Prólogo


Corría lo más rápido que podía, el frío clima comenzaba a calar en su huesos y sus músculos comenzaban a sentirse entumecidos, podía sentar sus patas temblar y su cuerpo entero comenzaba a arder.

Su acaramelado pelaje se encontraba mojado entre una combinación de sangre y una sustancia líquida que asume antes era nieve, tenía un par de cortadas que se escondían entre su pelaje y una astilla clavada en una de sus patas provocaba que cojeara, el bosque comenzaba a notarse más oscuro cada vez, solo la luz de la Luna que se abría paso entre algunas ramas le permitían ver más allá. Sus patas dejaban una marca lodosa y sangrienta entre la nieve.

Sus ojos comenzaban a pesar entre sus cuencos y los párpados los sentía pesados, sus orejas se encogían con el frío aire golpeándolas y un pitido dentro de sus oídos lo aturdía, se sentía desconcertado y cansado.

Ya hace unos momentos había dejado de pensar en cuanto tiempo llevaba huyendo, sentía su corazón apunto de estallar por las altas palpitaciones que producía, el miedo corría por sus venas velozmente y necesitaba encontrar un lugar seguro antes de que se quedase dormido inconsciente en el suelo.

Se forzó a sí mismo en abrir los ojos, olisqueando a través del bosque para captar algo que no fuera el olor fresco a pinos, solo alcanzaba a ver árboles rodeándolo, ya ni siquiera sabía a donde se dirigía, había perdido el rumbo hace 2 kilómetros atrás.

Se tomó un minuto para olisquear de nuevo, su mojada nariz captando el olor a jengibre y chocolate, un olor característico que no sabía de donde provenía, ni a donde lo llevaría, pero algo dentro de él, un hilo invisible que tironeaba dentro de él; le decía que siguiese corriendo, que corriera hacia ese olor.

Él sonido de ramas quebrándose lo hizo dar un salto y comenzar a correr de nuevo.

Se abrió paso por el boscoso lugar, los árboles abriéndose espacio cada vez que avanzaba, dejando de estar juntos como una manada para que ahora solo hubiera uno cada tres pasos.

Se detuvo cuando una verja metálica obstruyó su paso.

Su vista comenzó a nublarse, sus huesos volvieron a su lugar con lentitud y cayó sobre sus rodillas; desnudo.

" hjelp."susurró, cayendo en la línea divisora entre el peligro y la salvación. [ayuda.]

-

"Vamos Harry." Su madre había entrado con premura a su habitación, el ruido de la puerta golpeando la pared lo había despertado. Su madre había agitado su hombro para después dirigirse a su closet con puertas de espejo. "Du må gå." [tienes que irte.]

Había sido levantado hace unos minutos, su madre lo había obligado a que se vistiese rápidamente. Podía escuchar a gente mascullando afuera de la casa.

"¿Que es lo qué pasa mamá?" Preguntó colocándose sus botas y recogiendo flojamente su largo cabello. "¿Donde está min far?" [mi padre.]

Su madre había sacando una de sus mochilas que solía llevar al colegio y comenzó a guardar su ropa sin cuidado alguno—las playeras y pantalones siendo arrugadas cruelmente dentro—.

"¿Hva gjør du?" Preguntó preocupado. [¿Qué estás haciendo?]

Su madre ignoró su pregunta y terminó de cerrar su mochila, sin hablar se había dirigido a la cocina, comenzó a revolotear por toda la alacena, sacando un par de barras con envoltura roja y agua embotellada. "Solo puedes llevar esto, o será mucho peso para ti, tendrás que cazar en el bosque." Su madre dijo y su voz se rompió.

Harry asintió sin siquiera saber a que se refería, ayudó a que su madre guardara las cosas en su desgastada mochila.

"Tus supresores." Su madre colgó la mochila en uno de sus hombros y empujó ligeramente a su hijo para que comenzara a moverse.

