16. Odiado invierno.
Ahí, de pie, en medio del lugar en el que muchas veces estuvimos deseosos de compartir, me derrumbé en el piso recargando mi rostro empapado sobre la mesa.
Sabía que aún faltaba más, me lo acababa de decir y yo no era ninguna tonta, evidentemente no se daría por vencido, yo no lo haría. Desplegaría sus armas, me lo haría pasar muy difícil y eso ya sería demasiado para mí.
El llanto brotó por varios minutos sin que pudiera detenerlo, mi vida se desmoronaba. Todo lo que soñé desaparecía en segundos. ¿Cómo se supone debía enfrentarlo?, ¿cómo olvidar que la causa de mi dolor era su propia madre?, ¿cómo evitar pensar que lo nuestro estaba marcado desde el principio?
No supe cuánto tiempo me quedé ahí. Tanto dolor me estaba consumiendo. Mi mente brincaba frenética, desquiciada, de un lugar a otro, buscaba una salida, la que fuera, pero para mi desgracia, a nuestros dieciocho años, no existía mucho qué hacer. Bien podíamos irnos lejos, buscar trabajos, subsistir, incluso decirle toda la verdad a mi madre, y prevenirla, y luego ¿qué? Ella lo tendría que dejar todo, contando con que no intentara hacer algo contra los padres de Liam, pues si lo hacía, no tenía la menor posibilidad de ganar. Por otro lado, él y yo, ¿qué clase de vida viviríamos?, ¿huyendo?, por supuesto también pensando que mi... exnovio no le dijera nada a petición mía, cosa improbable, los enfrentaría. Liam era frontal y entonces no tenía ni idea de lo que pudieran llegar a hacer y definitivamente no lo averiguaría. Ya tenía una pequeña cicatriz en mi cuero cabelludo que cumplía la función de recordatorio de lo que eran capaces si los retaba.
—¿Kyana? —No contesté porque simplemente no la escuchaba, era como si estuviera suspendida pensando en millones de caminos a la vez, una opción, su consecuencia, tristeza, otra opción, consecuencias, tristeza, en ese círculo me encontraba sumergida—. Kyana —su voz se hizo más aguda por la preocupación y perforó mi mente rompiendo con esa desastrosa obsesión—. Kya... hija... —Al sentir el contacto cálido de mi madre sobre mi mejilla aún húmeda, la enfoqué pestañeando varias veces—. Por Dios, mi amor... ¿Qué está pasando?, ¿qué te está poniendo así? —quise decírselo, confesárselo todo en ese momento. No pude, el nudo en la garganta creció más y la angustia me atacó sin piedad.
—Mamá... yo... preferiría estar sola —logré decir poniéndome de pie entumida. No tenía ni idea de cuánto tiempo duré ahí, pero... ¿qué más daba? Pasé a su lado y subí corriendo hasta mi habitación. Obviamente no se quedó tranquila, me siguió y entró sin más.
—Sabes muy bien lo que sucede y te exijo que me lo digas, ¡ahora! —Me senté en la cama mirándola con tristeza.
—Nada, es solo que... fue más difícil de lo que pensé terminar con él. —No habló por varios minutos, no se movió tampoco.
—¿Lo hiciste? —moví la cabeza de arriba abajo desganada y sin verla.
—Sí es tan doloroso, ¿por qué?
—Porque... así tiene que ser. —se acercó furiosa colocándose frente mí con los brazos en jarras.
—¡Basta, Kyana!... Esto ya no me está gustando nada, ¿a qué te refieres? Quiero que me lo digas de una vez.
—A eso, mamá. Por favor deja de imaginar no sé qué cosas, no me estás ayudando, él ha sido muy importante, claro que me duele lastimarlo, pero eso no me iba a hacer cambiar de opinión... Nada lo hará.
—No te creo, eres mi hija, no te creo. Y no sabes cómo me duele que no confíes en mí, que lo que hemos construido todo este tiempo no valió, ya que no logré lo único que esperaba conseguir cuando te tuve por primera entre mis brazos hace dieciocho años: tu confianza. Pero algo si te digo, Kyana, no quiero pasar un susto como el anterior, me prometiste intentarlo, hazlo, después de todo tú lo estás decidiendo así que no te quiero ver deprimida, ¿comprendes? —mi madre también lloraba por dentro y no sabía cómo evitar tanto dolor.
—Sí, yo lo decidí y te juro que estaré bien —fue lo único que logré prometerle. Acercó una mano hasta mi pómulo, la pasó tierna y dolida a la vez. Se hincó frente a mí buscando la verdad en mis ojos miel. Dejé de respirar sintiendo que la encontraría.
—¿Sabes qué siento? Que huyes, mi amor —El corazón se desbocó tanto que incluso mi pecho dolió y estuve a punto de poner una mano sobre la zona—. Júrame que nadie te hizo nada, que nadie te lastimó... No estás sola, hija, si alguien se atrevió a dañarte, tu padre y yo no descansaremos hasta que lo pague. Lo sabes. ¿Cierto? —Dios, ¿qué le decía?
—Mamá, te juro que no es nada de lo que conjeturas, es solo que... Liam no es para mí... y eso... duele.
—En eso no puedo meterme, por mucho que me agrade el chico y le haya tomado especial cariño, esas son tus decisiones, pero ¿Cómo no quieres que piense lo peor si no me dices nada?
—Confío en ti te lo juro, es solo que no hay más que contar. El hecho de ser yo la que ya no quiere estar con él no quiere decir que no me sienta pésimo, no deseaba lastimarlo —negó dándome un beso en la frente no muy convencida.
—Si deseas algún consejo, ya sabes que aquí estoy. No diré más, quiero pensar que eso es verdad —bajé la vista hasta mis manos sintiéndome miserable. ¿Cómo se supone debía manejar todo el dolor que estaba causando a las personas que más amaba en el mundo?
—Gracias y lo es, te lo prometo —salió dejando un torturante eco gracias al débil chasquido de la chapa. Una vez sola, aspiré profundamente más veces de las que supongo es sano hacer, pues de repente comencé a sentirme un poco mareada. Contuve la respiración un segundo entero y luego la dejé salir lentamente. Así sería mi vida y más valía lo enfrentara con entereza, de otro modo me consumiría.
Me di una ducha caliente intentando que el frío desapareciera, era como si me hubiera encerrado dentro de un congelador por horas. La sensación disminuyó, pero no desapareció. Me senté sobre la cama enfundada en un albornoz y rodeé mis rodillas recargando mi barbilla en ellas. Dejé que mi vista se perdiera en la ventana, necesitaba ver los árboles moverse con el aire nocturno y la luna, que aún estaba casi llena, iluminaba todo con su luz blanca, mágica.
Las palabras de Liam acudieron casi de inmediato a mi mente. Dios, solo logró que lo amara aún más si eso era posible. Cómo odiaba a esa mujer y qué miedo le tenía. De nuevo una lágrima salió sin ser solicitada. Él me olvidaría y yo... yo lo amaría por siempre. ¿Qué haría con ese sentimiento que me quemaba, que era dolorosamente parte de mi esencia, de mí ser, de mis entrañas?
Al día siguiente le pedí a Annie pasara por mí. A veces lo hacía, pronto mi auto estaría listo y sería mi turno de ir por ellos. Robert me saludó evaluándome. Me preguntó con los ojos si lo hice, asentí girando hacia la ventana. Annie notó que algo sucedía entre nosotros, no dijo nada, siempre era muy prudente.
Cuando ingresamos a la escuela sentí cómo una lápida caía sobre mí. Respiré hondo. No me doblegaría, no debía. Caminé, sin buscarlo, como solía hacer, pero era difícil, sentía que algo jalaba mi barbilla para que lo hiciese. Llegué a mi casillero con Robert al lado. Una flor naranja, como todas las que me daba, estaba ahí cuidadosamente colocada. Sentí ganas de llorar y un sollozo logró escapar. Hacer eso, solo complicaría más todo. ¿Cómo lo volvería a alejar?... Me quedé observándola por un momento sin tocarla.
