𖦹 Seis 𖦹

Bang Chany le hizo prometer a su hermano que iba a cuidar a Lee Félix.

Aunque Félix nunca supo porqué, la verdad era que la mayor de los Bang no soportaba los matones, ella misma, en sus tiempos de estudiante, era la encargada defender a los que mi lo hacían por sí mismos.

Pero ella ya había terminado el colegio, y no podía defenderlo, así que confiaba que si Herman dejaría de importarle una mierda todo si al menos iba a la escuela para cuidar de él.

Por más que una parte de Félix estaba ofendido, porque él no quería ningún guardaespaldas, una parte de él sabía que no le haría mal.

Y la idea de que Bang Chan lo cuidara le gustaba.

Al día siguiente Chris se había sentado en el banco junto al suyo, mandando a la mierda a la chica que reclamó su lugar.

Félix se había ganado miradas de odio por parte de la chica y de sus amigas, pero Chan dijo que si él no podía decirles nada, él lo haría.

Eso le había causado gracia y había soltado una risa muda, no pudo evitar ruborizarse cuando vió a Chan sonreír por aquello.

Se preguntó si lo hacía porque su risa sin ruido era muy ridícula, si él mismo era ridículo.

Esos pensamientos lo habían hecho bajar la cabeza, avergonzado, y Chan se dió cuenta de su cambio.

—¿Qué pasa, Félix?— preguntó con amabilidad, doblándose para mirar a Lee al rostro, que tenía agachado.

El chico negó, aunque sus manos se movieron en un gesto que Chan no pudo entender.

Chris suspiró un poco, no sabía nada de Félix, pero parecía que él no se había acostumbrado a mi usar el lenguaje de señas.

Bang tomó su cuaderno de notas y una lapicera, dejándolo caer sobre el banco de Félix, haciendo que el chico se iguiera con sorpresa.

—Dí lo que quieras— dijo, señalando el cuaderno.

Félix tomó la lapicera con dudaz escribiendo lentamente y con vergüenza, luego le alcanzó el cuaderno a Chan.

“Soy ridículo”. Preguntaba en la hoja.

Chan frunció el ceño, mirando las palabras, luego alzando para ver a Félix, quién volvía a mirar hacia abajo, pero notó el brillo de las lágrimas.

Enojado, Chan arrancó la hoja del cuaderno, rompiéndola en muchos papelitos, haciendo que Félix lo mirara.

Juntando la hoja rota en su puño, apretando con fuerza, Christopher se inclinó hacia Félix, mirando sus ojos.

—No tienes nada de ridículo, Felix.

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