Cap. 03
"Confidencias nocturnas"
Valeria despertó al día siguiente con una sensación de incomodidad, como si la conversación de la noche anterior hubiera dejado un eco en su mente. Después de vestirse y prepararse para el día, decidió bajar al comedor para encontrar algo de tranquilidad en la rutina matutina. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que la calma no duraría mucho.
Al llegar al comedor, se encontró con Montserrat, quien, mientras desayunaba apresuradamente, parecía más agitada que de costumbre. Graciela, había insistido en que Montserrat se encargara de llevar unas donaciones a la iglesia, un encargo que ahora Montserrat, ocupada con otros asuntos, no podía cumplir.
—Valeria, ¿podrías hacerme un favor?—pidió Montserrat, mientras terminaba su desayuno—, mamá me encargó que llevara estas donaciones a la iglesia, pero no puedo ir. ¿Podrías hacerlo por mí?
Valeria, siempre dispuesta a ayudar a su hermana, asintió.
—Claro, Montse, no hay problema—respondió con una sonrisa, queriendo aliviar cualquier presión sobre su hermana—. Lo haré.
Montserrat le dedicó una mirada agradecida antes de salir apresuradamente de la habitación. Valeria, ahora a cargo de la tarea, se dirigió al despacho para asegurarse de tener todo lo necesario. Sin embargo, al darse cuenta de la cantidad de cajas que necesitaba trasladar, supo que necesitaría ayuda.
Mientras observaba las cajas apiladas, pensó en a quién podría pedirle ayuda. Fue entonces cuando vio pasar a Dimitrio por el pasillo. Aunque la relación entre ellos había estado algo tensa desde su regreso, Valeria decidió que no había mejor oportunidad para romper el hielo.
—Dimitrio—llamó Valeria, acercándose a él—, ¿podrías ayudarme con algo?
Dimitrio la miró con una mezcla de curiosidad y resistencia.
—Depende—respondió él, cruzándose de brazos—, ¿de qué se trata?
Valeria señaló las cajas.
—Montse tenía que llevar estas donaciones a la iglesia, pero está ocupada y me pidió que lo hiciera. Sin embargo, como puedes ver, es mucho para que lo maneje sola. Pensé que podrías ayudarme a llevarlas.
Dimitrio arqueó una ceja, claramente desconfiado.
—¿Por qué no se lo pides a alguien más? Seguro que hay más personas disponibles.
Valeria notó la reticencia en su tono, y supo que tendría que ser cuidadosa con su respuesta.
—Podría—dijo Valeria, sin querer revelar que originalmente la tarea había sido asignada a Montserrat—, pero pensé que quizás podríamos hacer esto juntos. Después de todo, hace mucho que no pasamos tiempo juntos.
Dimitrio pareció considerar la idea, pero aún no parecía convencido.
—No sé, Valeria—comenzó a decir, pero ella lo interrumpió con una sonrisa suave.
—Si prefieres no hacerlo, puedo pedirle ayuda a alguien más. No quiero molestarte—dijo, tomando un tono ligero pero sabiendo que esa pequeña insinuación podría empujar a Dimitrio a reconsiderar.
El orgullo de Dimitrio se agitó ligeramente ante la idea de que ella recurriera a otra persona. Después de un breve silencio, suspiró y se encogió de hombros.
—Está bien—aceptó finalmente—, te ayudaré. Pero solo porque no tengo nada que hacer.
Valeria sonrió, agradecida.
—Gracias, Dimitrio. Te prometo que no te tomará mucho tiempo.
Mientras ambos comenzaban a cargar las cajas, Valeria sintió que, aunque fuera por un pequeño gesto, habían dado un paso hacia adelante en la reparación de su relación. Dimitrio, por su parte, intentaba mantenerse distante, pero no pudo evitar sentir que la barrera entre ellos empezaba a desmoronarse, aunque fuera solo un poco.
Al salir hacia la iglesia, las tensiones entre ambos parecían aflojarse, al menos por un momento, mientras compartían una tarea que, aunque simple, tenía el potencial de acercarlos. Y mientras se dirigían hacia el coche, Valeria no podía evitar preguntarse si este sería el primer paso para desenterrar viejos sentimientos y, tal vez, sanar las heridas que el tiempo y la distancia habían dejado
La casa estaba tranquila, envuelta en la serenidad de la noche. Las estrellas brillaban en el cielo oscuro mientras una suave brisa se colaba por las ventanas. Valeria caminaba lentamente hacia la habitación de Montserrat, sus pensamientos llenos de dudas y preocupación. La repentina ruptura del compromiso de su hermana con Sebastián la tenía inquieta, y no podía evitar preguntarse qué había sucedido realmente.
Golpeó suavemente la puerta antes de entrar.
—¿Montse? ¿Puedo hablar contigo? —preguntó Valeria, asomando la cabeza con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Montserrat, que estaba sentada en la cama repasando unos papeles, levantó la vista y le sonrió a su hermana.
—Claro, pasa.
Valeria cerró la puerta tras de sí y se sentó en el borde de la cama, observando a Montserrat con un gesto serio.
—He estado pensando mucho en lo que pasó con Sebastián —dijo Valeria, sin rodeos—. Sé que no me has contado nada, pero... ¿por qué terminaste el compromiso?
Montserrat dejó escapar un suspiro, dejando a un lado los papeles.
—Es complicado, Vale —respondió, intentando evadir la pregunta.
—Montse, soy tu hermana. Sabes que puedes confiar en mí —insistió Valeria, tomando la mano de Montserrat—. Solo quiero entender, y asegurarme de que estás bien.
Montserrat se quedó en silencio por un momento, sopesando sus palabras. Finalmente, decidió abrirse con Valeria.
—Terminé con Sebastián porque... estoy enamorada de otra persona —confesó, sus ojos brillando con determinación.
Valeria la miró sorprendida.
—¿Enamorada? ¿De quién?
—De José Luis —dijo Montserrat, su voz firme—. Es un cabo de la marina, y nos conocemos desde hace tiempo. Sé que suena loco, pero... lo amo, Valeria. Estoy completamente enamorada de él.
Valeria parpadeó, tratando de asimilar la confesión.
—Montse, ¿estás segura de que esto es lo que quieres? Y tu mamá... bueno, ya sabes cómo es ella.
Montserrat asintió, sin dudar.
—Lo sé, pero no me importa lo que piensen los demás. José Luis es un hombre maravilloso. Me hace sentir viva, amada, en paz... De verdad creo que es el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida. No puedo seguir con una farsa solo para complacer a los demás.
Valeria suspiró, viendo la pasión en los ojos de su hermana.
—Entiendo, Montse. Solo quiero asegurarme de que estás haciendo lo correcto para ti, no para nadie más. Si José Luis te hace feliz, entonces tienes mi apoyo. Solo... ten cuidado, ¿sí?
Montserrat le sonrió, agradecida.
—Gracias, Vale. Significa mucho para mí saber que cuento contigo. No le digas a nadie por ahora, ¿de acuerdo? No quiero que mamá lo descubra antes de tiempo.
—No te preocupes, Montse. No diré nada —prometió Valeria—. Pero aquí estaré, para lo que necesites.
Las dos hermanas compartieron un abrazo, fortaleciendo su lazo de confianza y amor fraternal. Aunque los caminos de Montserrat eran inciertos, Valeria sabía que su hermana seguiría su corazón, y ella estaría allí para apoyarla en cada paso del camino.
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