—Mierda, no será fácil, Kyana —asentí sin virar hacia aquella voz que conocía muy bien todo lo que ocurría y que parecía estar igual de abatido que yo. La quité delicadamente y me la llevé a la nariz olvidando que no debía hacerlo, podía estar viéndome.
La puse cuidadosamente entre las hojas de uno de los libros que tenía dentro, sintiendo cómo mi amor así permanecería, encerrado, recluido en alguna parte de mi ser; jamás nadie abriría el lomo para sacarlo y hacerme revivir desde mi interior.
—Respira, ¿sí? Te veo en el almuerzo.
—Sí y... gracias —Me dio un beso amistoso en la frente y se fue.
Matemáticas fue tan larga como la agonía que sentía, que tenía por delante. Escuchaba a Lana parlotear sin parar sobre lo que se pondría para la fiesta de graduación y preguntándome una y otra vez qué colores prefería. Max en cambio, se dio cuenta de mi actitud con tan solo una ojeada a mi rostro. Me observaba buscando le dijera, qué era lo que me sucedía. Salimos rumbo a la cafetería una hora y media después. Caminé junto a ellos sin hablar. Me senté en su mesa dándome cuenta de que los desconcertaba no verme al lado de Liam, fingí indiferencia. Sentía su mirada, él estaba ahí, a unos metros, lo percibía...
Dios, eso solía encantarme de nosotros, no necesitaba hablar o tocarme para saber que estaba en el mismo lugar que yo, ahora eso se volvía en mi contra y dolía saberlo tan cerca. Me acomodé deliberadamente dándole la espalda, no resistiría verlo y todavía faltaba lo peor: literatura.
—¿Pasa algo entre tú y Liam? —preguntó Ray desconcertado. Negué bajando la cabeza, mi almuerzo era todo menos apetecible.
—Hola... —dejé de respirar. Era él y saludaba a todos como siempre. Chocó las manos con varios, cada tronido hacía sentir que mi corazón saldría por mi garganta—. Kyana, ven un momento —No lo pedía, lo ordenaba. Me levanté inhalando e intentando tomar valor para enfrentarlo de nuevo.
—Liam... estoy ocupada —logré decir anonadada por su devastada imagen. Ambos parecíamos unos guiñapos, su cabello lucía desordenado, pero no como solía, más bien descuidado, tenía ojeras, los ojos vidriosos y estaba algo pálido.
—Lo siento, tendré que interrumpirte —estaba... molesto. Max nos estudió comprendiendo qué era lo que sucedía. El chico por el que daría mi vida, me tomó del codo con decisión. Enseguida sentí la descarga, me zafé frustrada y enojada—. Vamos... —señaló hacia el jardín dándome a entender con esos estanques desanimados, que si me resistía, no se detendría. No lo tenté, sabía que si era preciso me elevaría y me llevaría en su hombro a donde quisiera ir, así era él. Caminamos uno al lado del otro sin decir nada, sin embargo, era dolorosamente consciente de lo cerca que lo tenía, de lo mucho que sentía por él. Cuando estuvimos solos me detuve.
—Liam... por favor no lo hagas más... —No me dejó hablar, tomó mi cuello con fuerza y me besó. Quise resistirme, quise aventarlo hacia un lado, no pude, mi cuerpo siempre hacía su voluntad sin consultarme cuando se trataba de él porque era suyo y vivía por su ser. Las lágrimas volvieron a salir, me aferré a su playera mientras Liam tomaba todo de mí sin limitarse ni un poco. Me separó lentamente sintiendo cómo su aliento acariciaba mi mejilla de una forma decadente, al ver las lágrimas en mis ojos las limpió culpable.
—Lo siento, Kya, pero sé que te estás engañando, tú también querías esto ¿Por qué nos lastimas y mientes así? —tenía las manos dentro de las bolsas de su pantalón, parecía completamente y absolutamente desesperado. El llanto afloró sin poder detenerlo, mis ojos se inundaron provocando que mi vista se nublara. Intentó acercarse a mí nuevamente, lo alejé de inmediato, poniendo una mano frente a mí.
—No, Liam... No, basta... no puedo estar contigo, por favor... compréndelo... te lo suplico —mientras hablaba y el agua que emanaba empapaba mis mejillas, fui consciente de su dolor de una forma aguda. Sentí algo en mi interior romperse, retorcerse, ¿en qué mundo yo podría soportar ser la causa de su sufrimiento?
—Jamás creí que terminaría, era algo que simplemente... no pensé sucediera, Kyana. Lo que te dije era verdad, es verdad... no sé cómo lograré vivir sin mi alma, te di mi corazón, me siento vacío, perdido. Por favor, recapacita, dime lo que está pasando, te lo ruego —Sus ojos enrojecidos soltaron aquel líquido salado, lloraba. Tuve que darme la vuelta para no verlo, su dolor era mío y más aun sabiendo que lo que yo le decía era una asquerosa y repugnante mentira propiciada por la persona que, se supone, más debía quererlo.
—Ya te dije lo que tenía que decir. Lo siento, no me gusta provocarte todo esto, estarás bien, por favor... no me busques... no lo hagas más difícil —tomó mi hombro haciéndome girar.
—No te reconozco, sabes que me estás matando, tú también estas muriendo con esta decisión... ¿Por qué lo haces?
—Debo irme, por favor... —Le rogué sollozando. Cerró los ojos y me soltó.
—No puedo retenerte a la fuerza, jamás haría algo que no quieras... pero, no esperes que comprenda todo esto.
—No lo espero, solo quiero que lo aceptes —sentí que con esas palabras se acababa mi alegría, enterraba mi alma, deshacía mi corazón y se abría un gran hueco en mi interior. Anduve de vuelta a la escuela, él se quedó ahí, observando cómo me alejaba.
Me limpié la cara en uno de los sanitarios intentando tranquilizarme. Entré a literatura aún con los ojos rojos, no estaba ahí y Kellan tampoco. Emma se sentó a mi lado con el rostro perturbado, pidió su cambio a esa clase hacía algunas semanas, obviamente por Kellan, ahora eran inseparables y ese chico necesitaba ayuda constante en esa materia, por lo mismo ella accedió.
—¿Es cierto? —Me preguntó en un hilo de voz. Asentí sin tener el valor para encararla. La escuché suspirar—. No puedo creerlo, Kyana... no de ti... no de ustedes —Me encogí de hombros intentando recuperar el aliento—. Pero si tú te ves... igual o peor que él... no entiendo.
—Emma... por favor, deja eso, no quiero hablar ahora —Mis ojos miel se lo pedían suplicantes. Puso una mano sobre la mía apretándola.
—Estás fría... ¿Te sientes bien? —cuestionó ahora preocupada.
—Sí... solo que no quiero hablar —Mi voz apenas si se escuchaba.
—Está bien, Kyana, no te preocupes, no te presionaré —Se lo agradecí mirando hacia el frente. No supe qué dijo el profesor de mi clase favorita, no me importó, mis pensamientos estaban demasiado lejos de ahí como para que tuviera alguna relevancia su cátedra. En ciencias Robert se sentó a mi lado sin decir nada, de vez en cuando me miraba angustiado. Él tampoco la estaba pasando nada bien, lo veía en sus ojos. Quedaban dos semanas de clases, no lograba imaginar terminarlas, me sacarían a pedazos de ahí.
