Ciudad Sombria

Han pasado seis meses desde que N 13 abandonó las ruinas de Nueva Uruk, dirigiéndose a la enigmática ciudad de Necrón. El viaje ha sido largo, lleno de pesadillas y situaciones tan bizarras como peligrosas, pero al fin está cerca de su destino.

En una pequeña aldea cercana a la lúgubre Necrón, N 13 se aloja en un hostal decrépito. Su presencia, marcada por una belleza inquietante y un aire peligroso, atrae miradas furtivas. La luz tenue del anochecer se filtra por la ventana mientras escribe una carta a su compañera y amiga, Nisha. Sus dedos se deslizan sobre el papel, dejando tras de sí un rastro de confesiones y advertencias. Cada palabra está impregnada de una extraña melancolía.

"Nisha, han sido meses duros desde que partí. No he dejado de pensar en lo que dejamos atrás, y en ti. Shirke y Wayland ya no están para causarte problemas, pero en mi camino hacia Necrón he visto horrores que ni siquiera ellos podrían haber imaginado..."

El relato continúa, una mezcla de tragedia y advertencia. Habla de una "Hydra Falsa", una criatura aterradora que casi la llevó al borde de la muerte, y de cómo la Iglesia ha seguido sus pasos con una tenacidad que roza la locura.

"Aleister... lo volví a ver. El maldito está cada vez más cerca, su poder es algo que no puedo ni comprender, y no puedo enfrentarlo... aún. Lo peor es que no tengo más opciones que huir y esperar, vigilar cada sombra, cada paso. Pero hay algo más, algo peor..."

El nombre de Armog surge en la carta como un mal presagio. Una ciudad ya extinta, desaparecida del mapa. N 13 describe con detalle cómo aquella ciudad, llena de rebeldes y ubicada sobre antiguas ruinas, fue presa de algo mucho más oscuro que la política o la religión.

"Los Necromachine... esas criaturas malditas, amalgamas de carne y metal, construidas a partir de cadáveres. Bajo el mando de una figura siniestra llamada Hera, arrasaron con todo. No tuve más opción que despertar mi poder... y una vez más, destruí una ciudad. Esta vez, no pude evitarlo."

Su puño tiembla mientras recuerda la destrucción que dejó tras de sí. Al terminar la carta, la sella con un suspiro. Afuera, las sombras de la noche ya se apoderan del paisaje.

Mientras tanto, en algún lugar lejano, Nisha, la joven reina de su propio reino, recibe la carta. Sentada en su lujosa pero sombría oficina, con los ojos fijos en el papel, las palabras de N 13 despiertan en ella una mezcla de nostalgia y preocupación. Una luz suave entra por la ventana, iluminando su silueta imponente, pero sus pensamientos están lejos. Recuerda los días antes de la tragedia, antes de la guerra, cuando ambas compartían una infancia tranquila.

Sin embargo, el breve momento de paz se quiebra al instante. Una presencia oscura, sutil pero palpable, se infiltra en la sala. Nisha se tensa, sus instintos de guerrera despertando al sentir lo inevitable: lo que N 13 le había advertido, ya estaba en marcha.

Nisha se tensó al sentir la presencia del intruso. Con un movimiento rápido, sacó una cuchilla de su sostén de tela blanca y la lanzó hacia las sombras. La cuchilla voló con precisión mortal, pero el ser oculto en la penumbra la atrapó sin esfuerzo entre sus dedos.

—¿Crees que moverte como un felino me tomará por sorpresa? —gruñó Nisha, sus ojos rojos brillando con furia—. ¡Muéstrate!

De las sombras emergió una figura imponente, una mujer de belleza extraña, con una armadura avanzada que apenas cubría sus pechos, hombros, y la mitad de sus brazos. Sus botas de combate resonaban en el suelo de madera mientras avanzaba. Llevaba un casco que ocultaba su rostro, un diseño grotesco con la apariencia de un demonio oni, los ojos y la boca deformados en una expresión amenazante.

La intrusa sostenía la carta que Nisha había escrito, leyendo sus palabras sin el más mínimo respeto. La monarca de Uruk adoptó una postura de combate, sus músculos tensos como un resorte a punto de estallar.

—¡¿Quién te dio permiso para leer eso?! —gritó Nisha, la furia en su voz inconfundible.

—Así que es cierto —respondió la intrusa, su voz resonando metálica a través del casco—. Nunca pensé que Uruk volvería a estar tan tranquila. Y esta tal N 13... ¿ella fue la que te ayudó a acabar con Shirke y Wayland?

