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Los meses pasaron, Geza e Ilona siguieron como si nada hubiera pasado, nunca hablaron sobre año nuevo, ni la conversación extraña que tuvieron aquella mañana del primero de enero...

***

El nuevo año trajo consigo un malestar creciente en el tranquilo pueblo noruego. Lo que antes era un lugar seguro y apacible, donde las familias podían dejar sus puertas sin llave y los niños jugaban en las calles hasta el atardecer, ahora estaba marcado por un aumento alarmante de la inseguridad. Desde los primeros días del año, robos, vandalismo y actos de violencia se habían vuelto más comunes. La policía local, poco acostumbrada a lidiar con crímenes serios, estaba sobrepasada y la sensación de vulnerabilidad crecía entre los habitantes.

Las grandes ciudades no parecían afectadas, pero los pueblos pequeños como Hamar se vieron especialmente impactados. Los rumores de bandas organizadas que se aprovechaban de la falta de recursos y personal policial comenzaban a correr entre los vecinos. Las familias, que antes disfrutaban de la tranquilidad del campo, empezaron a temer salir de sus casas al anochecer. Se implementó un toque de queda informal, con la mayoría de la gente encerrándose en sus hogares antes de las 8 pm, mientras las autoridades locales pedían calma pero ofrecían pocas soluciones concretas.

El grupo de amigos, que hasta hace poco disfrutaba de reuniones frecuentes, ahora se mantenía en contacto solo a través de videollamadas. La vida social del pueblo prácticamente se detuvo, y cada hogar se convirtió en una pequeña fortaleza. Los jóvenes comenzaron a organizarse en patrullas vecinales, vigilando las calles por turnos, pero la preocupación seguía presente: ¿qué tan lejos llegaría la violencia? ¿Cuándo volvería la normalidad, si es que eso era posible?

El aumento de la inseguridad no solo afectaba la vida diaria, sino que también traía consigo un sentimiento de desconfianza y miedo. Las tiendas cerraban más temprano, los bares ya no eran un lugar seguro para socializar, y los eventos comunitarios eran cancelados. La sensación de que el pueblo estaba perdiendo su esencia pesaba sobre todos. Mientras los días avanzaban, las familias vivían en estado de alerta, esperando que la policía estatal interviniera de manera más efectiva o que el gobierno enviara ayuda, pero por el momento, estaban solos, atrapados en su propio microcosmos de incertidumbre.

Los amigos seguían charlando entre ellos, tratando de mantener el ánimo, pero era evidente que todos se sentían impotentes. A medida que el clima se hacía más cálido y las noches más cortas, el futuro de su pequeño pueblo noruego parecía tan incierto como nunca antes.

***

Geza volvió a hablar con Nora, aunque la relación entre ambos seguía siendo tensa. El inicio del año había traído consigo más que solo la fría nieve habitual; había levantado una barrera invisible entre ellos, una que Geza había sido incapaz de deshacer cuando se dejó llevar por la paranoia. Los rumores que había escuchado en las reuniones con sus amigos, las historias distorsionadas sobre la supuesta infidelidad de Nora, lo habían afectado más de lo que él mismo quería admitir. Sin embargo, tras la primera semana de enero, se dio cuenta de que estaba equivocado.

Recordaba claramente la conversación incómoda de Año Nuevo, los reproches que sin pensarlo bien quería lanzarle. En su mente, la había acusado de engañarlo, de haber sido desleal, cuando en realidad no había sido más que una construcción alimentada por su propio miedo y la inseguridad general que estaba absorbiendo el pequeño pueblo. Cuando volvió a llamarla después de unos días de silencio, le pidió disculpas, admitiendo que había estado equivocado. Nora, confundida, lo perdonó, aunque no entendía del todo por qué se había enfadado tanto en primer lugar.

Lo que Nora no sabía era lo que sucedió después de que Geza cruzara el umbral de la casa de Kocher esa noche, y lo que estaría por venir en los meses siguientes. Geza, que se pintaba a si mismo como alguien que no era dado a la violencia ni a las decisiones impulsivas, se encontró atrapado entre dos realidades. Por un lado, la creciente inseguridad que lo preocupaba profundamente, y sabía que debía hacer algo por el bien de su familia, su novia y amigos.

Por otro lado, los padres de Ilona decidieron que, con el inicio del aislamiento, era el momento ideal para que comenzara la universidad. A pesar de la incertidumbre respecto al enlistamiento, Ilona ya estaba cursando su primer semestre hacia finales de marzo. Había sido aceptada en una universidad emergente de gran prestigio, donde estudiaba ingeniería industrial. Lo mejor era que esta institución ofrecía educación digital desde su creación, lo que la convertía en la opción perfecta para la situación actual de su país. Sin embargo, como muchas otras universidades, había enfrentado recortes de personal, lo que afectaba la calidad de algunas clases.

Con el paso de los meses y el aumento de la violencia en el pequeño pueblo, Geza volvió a ponerse en contacto con Ilona de manera inesperada. No hablaron del altercado de Año Nuevo ni de los malentendidos previos. Al principio, las conversaciones fueron superficiales, intercambiando las clásicas preguntas: "¿Cómo estás?", "¿Cómo va la carrera?", "¿En qué semestre estás?". Sin embargo, la distancia física y las restricciones del toque de queda alimentaron la necesidad de algo más profundo, y poco a poco, sus pláticas comenzaron a adquirir un matiz más íntimo, cargado de deseo reprimido.

Las insinuaciones sutiles se convirtieron en juegos de palabras, cada vez más cargados de erotismo. Las noches se hacían más largas, y con ellas, los mensajes entre ambos se tornaban más explícitos. Geza, con su voz cálida y provocadora, sabía cómo encender la imaginación de Ilona, susurrando a través del teléfono las palabras adecuadas. Las conversaciones se convirtieron en un espacio donde ambos dejaban volar sus fantasías, alimentadas por el deseo insatisfecho. Las preguntas cargadas de picardía comenzaron a fluir: "¿Qué harías si estuviéramos solos?", "¿Qué te gustaría que te hiciera?", "Mándame una foto, quiero verte...".