En el siguiente receso me refugié en la biblioteca, no quería preguntas, no podía ver a nadie. Tomé un libro de ficción e intenté leerlo, necesitaba mantener mi cabeza en otra cosa, todo lo que estaba sucediéndome parecía tan irreal como lo que leía. Cuando sonó el timbre corrí hasta atletismo, me cambié más rápido que nunca y llegué a tiempo. Susan y Lana ya estaban en la pista. Él se hallaba ahí, escuchaba sus gritos de reclamo hacia alguno de sus compañeros. Se escuchaba rabioso. Intenté no mirarlo, sin embargo, no podía ignorar el hecho de que estaba a unos metros. Todo mi cuerpo despertaba con su sola presencia.
La hora y media transcurrió así; no se acercó como solía hacer, sentí su mirada sobre mí mientras corría alrededor de la pista, lo oí más que nunca dar órdenes sin contemplación. Liam estaba fuera de sí. Procuré hacer mi mejor esfuerzo para que la maestra Hilling no tuviera queja sobre mi comportamiento. En cuanto terminó, me cambié de prisa y desaparecí sin ser vista; sabía que las preguntas comenzarían y no me creía en lo absoluto capaz de contestarlas. No esperé a Robert y Annie, necesitaba pensar, caminar, estar sola.
Llegué a casa, cerré respirando profundo. Un día menos. Subí sin muchos ánimos y como si fuera una maldición, lo primero que vi fue su fotografía en la mesa de noche. Todo estaba tan impregnado de él, cada espacio, cada cosa. Los últimos meses se dedicó a meterse de una manera increíble en mi vida, tanto que ya no podía recordar cómo era antes de su llegada. Mi existencia se convirtió en la suya sin ni siquiera darme cuenta.
Observé mi habitación, no había un rincón que no tuviera que ver con él; tenía fotos por doquier, libros que me obsequió conociendo la afición que tenía por ellos. Mi colección de música se amplió de una forma escandalosa gracias a que no paraba de obsequiarme algo que pensara podría gustarme. Películas y una pequeña cantidad de peluches, que con el tiempo, comprendió no eran de mi total agrado. Y bueno, cientos de flores naranja que mantenía dentro de una caja de cartón, ya había perdido la cuenta, pero eran muchas. Cada vez que podía llegaba con una en mano o dejaba una sobre mis cosas sin que me percatase.
Me senté en la cama sintiendo que el mundo, mi mundo, se venía encima. ¿Cómo borraría todo eso?, ¿cómo lograría seguir adelante toda una vida? Me parecía imposible sin él a mí lado. ¿Por qué lo permití?, ¿por qué me dejé llevar de esa forma?... No había respuesta para eso, él jamás pidió permiso, fue tan sutil, tan natural, que nunca me fijé hasta qué punto nos compenetramos y hasta qué punto ahora dependía de su cercanía. Ser consciente de todo eso solo me hacía sufrir más, no porque me arrepintiera, eso jamás, sino porque era lo que quería, era al único al que le permití entrar a mi corazón, a mis pensamientos y a mi alma. Ahora tenía que dejarlo ir, no por las razones que siempre pensé me hartarían de una relación, sino porque para alguien, con una mente que no podía comprender, no era lo suficientemente buena, aunque sabía que él pensaba todo lo contrario.
La vida durante dieciocho años no me enseñó su lado cruel, su lado amargo, viví tranquila, rodeada de amor y aceptación. Digo... como todos, tuve mis problemas, sin embargo, no podía quejarme de nada. Pero ahora podía decir que al fin la conocía, que no solo era cruel, sino que era despiadada e injusta y esto para mí era un golpe mortal. Tenía que ser fuerte, tenía que hacer lo que debía. Mi madre, mi padre y yo dependíamos de eso, no podía arruinarles la vida, por mucho que eso implicara que la mía ya estaba completamente deshecha. Debía creer que mi juventud ayudaría, que sin poder creerlo del todo, algún día lo superaría, que si hacía lo que me pedía, la pesadilla terminaría y toda la gente que quería estaría bien y tal vez, con los años, lograría darle vuelta a la hoja más feliz y maravillosa de mi existencia.
Una rabia ensordecedora se instaló de pronto en mi pecho. Grité, me aferré a una de mis almohadas, la pegué a mi rostro y grité como nunca lo había hecho. Dejé salir todo el coraje, la impotencia, la frustración y el dolor. Las manos dolían por la forma tan intensa en que estrujaba aquel objeto, que en mi ilusión, era el propio cuerpo de aquella terrible mujer. No me detuve hasta que la garganta ardió, hasta que sentí me quedaba sin voz, pues había forzado tanto a las cuerdas vocales, que seguro no estarían precisamente alegres de la tensión a la que las acababa de someter, pero no sabía qué más hacer, si no sacaba de alguna forma todo aquello enloquecería o lo diría.
Preparé la cena, hice algunas tareas sin saber cómo y esperé en silencio hasta que mamá llegara. Cenamos sin hablar, no era que ella no lo hubiera intentado, solo que no encontraba eco en mí. Pronto se rindió y se dedicó a comer conformándose con mirarme. Al terminar subí, me encerré en la recámara, me senté en la esquina de mi cama, justo frente a la ventana, como comenzaba a hacer desde hacía unos días. Dejé que mis ojos se perdieran en las verdes copas de los árboles. Parecían presas de una canción de cuna, iban y venían al ritmo de un sonido inexistente, cuando lo hacían, mi dolor menguaba un poco, conscientemente me dejaba ir, con el mentón recargado en mis rodillas y la vista fija en algún punto que me provocara fugarme de lo que mi vida ahora era.
Mi móvil sonó varias veces, no lo contesté, ni siquiera lo miré, no importaba quién fuera, no quería hablar.
—Kyana... —El chirrido de la puerta me alertó, era mamá y tenía el teléfono de la casa en su mano. Me tensé—. Es Liam —Al escuchar su nombre regresó el dolor de inmediato, toda mi realidad se hizo presente en una fracción de segundo. No sabía si responder, lo estaba hiriendo demasiado—. Hija... ¿Qué hago? —enarcó las cejas expectante, la miré ansiosa. Resopló, enseguida colocó el teléfono sobre la cama a menos de un metro de mí y desapareció. Lo observé como si fuera un animal ponzoñoso durante algunos segundos. Con la mano temblando lo acerqué a mí.
—Bueno...
—Pensé que no contestarías —Su voz se escuchaba opaca, sin vida, igual que la mía. La grieta en mi interior se profundizó y alargó.
—Liam, ¿qué sucede? —No respondió enseguida.
—Necesito verte —apreté el aparato tan fuerte que de tener la capacidad, lo hubiera hecho añicos. Moría por decirle que yo también, no debía, tenía que lograr que lo entendiera.
—Por favor... no te hagas esto.
—Kyana, no puedo más, apenas va un día y no puedo más, te lo suplico —Lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por mis mejillas.
—Liam, compréndelo te lo ruego, date por vencido, olvídame... sigue tu vida por favor, esto... ya se acabó —El solo hecho de pensarlo, de decirlo, hacía que me dieran ganas de gritar de nuevo de angustia, de celos, de desesperación. ¡Mil veces maldita!, si tan solo hubiera existido una forma, una manera.
—¿Cómo puedes decirme eso? Dime, ¿cómo? No puedo, Kyana, sería como arrancarme la piel, no puedo, sé que nunca podré... ¿Por qué?... ¿Por qué insistes en mantenernos lejos?... Sé muy bien que no es lo que quieres y eso es lo peor, algo pasa, lo sé y me lo estás ocultando... Kyana —hablaba tan rápido y con tanta impotencia que apenas si le entendía.
—Liam, deja esto, déjalo ya... No hay nada, nada, simplemente se terminó, eso es todo —lo escuché resoplar.
—No me daré por vencido, eres mi vida y sé que estás sufriendo tanto como yo, lo veo en tus ojos, lo vi todo el día. No sé por qué lo hagas, no me importa, lucharé por ti, eres lo único en mi vida que vale la pena y no me rendiré... nunca... te lo juro —No alcancé a decir más porque colgó. Me quedé con el inalámbrico en la mano varios minutos llorando.
