedo bajar ahora. Voy a abrirte la puerta; sube por favor.

Se escucha una pequeña interferencia y suelto el botón. Espero que el repartidor me haya escuchado.

Peino mi pelo un poco hacia atrás para evitar que la espuma caiga en mis ojos.

Un par de minutos más tarde se escuchan un par de golpes en la puerta.

¡Si! ¡Me ha oído!

«O es el asesino serial.»

En serio, basta.

¡Mierda!

¡Mierda!

¡Mierda!

«¡Margot, esa boca!»

¡Perdón!

¡Recórcholis!

¡Recórcholis!

¡Recórcholis!

Esto me pasa porque soy Maggie, a nadie más. Lo juro. Deberían tomar mi historia de vida y convertirla en un "best seller".

«No sé si tanto como ''best seller'', pero estoy segura de que algo venderías.»

—¡Perdona! —exclamo sin ver hacia la puerta— Voy a buscar el dinero para pagarte.

Corro hasta mi habitación (que está a oscuras), intentando encontrar mi cartera. Cuando finalmente lo hago, saco el dinero que necesito y corro de vuelta por el pasillo, una mano todavía sosteniendo la toalla.

—Listo... ¿Cuánto ser...?

Mi cuerpo se congela. Mi corazón late con mucha lentitud, demasiada. Mis oídos están tapados y escucho una especie de pitido, sin quererlo, mis ojos se llenan de lágrimas.

«¿Tan feo es el repartidor?»

Mi mirada se cruza con unos muy hermosos y familiares ojos azules.

Unos que tenía meses sin poder mirar.

«A la mierda»

Está justo frente a mí. Recostado en el marco de la puerta, lo primero que llama mi atención es la ausencia de su loca cabellera negra, que ahora lleva muchísimo más corta. Eso, en primera mano. Además de que lleva puesto...  un ¿uniforme militar? ¿Pero qué...? En una de sus manos tiene una bolsa de McDonald's; la levanta señalándomela.

Dios mío, la imagen de ese hombre en uniforme.

«¡Concéntrate!»

—Me encontré con el repartidor abajo. Espero no te importe que haya pagado —su voz suena tan lejana; estoy en una especie de trance—. ...Hola, Mags —saluda, como si fuera lo más normal del mundo, como si no tuviéramos meses sin vernos o hablar.

El champú amenaza con caerme en los ojos y llevo las manos a mi cara. Y entonces lo recuerdo: la toalla.

«¡Maggie no!»

La toalla que ahora está en el piso.

Él cierra los ojos abruptamente, pero es demasiado tarde. Manuel —y quizás algún vecino curioso— tiene una vista completa de mi cuerpo desnudo.

— ¡Ah! —grito buscando cubrirme con las manos.

''Cuando nadie ve'' suena de fondo, qué oportuno.

—Mags...—cierro la puerta de un solo golpe en su cara.

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