"Están en mi habitación." Harry parpadeo un par de veces para después dirigirse hacia el baño en su habitación y sacarlos de uno de sus neceseres.

Se los entregó a su madre quien los guardó en su mochila. "¿Podrías decirme que es lo qué pasa?"

"No hay tiempo, Harry." Le entregó la mochila pesada y se la colgó en su hombro.

"¿Acaso me están expulsando?"

-

Abrió los ojos con demasiada pereza, su boca se sentía seca y sus labios estaban partidos; podía saborear la sangre en sus papilas. Se resistió a su estado de cansancio y se forzó a sí mismo a levantarse, su cabeza comenzó a doler al instante y comenzó a dar vueltas.

Talló uno de sus ojos con las palmas de sus manos, se hizo un ovillo cuando el frío se coló a su cuerpo—aún estaba desnudo—.

Odiaba transformarse, genuinamente lo odiaba, por que implicaba quitarse la ropa y estar desnudo en medio del bosque, con cazadores o ellos cerca, definitivamente no era una buena idea.

Su mochila afortunadamente aún estaba a su lado, atarla a su tobillo había sido una gran idea.

Despertó por completo esta vez, desató la cuerda amarrada a su tobillo y la abrió con prisa. Sacó su playera y unos jeans y al final tomó su abrigo, solo entonces pudo notar que sus manos estaban violáceas por el frío y le dolían los dedos.

Sentía que se le caerían.

Una vez completamente vestido, se colocó en pie y colgó su mochila en su hombro, la nieve había mojado su ropa pero no tenía nada más seco. Colocó el gorro de su abrigo y comenzó a caminar, la nieve crujiendo bajo sus botas.

Tenía que ser silencioso.

Estamos bien, estamos bien.

A salvo, a salvo, a salvo.

Estaba parado a lado de un árbol, más allá miró la verja y más allá miró una manada.

Se quedó boquiabierto y con prisa se escondió detrás del tronco del árbol.

Manada, manada, manada.

Es una manada.

Es un lugar a salvo.

Su corazón se aceleró y sintió un nudo en el estómago; sintió ganas de vomitar y probablemente estaba pálido.

Una manada era un lugar, un lugar seguro, pero estaba en territorio de lobos.

Estaba en el territorio de un alfa.

Entrevió aún escondido, la nieve cubría todo el suelo y copos aún caían como cascada acumulándose en su inminente caída, más allá de la verja habían casas, casas de todos los tamaños y pintadas de un color afín, las calles estaban silenciosas y no había nadie aún caminado entre ellas—lo que significaba que aún era temprano y probablemente la manada aún no despertaba—.

Aspiró aire y percató todo lo que pudo.

El olor a pino y tierra mojada del bosque.

El olor metálico de la sangre de las cortadas en su cuerpo y su boca.

Y entonces esta ese olor, ese olor que lo atrajo en primer lugar.

El olor a jengibre y chocolate.

El olor que proviene de algún lugar o de alguien, que es potente y huele a dominancia; un olor que hace que le tiemblen las piernas y sienta que se asfixia.

Sintió un tirón dentro de él y soltó un gimoteo, uno agudo, uno que exigía que buscase de donde provenía ese olor...ese olor a jengibre y chocolate.

"Dritt." Masculló hacia el frío aire. [Mierda.]

Si lo veían ahí, lo acribillarían.

Si se quedaba, lo encontrarían.

Si se iba, moriría.

Despejó su mente y una vez más abrió su mochila, sacó la caja de sus supresoras y sacó una pastilla para beberla con un trago de agua.—Solo le quedaban dos más, dos más y ya no podría ocultar su olor—.

Tosió altisonante una vez tragó la pastilla y comenzó a caminar.

No podía irse, no podía quedarse.

Avanzó entre los árboles y entonces una idea se plantó en su cabeza.

Y no le agradaba.

Oh claro que no le agradaba.

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