Esa noche busqué, como ya era costumbre, dormir. En momentos lo lograba; sin embargo, la angustia y el miedo se mezclaban de tal forma que me despertaba sudando, miraba alrededor para corroborar que todo fuera una pesadilla. Observé el amanecer desde mi cama sin ya poder cerrar los ojos, un nuevo día empezaba, el tiempo a pesar de todo no dejaba de caminar y no sabía si agradecerlo o molestarme.
Al llegar la hora en la que Annie pasaba por mí, salí apresurada con una manzana en la boca, iba un poco retrasada gracias a mi madre que me obligó literalmente a comerme todo el desayuno y como beso de despedida, me puso aquel alimento en la boca.
Al abrir la puerta de la camioneta negra Liam estaba ahí. Me detuve en seco. Comenzaba a pensar que iba a ser imposible dejarlo. Estaba recargado en ella y me observaba desde la distancia. Mis palmas sudaron, mi respiración se detuvo y el objeto que estaba entre mis labios salió proyectado hacia el suelo. Unos segundos después logré recuperar un poco la compostura, tomé la manzana y anduve con seriedad hacia él.
En cuanto lo tuve cerca, me di cuenta seguía con mala cara. Aun así, me miraba de aquella forma que me hacía perder la cabeza, el verde de sus ojos ese día no era tan brillante y el gris casi parecía inexistente.
—¿Qué haces aquí? —pregunté lo más indiferente posible.
—Vine por ti —lo decía como si fuese lo más normal del mundo. Negué bajando la vista hasta mis pies.
—No, Liam, no iré contigo —Apenas se escuchaba mi voz. Se acercó peligrosamente, di un paso atrás cuando lo tuve muy cerca, él se detuvo.
—Kyana, no me obligues, sabes que si es preciso te llevaré cargando, estoy cansado de este juego —alcé la mirada intentando parecer molesta, no pude, sus ojos eran pura tristeza y ansiedad. El nudo en mi garganta amenazó con ahogarme, logré hablar a pesar de ello.
—¿Juego?, no es ningún juego, Liam, ¿por qué insistes en hacerte daño?... Nada de lo que hagas hará que cambie de opinión —Se encogió de hombros intentando parecer indiferente.
—Eso ya lo veremos... ¿Vamos? —caminó con decisión y seguridad hacia el otro lado de la camioneta, no me moví ni un centímetro—. Kyana, sube —Ahora su tono era de molestia, lo ordenaba. Tragué saliva observándolo fijamente. Era tremendamente atractivo, su cabello rubio oscuro cayendo lacio desordenado por toda su cabeza y parte de su frente. Sus labios carnosos y sabía muy bien que suaves, sus manos, su enorme y maravilloso cuerpo que conocía de memoria. Negué.
—Perfecto —regresó hasta mí decidido. Supe lo que haría, abrí los ojos, él jamás se rendía. Como si estuviéramos jugando, caminé hacia el lado contrario y me dirigí a la puerta que ya estaba abierta. Escalé de inmediato cerrando enseguida.
—Me puedes obligar a subir, pero no a hablar —lo previne con indiferencia cuando se acomodó a mi lado. Asintió con los labios apretados. Medio segundo después ya estaba poniendo el motor en marcha.
—No importa que no hables, lo único que necesitaba con desesperación era verte y tenerte tan solo unos minutos así de cerca y eso... ya lo conseguí —odiaba su cinismo y por otro lado lo amaba con locura.
Fijé la vista por la ventana. Su olor me invadía como un recordatorio masoquista de lo que él y yo solíamos compartir, sentía que en cualquier momento perdería el control y lo besaría sin importarme todo lo que esa decisión podría acarrear. Bajé el vidrio de inmediato y poco me faltó para sacar medio torso por ahí, necesitaba un aire que no estuviera impregnado de su aroma—. Sé que deseas lo mismo que yo y no sabes lo frustrante que es no entender por qué te limitas, por qué no lo haces si mueres de ganas —Me paralicé, apreté mi mochila temerosa de que tomara la iniciativa como el día anterior—. No te preocupes... no lo haré... por ahora —parecía entre molesto y divertido, no lo comprendí. Lo observé turbada, no proyectaba ninguna de las dos cosas, en realidad parecía nostálgico y afligido. Tragué saliva con dificultad.
De pronto me di cuenta de que no íbamos rumbo a la escuela. De hecho ya la había dejado varias cuadras atrás. Lo encaré asustada, mis palmas sudaban, no podía respirar.
—¿Qué-qué haces? —logré preguntar. Liam no se movió ni un centímetro, ni siquiera parecía haberme escuchado. Continuó conduciendo a través de las calles del pueblo con absoluta calma. Empecé a desesperar—. Liam, no iré a ningún sitio contigo, llévame a la escuela ahora —Le exigí rogando que me hiciera caso. Por supuesto que no lo hizo. Comencé a morderme el labio compulsivamente, ya lo sentía nuevamente sangrar. Dios, si seguía así pronto tendría que requerir puntadas en esa zona de mi rostro.
—Deja de hacer eso —ordenó con voz plana. Pestañeé mirándolo demasiado nerviosa.
—Liam, por favor, no hagas esto... —No me respondió nuevamente. Me fijé en el camino. ¡No!, no podía llevarme ahí. ¡Maldición!—. Te juro que si no te detienes le hablaré a mi madre, ¡regresa ahora a la escuela! —Le grité fuera de mí. Ya íbamos llegando. Se estacionó donde solía. De inmediato intenté sacar el móvil, claro que le avisaría a ella, a Robert, a la policía si era preciso, no podía llevarme ahí, no lo superaría. Detuvo mi mano arrebatándome la mochila. Lo encaré asustada.
—No le marcarás a Irina, ni a nadie. Vamos a hablar de una vez, te guste o no —Él no era así. Negué mordiéndome nuevamente el labio. Recargó su frente en el volante y abrió la puerta de inmediato escapando obviamente de lo que mi maldito tic le generaba. Bajó con habilidad y comenzó a dar vueltas con las manos en la cabeza. Me estaba matando, me aniquilaba, me hería. Sentí una lágrima salir sin poder mantenerla por más tiempo dentro de su guarida. Aun así, no me moví—. Baja —lo escuché exigir con parte de su torso dentro de la camioneta.
—No —Le dio un golpe a la parte alta de la lámina, cerró con fuerza y se dirigió hacia mí. Abrió de un jalón.
—Baja —Me limpié las mejillas ya húmedas. Observó mi gesto desesperado, impotente, abriendo y cerrando las manos.
—Liam, te lo suplico, no aquí, quiero regresar —Negó perdiendo la mirada en el océano.
—Es la última vez que te lo pido, Kya, baja —sabía muy bien que de no hacerlo, me sacaría él mismo. Me giré temblorosa al tiempo que se hacía a un lado. Una vez abajo me abracé como si tuviese frío—. Vamos a la playa —retrocedí de inmediato aterrorizada. ¿Qué planeaba? Mi estómago estaba tan tenso que podía sentir los ácidos jugar en mi interior logrando que sintiera todo revuelto—. ¿Sí te das cuenta de cómo estás? No me mentirás más, me dirás de una maldita vez qué pasa, qué te tiene así. Me miras como siempre lo has hecho; sin embargo, pareces asustada, la sombra de ti misma —Me aferró por la muñeca y me arrastró prácticamente hasta donde deseaba. Yo ya lloraba desesperada. Me zafé en cuanto pude.
—No lo hagas, deja que me vaya —Le supliqué quitándome las huellas húmedas de mi dolor. Negó decidido viendo el reventar de las olas. No había nadie en aquel paraje y no era que le tuviera miedo, eso jamás, simplemente temía de lo que pretendía hacer para convencerme, para lograr que le dijera lo que ocurría.
