15. Fin de mi primavera.
Cenamos en silencio, sabía que tenía que hablar con ella. No encontraba la forma.
—Kyana, no de nuevo por favor, me lo prometiste. Desde ayer no sé qué te sucede, apenas si comes y tu cara... lloraste toda la tarde... —no era una pregunta, lo afirmaba. Tomé aire y la miré.
—Mamá, he decidido que quiero estudiar en México —escupí sin más. El tenedor se le cayó sobre el plato generando un ruido sordo que no logró inmutarme.
—¿Qué?, ¿por?
—Porque... ya lo pensé y eso es lo que quiero —distanció su comida y me observó confusa arrugando la frente. No se la tragaba, obviamente.
—No, señorita, las decisiones no se toman a la ligera. Tú no eres así, durante meses no te cansaste de decir que lo que más querías era ir con Liam a la universidad, ¿Por qué cambiaste de idea?, ¿te peleaste con él?, ¿él quiere ir ahí? No comprendo y exijo que me expliques.
—No, no es eso —evadí sus ojos chocolate dedicando toda mi atención al cubierto que tenía entre mis dedos.
—¿Entonces? —Parecía molesta, bastante.
—Mamá... creo que yo... ya no quiero estar con él... —abrió los ojos y pestañeó varias veces. Pobre, la estaba volviendo loca de verdad.
—Kyana, es una broma. ¿Cierto? Digo, tú puedes decidir con quién estar, pero esto es abrupto, salido de la nada, ayer los vi y estaban perfectamente bien, así que no te creo. ¿Qué ocurre? —ese tono de voz en ella lo desconocía. Enarcó una de sus cejas esperando, tamborileando los dedos sobre la mesa.
—Nada y no, no es broma, es la verdad, ya no quiero estar con él y quiero ir a México, quiero estudiar allá... Eso es todo —soné más firme de lo que creí, retiré también mi plato y la confronté sin titubear. Estaba completamente desencajada, confusa, perdida.
—Escucha, hija, sé que no te he dado un ejemplo que pueda guiarte cuando cruzas momentos complicados con un chico, pero no siempre la solución es mandar a volar todo, además no es maduro tomar decisiones arrebatadas, guiadas por el enojo, por el impulso del sentimiento. —Me levanté de la mesa mirándola severa.
—Yo ya no sé lo que siento, después de todo estoy muy joven para una relación tan seria, mi papá te lo dijo cuando vino y creo que tiene razón... No quiero ir allá con él, quiero ir a México, no estoy lista para algo tan formal, así que... ¿Me vas a apoyar o no? —me observó asombrada ante mi reacción. Jamás me ponía así y mucho menos le hablaba de esa forma. Fuera de enojarse, respiró varias veces colocando sus dedos en el puente de su nariz.
—No puedes estar cambiando así de opinión...
—Nunca lo he hecho, siempre he permanecido estable, si no hubiera sido porque nos vinimos aquí a vivir por «tu» trabajo, hubiera terminado mi escuela con las mismas personas que conocí desde pequeña, con los amigos de toda mi vida. Así que no es impulso, no es enojo, no es nada, salvo que no deseo enfrascarme en una relación tan absorbente, quiero mi espacio, mi tiempo —sabía que lo primero que le dije fue un golpe muy bajo, sin embargo, necesitaba que me dejara ir, era por su bien. Bajó la vista demasiado contrariada, acerté y eso me dolió.
—Jamás he tenido quejas sobre ti, es solo que me parece muy extraño todo esto, lo que dices no tiene sentido... pero si es eso lo que de verdad deseas veremos qué se puede hacer a estas alturas... Veré qué hago con respecto al trabajo, lo solucionaremos —abrí los ojos azorada. No, esa no era la solución, me iba justo para evitar todo eso, mamá era feliz en lo que hacía, le iba muy bien y además estaba Ralph, la vida que construyó incansablemente todo ese tiempo.
—No es necesario, hablaré con papá, viviré con él, no tirarás todo tu esfuerzo por la borda solo porque yo ya no deseo estar con mi novio, han sido años de lucha, olvídalo... De todas formas me iba a ir, da igual a dónde, ¿no? —salí del comedor sintiéndome una extraña. Una chica nueva emergía desde mi interior, no la reconocía, no me era para nada familiar, sin embargo, ahí estaba enfrentando esa atrocidad con la cabeza en alto, con aplomo. Fue increíble darme cuenta de cómo es el cerebro humano, en su complejidad logra que hagas cosas que jamás creíste poder hacer y ahí estaba yo descubriéndolo, me sentía ajena, distante e indiferente. No podía flaquear, demasiado dependía de que supiera hacer las cosas bien, no fallaría, no sabiendo lo que eso implicaría.
Le marqué a mi padre ya en la planta alta. No comprendió igual que mamá mi cambio de decisión. Hizo miles de preguntas que contesté con monosílabos, al final, se mostró feliz porque quisiera vivir allá, con él. Papá buscaría la mejor opción y al parecer ya tenía una en mente. Las fechas ya habían pasado, pero contaba con un contacto, lograría que entrara a aquella universidad a la carrera que eligiera.
