𝟏| 𝐄𝐥 𝐳𝐚𝐟𝐢𝐫𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐫𝐞𝐚𝐥𝐞𝐳𝐚

El sol entraba por mi ventana, sentía algunas extremidades rodearse con las mías. Abrí los ojos y vi junto a mí a mis dos acompañantes de anoche. La mujer de rubio cabello se encontraba a mi derecha con su cabeza en mi pecho, mientras que el hombre de moreno cabello rodeaba mi cuerpo con sus brazos. La resaca tomó factura haciendo que mi cabeza tuviera un leve dolor, vi el reloj a mi lado y comencé a maldecir.

—¡Theodore! —grité llamando a mi primo.

Mis acompañantes se despertaron de un brinco.

—Lo lamento —me disculpé —. La pasé muy bien, pero temo que debo irme, asunto familiares.

Tomé mi mejor vestido y caminé hacia el cuarto de mi castaño primo.

—¡Despierta! —le ordené mientras repartía golpes con su almohada.

—¿Qué sucede? —preguntó adormilado —. Déjame descansar un poco, anoche tú y tus acompañantes no me dejaron dormir con tanto ruido.

—Theo, despierta —exclamé —. Es tarde.

Con esas palabras, el hombre se puso de pie y comenzó a arreglarse rápidamente.

—Ayúdame con esto —dije dándole la espalda para que me ayudara con el vestido.

Hoy emprendíamos viaje a Londres, iba a cumplir la promesa que le hice a mi padre. Mi amado padre me había permitido la mayoría de mis caprichos al igual que mi tío y mi primo. Es por eso que viajé hasta América para poder recibir la mejor educación con ayuda de los contactos de mi tío, pude ser una de las primeras mujeres en estudiar en la universidad. Ahora iba de camino a cumplir el anhelo de mi padre de que pudiera debutar, no porque él quisiera que me casara, sino porque no quería que me cerrara a la oportunidad del amor.

—Lila, si preguntan por nosotros diles que estamos de vacaciones —expresó Theo a la mujer —. Dile a padre que lo veré luego.

—Por supuesto, mi señor.

Fue así que con nuestras maletas en mano emprendimos camino a mi ciudad natal.

Querido lector, ha llegado el momento de hacer nuestras apuestas sobre la próxima temporada social. Consideremos la casa del barón Featherington. Tres señoritas endilgadas en el mercado matrimonial como tristes cerdas por su mamá de mal gusto y sin tacto. Claro está que no podemos evitar preguntarnos si su hija mayor volverá a Londres para formar parte de esta temporada. Mejores posibilidades podrían existir en la casa de la viuda vizcondesa Bridgerton, una familia asombrosamente prolífica conocida por tener la bendición de tener hijos perfectamente apuestos y bellísimas hijas. Cuanta perfección sin duda. Solo los ojos de la reina importan hoy, solo un atisbo de desagrado y el valor de una joven cae hasta profundidades inimaginables. Pero, como sabemos, mientras más brilla una dama, más rápido puede arder.

—¡Corre! —me gritaba mi primo mientras acelerábamos el paso para entrar en la cabina donde luego sería presentada.

Al llegar todas las jóvenes me miraron con sorpresa y algunas madres con un poco de desdén.

—Todos nos miran —me susurró mi acompañante —. Debe ser tu vestido.

Mi vestido no se parecía en nada a los que las demás debutantes portaban, debido a mí poca capacidad de poder mantener un vestido en su lugar, había perdido el mío. Así que ahora portaba un hermoso vestido celeste decorado con pequeñas joyas y con un escote un tanto marcado. Un escándalo entre estas mujeres con sus hijas vestidas de blanco pureza y sonrisa de inocencia.

—A la reina no le importará —le respondí de la misma manera.

Sin importar las miradas que me dirigían, me acerqué corriendo a la puerta junto a mi primo para escuchar mi llamado.

—La señorita Adeline Featherington, presentada por su honorable primo, el barón Featherington.

Las puertas fueron abiertas dejándome ingresar, sabía que debía poseer un paso delicado, sumiso y una sonrisa dulce, totalmente encantadores. Pero ese no era mi estilo, así que a paso firme y determinó —tal como lo hacía cada que pasaba entre los pasillos de mi universidad —caminé hacia la reina con una sonrisa genuina, una sonrisa donde no ocultaba mi verdadera esencia. Todos quedaron atónitos por la que según ellos sería una falta de decoro, pero yo solo podía ver a las caras alegres de mis amigos. Pude ver la sonrisa de la reina ensanchándose, hice la reverencia adecuada y esperé.

Los pasos de la mujer de gran poder se acercaban y cuando por fin llegó a mi encuentro, tomó mi rostro entre sus delicadas manos.

—Completamente exquisita, mi dulce niña —declaró, para luego dejar un beso en mi frente.

Al parecer todos no se esperaban el abrazo que la reina me dio tratando de transmitir su alegría y amor, porque cada presente en la sala dejó escapar un sonido de sorpresa.

Se dice que entre todas las perras, muertas y vivas. La que domina la pluma es la más canina, de ser cierto, entonces a esta autora le gustaría mostrarle los dientes. Mi nombre es Lady Whistledown, ustedes no me conocen y les aseguro que jamás lo harán, pero quedan advertidos queridos lectores, de seguro yo los conozco.

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—¡Estás aquí! —gritaron mis hermanas junto a mi madre acercándose a paso apresurado.

Sus brazos me rodearon haciendo que ría de felicidad.

—Yo también volví, pero eso no es importante —respondió Theo.

Mis hermanas fueron rápidamente a abrazar al molesto chico mientras mi madre se acercaba un poco más a mí.