—La otra noche... tu habitación, aquí... ¿Por qué lo hiciste si pensabas terminar conmigo? —abrí los ojos sin poder respirar bien. Se encontraba a menos de un metro de distancia viéndome de reojo con las manos en los bolsos de su bermuda.
—Yo... No tiene sentido eso —Me defendí. Lo escuché suspirar ahogadamente. Miró al cielo por unos segundos como buscando ahí algo que no lograba encontrar. Lo admiré sin poder evitarlo: alto, ancho, atractivo hasta lo inimaginable y el hombre más maravilloso que siquiera soñé encontrar.
—¿Sabes? Cuando entraste a aquel salón, tú primer día en el instituto, te vi. Te vi y pensé que estaba alucinando... Proyectabas una calidez que hasta ese momento desconocía... que nunca había visto en nadie. Te observé andar, estabas muy nerviosa, lo sé, sin embargo, entraste con asombrosa seguridad... —lo escuché olvidando que mis pulmones necesitaban oxígeno—. De inmediato me di cuenta de que parecía un estúpido observándote de esa forma y... decidí ignorar el hecho de que alguien así estuviera a unos metros de mí, de que una persona, por primera vez en la vida... lograra que dejara de pensar por un segundo en mi desastrosa y vacía vida... —giró hacia mí atravesándome con sus ojos grises—. Ahí, ese día... sentí que algo dentro, en mi interior se derretía. Te veía a lo lejos, siempre cuidando que nadie lo notara, reías tan dulcemente... —elevó una mano para acercarse a mi rostro, se detuvo con tristeza, con nostalgia—. Tu boca fue una de las primeras cosas que me noquearon, ¿sabes? Angosta, pero carnosa y de ese color sonrosado tan asombroso, aunque también tu cabello, en serio moría por saber cómo se sentía enredar una mano en él, la manera en la que te manejabas... en que te vestías, en la que mirabas. Todo me atrajo desde el primer momento... sin embargo, logré mantenerme ajeno, indiferente de cierta manera... No tenía ni idea que esa misma semana me llevaría la mejor sorpresa de mi vida. Cuando te vi acomodarte frente a mí en aquel pequeño cubículo, olvidé por un instante lo que estaba escribiéndole a Kellan, reí, pero no por lo que pensaste, sino porque no podía creer que el destino me estuviera haciendo eso, parecía una broma. Te juro que detuviste mi pulso... Por eso me porté así, por eso te pedí todas esas estupideces. Absurdo, cada cosa me intrigaba más de ti. Tú forma de hablarme, de verme sin temor, con desafío, tu inteligencia... Fue a partir de ese momento que ya no pude sacarte de mi cabeza y después de verte en la playa aquel fin de semana... Decidí que... te quería en mi vida... que no permitiría fueras de nadie, que... haría todo para que te enamoraras de mí... que esa boca... sería solo mía —Cada palabra que dijo, cada hermosa confesión me fue dejando heridas en el corazón que estaba convencida, ya nunca sanarían. No tenía idea de todo eso, ahora comprendía por qué decía siempre que fui difícil de conseguir.
—Liam... —susurré atónita, llorando sin remedio. Me tomó por la nuca y estampó sin más sus labios contra los míos. Mi interior gritó ya al borde de la desolación, mientras que mi cuerpo rodeó su cuello y lo besó. El roce se intensificó, me tenía bien aferrada, gemía desesperado mientras hundía su lengua como intentando marcarme de por vida. Respirar comenzó a costar demasiado trabajo. De inmediato fui consciente de mi estupidez, de lo que acababa de hacer. Me separé forcejeando. Al darse cuenta de mi intención me soltó. Sus mejillas también estaban húmedas. Nos miramos por varios segundos con las respiraciones a tope—. Si me vuelves a tocar... —No me dejó terminar porque volvió a besarme. El llanto se desbordó al sentirlo así, ansioso, desesperado, abrumado. Las campanas de alerta resonaron como si fuera una chicharra de enormes proporciones en mi oído. Lo aventé chillando. Me observó desconociéndome.
—Sé quién eres, no me engañas, aún me quieres... No dejaré las cosas así... —Me advirtió limpiándose con rabia los ojos.
—¡Esto se terminó! ¡Se terminó! —grité dejándome caer de rodillas sobre la arena.
—Dime de una maldita vez ¿qué hice, por qué? Cómo fue que arruiné lo único puro y limpio que he tenido en mi vida, cómo fue que estropeé mi felicidad, mi futuro... ¡Dímelo!... —sollozó con las manos en la cabeza. Liam también estaba rebasado.
—No tiene que ver contigo... sino conmigo... Por favor... Llévame de regreso —Se hincó frente a mí y acunó mi barbilla con firmeza pues temía que me quitara.
—¿Ves este lugar?... Obsérvalo y júrame aquí, ahora que lo dejarás atrás, que lograrás olvidar cada momento que aquí vivimos, júrame que no sientes nada al estar aquí... ¡Júramelo! —intenté quitarme, no pude.
—No hagas que te odie —solté ya sin armas. Pestañeó contrariado liberándome al fin. Se puso de pie aún turbado, asombrado. Me levanté con el rostro empapado, pero decidida. Si por algo nos siguieron esto me causaría un enorme problema, además, si seguía ahí olvidaría las razones por las que lo hería de esa manera—. Regresaré al pueblo... —anuncié caminando hacia la carretera.
—¿No hay nada que pueda hacer para cambiar esto? —lo escuché preguntar con un hilo de voz a mis espaldas. Negué sin mirarlo cabizbaja. Pasó a mi lado de pronto—. Vamos, llegarás al terminar la primera hora —cerré los ojos llorosos y lo seguí lentamente. El trayecto no era muy largo, no obstante, parecieron años ahí, adentro. La tensión era notoria, incluso se podía sentir cómo moléculas oscuras nos permeaban a los dos, como si se burlaran de nuestro dolor.
Llegamos quince minutos después a la escuela, no esperé ni un segundo más, no podía seguir teniéndolo tan cerca, oler su aroma dentro de ese reducido espacio. Bajé de un brinco y me alejé sin decir más prácticamente corriendo. Necesitaba con desesperación respirar aire totalmente libre de su olor, un sitio donde no lo evocara cada dos por tres, un lugar donde sus ojos grises no estuvieran clavados en mí, donde no pudiera sentir la tristeza que le provocaba u olvidaría todo y haría una estupidez.
De pronto vi a Annie y al resto frente a unos casilleros, el timbre sonó justo cuando crucé la puerta principal por lo que acababan de salir de la primera materia. Ni siquiera recordé que pasaría por mí. Me acerqué nerviosa mientras ella me sonreía con tristeza.
—No traes mejor cara... No arreglaron las cosas, ¿cierto? —fruncí el ceño confusa. Los demás nos escuchaban y esperaban mi respuesta con absoluta atención. Maldición, lo que me faltaba, que ahora buscaran reconciliarnos, si hace unos meses querían todo lo contrario.
—¿A qué te refieres?
—Liam me habló... él pasaría por ti, por eso llegas a esta hora ¿no? —apreté el tirante de mi mochila. Me sentí una tonta, claro que él le avisó, era típico de su comportamiento arrebatado, impulsivo. Lo que no lograba entender era cómo ella se prestó a eso. No le reclamé, no tenía sentido.
—Sí —contesté seria. Robert se puso a mi lado rodeándome por los hombros con una clara expresión de culpabilidad e impotencia, él se enteró justo cuando ya no hubo forma de detener la emboscada.
—Esto es cosa de pareja... mejor vayamos a la cafetería. Dejemos que Kyana y Liam arreglen sus problemas —echó una mirada reprobatoria a Annie y a los demás. Todos asintieron intrigados y se fueron un tanto decepcionados. Robert permaneció a mi lado pues la rabia y el dolor me anclaron al suelo.