—Kyana, ¿estás segura, mi amor? Suenas molesta —mordí mi labio sintiendo las lágrimas asomarse, me las tragué de un solo golpe.
—Sí, papá, estoy muy segura, quiero ir allá y no estoy molesta, es solo que... no ha sido una decisión fácil.
—Terminaste con él. ¿Verdad?
—Creo que aún estamos muy jóvenes para algo como esto, no me siento lista —Se quedó callado un segundo.
—¿Qué te puedo decir?, yo también lo creo... sin embargo, mi amor, debes saber que una vez te acepten, no hay marcha atrás... Harás tu licenciatura en Monterrey.
—No me arrepentiré, no te preocupes.
—Quiero hablar con Irina, mi amor. Cuídate y te marco mañana para ver qué arreglé.
—Gracias, papá... —intenté sonar cariñosa, no pude, mi voz era plana.
—Siempre soñé tenerte cerca mi vida, no agradezcas, será un gusto estar contigo, aunque no estoy muy convencido de que sea lo que realmente deseas —bajé el inalámbrico y se lo tendí a mamá, que por cierto, aún continuaba con la mirada perdida en la mesa del comedor. No se había movido ni un centímetro.
—Es mi papá... desea hablar contigo —me estudió con cierto recelo, con preocupación. Le di un beso en la frente y me alejé. La amaba, era mi madre, no podía permitir que algo le sucediera, luchó siempre tanto y jamás se dio por vencida. Siempre supe que por ella era capaz de muchas cosas, ya se lo había demostrado, ahora con mayor razón.
Me encerré en la recámara, agarré la sudadera de Liam y me la llevé a la nariz, olía todavía a él. Me quedé así varios minutos, hasta que escuché que mi puerta se abría.
—Kyana, necesitamos hablar... —dejé aquel invaluable recuerdo a un lado y volteé hacia ella.
—Dime. —Entró y se sentó en la cama a unos centímetros de mí.
—Te apoyaré, sé quién eres, pero en definitiva no comprendo. Jamás has hecho algo porque sí, alguna razón hay para este cambio de actitud —agarró la sudadera que dejé en medio del colchón y me miró enarcando una ceja. No se tragaba lo de Liam—. Hay otra razón, otro motivo. Confío en ti y en cómo te he educado, por lo mismo no desistiré, veo tus ojos y me asusta. Así que aunque no me opondré a que te vayas, pues tú tienes todo el derecho de elegir a dónde, no imagines que las cosas se quedarán así, te estaré observando porque por mucho que insistas, esto no tiene que ver con Liam, esto es otra cosa. —Me acerqué a ella agotada y recargué el rostro en sus piernas.
—No encontrarás nada, porque no lo hay... Y discúlpame, no quería decirte lo que te dije... vivir aquí ha sido... —acarició mi cabello tiernamente. Sentir su calor me reconfortaba, me serenaba.
—Lo sé muy bien, mi niña, no te arrepientes ni un segundo de haberme seguido, te he visto florecer y ser más feliz que nunca, por lo mismo me da miedo que no estés tomando la mejor decisión y peor aún, no saber qué fue lo que te orilló a hacerlo. ¿Alguien te hizo algo que no te gustara?, ¿te lastimaron?, ¿fue Liam?... —Antes de que continuara la miré desde sus piernas, estaba pensando atrocidades y bueno, no es que no estuviera cruzando por una realmente espantosa, pero por donde iba su cabeza, no.
—Mamá, detente, ¿cómo puedes pensar algo así? Sabes que no te lo ocultaría —torció la boca no muy segura—. No es nada, es solo que esto es lo que debo hacer, no tiene sentido continuar, no lo deseo —suspiró quedándose así un buen rato.
—¿Liam lo sabe?
—No... todavía no, este fin de semana hablaré con él...
—Entonces es cierto, piensas terminarlo —En serio no lo podía creer. Asentí sin poder decir en voz alta esas palabras. Tomó todo el aire del que era capaz.
—Está bien, creí que no escucharía esto de tu boca, pero ¿Qué te puedo decir?, es tu vida, no eres ya una niña por mucho que me empeñe en verte de ese modo, has crecido y por alguna razón, ya no estás contenta a su lado, sin embargo, debes saber que no lo tomará bien mi amor, será algo complicado.
—Lo sé —elevó mi rostro con mucha tristeza y preocupación. Buscaba en mis ojos las respuestas a sus preguntas.
—De acuerdo, si estás decidida... —rodeé su cintura mientras algunas lágrimas salían sin poder evitarlo.
—Mamá... te amo... —Me abrazó más fuerte ante aquel gesto.
—Yo también mi cielo, jamás podrás entender cuánto. Elijas lo que elijas, eres y serás lo mejor que me ha ocurrido, nunca lo dudes —Me besó en la cabeza y supe que también lloraba. En ese instante comprobé que hacía lo correcto, por mucho que me estuviera partiendo el alma en dos, que mi corazón estuviera entumiéndose, no permitiría jamás que algo malo le sucediera, menos si tenía la forma de evitarlo.