Las imágenes mentales que se creaban en esas noches eran tan vívidas que el calor entre ellos parecía traspasar la pantalla. Geza jugaba con la mente de Ilona, envolviéndola en palabras dulces y provocadoras, su tono se volvía cada vez más seductor. Ella, atrapada en esa burbuja de tensión sexual, se dejaba llevar, respondiendo con palabras y deseos que en otras circunstancias hubiera reprimido. Las noches se volvían momentos peligrosos, donde el toque de queda solo alimentaba las fantasías de lo prohibido. "Si no hubiera toque de queda, si estuviéramos solos ahora mismo..."—esas palabras susurradas por Geza hacían que el corazón de Ilona latiera más rápido.

Sus conversaciones, cargadas de provocaciones y deseos no satisfechos, se prolongaban hasta la madrugada. La tensión entre ambos crecía con cada mensaje, creando un lazo invisible, pero poderoso, que los mantenía conectados. Todo culminó a finales de abril, cuando Geza decidió enviar un mensaje final, cargado de sentimientos sinceros y una promesa velada. Un adiós temporal, lleno de un deseo que ambos sabían que no podría quedar en palabras para siempre. Aunque ese mensaje parecía en su momento una confesión profunda, con el paso del tiempo, las circunstancias lo transformarían en algo más irónico, algo que Ilona terminaría recordando con una mezcla de nostalgia y diversión.

"Ilona, ya no podemos seguir jugando de esta forma... porque ahora estoy saliendo formalmente con Nora, y creo que vamos a ir en serio."

Ilona miró la pantalla de su celular, dejando escapar una risa suave, pero vacía. Para Geza, aquellas largas conversaciones nocturnas cargadas de insinuaciones y deseos no parecían tener el mismo peso que para ella. Para él, era solo una diversión, un intercambio excitante sin mayor trascendencia. Pero para Ilona, aunque intentaba convencerse de lo contrario, esas pláticas se habían vuelto algo más profundo. Y con cada mensaje que compartían, le era más difícil ignorar lo que realmente estaba sintiendo.

Le dolía más de lo que quería admitir. Aún así, decidió seguir el juego, como siempre. Su respuesta fue rápida, ligera, intentando disimular lo que su corazón quería gritar: "Oh, jaja, entiendo. Espero que todo salga bien entre ustedes". Pero sabía que esas palabras eran una mentira. Esa fue la segunda vez que Ilona escondía lo que verdaderamente sentía. No era solo un juego. Y aunque quisiera decirle lo que pasaba por su mente, sabía que no era el momento, ni el lugar. Así que optó por lo más sencillo: disimular, fingir que no le importaba, que podía seguir adelante sin problemas.

Con el paso de los meses, Geza volvió a buscarla. Hubo tres encuentros en particular que quedaron grabados en la memoria de ambos. La relación entre ellos ya no era la misma, pero la atracción seguía presente, aún más intensa que antes, aunque disfrazada de silencio y miradas. La tensión era palpable, cada vez más madura y consciente, pero ninguno estaba dispuesto a enfrentar lo que eso significaba. Lo que antes era un juego inocente se había convertido en algo más complejo, algo que ambos intentaban evitar reconocer, pero que flotaba en el aire cada vez que se veían.

***

Mayo llegó de manera vertiginosa, y aunque la situación parecía mejorar, la incertidumbre seguía siendo una constante en la vida de todos. Las personas podían salir nuevamente, pero las reuniones aún estaban prohibidas debido a los estrictos protocolos de seguridad civil y la latente amenaza de espionaje y ataques. Nadie se sentía completamente a salvo, pero al menos podían respirar fuera de casa.

Cuando Geza y Ilona volvieron a verse, él la abrazó con fuerza. A pesar de la distancia, la familiaridad entre ellos era innegable, como si el tiempo hubiera hecho más profundo ese lazo, pero también más complicado. Caminaron durante horas, poniéndose al día con conversaciones superficiales. Hablaron de las clases, de cómo avanzaba la relación de Geza con Nora, de sus amigos y de sus familias. Todo era banal, una fachada que ambos mantenían cuidadosamente, ignorando por completo el peso de las charlas pasadas, aquellas noches llenas de insinuaciones que ahora parecían pertenecer a un mundo aparte.

Los meses siguieron y sus encuentros fueron escasos, solo unas dos veces al mes, a veces menos, dependiendo de los exámenes o de la situación en el país. Pero, a pesar de la irregularidad, las conversaciones llenas de sugerencias e insinuaciones no desaparecieron. Las fantasías de lo que podrían hacer juntos en una salida, lo que podría suceder si se permitieran un momento de debilidad, seguían flotando entre ellos, creciendo en intensidad.

Hubo muchas de esas conversaciones, pero algunas marcaron un antes y un después en la vida de Geza. Fue en esos momentos donde su percepción del amor y de las relaciones cambió por completo. Lo que antes era una mezcla de curiosidad y atracción, ahora empezaba a tocar algo más profundo en su interior. Las insinuaciones entre él e Ilona ya no eran solo juegos, comenzaban a rozar lo que ninguno de los dos había querido admitir: que, detrás de todas las palabras y los encuentros casuales, había algo más, algo que, si bien seguía sin ser verbalizado, estaba moldeando la forma en que Geza veía no solo a Ilona, sino a sí mismo, y su relación con Nora.

🤡𝓝º1🤡

Al llegar octubre, las cosas empezaron a tomar un giro inesperado. Un día, Geza le escribió a Ilona mucho más temprano de lo habitual, proponiéndole encontrarse a las 6 de la tarde. Ilona aceptó sin pensarlo demasiado; de hecho, no le pareció extraño. Geza, por su parte, solo quería salir de su habitación y alejarse del estrés de los estudios que lo mantenían encerrado.