—Ahora te alcanzo —le dije necesitando un momento de soledad. Me dio un apretón cariñoso en el brazo y se fue negando con la cabeza. Después de unos segundos decidí irme a perder nuevamente en la biblioteca y conseguí, con mucho esfuerzo, continuar con el libro del día anterior.
Ese hormigueo y esa sensación familiar comenzaron a envolverme, elevé la vista y lo vi. Seguro me siguió, se encontraba a unos metros recargando su rostro y hombros en uno de los libreros con los brazos cruzados observándome con infinita melancolía. Negó varias veces de forma casi imperceptible mientras su boca era una delgada línea. Agaché la cabeza para intentar continuar con lo que leía y conseguir perderme en el escrito. Obviamente no pude... Supe exactamente cuánto tiempo me estuvo observando. Cuando al fin se marchó, solté la respiración temblando. Dejé el libro a un lado, crucé mis brazos sobre la mesa y hundí el rostro en ellos. Intenté poner la cabeza en blanco, no quería sentir, no quería pensar, ya no podía más, esto parecía una película de terror, me estaba hundiendo en un abismo en el que sabía aunque opusiera resistencia me absorbería sin remedio.
—Aquí estás —No salí del escondite al escuchar la voz de mi mejor amigo. De pronto fui consciente de sus brazos en torno a mi cuerpo trémulo, al sentir su calidez mis defensas flaquearon y comencé a llorar contra su playera humedeciéndola por milésima vez en lo que iba de la mañana—. Eso está mejor... llora... llora —Y así lo hice, me sentía débil, vulnerable, sola, insegura, temerosa y terriblemente enamorada.
Acarició mi cabello durante varios minutos, sonó el timbre y continuamos ahí sin movernos.
—Tienes que ir... a clases —susurré hipeando contra su pecho.
—No... aquí me quedaré —Me separó colocando sus manos en mis mejillas—. Kyana, eres fuerte.
—Robert, siento que... ya no puedo más. Hace un rato me emboscó, me llevó a un sitio que significa mucho para los dos, fue horrible... —Ya en ese momento sentía al límite mis fuerzas y mi voluntad estaba sufriendo asombrosas embestidas que estaba segura en algún punto, se derrumbaría.
—Diablos... sabía que no se quedaría sin hacer nada. Pero, Kyana, tienes que poder. Dios... no sé qué decirte que te pueda hacer sentir mejor.
—Robert, debo irme a Monterrey cuanto antes... Liam no me dejará, siente lo mismo que yo, me conoce... —suspiró frustrado.
—Creo que... tienes razón. No cederá, jamás lo vi así, contigo es otro, eres su eje, por supuesto que no te dejaría así, sin más... Sin embargo, ya no queda mucho para que el curso termine —señaló triste.
—Me habla por teléfono, me sigue, va a mi casa, me observa, hoy me llevó a ese sitio... y hace unos minutos estaba de pie justo ahí —con mi dedo le indiqué dónde—. No me cree, me lo ha dicho muchas veces, no cree lo que le digo. Está convencido de que le estoy mintiendo, ocultando algo. ¿Qué hago?, ¿si le digo todo?, ¿si me arriesgo? —abrió los ojos atemorizado, nunca lo había visto así, palideció—. Robert, desde el domingo que intenté terminarlo me repite una y otra vez que no se rendirá, sabe que no soy sincera. Ayer me besó y hoy igual, no es tonto, sabe que aún lo amo y... el jueves se acaba el plazo.
—Kyana... —tomó mi barbilla con una seriedad que me erizó la piel. Sus ojos azules estaban clavados en los míos de una forma extraña—. Si le confiesas esto Liam no se quedará cruzado de brazos, no he querido decirte lo que sé por no atormentarte más, pero... sus padres, por lo que he escuchado en conversaciones entre mis padres y otros adultos en las que se supone yo no tengo ni idea, han pasado sobre mucha gente. Mierda ¿Cómo te digo esto? Si... ellos quieren... tú, tu familia, todo desaparecerá... ¿Comprendes? Kyana, ella no está jugando, con un chasquido de sus dedos todo lo que te dijo se hará, no juegues a la valiente. Te lo suplico, no soportaría saber que algo te ocurrió, por favor, estoy seguro que ni el mismo Liam es consciente de lo que sus padres son en realidad. Aquí todos tienen noción, saben que con ellos no se juega pues su cargo es importante y no toleran todo lo que no va con sus propios intereses. Sin embargo, yo sé que es cierto, la familia de uno de mis tíos ya fue víctima de sus maniobras sucias en los negocios, investigaron un poco y... decidieron dar la media vuelta y comenzar de nuevo en otra cosa. ¿Ahora entiendes? —Mis labios temblaban, mi cabeza daba vueltas, ¿cómo diablos me fui a meter ahí?—. Tú ya hiciste lo que te pidió, lo que Liam haga no lo puedes controlar, eso ella lo debió prever.
Giré hacia la gran ventana con la respiración agitada. ¿Si yo hubiera estado enterada de todo eso, lo habría evitado? No, él me atraía como la miel a las abejas, pero... si él sí lo sabía ¿Por qué permitió llegar a tanto? Me regañé de inmediato, no debía culparlo, era bastante probable lo que mi amigo decía. Es más, estaba convencida de que si Liam hubiese imaginado algo como esto, jamás hubiera permitido que avanzáramos, nunca.
Me perdí en el jardín con la mirada de nuevo vidriosa, cada pestañeada laceraba mis globos oculares, aun así, derramar ese líquido salado era mi único consuelo.
—No lo culpes de todo esto —volteé asombrada por lo bien que me conocía—. Liam te ama sinceramente, Kyana, ahora sé que jamás te hubiera expuesto, era de esperarse que reaccionara de esta forma, si nadie puede creer que no estén juntos... ahora imagínate a él, no lo va a aceptar fácilmente, solo basta verte para saber que la estás pasando igual o peor que él, tus ojos están enrojecidos y parece que no has dormido bien en días, te encuentras algo pálida —puso una mano sobre la mía sonriendo con tristeza—. Kyana, no es tu culpa, ni la de él. Por favor, deja que las cosas fluyan y tú mantente firme. Es lo único que puedes hacer, si hubiera otra manera, una solución, te juro ya te la hubiera dicho, llevo días devanándome la cabeza ideando algo, pensando en una salida, no la hay y no tienes una idea de cómo lo siento —asentí vencida.
—¿Cómo lo alejo, si es tan difícil?, me atrae como un imán, siempre ha sido así, es como si... no supiera dónde termino yo y empieza él —Le confesé angustiada, sonrió con ternura al escucharme.
—¿Sabes algo? A pesar de todo esto, Liam tiene mucha suerte de sentir lo que siente y de que alguien como tú le corresponda de la misma forma. Siento pena por él, tener unos padres como los suyos, nunca fue envidiable... —abrió muchos los ojos afianzando lo que decía—. Ha de ser una pesadilla, date cuenta de hasta dónde puede llegar a cambiarte la vida una familia como la que tiene... Solo espero que no pierda las agallas que le he visto emerger últimamente y logre defender lo que quiere, que no vuelva a ser lo que solía y que... algún día logre llegar a ti nuevamente.
—Robert... —musité con agonía al escucharlo hablar de esa forma.
—Es cierto, Kyana, no puedes esperar que esto jamás salga a la luz, por muy intocables que sean, tiene que suceder. Un error, algo y... cuando eso suceda espero se hundan en su propio fango como las alimañas de pantano que son, ese sería un castigo perfecto para personas con tanta soberbia como ellos, e imagínate que su hijo, justamente él, fuera su verdugo, eso sí sería épico —intenté imaginarme la escena, no pude, probablemente él jamás lo supiera y si algún día se llegaba a enterar, ya tendría su vida hecha y yo sería solo un recuerdo de la adolescencia al que ya no le daría mucha importancia. No cambiaría en nada el hecho de que supiera la verdad, en nada.