Liam llegó media hora después de eso. Intenté parecer relajada, estaba decidida, esa sería mi última noche con él, no me importaba lo que después sucediera, iba a hacer todo para que fuera inolvidable, aunque luego me odiara por ello. Al día siguiente tenía partido fuera, así que no lo vería hasta el domingo. No tenía tiempo que perder.
—Hola... —le dije al verlo y lo besé ansiosa importándome muy poco que mi madre aún estuviera en casa. Saldría con Ralph, así que no tardaría en irse.
—Kya... —me separó tiernamente sin soltarme y con la voz muy ronca—. Irina todavía está aquí... Dios... me vuelves loco... —Sus ojos se dilataron en segundos y ya respiraba agitadamente. Sonreí sin dejar de observarlo, amaba la reacción de su cuerpo ante el mío.
—Tú a mí también y... te deseo... ahora, hoy —No solía ser tan directa, más bien se lo demostraba. Abrió los ojos desconcertado y maravillado porque fuese yo la de la iniciativa. Puso una mano sobre mi mejilla, su tacto me quemó, haría combustión en cualquier momento. Liam era mío, por lo menos en ese momento, necesitaba sentirlo por última vez.
—Créeme, yo también, todo el tiempo —sacudió levemente la cabeza de un lado a otro—. Eres lo único, Kyana —sentí que el nudo en la garganta regresaría en cualquier momento, lo logré pasar. No esa noche, en ese momento era mío... no me iba a arruinar también eso.
Mi madre bajó unos minutos después y nos miró confusa. Liam me tenía abrazada por la cintura, ambos reíamos. Pestañeó varias veces yendo de mi rostro hasta la mano que tenía rodeando mi cuerpo. No comprendía, la estaba desquiciando de verdad.
—Me voy... —anunció mientras terminaba de guardar algo en su bolso. Cuando se despidió de nosotros volvió a evaluar mi actitud. Liam frunció el ceño al verla.
—¿Estás bien, Irina? —sacudió la cabeza al escucharlo y sonrió asintiendo.
—Sí claro, algo cansada probablemente... —Después me estudió de una forma que ni yo misma pude descifrar, pero que sabía tenía algo de reprobación—. Cuídense, nos vemos luego —despareció un minuto después, de inmediato me sentí aliviada.
—Estaba extraña ¿No? —señaló Liam desconcertado. Me encogí de hombros fingiendo indiferencia y lo tomé de la playera logrando así que volviera a poner toda su atención sobre mí.
—¿En qué estábamos?... —le pregunté enarcando una ceja provocativa. rio al darse cuenta de lo que quería y un segundo después ya me tenía atrapada entre sus brazos besándome de una forma que debería ser ilegal.
De a poco fuimos avanzando por la sala, hasta llegar a las escaleras. Entre besos y risas cargadas de deseo fuimos subiendo hasta que mis piernas toparon con mi cama. Me aferré a él devorándolo sin remilgos, dejando fluir de mi interior todo lo que me hacía sentir. No quería pensar, necesitaba sentirlo, olerlo, fundirme en su cuerpo como si nada importara.
Lo tumbé sobre el colchón para luego yo hacer lo mismo de forma provocativa. Liam respiraba entrecortadamente, expectante, desconcertado, fascinado. Pasé un dedo por su pecho con deliberada coquetería, subí su playera y toqué su piel con posesividad. Tenía aferrada mi cadera con sus enormes manos sin poder dar crédito a mi osadía. Sin más, bajé mi rostro hasta su torso y comencé a amarlo, lo hice como nunca antes. Era vital que mi boca lo conociera por completo, que su sabor se instaurara en mi cerebro una eternidad si era preciso. Recorrí con mis labios todo su ser delicadamente, mordisqueándolo, paseando mi aliento por puntos que lo estaban haciendo hiperventilar, tatué su esencia en mí sin frenarme, sin contenerme. Gemía, se quejaba y me rogaba parara. Lo estaba volviendo loco de deseo haciendo cosas que jamás me permití siquiera pensar. Me sentía completa y absolutamente ansiosa de él. Tendido, rendido ante mí, colosal, excitado, ansioso, absolutamente rebasado y deseoso. Asombrado y perdido, esos eran sus gestos. No sabía qué hacer, jadeaba entrecortado, se retorcía, y yo... yo no pensaba detenerme, adoraba sentirlo bajo mi dominio extraviado en las sensaciones que le generaba deliberadamente.
—Kya... N-n-n o sigas, te l-l-lo suplico —Me imploró casi con un hilo de voz, estaba a punto de colapsar. Jamás me sentí tan poderosa, tan fuerte, pero es que verlo totalmente a mi merced de aquella forma, con ese abandono, solo logró intensificar el sentimiento. Lo quería para mí, necesitaba que nunca se olvidara de mí, de lo que yo provocaba en él.