Se encontraron en una calle concurrida, como de costumbre. Geza estaba sentado en una de las bancas esperando por ella. Era una escena ya conocida: tras su llegada, ambos comenzaban a caminar sin rumbo fijo, conversando sobre trivialidades hasta que el cansancio los detenía. Sin embargo, esta vez algo se sentía distinto.

Por lo que había tanta gente, y con Geza teniendo una novia, decidieron usar gorras y barbijos, como si eso pudiera ocultar su identidad. Ilona no encontró nada fuera de lo normal en eso, pues, en ocasiones anteriores, solían hacerlo cuando tenían gripe.

Durante la caminata, las conversaciones fluyeron como siempre: estudios, relaciones, chistes que sus amigos contaban en clase. Sin embargo, de repente, ambos sintieron el deseo de fumar. Hacía meses que no compartían un cigarrillo, y parecía el momento perfecto para relajarse un poco más. Geza compró los cigarrillos, encendió el suyo y luego el de Ilona. Ambos dieron la primera calada y caminaron hacia un parque grande donde había poca gente. Encontraron un rincón algo escondido, rodeado de plantas altas, y continuaron fumando mientras reían sin mayor razón.

Ilona fumaba rápidamente, como si quisiera acabar cuanto antes. Apagó el cigarrillo con el pie, y Geza la observó divertido. Él, en cambio, fumaba con calma, disfrutando cada bocanada. Como siempre decía, "quiero disfrutar el cigarro".

Geza la miró con una sonrisa ladeada, una que Ilona conocía bien. Siempre había algo detrás de esa mirada que mezclaba travesura y una pizca de desafío. Mientras caminaban por el parque, ocultos entre las plantas, él le ofreció su cigarro de nuevo, insistiendo, con esa misma expresión que ella no podía ignorar del todo.

Venga, fuma —dijo Geza con un tono sugerente, acercando el cigarrillo a sus labios.

Esa simple oferta, ese pequeño gesto de compartir, parecía romper una barrera invisible entre ellos, una que ambos habían mantenido durante mucho tiempo. Aunque ninguno de los dos lo mencionaba, el ambiente se tornaba más cargado, más íntimo, como si el parque vacío y el humo del cigarro estuvieran cubriendo los silencios que las palabras no podían llenar.

Ilona lo miró, esta vez con un aire juguetón. Aunque al principio había negado, algo en la insistencia de Geza la hizo cambiar de idea. Tomó el cigarro de sus dedos, pero no lo llevó directamente a su boca. En su lugar, lo sostuvo un momento, observándolo con una mezcla de desafío y curiosidad. 

¿Sabes que no suelo compartir cigarros? —murmuró Geza, acercándose un poco más, como si ese momento íntimo no necesitara palabras para completarse.

Ilona sonrió, divertida por la situación, consciente de la carga implícita en ese simple gesto. Mientras daba una calada, el humo se deslizaba entre sus labios, y ambos parecían disfrutar de esa tensión silenciosa. No era solo el cigarro lo que compartían; había algo más en el aire, una corriente de tensión no dicha que siempre había estado presente entre ellos, y en esos momentos de juegos sutiles, parecía intensificarse.

Supongo que debería sentirme especial —bromeó Ilona, exhalando el humo despacio, mientras sus ojos buscaban los de Geza.

Quizás lo seas —replicó él, dejando caer la frase como quien no quiere la cosa, pero sabiendo perfectamente el efecto que sus palabras tendrían.

Ambos rieron, pero debajo de la risa había un entendimiento tácito de lo que ese momento representaba. Entre risas y el último cigarrillo compartido, se asentaba algo más profundo, algo que ni el tiempo ni la distancia podrían borrar del todo.

***

Regresaron por el mismo camino que habían tomado hacia el parque, cada paso vibrando con una tensión inconfundible. Al llegar a una esquina, doblaron hacia la izquierda, encontrándose pronto en una calle larga y desierta. Caminaron hasta la mitad, donde se sentaron en unos muros bajos, observando la avenida poco concurrida y a las pocas personas que pasaban cerca de allí.

La conversación se deslizó entre ellos con una ligereza que hacía tiempo no sentían, como si el mundo exterior se hubiera desvanecido por completo. Ilona se sentía cómoda de nuevo, como si los pesares de los días pasados hubieran desaparecido. Sin embargo, su tono cambió de inmediato al quejarse de algo, y de repente el aire se cargó de una sensualidad latente.

¡Qué horror! ¿Has visto? Estoy llena de ojeras. Esta universidad me está matando, me veo terrible... —dijo, haciendo pucheros al mirarse en su pequeño espejo de bolsillo, recuperando un aire de vulnerabilidad que Geza encontró irresistible.

Él rió, pero sin que ella lo advirtiera, bajó su mascarilla, decidido a romper la barrera que mantenían entre ellos.

A ver, mírame —susurró, tocando suavemente su hombro antes de acercar la mano hacia su rostro.

Ilona, casi sin pensar, se volvió hacia él, sin esperar más que la mirada curiosa de su amigo. Pero lo que sintió fue un escalofrío cuando los dedos de Geza al tocar su piel, bajando su mascarilla mientras se acercaba a sus labios con una intención palpable.

El beso que compartieron no fue ni tierno ni dulce; fue profundo, rudo, cargado de una necesidad contenida que había estado latente entre ellos durante tanto tiempo. Ilona se sintió abrumada por un torrente de emociones que la envolvió, desdibujando las líneas de la amistad que habían trazado.

Geza, en un momento de audacia, comenzó a explorar el cuerpo de Ilona con manos que, aunque cuidadosas, estaban llenas de deseo. Acarició su espalda con lentitud, disfrutando de la suavidad de su piel antes de acercarse aún más. La mordida que le dio, firme y juguetona, provocó un jadeo que resonó entre ellos, un sonido que hizo que Geza sonriera con una satisfacción casi depredadora al separarse un instante para contemplar el deseo intenso que iluminaba el rostro de Ilona.