—Ojalá que eso no suceda, ellos nunca han tenido una buena relación... prácticamente no la tienen, si se entera podrían empeorarse las cosas, ¿imagínate saber de lo que son capaces tus padres?, eso sería terrible, muy doloroso. Incluso, aunque yo ya no sea importante para él, la traición le dolerá, preferiría que las cosas quedaran así. Más dolor, más rencor, ¿para qué?, nada cambiaría lo ocurrido —pensar que Liam pudiera sufrir más, era algo que no podía aceptar sucediera; conmigo bastaba y con lo que él sufría ahora ya era suficiente. Sabía que su niñez no fue fácil y mucho menos feliz a pesar de que no hablaba mucho de esa época de su vida y aunque odiaba a esa mujer no quería por ningún motivo que Liam lo pasara peor, lo amaba demasiado como para eso.
—¿En serio, Kyana?... ¿Lo quieres tanto que preferirías jamás lo supiera? —parecía sorprendido, incrédulo. Lo observé por unos segundos fijamente.
—Lo amo más de lo que pensé y eso sí, ni ella ni nadie jamás lo podrán cambiar, no quiero saber que sufre más, no quiero —pestañeó varias veces como acomodando esa información en su cabeza.
No continuamos con lo mismo, no tenía sentido, así que el resto de la hora se dedicó a conversar sobre otras cosas. Logró distraerme un poco, cosa rara en los últimos días. Definitivamente se había convertido en mi mejor amigo de la misma forma en la que Liam se volvió mi corazón, imperceptiblemente.
En ciencias nos tocaba juntos así que fue fácil mantener el mismo estado de ánimo. Por otro lado, todos ya se habían dado cuenta de que algo no iba bien entre Liam y yo, así que intentaban reanimarme y no tocar el tema a pesar de que cada vez se llevaban mejor.
El segundo receso no me dejaron sola, por supuesto intenté escabullirme hasta la biblioteca otra vez, no obstante, Emma se colgó de mi brazo impidiéndolo y comenzó a decir algo sobre Kellan. Sin que me diera cuenta, ya estaba de pie junto al resto de mis amigos en el gran jardín donde solían estar. Ray me ofreció, sin decir nada, los apuntes de literatura que perdí ese día, lo acepté intentando sonreír. Me acomodé junto a ellos en el pasto y comencé a copiarlos atenta.
—Hola, chicos —era Kellan, elevé los ojos en automático, me observaba entre molesto y confuso. Todos lo saludaron como solían. Rodeó a Emma por la cintura susurrándole algo al oído, ella asintió mirándome por un instante y dos segundos después desaparecieron. Supe que ese comportamiento extraño tenía que ver con él, aun así, regresé mi atención al cuaderno. Era obvio que mientras yo estuviera ahí, se volverían a dividir.
En historia, Emma, estuvo especialmente parlanchina. Parecía muy feliz con Kellan y él ni se diga, de verdad la quería. No me preguntaba nada, pero me estudiaba muy atenta, evaluaba mis reacciones, mis escuetas respuestas.
Al terminar salí a paso veloz despidiéndome sin esperarla. Anduve hasta mi casa temerosa de que apareciera, no fue así. La tarde pasó lenta, la mayoría del tiempo estuve de nuevo perdida en el paisaje que me regalaba mi habitación hacia el exterior. Mi móvil sonó justo antes de que mi madre llegara. Extendí la mano y por inercia contesté.
—Diga —musité fatigada.
—Veo que no está siendo nada fácil —Me congelé, todo dentro de mí lo hizo. Pestañeé varias veces al escuchar esa voz, a la que tanto miedo le tenía. ¿Cómo fui tan estúpida? Me alejé del aparato para ver el número, aparecía como privado. Pensé durante unos segundos si continuar con la llamada o simplemente mandarla al infierno, de donde estaba segura provenía. Recordé las palabras de mi amigo. Cerré los ojos de nuevo entrando en un ataque de pánico y lo acerqué de nuevo a mi oreja temblando.
—¿Qué quiere? —pregunté tratando de maquillar mi voz, no le daría el gusto de que supiera cómo me tenía.
—Recordarte el trato que tenemos, te dije que te quiero lejos de mi hijo.
—¡Eso he intentado hacer! —argumenté furiosa. Apretaba tanto el móvil que mi brazo ya lo sentía hormiguear.
—No ha sido suficiente, muchacha.
—Le dije que no me creería.
—Ese no es mi problema, no te quiero ver cerca de él por mucho que insista, ¿comprendes? —Me di cuenta de que hablaba por lo ocurrido ese día en la mañana—. Todo sigue igual, no lo olvides, jamás lo olvides, si es preciso tatúatelo en tu cerebro. ¿De acuerdo? —colgó dejándome perpleja e hiperventilando. Escondí mi rostro entre las rodillas flexionadas e intenté recuperar el control de mí misma.
Cuando mamá llegó, yo aún no me recuperaba. Bajé a cenar para no alarmarla más. Continué muda. No quería mentirle, nunca lo había hecho y si hablaba, sobre lo que fuese, mentiría, así que preferí no decir nada.
—Kyana, estás muy pálida —Negué comiendo un poco de pasta—. Veo que hoy va a ser igual que ayer, igual que desde hace casi una semana... —Su voz tenía un tinte de amargura y reclamo—. Este fin de semana no estarás y el que sigue por como veo todo te irás... Pero es evidente que no te importa, veo que eso que traes en la cabeza no te deja cerrar bien las cosas. Me da mucha tristeza, hija, verte así. Es como si te hubieran cambiado, como si no fueras tú. Me duele ver tu rostro, saber que sufres mucho y no saber por qué... Kyana, a mí también me lastimas con todo esto, me siento muy impotente, desesperada, agobiada. ¡No me dices nada! —posé mi atención sobre ella sintiendo de nuevo lágrimas asomarse. Odiaba hacerla sentir mal, nunca gocé con ello, por eso me fui a vivir ahí con ella. Y ahora no lo podía evitar.
—Mamá, te amo... Te juro que no hay nada qué decir —musité con voz débil y entrecortada. Puso una mano sobre la mía al escucharme.
—Yo también te amo, mi vida, pase lo que pase, decidas lo que decidas siempre será así... eso no lo dudes. Es solo que veo cómo estás echando todos tus sueños a la borda sin siquiera dudarlo, me asusta —No abrí la boca, no había nada qué decir—. Está bien... veo que me quedaré igual; seguirás sin decirme lo que sucede. Te juro intento respetarte, pero a veces no puedo, no cuando veo tu carita, tus ojeras, cuando sé que no duermes bien y que lloras sola, no cuando veo cómo te pierdes en esa ventana que parece ser la única que sabe lo que te ocurre... Soy tu madre y jamás dejaré de preocuparme por ti y créeme... nunca podrás engañarme —miré mi plato con atención y enredé el espagueti en el tenedor sin muchas ganas—. Eres como una velita que se está consumiendo... —Me metí un bocado a la boca intentando no llorar de nuevo. El resto de la cena estuvo envuelta en un silencio aplastante y molesto que ninguna estaba dispuesta a interrumpir.
Cuando terminamos, decidí leer en la recámara que improvisamos hacía unos meses para que Raúl durmiese. Era el único espacio en el que no había nada de él. Sin saber cómo, me quedé dormida con el libro sobre mi regazo y con la ropa del día.