Jadeaba impresionado, con su cuerpo totalmente humedecido por la transpiración que delataba también todas sus sensaciones, buscaba, de una u otra forma que me detuviera, pero lo tenía al máximo, yo misma estaba al tope, darle placer generaba en mí también placer, asombroso. De repente, sin que yo lo viera venir, me tomó entre sus brazos temblorosos con fuerza emitiendo un gruñido casi animal al tiempo que se sentaba, me puso a horcajadas sobre él y se hundió en mí sin miramientos, sin delicadeza, sin miedo, logrando que me arqueara de forma imposible ante su invasión. El alivio a mi tensión llegó acompañado de un grito de total satisfacción. Liam tenía la mirada más vidriosa que jamás le hubiera visto, parecía fuera de sí. No hubo suavidad, ni ternura. Hubo fogosidad, necesidad, deseo puro y total.
Unos minutos después, aún continuaba recostada a su lado igual de impactada que él por lo fuerte del encuentro.
—Espero que estés bien consciente de que me has arruinado, somos uno sin remedio —Su pecho subía y bajaba rápidamente. Sonreí asintiendo.
—Esa es la idea —frunció el ceño riendo girando hacia mí. Su cabello estaba completamente revuelto y tenía aún los ojos dilatados.
—¿Sabes? Fue como si... te despidieras —mi boca se secó en ese momento y juro que mi corazón se detuvo por unos segundos. Me acerqué a él tomando su rostro entre mis manos.
—Creo que estas desvariando... de verdad te arruiné —asintió entornando los ojos.
—Es que, Kyana, esto fue... —Le puse un dedo sobre su asombrosa boca para silenciarlo.
—Quiero nadar —No reaccionó durante un segundo ante mis palabras tan fuera de lugar.
—¿Nadar? —Me puse de pie y fui hacia mi armario, saqué un bañador de dos piezas y me lo puse de prisa. Cuando giré, él aún seguía acostado sobre las revueltas sabanas observándome como si hubiera perdido la razón—. ¿Es en serio? —preguntó recargado en sus codos y enarcando una ceja.
—Sí o es que... ¿No quieres? —puse mi gesto más angelical e inocente, sabía que eso lo desarmaría de inmediato. Se incorporó dejándome como siempre, perpleja y babeando. Se acercó a mí rodeándome por la cintura y me pegó a su grandioso cuerpo desprovisto de ropa. El deseo me atravesó de nuevo como dos flechas certeras.
—Me estas volviendo loco... de verdad creo que lo estás haciendo... —Me besó lánguido.
—Liam... quiero ir a nuestra playa... por favor... —sonrió al darse cuenta de que ese era uno de mis arranques de terquedad en lo que jamás ganaba. Asintió arrastrándome de nuevo hasta la cama.
—Pero antes te volveré loca yo a ti... y cuando estemos parejos, iremos ahí —Su aliento rozó mi cuello, enseguida comprendí era cierto lo que decía. Y así fue. Supe, desde mi propia carne, lo que le hice sentir hacía unos minutos. No dejó ni un solo espacio de mi cuerpo sin ser explorado, en ese momento entendí que jamás lo dejaría de amar y que nunca lo podría olvidar, nuestros cuerpos esa noche se hicieron uno de muchísimas formas, era imposible que volvieran a funcionar uno sin el otro.
A las diez de la noche llegamos, teníamos mucho tiempo por delante.
—¿Por qué esta idea? —quiso saber antes de que bajáramos del auto.
—Porque hace mucho calor —fingí echándome aire a la cara con una mano. Y era verdad, pero él sabía que no era esa la razón. Ese era mi lugar favorito, lo fue desde que comenzó esa aventura que ahora sabía, era la mejor de toda mi existencia y la que más dolor me causaría. Lo cierto es que solíamos ir cada fin de semana por lo menos un rato, sin embargo, no de noche y menos a nadar. Puso los ojos en blanco divertido.
—Eres terca.
—Lo sé.
En cuanto se estacionó no le di tiempo de nada, bajé corriendo y no paré hasta llegar a la orilla del mar disfrutando la arena bajo mis pies, eso también terminaría. La luna estaba llena, iluminaba todo en tonos plateados, el paisaje era etéreo, como salido de un cuento. Su reflejo se proyectaba en el agua y solo se escuchaba el sonido de las olas al tronar. Amaba eso, era como una parte de mí.
Lo observé todo sin moverme mientras el aire nocturno mecía mi cabello de esa forma que tanto adoraba. Todos los sentimientos se mezclaban en mi interior, estaba viviendo el momento más maravilloso de mi vida y una parte de mí se sentía cálida, completa, sin embargo, la otra estaba helada, muerta de miedo y comenzaba a acumular odio.
Al recordar su rostro, un escalofrió recorrió mi cuerpo, era increíblemente parecida a él. Lo paradójico era que uno calentaba mis días, mi vida y el otro... la sepultaría en un eterno invierno.
—Pareces... irreal —sabía que me observaba desde hacía unos minutos. Su mirada estaba clavada sobre mí y su voz era ronca, giré intentando sonreír.
—Te amo... —susurré hipnotizada y perdida en sus ojos. Se acercó lentamente como si fuera presa de un hechizo ancestral. Me besó como si quisiera memorizar mis labios. Primero uno, luego el otro, succionándolos, saboreándolos, su tacto era gradual, pausado. Me elevó separando mis pies por completo del piso.