Ella, sonrojada y con los labios aún vibrantes por el contacto, lo miró fijamente, sintiendo cómo el mundo a su alrededor se desvanecía, dejando solo la electricidad entre ellos. La conexión que compartían había evolucionado, transformándose en un juego de exploración y anhelo, donde cada roce, cada mirada, hablaba de un deseo ineludible que no podían seguir ignorando. Sin necesidad de palabras, en ese instante cargado de significado, ambos comprendieron que lo que había comenzado como un simple encuentro había cambiado por completo el rumbo de sus vidas.

Ilona se sentía bien, pero esa bruma roja de placer y excitación que envolvía la calle se disipó de repente al darse cuenta de la magnitud de lo que acababa de suceder. Un torrente de pensamientos la invadió. Llevó las manos a su cabeza, maldiciendo en silencio, incapaz de procesar lo que había ocurrido. ¿Cómo pudo haber accedido a eso? La decepción no solo se dirigía hacia Geza, sino que se intensificaba en su propio interior, arrastrándola a un abismo de culpa y confusión.

Se sintió mal por Nora. Aunque no eran amigas, y su simpatía por ella era limitada, jamás imaginó que algo así podría suceder. "No vine aquí con esa idea ni intención", se repetía, convenciendo a su mente de que no era esa clase de persona, de que no debía estar atrapada en esta encrucijada emocional. Mientras la realidad se desdibujaba, su rostro se cubrió con las manos, anhelando desaparecer en su propia confusión.

El silencio se hizo pesado, interrumpido solo por el murmullo distante de la calle. Fue la voz de Geza la que la trajo de vuelta, un eco familiar que la hizo levantar la mirada, aún tambaleándose entre el deseo y la culpa. Su expresión había cambiado, y aunque había alegría en sus ojos, también había una inquietud que Ilona no podía ignorar.

¿Estás bien? —preguntó él, su tono suave pero cargado de preocupación.

El momento se alargó, y en ese instante, Ilona supo que lo que había comenzado como un juego peligroso se había convertido en algo mucho más complejo. La chispa entre ellos era innegable, pero también había una tormenta de emociones que necesitaba ser desatada. Ella solo podía pensar en cómo enfrentar la realidad que se había tejido entre ellos, y cómo decidiría actuar a partir de ese punto.

Geza tocó suavemente su hombro y se acercó un poco más a ella. Ilona levantó la mirada, suspiró y, con un gesto de desánimo, asintió, mirando hacia el vacío.

—Sí, Kóvacs, todo bien —respondió con una voz apagada.

Pasaron unos minutos en silencio, hasta que Geza notó una pareja caminando por la calle donde estaban. La codeó suavemente y ambos se miraron, un ligero sonrojo surgiendo en sus mejillas. La pareja parecía sumida en su propio mundo, el chico acariciando de manera lasciva a su novia mientras la besaba con una intensidad que dejaba poco a la imaginación. Su momento de intimidad se prolongó hasta que una anciana los descubrió, su mirada llena de desaprobación logró desvanecer el ambiente cargado de tensión entre Ilona y Geza, haciendo que los enamorados se apresuraran a alejarse.

Cuando la pareja se marchó, Geza volvió a mirar a Ilona, una sonrisa traviesa jugando en sus labios. Con delicadeza, acarició su rostro y la hizo recostar su cabeza en su hombro. Permanecieron así durante un momento, disfrutando de la cercanía y la calidez del otro, hasta que Geza, con un tono suave pero firme, se atrevió a preguntar:

—¿Puedo?

Ilona se sonrojó intensamente, pero la confusión de su mente nublaba sus pensamientos. Solo pudo asentir, estaba segura, pero su moral la carcomía. Entonces, el rubio se inclinó y le regaló un beso profundo, mientras sus manos se aventuraban a tocarla. Deslizó sus dedos por la tela de su ropa, buscando su piel, y al apretarla le hizo soltar un ligero gemido que se perdió entre sus labios.

Sin embargo, la mente de Ilona continuaba errante, atormentada por la imagen de sus amigos y la decepción que sin duda sentirían al enterarse de lo que estaba ocurriendo. Pensaba también en Nora, y en el Geza de hace unos meses, embelesado por la muñeca de cabello oscuro que ahora parecía tan distante.

Se separaron brevemente por la falta de aire, ambos sintiendo la presencia de un curioso que podría estar observando. Miraron hacia el frente y retomaron la conversación, manteniéndose muy juntos mientras se subían las mascarillas nuevamente, tratando de ocultar la intensidad del momento.

Sin embargo, sin previo aviso y con un destello de astucia, Geza comenzó a explorar sus piernas, deslizando sus dedos con firmeza pero sin causarle dolor. Su toque se movía lentamente hacia la parte interior de sus muslos, una caricia que hizo que Ilona jadease de sorpresa. La miró, su expresión era una mezcla de asombro y sumisión, algo que nunca había mostrado ante nadie antes. Cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por la sensación de sus dedos que ascendían lentamente, acariciándola de una manera que la dejaba deseando más.

Pero cuando Geza avanzó un poco más hacia la privacidad de su ropa, Ilona, aunque cómoda, se sintió avergonzada por la situación. Atrapada entre el deseo y la incomodidad del lugar, tomó la mano de su amigo con suavidad. Sus ojos reflejaban una mezcla de deseo y confusión, y, aunque disfrutaba del momento, no podía ignorar la realidad de estar expuestos en medio de la calle. Sin decir una palabra, hizo una pausa, consciente de que había límites que, aunque tentadores, no podían cruzarse en ese instante.

Vieron la hora y se dieron cuenta de que ya estaba haciéndose tarde, casi las 8 p.m. Aún tenían tiempo, pero no querían permanecer más tiempo en ese incómodo banco.

Caminaron en silencio hasta que, impulsada por una curiosidad inocente y un leve sentimiento de lástima por la chica que Geza había engañado, Ilona preguntó:

¿Qué harás, Geza?

El rubio se rió, despreocupado.

Nada, todo seguirá igual, jaja. Ella no tiene por qué saberlo —dijo, rascándose la nuca con una despreocupación que la sorprendió.