—Madre —saludé sintiendo como sus manos tomaron las mías.

—Mi pequeña —dijo acariciando mi rostro —, has traído una bendición enorme.

La felicidad en su voz era tan grande que solo pude sonreír.

—¿Conoces a la reina? ¿Eres parte de la realeza ahora? —comenzaron a bombardearme de preguntas mis hermanas junto a mi madre.

—¡Volviste! —escuché ahora otros gritos.

Al girarme vi al clan Bridgerton acercarse, rápidamente fui elevada por Benedict a quien consideraba como un hermano para mí.

—Adeline —saludó Daphne con una sonrisa, mi mejor amiga había recibido un millón de cartas, pero no me había visto desde hace un tiempo.

—Que enormes están —les dije a los más pequeños.

Hyacinth y Gregory sonrieron con suficiencia.

Colin Bridgerton se acercó a darme un abrazo, siguió Francesca, luego fue Eloise la que me estrechó entre sus brazos con su rostro totalmente sonrojado. Finalmente, lady Bridgerton pudo saludarme.

—Vizcondesa —saludé a la mujer.

—Querida, sabes que puedes llamarme Violet. —La mujer me acunó en un cálido abrazo.

Y por último tenía al más odioso ser que pude conocer en mi vida.

—Bridgerton —saludé seriamente.

—Featherington —respondió sin un atisbo de felicidad.

—Vamos, no pueden seguir con esa tonta rivalidad —exclamó mi mejor amiga.

—Claro que podemos —respondí —. Más bien, mira como lo hacemos.

Las familias rieron para luego saludar a Theodore.

Con una despedida, una invitación para ir a su casa cuando quisiera, nos despedimos y fuimos a casa.

🎩

—Esto es un insulto —se quejó mi madre mientras movía de un lado para el otro un folleto con chismes —. No me sorprendería que esta mujer fuera Violet Bridgerton en persona, estas páginas hablan de la familia de la vizcondesa con mucha indulgencia.

—No podemos saberlos si no nos dejas leerlo, madre —respondí.

Rápidamente, se acercó a mí para leerlo juntas. Esa mujer definitivamente odiaba a mi familia.

—Lo único en lo que tiene razón es en esto —señaló mi madre, causando que mis hermanas menores se acercaran como abejas a la miel para poder leer lo que decía —. Te llama el zafiro de la realeza, al parecer ese misterioso lazo que tienes con la reina Carlota ha sido lo mejor que pudo pasarle a esta familia. Sin duda tú y Daphne Bridgerton o como esta infame mujer la llama, el diamante de la temporada, competirán por la atención de muchos pretendientes.

—Cualquiera puede ser un diamante, pero tú eres el zafiro de la realeza —exclamó emocionada Philippa.

—Es totalmente obvio, nuestra Adeline es sin duda una joya exquisita, incomparable e inigualable —comentó Theo.

Me acerqué al chico y dejé un beso en su mejilla.

—Pues, no sé quién sea esa mujer, pero si piensa que eso es suficiente para mantenerme feliz y contenta, está equivocada —exclamé —. Ser llamada así no es un gran logro, lo que verdaderamente es un logro es haber ido a la universidad y obtenido las mejores calificaciones.

Mi madre me miró con ligera seriedad. Ella había sido una de las primeras en negarse a la idea de dejarme ir a la universidad, pero como algunos de mis conocidos dicen. Lady Featherington puede estar casada con el Barón, pero quien verdaderamente manda sobre él, es su hija mayor. Solo me bastó usar mis encantos de niña inocente para conseguir que mi padre hablara con mi tío y mi primo para poder mover influencias y cumplir mi sueño.

Me senté junto a Pen, quien estaba leyendo un libro y miré a mi madre cuando la reprochó por eso.

—Madre, es mejor que dejes ese tema a un lado y mejor cuéntanos a mi querido primo y a mi sobre esta prima que vendrá a casa.

—Oh, es una prima muy lejana, no tiene quien la auspicie esta temporada y tu padre ha confiado en mí esa actividad.

—Así que esta casa se llenara cada vez más -expresé —. Genial.

Ahora con mi madre quejándose de que la mujer de la columna de chisme decía, mi hermana comentó poder ceder su puesto a la supuesta prima.

—Lo que está es pasada de lo que debería —dijo Philippa

—Mmm... esas manchas fáciles son muy difíciles de ocultar —comentó Prudence —. Oh, tal vez el arsénico le podría servir.

—Es mejor que ustedes dos cierren la boca en este momento —exclamé totalmente furiosa —. ¿Qué clase de hermanas son al criticar de esa manera a su hermana menor? Debería darles vergüenza. Si una de ustedes vuelve a hacer uno de esos comentarios se las verá conmigo.

Tal y como lo recordaba, mis hermanas menores agacharon su cabeza, obedecieron y se disculparon con Penelope. Si madre y padre habían hecho bien en criarnos con los valores adecuados, también habían dejado en claro una regla muy importante. Siempre obedecer a tu hermana mayor, al parecer yo era quien mandaba entre esas tres pelirrojas a las que llamaba mis hermanas. Phil, Pru y Pen guardaban una clase de respeto hacia mi personas, puede que no sea solo porque madre y padre se lo pidieran, sino porque desde muy pequeñas les di a conocer lo que sucedía con aquellos que me desafiaban.

—La prima de Lord Featherington ha llegado —exclamó uno de los sirvientes.

-—Oh, recuerden ser amables y caritativas, niñas —dijo mi madre para luego llamarnos —. Los pobres son nuestra carga.

—La mía eres tú —susurró en broma mi amado primo ganándose un golpe en su hombro de mi parte.

Primer capítulo del fanfic, espero que les guste.

Con amor,

-Ivy












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