—Eres mi vida, Kyana, eres mi corazón y adoro que así sea —Sin más comenzó a dar vueltas sobre su propio eje conmigo a cuestas, mientras yo gritaba extasiada intentado liberar la tensión, olvidando deliberadamente todo lo que me carcomía, todo lo que me consumía. Ese momento era mío, era suya, al diablo todo lo demás. Reí sobre sus labios enredando mis manos en su cabellera sintiéndome plena, aferrándome al momento como quien desea salvarse de caer en un volcán.
Unos minutos después caminamos en silencio. Existía algo en el ambiente, era como si estuviera en un sueño. El aire era espeso, caluroso. La sensación de su mano rodeando la mía lograba mantener mi pulso acelerado, éramos uno y nada importaba, nada. Estaba junto a él y me sentía más viva que nunca, sabiendo que el fin estaba cerca, era inminente, eso solo hacía que todo fuera aún más intenso.
Me metí lentamente al mar acercándolo, sin dejar de verlo ni soltarlo. Me siguió, nunca me negaría nada, siempre fue así. El contacto con el agua fría sobre mi piel alertó aún más mi cuerpo. Así me sentía, fría y cálida a la vez.
Nos sumergimos sin dejar de besarnos, sin dejar de tocarnos.
—Cásate conmigo —susurró contra mis labios mientras el agua nos mecía decadentemente.
—Liam...
—Ya te lo he dicho, lo sé... pero es lo único que deseo... lo quiero pronto, Kya. Al diablo la edad, al diablo eso de que no estamos preparados, de que falta mucho por vivir. Lo haré, pero contigo a mi lado, sé lo que siento, sé dónde quiero estar, con quién —bajé la vista perdiéndome en la oscuridad del agua. Acunó mi barbilla elevándola para que lo mirase—. No te asustes... solo quiero que sepas que haré todo para que suceda lo antes posible. Sé que te amaré pase lo que pase, aun después de que deje de existir, que por mucho que crean que lo nuestro es resultado de la adolescencia, es asombrosamente real. Lo que pasa es que hay personas que viven una eternidad y jamás encuentran lo que yo sí a esta edad. ¿Para qué esperar si tú sientes lo mismo? —Lo abracé acomodando mi rostro entre su cuello.
—Y siempre será así, jamás lo dudes.
Las lágrimas comenzaron a escocer mis ojos, hice un esfuerzo enorme para que no salieran. Sus palabras se me clavaron muy hondo, las recordaría toda mi vida. Mi cuerpo se congelaba de solo pensar que en algún momento dejaría de sentirlo; probablemente se enamoraría de alguien más y yo sería un recuerdo, algo que fue y que ya nunca más podrá volver a ser.
Al notar mi tensión comenzó a hacerme reír. Lo lograba con una facilidad asombrosa, sin esfuerzo. Nadamos un rato y después empezamos a jugar. Nos perseguimos corriendo por la arena, gritando, carcajeándonos como dos niños que no tenían ninguna preocupación salvo divertirse y pasarla bien. Eso también era nuestra relación y lo extrañaría tanto como el resto de lo que éramos. Terminamos en la arena besándonos, los pequeños gránulos se nos adherían sin importarnos.
Sabíamos que el tiempo se nos agotaba, pasaba de medianoche. Estábamos sentados mirando hacia el horizonte. La noche era serena, ya no había aire, ni nubes, el cielo estaba claro y nos dejaba disfrutar la majestuosidad de la luna elevada justo frente a nosotros. Me tenía rodeada con sus brazos y yo sentía que nada podía ser más perfecto. Ese recuerdo, esa noche, serían a lo que me aferraría en los tiempos difíciles que se avecinaban y probablemente... toda mi vida.
Me dejó en casa a la una, mi madre aún no llegaba. Me duché de prisa secándome el cabello para borrar las huellas de donde acababa de estar. Tomé su sudadera y me intenté dormir con ella bajo mi rostro. Me angustiaba pensar en el día que se le fuera su olor pues ya era casi imperceptible y cuando eso sucediera, ya no tendría nada.
El sábado fue difícil, él no estaba, no lo vería. Insistió que fuera como algunas veces hice, me negué argumentando tener mucho que estudiar y porque así podía pasar un tiempo con mis amigos. Esa no era la verdad en ese momento, mis planes cambiaron sin que yo lo pudiera decidir.
Mi padre habló a mediodía. Estaba resuelto, tenía lugar en una universidad en Monterrey, era bilingüe y no tendría problemas para nada. Debía ir a hacer una pequeña evaluación el próximo fin de semana; era la única forma de darme la oportunidad. Me informó sobre carreras con las que contaba el lugar. Elegí Diseño, sabía que no era buena en el dibujo y mucho menos creativa, eso representaría un reto y me mantendría ocupada. Siempre me gustó todo lo que tuviera que ver con cuestiones relacionadas con edición, letras, de hecho eso iba a estudiar, sin embargo, ya no me interesaba, nada me llamaba la atención sin él a mi lado. Todo me daba igual.