¿Por qué hiciste esto, eh? —preguntó Ilona, sintiendo un dolor en su pecho, no solo por la respuesta anterior, sino por lo que estaba a punto de escuchar.

Porque me dieron ganas, Ilona. Te vi así y, no sé, simplemente me dieron ganas de besarte —respondió con una desfachatez que la dejó incrédula.

Ilona lo miró, confundida y un poco dolida. ¿No le importaba su novia? ¿No le importaba cómo se sentiría ella por ser objeto de su deseo, especialmente después de lo que acababan de compartir? Las preguntas giraban en su mente como un torbellino, pero había algo más, una chispa de egoísmo que despertó en su interior.

Por un momento, dejó de pensar en los demás y se permitió cuestionar sus propios sentimientos. "Si a él no le importa su novia, ¿por qué debería importarme a mí?" Esa revelación la hizo sentir viva, el deseo reprimido aflorando entre las sombras de su mente. El tiempo parecía detenerse mientras continuaban caminando, el aire entre ellos cargado de una tensión nueva, una complicidad que desafiaba las normas que antes parecían inquebrantables.

Caminaron unos metros más hasta llegar al cruce de tres calles, donde a lo lejos se veía una avenida oscura y poco transitada. Geza tomó la mano de Ilona, guiándola sin decir nada, solo con ese gesto firme y natural. Ilona, con sus sentimientos enredados, lo siguió sin oponer resistencia, aunque en su mente trataba de justificar lo que estaba ocurriendo. Su corazón latía rápido, diciendo una cosa, mientras su cabeza intentaba gritarle algo completamente distinto.

Conversaron de temas intrascendentes, sin mencionar lo que realmente flotaba entre ellos, hasta que Geza, en tono juguetón, hizo una broma sobre volver a hacer lo que habían hecho antes. Ilona, casi sin pensar, soltó entre risas:
—Sabes que no me negaré.

Aquellas palabras, aunque dichas con ligereza, fueron el detonante para que Geza la tomara del brazo y la atrajera hacia él, sus manos encontrando rápidamente la cintura de Ilona, acercándola hasta que no quedara espacio entre sus cuerpos. La presión de sus cuerpos, el calor compartido, y el claro indicio de deseo se hicieron evidentes cuando Geza presionó su cadera contra ella, dejándola sentir lo que él no podía esconder.

Se besaron de nuevo, esta vez con una urgencia descontrolada, devorándose sin culpa, como si el mundo hubiera desaparecido y solo existieran ellos dos en ese rincón oscuro. Sus bocas se encontraron con hambre, sin remordimientos, los labios de Geza buscando cada rincón de Ilona mientras sus manos recorrían su cuerpo, pero el momento se interrumpió abruptamente cuando una mujer salió de una de las casas cercanas, sacando la basura.

Ilona y Geza, en una reacción rápida, se abrazaron, intentando parecer una pareja común, como si lo que habían estado haciendo momentos antes fuera completamente inocente. Pero Ilona no pensaba dejar que Geza se saliera con la suya tan fácilmente. Con una sonrisa traviesa, aprovechó el abrazo para castigarle por la vergüenza que acababa de hacerla pasar. Sutilmente, levantó una de sus piernas y la colocó entre las piernas de Geza, rozando deliberadamente la dureza que había estado ignorando hasta ese momento.

—Ilona... ¿qué estás haciendo? Mmmh... basta, nos van a ver, por favor... —susurró él, su voz ronca y cargada de deseo. Pero su súplica, lejos de detenerla, la incitó a continuar, moviendo su pierna lentamente, torturándolo de la misma manera en que él la había provocado antes.

Finalmente, la mujer regresó a su casa, dejando a los dos jóvenes solos de nuevo. Con los rostros aún encendidos por la intensidad del momento, se separaron lentamente, ambos sintiéndose incómodos y un poco avergonzados por lo que acababa de ocurrir. Caminaron en silencio hasta el punto donde siempre se despedían, y, como si nada hubiera pasado, se dijeron adiós, aunque ambos sabían que algo entre ellos había cambiado profundamente.

🤡𝓝º2🤡

Llegó noviembre, y una noche en la que ambos estaban desocupados, Geza e Ilona se encontraron hablando por teléfono, como solían hacer cuando sus horarios coincidían. Después de bromear un rato sobre sus amigos, el estrés de la universidad, y alguna que otra anécdota trivial, Geza, con esa sonrisa que Ilona ya podía imaginarse, lanzó una propuesta inesperada.

Oye, ¿te atreves a un reto? —dijo él con un tono pícaro.

Ilona levantó una ceja al otro lado de la línea, intrigada pero también divertida.

¿Qué tipo de reto? —preguntó, ya imaginando que vendría algo inusual.

El "Cold Shower Challenge" —respondió Geza, riéndose—. Todo el mes de noviembre, solo duchas frías. Y, para hacerlo más interesante... nada de "aliviar tensiones" por tu cuenta. Quien caiga primero, pierde.

Ilona soltó una carcajada incrédula, pero la idea la intrigó más de lo que hubiera querido admitir.

¿Y cuál es la apuesta? —dijo ella, cruzándose de brazos con una sonrisa en los labios.

El que pierda tiene que confesarlo, públicamente, en nuestro grupo de amigos... y además, paga la cena. —Geza hizo una pausa, esperando una reacción—. Claro, solo aplica a... ya sabes, cuando estás sola.

Ilona se mordió el labio, pensativa, pero no pudo evitar reírse otra vez. El reto le parecía tonto, pero algo en la forma en que Geza lo proponía, con esa mezcla de desafío y coquetería, la hacía querer jugar.

Hmm, ¿y si alguien más... te ayuda? —preguntó, con tono travieso, probando los límites del juego. Geza se rio.

Buena pregunta... pero la idea es resistir, con o sin compañía. Aunque no es trampa si no pasa nada más allá de lo que hemos hablado. —Su voz se tornó más baja, casi sugerente—. Lo interesante será ver quién tiene más autocontrol.