—Eso no es de tu incumbencia —espetó Nisha, los dedos aferrándose con fuerza al mango de su espada.

La intrusa sonrió bajo el casco, sus ojos brillando con un resplandor siniestro mientras un zumbido extraño emanaba de su armadura. Nisha sintió que algo no andaba bien; la estaban analizando, sus movimientos, su postura, todo estaba siendo evaluado con una precisión casi inhumana.

—Parece que al final decidiste convertirte en una Mutant Queen —murmuró la intrusa, su tono frío—. Pero para tu desgracia, no eres la única que ha dejado atrás su humanidad.

Nisha entrecerró los ojos, su respiración acelerándose. La intrusa empezó a retirar su casco, el cual se retrajo como si fuera una parte viva de su armadura, revelando un rostro de belleza letal. Cabello oscuro como la noche caía en cascada sobre sus hombros, y unos ojos rojos brillaban intensamente, igual que los de Nisha.

La monarca de Uruk quedó petrificada por el reconocimiento.

—No puede ser... —susurró Nisha, el horror tiñendo su voz—. ¡Kaknab!

—Ha pasado mucho tiempo, Nisha —dijo Kaknab con una sonrisa venenosa—. La chica que conociste ya no existe. Ahora, como tú, soy una monarca. La reina de Aztlán.

Nisha retrocedió un paso, su mente nublada por los recuerdos de un pasado oscuro. Kaknab, su rival desde los tiempos más antiguos, aquella que creía muerta.

—¿Cómo es posible que sigas viva? —preguntó Nisha, aún sin creer lo que veía.

—Es una larga historia, querida —dijo Kaknab con un tono malicioso—. Pero digamos que, gracias a la gran Citlali, estoy aquí. Ella me salvó y me encargó investigar lo que ha ocurrido en Uruk. Pero no creas que esto ha terminado. Mi misión está lejos de ser cumplida.

Los recuerdos golpearon a Nisha como un relámpago. Las dos, ensangrentadas en medio de un campo de batalla, rodeadas de cadáveres y con la lluvia esparciendo la sangre de los caídos. En aquel entonces, ambas luchaban por la supervivencia. Kaknab, armada con sus cuchillas oscuras, y Nisha con su espada, habían librado una batalla brutal.

—Eres fuerte, Nisha —había dicho Kaknab mientras sus cuchillas trazaban cortes rápidos y precisos en la piel de su rival—. No me sorprende que seas la favorita de Gladius.

—Lo mismo digo de ti —respondió Nisha con la voz entrecortada por el dolor—. Aztlán no podría haber enviado a una mejor guerrera. Has dejado tu huella en Uruk... pero esto termina aquí.

Ambas guerreras se lanzaron una vez más al combate, el sonido del acero chocando resonando como un eco en el campo desolado. Kaknab, con la agilidad de un felino, había logrado cortar profundamente a Nisha, incluso desgarrándole la espalda en un movimiento que la dejó gritando de dolor.

—Tu resistencia es admirable, pero eres demasiado lenta —se burló Kaknab, lamiendo la sangre de su cuchilla con una sonrisa sádica—. Es solo cuestión de tiempo antes de que mueras desangrada.

Nisha, jadeante, apenas podía sostenerse en pie. Sabía que aquel enfrentamiento no era solo una cuestión de supervivencia, sino de venganza. Frente a ella, Kaknab seguía sonriendo, disfrutando de cada momento mientras la lluvia se mezclaba con la sangre.

Nisha retrocedió, sus talones rozando el borde del acantilado. El viento aullaba a su alrededor, y su respiración se aceleraba. No podía permitirse fallar.

—Estás loca si crees que te dejaré salirme con la tuya —dijo, su voz temblorosa pero firme.

Kaknab avanzó, una sonrisa cruel dibujándose en sus labios.

—Parece que estás acorralada, querida. Ríndete, y tal vez te perdone la vida.

Nisha apretó los puños, su mente buscando una salida.

—Es cierto, no sé qué haré... —murmuró, con el eco de la desesperación en su voz—. Pero mi gente confía en mí, Gladius confía en mí. No puedo fallar. ¡No fallaré! —sus ojos se clavaron en los de Kaknab—. ¡Estás muy equivocada si crees que me rendiré! ¡Ven, si te atreves!

Kaknab gruñó, su paciencia agotada.

—¡Lamentarás haber dicho eso!