Mi madre estuvo dolorosamente amorosa conmigo y mis amigos insistieron hasta la muerte que saliera con ellos. Robert llegó a mi casa minutos después de que colgara con mi padre.
—¿Cómo estás? —Me preguntó acariciando mi cabello tiernamente. Él tampoco la estaba pasando bien, el peso de la verdad no le sería fácil cargarlo y eso no me ayudaba. Lo condené de algún modo a un silencio cruel, lastimero.
—Peor... supongo —Me rodeó por los hombros y me condujo hasta el jardín. Casi no dormí pensando una y otra vez en lo que tenía qué hacer. Se mantuvo a mi lado intentando distraerme, no había mucho de qué hablar, ambos preferíamos olvidar.
Fuimos al cine con los demás más tarde, intenté poner buena cara, fue muy difícil. La película no me atraía en lo absoluto y la comida, toda, me sabía rancia, arenosa. Robert, al igual que el resto, intentaba animarme. Fueron horas muy largas y el nudo en la garganta ya lo sentía del tamaño de una manzana. Liam me habló cuando pudo; ambos teníamos demasiado fresca la noche anterior y debo admitir que conforme pasaba el tiempo una parte de mí se arrepentía de haberla propiciado; sin embargo, mucho más tarde comprendí que no hubiera podido sobrevivir sin ella.
Por la noche no quise ir a una de las fiestas de despedida, nadie me pudo convencer. Me quedé en casa, acurrucada en mi cama intentando poner la mente en blanco, intentando buscar la forma de pensar en una vida sin él, sin ese lugar, sin mis amigos, sin mi madre. Apretaba los dientes tanto que me dolía la sien. Esto estaba acabando conmigo, era demasiado para cualquiera, más para una chica de mi edad. De repente mi móvil sonó y sin prestar atención al número contesté desganada suponiendo que sería uno de los chicos insistiendo para que los encontrara allá.
—Bueno.
—Aún no has cumplido tu parte, te quedan cinco días. ¿Comprendes? —Un calambre asombrosamente doloroso recorrió primero mis pies para subir de inmediato por mis piernas y atorarse en mi estómago estrujándolo sin piedad. Era ella, su madre, y su voz sonaba asquerosamente tranquila, pero exageradamente amenazante. Se secó mi boca y no pude responderle. Me senté en la cama sintiendo de repente un ataque de pánico, sí, tal cual: sudoración, palpitaciones, sensación de asfixia, malestar estomacal y terror, mucho terror—. No me provoques, muchacha... todo está en juego, no bromeo, así que más te vale pasar ese examen y largarte de una vez —tragué con dificultad sintiendo entumidas mis manos y los pulmones completamente encogidos. Colgó sin esperar mi respuesta. Me quedé con el celular en mi oreja asustada, literalmente paralizada, ya no podía evitar que ella provocara esa reacción en mí, sabía sus alcances, lo que podía hacerme.
Las lágrimas resbalaron de nuevo por mi rostro sin poder detenerlas, ¿cómo lo haría? Aún no lo dejaba y ya me sentía vacía. Lloré por horas desesperada y angustiada, hasta que en algún momento me quedé dormida. Tuve pesadillas, sueños nítidos y reales. Me desperté gritando al sentir que me enterraban viva. Mi madre no había llegado, temblando violentamente me abracé desesperada, tenía miedo de cerrar los ojos, no quería recordar la sensación. Después de unos minutos descubrí que era justo como me sentía, a lo que me orillaba la madre de Liam; condenarme a vivir una vida sin sentido.
Sentí unos fuertes escalofríos, unas ganas inmensas de devolver el estómago provocaron que me levantara de la cama como pude e ir corriendo al baño. Varios minutos después de eso me recosté temblorosa y sintiendo un gran frío en mi interior que sabía no lograría entibiar con nada, me volví a quedar dormida sin darme cuenta.
Una angustia que estuvo a punto de ahogarme me despertó, estaba empapado mi pijama del sudor que recorría todo mi cuerpo. Ese día tenía que hablar con él, ese día terminaría mi felicidad y mi vida. La idea de posponerlo me tentaba, pero yo ya no podía vivir con esa agonía y no podía seguir haciéndole daño. Merecía saberlo ya, lo amaba más que a mí misma, sabía que lo heriría de muerte, sin embargo, tenerlo presente sin que sucediera lo inevitable, durante varios días, me mataría a mí.
Deambulé por la casa. Liam ya me había llamado un par de veces. Ganaron el partido y llegaron al pueblo por la mañana. Se escuchaba muy emocionado y ansioso por verme. En cambio yo no, no era que no quisiera comérmelo a besos, ¿cuándo no?, pero me dolía profundamente lo que tenía que hacer.
Mi madre ya estaba con los nervios de punta, sabía que algo no andaba bien. Me preguntó una y otra vez buscando sacarme algo, yo le sonreía sin alegría y le daba un beso con ternura. Ralph llegó a las cinco, así que gracias a él cesó el acoso del que ya estaba siendo víctima.