Ilona se quedó en silencio por un momento, evaluando la propuesta. Podía notar el subtexto en sus palabras, esa sutil invitación a ver hasta dónde llegaría su resistencia. Aunque la idea del reto era una excusa divertida, sentía que entre líneas había algo más.

Está bien, acepto —dijo finalmente, con una sonrisa que Geza pudo percibir aun sin verla—. Pero te aviso, no pienso perder.

Ya veremos —respondió él, claramente disfrutando del pequeño juego que acababan de iniciar.

***

Pasaron unos días y se volvieron a ver en ese parque cerca de la casa de Geza. La tarde había caído, y mientras caminaban, el aire fresco parecía cargado de algo más que palabras triviales. Conversaban de la vida, sin demasiada prisa, cuando de pronto Geza soltó algo inesperado, rompiendo la calma del momento.

Ilona, creo que Nora me hace lo mismo—dijo, sin mostrar el más mínimo rastro de vergüenza o arrepentimiento. Su tono era casual, como si intentara justificarse a sí mismo, buscando una excusa para lo que había hecho con Ilona y, quizás, lo que seguía deseando hacer.

Ilona levantó una ceja, más divertida que sorprendida.

¿Por qué lo dices? —preguntó, aunque su curiosidad era mínima. Más bien le resultaba entretenido ver cómo Geza, el siempre seguro de sí mismo, parecía un poco perdido en sus propias mentiras.

No sé, últimamente borra los chats con Lina... eso es raro. Y hace meses le encontré mensajes con otros chicos, pero no dije nada. Tengo ese presentimiento, ¿sabes? Como si ella me lo estuviera haciendo también. —Geza habló con una convicción forzada, casi buscando consuelo en su propia explicación.

Dieron vuelta en una calle oscura, tranquila y rodeada de casas grandes, pero apenas iluminada. El silencio que los envolvía era cómodo, casi sugerente.

Entonces, si crees que te lo está haciendo... ¿ya no te sientes mal por lo que pasó entre nosotros? —preguntó Ilona, esta vez con un tono más bajo, menos inocente. Había algo en el aire que los hacía descender lentamente hacia esos instintos que ambos trataban de ignorar.

Geza se detuvo y, con suavidad, tomó su cintura, atrayéndola hacia él. Su mirada no dejó lugar a dudas de lo que estaba a punto de decir.

Antes me sentía un poco mal... pero ahora pienso, si ella lo está haciendo, ¿por qué debería detenerme? Además... no me arrepiento de lo que pasó. Me pareció... lindo. —Su voz bajó, sus ojos brillaban con un deseo apenas contenido mientras sus manos jugaban con la tela de su chaqueta. Bajó la mascarilla de Ilona y la besó con una intensidad que dejó claro que lo que había entre ellos no era un simple juego.

El beso fue largo, pero cuando se separaron para tomar aire, siguieron caminando, tratando de aparentar normalidad. Rieron por tonterías, pero la tensión seguía en el ambiente, como una corriente silenciosa bajo la superficie.

Llegaron a la tienda de siempre. Geza compró cigarrillos, uno para cada uno, y caminaron de vuelta al parque. Esta vez, se sentaron en un muro bajo, el silencio entre ellos más íntimo que incómodo. Ambos bajaron sus mascarillas de nuevo y volvieron a besarse, los labios entrelazándose con una urgencia contenida. Aunque Geza intentaba mantenerse sereno, su cuerpo traicionaba su autocontrol.

Ilona, sin pensar demasiado, se acomodó contra él, dejando que su espalda rozara el brazo del rubio. Él la rodeó con sus brazos, pegándola más a su cuerpo, quedando ambos abrazados. El aire a su alrededor parecía volverse más denso, cargado de algo que ninguno de los dos mencionaba, pero ambos sentían.

De pronto, Geza inclinó la cabeza hacia su oreja y susurró, su respiración rozando suavemente su piel.

¿Puedo...? —dijo, sus dedos acariciando su abdomen, bajando lentamente. El ambiente a su alrededor parecía vibrar con una tensión creciente, mientras Ilona, con la respiración acelerada, se giró hacia él. El rubor subió a sus mejillas, el deseo y la incomodidad mezclándose en su expresión. Aunque lo deseaba, la situación la sobrepasaba.

Ilona tomó la mano de Geza en un intento de detenerlo, pero su mirada tranquila la hizo titubear. Él se inclinó hacia su cuello, besándolo lentamente, dejando que el calor de sus labios la envolviera. Cada beso era suave pero intencionado, desatando una oleada de sensaciones que la hicieron relajarse contra él. La mano que antes había intentado detenerlo ahora se desvanecía, dejándole el acceso que Geza buscaba con tanta calma.

Mientras ella intentaba contenerse, cubriéndose la boca para no dejar escapar ningún sonido, Geza la acariciaba con una lentitud que parecía diseñada para enloquecerla. Su mano se deslizó por su mejilla, un gesto lleno de ternura y deseo a la vez. Sus susurros, cargados de promesas y palabras seductoras, acariciaban su oído, y cada frase parecía intensificar el momento, envolviéndola en una burbuja donde solo existían ellos dos.

Geza bajó su mano por el cuello de Ilona, ejerciendo una presión suave, firme, que más que asustarla, la hacía sentir un calor cada vez más profundo. Su otra mano avanzaba con la misma confianza, tocando su piel con una mezcla perfecta de deseo y control, rozando su intimidad de una manera tan lenta y calculada que cada movimiento la dejaba deseando más.

Ilona, lejos de sentirse incómoda, disfrutaba el momento con cada fibra de su ser. Ajustó su abrigo para cubrir lo que Geza estaba haciendo, pero no porque quisiera detenerlo, sino porque esa complicidad entre ellos, esa intimidad secreta en medio de la oscuridad, hacía el momento aún más excitante. El tiempo parecía detenerse mientras los dedos de Geza la tocaban de manera tan sutil y provocativa que cada segundo se volvía una dulce tortura, manteniéndola en un estado constante de deseo, atrapada entre la realidad y el placer creciente que la envolvía, sin querer que ese momento terminara.