Con un rugido, la sanguinaria guerrera cargó hacia Nisha, sus cuchillas brillando con la promesa de muerte. Pero Nisha, en lugar de moverse, cerró los ojos y respiró profundamente, esperando el momento exacto. Cuando Kaknab estaba a solo centímetros de ella, Nisha dio un salto sobrehumano, esquivando el ataque mortal.

La sorpresa cruzó el rostro de Kaknab, que intentó girar para contrarrestar, pero ya era demasiado tarde. Nisha, aterrizando justo detrás de su oponente, blandió su espada con una velocidad fulgurante, cortando el brazo derecho de Kaknab con un movimiento certero.

El grito de dolor de Kaknab resonó en el abismo. El equilibrio la traicionó, y antes de que pudiera hacer algo, su cuerpo cayó al vacío oscuro del acantilado. Nisha, jadeando, vio cómo su rival desaparecía, y un rayo iluminó el cielo, su luz revelando el brazo amputado a sus pies.

De vuelta al presente, Nisha se enfrentaba a la misma guerrera que creía haber matado. Su corazón martillaba con incredulidad.

—Quiero saber algo... —la voz de Nisha era baja, casi un susurro—. ¿Cómo sobreviviste a esa caída y a la herida que te dejé?

Kaknab soltó una risa fría, llena de desprecio.

—El mayor error de mis enemigos es pensar que puedo morir tan fácilmente —dijo, dando un paso adelante, el brillo rojo en sus ojos intensificándose—. Nadie habría sobrevivido a esa situación, lo admito. Pero tú fallaste en un detalle crucial: no te aseguraste de que estuviera muerta.

Kaknab continuó, sus palabras teñidas de orgullo oscuro.

—Mientras caía, usé magia de viento para desacelerar la caída, evitando estrellarme contra el suelo. Me refugié en una cueva cercana y, con magia de fuego, cautericé la herida. El dolor fue indescriptible, un tormento que nunca olvidaré... Pero no solo fue el dolor físico lo que me destrozó. Fue la derrota. Mi espíritu fue quebrado, pero juré que me vengaría de ti algún día. Y para eso, necesitaba más poder.

Nisha observó a Kaknab en silencio, viendo cómo la sombra del pasado seguía acechando a ambas. La guerrera continuó, su tono ahora teñido de venganza.

—La pérdida de mi brazo no me detuvo. Seguí entrenando, perfeccionando mi cuerpo y mi mente. Me conocieron como Kaknab, la depredadora cercenada. Con una sola mano, lideré un golpe de estado en Aztlán. Un gobernante débil es la ruina de su pueblo. Y luego descubrí el tesoro que escondía ese cobarde: un parásito milenario, una leyenda hecha realidad.

Nisha frunció el ceño.

—¿Parásito?

—Así es —Kaknab sonrió, oscura y siniestra—. Cuando lo robé, esa cosa me atacó, envolviéndome como una ameba. Se metió en mi cuerpo, perforando mi piel, invadiendo mi herida. El dolor fue grotesco, insoportable... Pero cuando vi lo que sucedía, me di cuenta de lo que había ganado. Un nuevo brazo, no humano, sino biomecánico. Con ese poder, creé armas jamás vistas. Y desde ese momento, tomé el trono de Aztlán. Ahora, mi ciudad es el brazo armado de la gran Citlali.

Nisha apretó los dientes, sintiendo cómo la tensión volvía a acumularse en su cuerpo.

—Así que, ¿ahora buscas venganza?

—Lo haré, pero no hoy —dijo Kaknab, su tono burlón—. La gran Citlali me ha dado otras órdenes. Nuestra pelea tendrá que esperar.

—¿Es N 13 tu verdadero objetivo?

Kaknab sonrió de nuevo, una mueca cargada de oscuridad.

—Citlali tiene un interés especial en esa chica rubia. La conoció durante un incidente con una Falsa Hydra y, sin que N 13 lo notara, penetró en su mente. Lo que vio la impresionó... Y ahora, la Iglesia también está tras ella. Ya no necesito más información sobre ella, gracias a tu carta.

Se giró para irse, pero antes de desaparecer en las sombras, lanzó una última advertencia.

—Nos volveremos a ver, Nisha. Espero que hayas entrenado duro, porque cuando llegue el momento, yo no tendré piedad.

Nisha gritó, desesperada por detener a Kaknab.

—¡Espera!

Pero fue demasiado tarde. La asesina lanzó una bomba de humo, y en un parpadeo, su figura desapareció en las sombras. Cuando el humo se disipó, Nisha estaba sola, con los ecos de su frustración resonando en su mente.

—Maldición... —gruñó entre dientes, apretando los puños con impotencia—. Esto se está complicando demasiado. N 13, ten cuidado.