Liam apareció media hora después. En cuanto se asomó a la casa y verificó que no hubiera nadie a la vista, me besó sin que yo lo viera venir.
—Dios, Kyana, no he podido dejar de pensar en esa noche... —sonreí sin muchas ganas alejándome. Arrugó la frente observándome confuso—. ¿Pasa algo?... Tienes la misma expresión que hace un par de días y... —acarició las marcas levemente purpuras que tenía bajo los ojos—. ¿Te sientes mal? —negué con gesto débil. Mamá ya me había amenazado con llevarme al médico si así continuaba justamente una hora antes.
—No he dormido bien... —logré decir con voz muy apagada. Caminé al interior de la sala, dejándolo de pie junto a la puerta. Quería decirle que yo tampoco dejé de pensar en ese momento mágico, que lo extrañé como una loca y que lo amaba más allá de todo. No pude, miré hacia afuera por una de las ventanas de la sala sin poder hablar.
—Me estás asustando, Kya, algo no anda bien y quiero saber qué es. Tú no eres así, pareces... otra —No volteé, no podía, necesitaba juntar toda la voluntad que mi cuerpo tenía reservada para toda mi vida y así no saltarle encima.
—Liam, ¡ganaron! —interrumpió oportunamente Ralph al verlo. Ambos se caían de maravilla. Resoplé agradecida por su aparición.
—Sí, Ralph, no por mucho, ¿supiste? Estuvo muy parejo, nos hicieron de verdad sudar —escuché como tronaron las manos al saludarse, no me moví, ni siquiera los miré.
—Bueno, ahora regreso, voy a sacar unas cosas del auto —señaló la pareja de mi madre con aquella frescura que lo caracterizaba. Un minuto después sentí cómo Liam se acercaba a mí. Maldición. Cerré los ojos fuertemente al sentir su olor inundar mi nariz. Me hizo voltear y me abrazó sin importarle mi distanciamiento. No pude evitar rodear su cintura.
—Te amo, Kyana, y si por ahora no quieres hablar de lo que te sucede lo entiendo... aquí estaré para cuando desees decírmelo —Me dio varios besos en la cabeza absorbiendo mi aroma. Mi corazón se desquebrajaba en mi interior.
Cuando terminamos de cenar los cuatro y después de varias miradas preocupadas sobre mí, decidí que era el momento. Nos dirigimos a la terraza y me senté a un lado de él, esta vez no me dijo nada. Se encontraba completamente confuso por mi actitud. Nos quedamos en silencio varios minutos mientras él tomaba mi mano ansioso. Conté hasta tres mentalmente y me aventé al precipicio sin paracaídas.
—Liam, el fin de semana voy a Monterrey —No supe cómo salieron esas primeras palabras, pero ya estaba hecho, tenía que continuar.
—No me lo habías dicho, ¿cuánto tiempo? —No le molestó, ni siquiera parecía desconcertado, aunque noté duda en su tono, intuía que lo siguiente no le gustaría y que por ahí estaba la razón de mi actitud tan extraña. Mantuve la vista abajo.
—Solo el fin de semana, voy a hacer una prueba... —dejó de acariciarme, me di cuenta de reojo cómo se tensaba.
—¿Una prueba?, ¿de qué, para qué?...
—Decidí que... voy a estudiar allá. Regreso a México para cursar la universidad. —levanté la vista, enseguida me arrepentí al ver su mirada desorbitada, por su rostro pasaron toda clase de emociones y gestos.
—¿De-de qué estás hablando?, nosotros vamos a estudiar en Boston... ya está todo. Es una broma. ¿Cierto?
—No, quiero estudiar allá, lo siento —Se recargó en el sillón cerrando los ojos y pasándose las manos por el cabello. Mi voz sonó vacía, sin emoción.
—No comprendo... —habló al fin serio. No dije nada—. Kyana... no entiendo... —sujetó mi barbilla e hizo que lo mirara a los ojos—. ¿Qué es todo esto?... Dime qué pasa —intenté zafarme, no lo conseguí.
—Liam... ya no quiero ir a Boston... «contigo» —pestañeó varias veces incrédulo. Se puso de pie lentamente dejándome ahí sentada. No tenía ni idea de cómo lo logré, pero la conversación avanzaba justo como la planeé, lo que jamás preví fue cómo mi interior iba destrozándose con cada palabra.
—¿Estás... estás queriendo decir que...? —Su voz se estaba quebrando, lo estaba lastimando y su dolor me estaba partiendo en mil pedazos. Se volvió a sentar a mi lado—. Mírame... —susurró suplicante. Elevé la vista sintiendo que me ahogaba, que me helaba—. ¿Qué ocurre? Por favor, te lo suplico, no me hagas esto... no comprendo... —respiré varias veces antes de volver a hablar, cada palabra era ácido que desbarataba mi esófago y mi garganta.
—Es que... ya no quiero estar contigo —mentí magistralmente al fin. Noté el efecto que tuvieron mis palabras en él; lo estaba aniquilando. Era como ver a un moribundo, tener la cura para su mal y no poder dársela. Apreté los dientes hirviendo de furia, de coraje, de indignación y de... miedo. Sí, le tenía pánico a esa mujer, pánico de lo que pudiera hacerle a toda aquella gente a la que amaba.