Mientras Geza continuaba, Ilona intentaba contener los gemidos que surgían inevitablemente de su garganta, cubriéndose la boca para sofocar los sonidos que se escapaban. Los besos que Geza dejaba en su cuello y sobre sus orejas enrojecidas solo intensificaban el placer que recorría su cuerpo. Cada caricia era más profunda y atrevida, sus manos deslizándose con un ritmo lento, pero cargado de deseo y tensión.

Geza... para, alguien podría vernos —murmuró Ilona entre suspiros, intentando recuperar algo de control cuando notó que una mujer pasó cerca, lanzándoles una mirada curiosa. Su voz, sin embargo, apenas tenía fuerza, y su resistencia se desmoronaba bajo las manos de Geza, que la mantenían atrapada en un remolino de sensaciones.

Lejos de detenerse, Geza intensificó sus caricias al notar la presencia de la mujer, tocándola con más insistencia, haciendo que Ilona se estremeciera aún más. A pesar de la posible atención de extraños, ninguno de los dos parecía dispuesto a parar. Ilona sentía cómo su cuerpo cedía completamente al deseo, dejándose llevar por las manos de Geza, atrapada en una ola de placer que no dejaba espacio para pensar en nada más que el presente.

No hagas ruido, te escucharán— dijo dándole un beso, mientras sus manos seguían jugando con el cuerpo de su amiga a su antojo.

Siguieron en ello un momento más, específicamente hasta que Ilona estuviera por acabar ahí mismo, al son de sus espasmos y gemidos ahogados, temblaba mientras su diestra agarraba el brazo de Geza apretándolo para que se detuviera, su rostro era un poema erótico sublime bajo la mascarilla.

En el preciso instante en el que un chispazo de gloria estaba por llegar Geza se detuvo abruptamente, le dio otro beso corto en la frente y la mejilla, se levantó rápido, se acomodó la ropa, miró a la castaña como diciéndole que se levante para poder caminar de regreso, Ilona empezó a acomodar su ropa, su cabello y aligerar su respiración; con un tanto de dificultad se puso de pie, sus piernas temblaban, pero era hora de la inexorable separación que siempre tarda, pero llega.

🤡𝓝°3🤡

Vinieron las fiestas nuevamente, comieron mucho, bebieron con sus familias y se saludaron como siempre con todo el grupo de amigos, todo era igual que siempre.

Solvieg estaba deseosa de ver a su mejor amiga, así que le escribió "Ilona, ¿salimos el 26?" la castaña rebosaba de alegría extrañaba a la pelirroja, así que habló con su madre esperando que le dé permiso para poder verla y pasarla bien.

Lo que Ilona no sabía, era que Solvieg, sin saber absolutamente nada de lo sucedido anteriormente entre Ilona y Geza, invitó al rubio a su salida de amigas, sin decirle nada a Ilona por alguna razón.

Geza llegaría como a las 6 de la tarde, ya que tenía cosas que hacer con su familia, y aquello también ayudaba a que las dos amigas paseen por el centro comercial buscando regalos para la  otra, comieran alguna de sus golosinas favoritas y de paso conversaran sobre tonterías como siempre. Solvieg traía buenas nuevas, ya que meses atrás había iniciado una relación formal con uno de los hermanos Kallenbach, Gustav, hecho que alegraba mucho a Ilona.

Estaba muy feliz por su tierna amiga del cabello de fuego, ya que ella siempre la aconsejaba, además de que era la única que la conocía mejor que nadie, lo que menos quería Solvieg era que le rompan el corazón a Ilona, ya que aún era inocente y se dejaba llevar por lo que las personas le decían; y pues era el turno de la bajita de tener a alguien para ella.

Gustav siempre la miraba y se volvieron cercanos con el tiempo, sabía que Solvieg tuvo encuentros ocasionales con su hermano Andrei, pero ya estaba en el pasado, solo querían amarse mucho y pasarla bien.

La tarde pasó rápido, las dos amigas caminaron hacia un parque grande donde pudieron fumar un momento y contarse más historias en lo que esperaban a Kóvacs, el cual llegó algo cansado después de una larga caminata hacia el parque.

-Casi no llegas- dijo la amargada pelirroja mirando con enojo al recién llegado, aunque al mismo tiempo se levantaba para abrazarlo.

-Exageras Solvi, también me alegra verte- dijo mientras la abrazaba y daba palmaditas en su cabeza. Volvió la mirada a la castaña y al separarse de Solvieg la abrazó susurrándole -te ves bien Ilona- suspirando despacio tras separarse.

Ilona miró incómoda hacia el suelo y solo se sentó en la banca del parque junto a Solvieg después de que el rubio le haga una seña para que se arrime, ya que este quería sentarse a su lado.

Hablaron, bromearon, fumaron otro tanto hasta que ya eran más de las 8, ya era hora de volver a casa, Solvieg vivía bastante lejos, era por eso que se debía retirar ya, esperaron que llegase su autobús y se despidieron con cálidos abrazos.

Otra vez solos, otra vez la tensión regresó, otra vez Geza hacía que Ilona se tense y pierda la cabeza. Dieron unas cuantas vueltas como siempre y hablaron de más tonterías, asuntos sexuales como es la costumbre entre otras cosas, todavía era relativamente temprano para ellos, así que la diversión estaba por empezar.

Caminaron hacia el parque de siempre, pero en el camino encontraron un grupo grande de gente, Ilona se tensó un poco y caminó mas lento al ver que estas personas conocían a Geza, lo notó gracias a que al divisar el rostro de uno de los chicos del grupo, abrió los brazos y dijo su nombre, estos corrieron hacia él y lo abrazaron.

-Miren si es el chico guapo- dijo uno de los chicos del grupo al separarse un poco el abrazo. Geza reía, eran sus amigos del rugby, el cual en su tiempo libre practicaba; intercambiaron palabras buen rato hasta que -Dejemoslo mejor que ya dejó a su novia solita- rieron, Ilona se sonrojó mucho.