Por la noche soñé con la llamada de la madre de Liam, me desperté empapada en sudor aferrada a la almohada muerta de miedo. Por un momento sentí que le hacía daño a mamá. Lloré desesperada de solo pensarlo, fue tan real que me puse de pie y caminé ansiosa, pero en silencio hasta su habitación. Ella solía dormir con la puerta abierta, me asomé con el corazón aún desbocado y ahí estaba completamente dormida. La contemplé un rato, si le sucedía algo por mi culpa no podría vivir.
De pronto se movió y palmeó un lugar en el espacio vacío del colchón.
—Ven, mi cielo... duerme —No comprendí cómo se dio cuenta de que yo ahí estaba, pero no dudé, me acosté a su lado mientras ella me rodeaba. La necesitaba, la necesitaba mucho—. Cierra los ojos y duerme, mi amor, yo te cuidaré —Ahí, entre sus brazos, el miedo era menor, logré conciliar de nuevo el sueño.
Para mi asombro dormí mejor que las últimas cinco noches, incluso fue ella la que me levantó por la mañana. Me duché sin mucho ánimo. Miércoles. Mi coche lo entregarían por la tarde, ni eso me motivaba. Desayuné de prisa y antes de la hora en la que solían ir por mí, salí de casa, no me podía arriesgar a que Liam tuviera otro arrebato y que su madre me volviera amenazar.
Llegué y me fui directo a matemáticas sacando rápidamente mis cosas del locker. Me sentía una fugitiva, lo cierto era que no tenía muchas opciones. En la escuela todavía no se escuchaban los bullicios, era temprano. Me senté donde siempre y esperé leyendo el libro que se estaba convirtiendo en mi única compañía.
A los minutos, mis compañeros comenzaron a llegar al igual que Lana y Max. Ambos continuaron junto a mí como el día anterior. Cuando terminó la clase Ray y Billy ya estaban afuera del salón, me arrastraron a la cafetería y no tuve más remedio.
De verdad agradecía sus intenciones, pero prefería alejarme. Liam no estaba ahí, lo sabía. Intentaron hacerme reír, distraerme y aunque a veces lo lograban, me sentía ajena a todo, como si estuviera a muchos kilómetros de todo lo que ellos decían. En literatura entré junto con el resto y lo primero que vi, fue a él. Estaba sentado donde solíamos sentarnos y me observaba con profunda tristeza y añoranza, lucía pálido y bastante desmejorado. Agaché la mirada, sintiendo un vuelco en mi estómago mientras caminaba por el último de los pasillos para acomodarme junto a los chicos. Nadie dijo nada, se limitaron a hacerme un lugar y a sonreír. Sentí sus ojos clavados en mi espalda toda la clase, no lo había visto desde el día anterior cuando me observó en la biblioteca. Su presencia alteraba todos mis sentidos, aceleraba mi pulso y secaba mi boca; aún tan descompuesto como se encontraba, era demasiado guapo, de verdad me volvía loca. Fue el primero que salió cuando el timbre sonó, huía. Me sentí muy culpable por lo que le estaba provocando, mi dolor me consumía, pero el suyo estaba terminando conmigo.
Inglés era la tercera clase de ese día. Salvo las sonrisas burlonas de Jane y Cate, nada fuera de lo común.
En cuanto entré a historia vi a Emma, no había hablado con ella en todo el día ya que estuvo con Kellan. Me senté a su lado, callada.
—¿Estás decidida a permanecer muda? —volteé extrañada al escucharla. No estaba molesta, parecía preocupada mientras me sonreía tiernamente—. No me mires así, en los últimos días apenas si te he escuchado decir una palabra... Kyana ¿qué sucede? —puse toda mi atención en mi cuaderno sintiendo un nudo en la garganta. La quería mucho, pero no podía saber, era novia de Kellan y... ya había implicado a Robert en todo esto, no debía hacerlo con alguien más. Colocó una mano sobre la mía—. Estás pálida y ojerosa, no hablas, no ríes... en serio todos estamos muy preocupados... incluso... él.
—No es nada, Emma, es solo que... me siento un tanto presionada, me gustaría que dejaran esto en paz —logré decir en susurro. La escuché suspirar.
—Mírame —Me exigió. Levanté los ojos lentamente haciendo lo que me pidió—. Kyana, todo esto es muy extraño, tú no eres así, no actúas así... No me engañes, no lo hagas... Porque aunque jamás me digas qué es lo que te ha llevado a tomar estas decisiones nunca podré creer que es porque quieres. Liam está mal, tú estás mal, sufren mucho por estar separados, él insistirá... —cerré los ojos con fuerza sintiéndome agotada de todo aquello, era como si me encontrara en medio del mar y por mucho que braceara no llegaba a tierra firme.
—Dile que no lo haga... no cambiaré de opinión y no regresaré con él, Emma, haz que lo entienda de una vez.
—¿Y crees que me escuchará?... Olvídalo. Para él eres... todo, parece que le arrancaste la vida, Kyana —entendía muy bien esas palabras, era justo lo que sentía. El profesor llegó en ese momento y entró de lleno a la clase. Permanecí en silencio, sentía unas ganas enormes de llorar, de salir corriendo y decirle a Liam toda la verdad. Pero no podía ni en ese momento... ni nunca y la situación ya rayaba en lo ridículo, ahora todos intercedían por él, por mí.
Annie y Robert me esperaron afuera para que no lograra fugarme, no dijeron nada mientras nos dirigíamos al auto. En el trayecto no se dijo ni media palabra y solo hablé cuando me tuve que despedir de ellos. Sentí sus ojos observándome mientras caminaba hasta la puerta de mi casa. En cuanto estuve adentro me recargué en ella sintiendo que el llanto se desbordaba, me dejé caer resbalando mi espalda por la madera hasta que quedé completamente sentada en el piso sollozando desesperada.
Media hora después, logré hacer la cena y esperé sentada en el comedor a que llegara mamá.
El resto del día fue igual que los anteriores, con la diferencia que mi auto llegó después de la cena. Esa noche volví a tener pesadillas y terminé de nuevo en cama de mi madre, ese era un lugar seguro, sentía que sus brazos me protegían, eran como un escudo contra mis miedos.
El jueves estuve con los nervios de punta, ese día se cumplía el plazo. Yo ya había tirado mi vida al drenaje, así que esperaba que fuera suficiente para ella y no me buscara más, no quería volver a escuchar su voz en mi vida.
No pude comer en todo el día y el sonido de cualquier móvil me ponía en alerta de una manera enfermiza. Llevé a Robert a casa, ya que Annie tuvo que quedarse. No pudo sacarme ni una palabra en el trayecto, estaba igual o más preocupado por mí que el resto. Lo cierto era que no podía actuar de otra forma, ya había hecho lo que debía y eso era una cosa, pero enfrentarlo con una sonrisa en la cara era otra muy diferente. Mi exterior no proyectaba ni una cuarta parte de lo devastada que me sentía por dentro.
—Kyana, te ves... mal —dijo frente a su casa con el semblante triste, desencajado. Asentí mirando hacia el frente sin soltar el volante—. Sé que no puede ser de otra forma, pero... me da miedo, esto está acabando contigo... Estoy preocupado. Déjame ayudarte... no estás pudiendo sola, es evidente —se encontraba sentado con su cuerpo girado hacia mi dirección, consternado.
—Robert, mi vida se terminó. Dejaré a mi madre... No podré regresar jamás aquí sin que ella se entere... Lo dejé a él, no me quedará nada de este sitio, ¡nada, absolutamente nada! —grité al final. Estaba muy alterada, pero él me escuchaba sereno—. No podré estudiar donde soñé, con quien soñé, los dejaré a ustedes... ¡¿No entiendes que me arrebató todo?!... Me siento vacía, sola y de solo pensar en lo que viene siento ganas de gritar. ¡No puedo más, Robert!, no puedo más —el llanto no me permitió seguir hablando. Me acercó a él y me abrazó protectoramente.
—Eso, Kyana... desahógate, no es para menos. —Y eso hice.
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