—¡¿Qué?!.. ¡¿Por qué me dices esto?! No es verdad... lo sé... tú me amas —Me mordí el labio alejándome otra vez. El llanto saldría en cualquier momento—. ¡Dime maldición! —Me exigió saber angustiado y alzando la voz importándole poco que mi madre y Ralph estuvieran cerca.
—Liam... se terminó... por favor —Me sujetó por los hombros haciéndome girar de nuevo hacia él.
—Kyana, me estás enloqueciendo, no me puedes decir esto después de lo que hemos pasado, no después de lo de la otra noche. No te creo, algo sucede, ¿qué pasa?... ¿Hice algo?... Dios, dime... Es Roger, ¿te amenazó?, algo ocurrió, quiero saber qué pasa, ¡lo quiero saber ahora!
—Suéltame por favor —Mi voz sonaba como hielos puntiagudos que se buscaban clavar justo en el centro de su alma. Abrió los ojos al escucharme y me obedeció atónito. No estaba acostumbrado que le hablara así.
—Es verdad, ¿no es cierto?... Tú-tú ya no quieres estar junto a mí... Esa noche... te-te despedías... Yo tenía razón —cerré los ojos con fuerza sintiéndome cada vez más ajena. Moría, lo podía sentir, ese frío que últimamente había estado sintiendo se hizo más intenso y se estaba apoderando rápidamente de todo mi cuerpo.
—Sí —logré admitir retadora. Negó varias veces con los ojos muy abiertos por la impresión.
—No, mientes, no es cierto... Sé lo que tenemos... Sé lo que tú sientes por mí... Lo sé... No es cierto —sabía que iba a ser difícil, pero verlo era peor, mucho peor.
—Lo siento, Liam, es así. Yo... ya no... te amo —decirlo en voz alta rasgó mi garganta como si hubiese tragado navajas afiladas, era la falsedad más grande que había dicho en mi vida. Me observó asombrado y con la mirada empañada.
—Mentira... ¡Esa es la más grande de las mentiras! —Apretó los dientes y sus labios formaron una delgada línea—. Estoy perdiéndome de algo... lo sé... lo siento... te conozco muy bien y quiero que me lo digas... Lo que acabas de decir ni en mil años lo podré creer —La confianza en mi amor era ciega, absoluta y me conocía mejor que nadie. ¿Cómo lograría que lo entendiera, que me dejara ir? Comencé temer no lograrlo. Se levantó frustrado con las manos en el cabello dando vueltas como un león enjaulado —Maldición, no puedo seguir aquí, escucharte es... Dios, no sé qué te está pasando, pero no te creo, grábatelo muy bien... No-te-creo. Haré todo, absolutamente todo para saber qué sucede y para que dejes esta tontería en paz. Tú estarás conmigo como siempre lo hemos dicho, como lo hemos planeado. No permitiré que sea de otra forma. ¿Escuchas? —Me incorporé siguiéndolo.
—Nada cambiará lo que pienso, nada, Liam. ¿Por qué te cuesta tanto trabajo comprenderlo? —giró con los ojos cargados de desesperación y ansiedad. Di un paso hacia atrás instintivamente, jamás lo había visto así, estaba completamente descompuesto.
—No puedo seguir oyéndote... ¿Qué sucedió contigo?... ¿Con lo que sentías?... Kyana, esas cosas no desaparecen de un día a otro, no intentes que te crea. Esto es un montaje, una mentira, saca de tu cabeza que te crea, olvídalo —necesitaba contraatacar, era la única forma.
—Pues sucedió y es mejor que lo aceptes... Quiero que terminemos bien... No estamos en edad de algo tan serio —logré decir con voz apagada la última parte, mirándolo fijamente. Levantó una mano hasta mi rostro y después la volvió a bajar arrepintiéndose.
—No tienes idea de lo mucho que me estás lastimando... Nunca, jamás permití que alguien lo lograra y ahora tú en dos minutos me hieres de esta manera. Me estás matando, ¿no te das cuenta? Y no, no lo acepto. Kyana, esto es amor, confianza, recuerda que todo este tiempo yo también estuve ahí. Lo siento cada vez que te toco, cada vez que te beso... —Y antes de que se le ocurriera hacerlo, me alejé lo más que pude protegiéndome. Si lo hacía, definitivamente no me creería y tendría que volver a intentarlo. Cerró los ojos dolido al ver mi reacción—. No puedo entenderte... tengo que irme o... enloqueceré, me estás destruyendo y lo sabes —expresó completamente derrotado. Un segundo después caminó a la puerta frotándose el cabello con fuerza—. No me daré por vencido jamás. Lucharé por ti a pesar de ti misma... Sé lo que tenemos y creo ciegamente en ello —musitó sin mirarme. Las lágrimas comenzaron a brotar sin más, sabía que ya no voltearía. Oí cuando salió de casa. Permanecí inmóvil, hundida, perdida y sola, más sola que nunca.
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