-Oye Geza, ¿cuando llevas a tu novia al estadio para que te vea perder eh?- dijo otro amigo mientras reían alejándose de los dos, Geza rio fuerte y solo le dio una palmada a la castaña como diciendo "avancemos que se pondrá peor".

Ya cerca del parque y completamente solos, notaron unas escaleras desoladas, bueno, Geza las notó y jaló a la castaña hacia ellas con el fin de que sus ganas se sacien.

Se sentaron en ellas, todo fue silencio, miradas esquivas, ni un ruido de auto o personas, se miraron unos segundos, Ilona apartó la mirada, aquello bastó para que el rubio pierda la razón y se abalanzara sobre los labios de Ilona, tocara su intimidad, desencaje sus pensamientos, haciendo pedazos su alma.

Besos volaron, caricias y toqueteos peligrosos, fueron los puntos de partida hacia otro frenesí de emociones y erotismo.

Geza estaba bastante excitado, y de ratito en ratito tocaba su extensión.

-Tócalo- dijo el rubio llevando la mano de Ilona dentro de su pantalón para que lo tocara, ella se estremeció, era la primera vez que tocaba a un hombre, se encendió al instante y siguió sus instintos.

Geza hizo lo propio, llevó sus manos debajo del pantalón de su amiga y la tocó necesitadamente, volvieron a unir sus labios con hambre del otro, sus lenguas juguetearon y sus respiraciones chocaban, era completamente excitante, todos sus sentidos estaban sensibles y juntos sintieron llegar a tocar el zenit con tal placer que no se iban a permitir parar.

***

Las semanas pasaron, Ilona dejó de ver a Geza por la misma razón que no debieron empezar a salir y hacer cosas, Nora. Pero esta vez sería diferente, demasiado a decir verdad.

Ilona recibió una llamada de Michael, un amigo de la escuela secundaria que volvió de Polonia antes que la emergencia iniciara, conversaron amenamente y quedaron en salir el 04 de enero con más amigos de la secundaria para una especie de reencuentro, Ilona aceptó y esperó el día bastante emocionada.

Se encontraron y conversaron todos en grupo, pero algo era distinto, Michael había cambiado, ya no era el mismo niño bromista de antes, era serio, misterioso y altamente atractivo. Conversaron mucho y volvieron juntos a casa.

Ilona estaba en las nubes, solita soltaba suspiros sin darse cuenta, reía con Michael sin parar; caminaron hasta una calle un tanto desolada, Ilona hizo un movimiento rápido en un abrir y cerrar de ojos ya estaba besando a su amigo de la secundaria, el cual se lo estaba devolviendo con mucha lujuria.

Ilona y Michael eran ex de la secundaria, se quisieron mucho, era un cariño puro y tierno de niños, pero esta situación era totalmente diferente, tanto que nunca pensó que Michael siguiera sintiendo algo por él después de 6 largos años.

-Ilona, sal conmigo- dijo Michael entre besos, su tono era sincero pero cargado de lujuria. Ilona lo pensó un momento, pensó en Geza, lo que "tenían" era bueno como estaba, pero sabía que no duraría para siempre, y la amistad de Michael, que era muy importante para ella, ya estaba arruinada después de haber tenido aquellas interacciones impúdicas de pronto, pero también pensó, que Michael siempre lo quiso, desde pequeños, suena egoísta y engreído, pero era cierto, Michael estaba "secretamente" enamorado de Ilona, con todos sus arrebatos y llantos, después de verlo en todas sus facetas y modas a lo largo de la vergonzosa adolescencia, aún así seguía queriéndola, así que después de un silencio largo, Ilona aceptó y finiquitaron el encuentro vergonzoso pero tierno con un beso corto y muchos suspiros.

***

Rápidamente pasó un año, los dos enamorados forjaron una bella relación llena de amor y confianza, con su dosis necesaria de placer y deseos pecaminosos; todo iba de maravilla, se amaban mucho. Michael e Ilona cada día crecían más como pareja y el amor florecía con más fuerza, obviamente habían peleas y problemas como en toda relación, pero su amor fue más fuerte. Sin embargo, cierta persona no la estaba pasando muy bien, Geza, no tenía su relación bajo control, tras una discusión con Nora que inició tras ver nuevos mensajes que ella intercambiaba con otros chicos de manera sugerente, el rubio decidió terminar la relación de manera precipitada e impulsiva, pero después de juntarse para conversar salieron algunas cosas a la luz que en vez de arreglar la situación la empeoraron.

Después de su necesaria charla con Nora la cual realmente fue un intento patético de expiar culpas buscando un responsable de los engaños y la falta de atención a su novia, Geza decidió dejar su dignidad de lado, ya que como Nora estaba siendo "sincera" y admitiendo que cometió errores coqueteando con otros hombres, tuvo un enorme y bochornoso ataque de intensidad mezclado con honestidad barata y tergiversación absurda, en el cual terminó soltando todo lo que sucedió con Ilona, posicionándose como el pobre hombre caliente y triste que cayó ante las insinuaciones de su amiga mala y solo que solo rompe relaciones.

Terminó su pelea en un beso lleno de complicidad y en un suspiro donde saboreaban el monótono toque de la costumbre en sus labios, claramente decidieron darse otra oportunidad por enésima vez.

Un día después de la pelea Geza habló seriamente con Ilona iniciando con "la amo y es muy importante para mí" el monólogo enviado a la castaña, donde Geza explicó todo esto en un audio, de manera injusta e incómoda, que terminó con "ya no podemos hablar más Ilona, te bloquearé, ya no saldremos ni nada, adiós" dejando a la castaña con sentimientos encontrados, aunque no se sentía triste, solo se sintió miserable, no pensó que Geza podría ser tan patético y arrogante al mismo tiempo, rió para si mismo un momento, suspiró miró la televisión y puso su serie preferida, llamó a Michael, le contó lo que sucedió, ambos rieron burlonamente, estaban muy asombrados de la gran arrogancia del rubio, se dijeron algunas cosas lindas por el teléfono y colgaron.

🤡ℱ𝒾𝓃🤡

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