Mientras tanto, en las afueras de la ciudad Necrón, N 13 observaba desde un pequeño cerro. Sus ojos recorrían las imponentes murallas y los siniestros edificios de arquitectura tecno-gótica que dominaban el horizonte. La ciudad parecía más una fortaleza que un lugar habitable, con sus torres puntiagudas alzándose hacia el cielo, bañadas por la luz anaranjada del atardecer. El aire caliente distorsionaba las estructuras, dándoles un aspecto aún más lúgubre y amenazante.

Al centro, una torre colosal, un coliseo gótico que simulaba la mítica torre de Babel, se alzaba como un oscuro monolito.

—Vaya, tienen gustos muy... peculiares —murmuró N 13, sin apartar la mirada—. Parece más una fortaleza que una ciudad... La Iglesia no escatima en vigilancia.

Miró a su alrededor, sus ojos afilados captando los pequeños asentamientos desperdigados en la tierra árida, hechas de chatarra y madera vieja, restos de lo que alguna vez pudo ser algo digno.

Las sombras comenzaban a alargarse mientras la noche caía, y las luces de vigilancia de Necrón cobraban vida, barriendo el terreno con haces brillantes en busca de intrusos. N 13 sabía que el tiempo apremiaba.

—Será mejor investigar esos asentamientos... Quizá encuentre una forma de colarme en esa fortaleza de pesadilla.

Caminó hasta llegar a uno de los asentamientos. El lugar estaba tenuemente iluminado por precarias luces tubulares y barriles en llamas. A su paso, los habitantes la observaban con ojos llenos de miedo y recelo. Se escabullían entre las sombras, ocultándose en sus casas o callejones, como si N 13 fuera un espectro de mal augurio.

—¿Qué tan jodida está la sociedad para que le teman tanto a los forasteros? —murmuró, mientras observaba la decadente tecnología y las condiciones miserables del asentamiento—. La escoria de Necrón, eso es lo que parece ser este lugar.

Finalmente, encontró una pequeña cantina. Sin dudar, abrió la puerta corrediza oxidada, su chirrido resonando en el ambiente sombrío. Todos los ojos se volvieron hacia ella, llenos de hostilidad y desconfianza. Algunos masticaban en silencio, otros bebían, pero todos la observaban como si no perteneciera a ese mundo.

La voz en su cabeza surgió de la oscuridad.

—Jejeje... Parece que no eres bienvenida. ¿Qué tal si los matamos a todos de una manera... violenta?

N 13 no respondió, pero sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.

—Ya quisieras, cabrón... Pero tu sed de sangre tendrá que esperar.

La voz siseó, irritada.

—Grrrr... Tu imprudencia nos podría costar la vida a ambos. Ya has destruido dos ciudades, ¿qué te cuesta destruir una más?

N 13 ignoró el reclamo interno y avanzó hacia la barra, sentándose con la calma de quien no teme a nada. Sus ojos escudriñaban el lugar, buscando a alguien con quien poder hablar, obtener la información que necesitaba.

El dueño del lugar, un hombre robusto, alto, con una barba descuidada y aspecto rudo, se le acercó.

—¿Qué deseas? —preguntó en un tono áspero.

—Tengo hambre. Quiero tu mejor corte de carne... y una cerveza.

El hombre la miró con desdén, pero antes de que pudiera replicar, N 13 arrojó un costal de monedas de oro sobre la barra. El tintineo resonó en el aire, y el brillo de las monedas llamó la atención de todos los presentes.

El dueño observó con detenimiento.

—Esas... son monedas de Uruk —dijo, con los ojos muy abiertos—. Pensé que la Iglesia había tomado ese territorio. ¿Cómo las conseguiste?

N 13 sonrió con ironía.

—No pareces un seguidor de la maldita Iglesia. ¿O me equivoco?

El hombre escupió al suelo, su rostro endurecido por el desprecio.

—Aquí todos somos indeseables para esos bastardos. Nos han torturado, nos han quitado a nuestras familias... Solo por no seguir su podrido credo.

N 13 asintió, sabiendo que estaba en el lugar correcto.

—Entonces, seguro has oído rumores... sobre los extraños eventos de los últimos años. —Sus palabras se deslizaron entre el humo y la oscuridad del bar.

El dueño suspiró, su expresión cambiando a una de cautela.

—Lo creí tonterías... Noticias falsas. La Iglesia controla todo, hasta la información. Pero lo que no pueden controlar es lo que la gente cuenta... lo que hemos visto.

N 13 apoyó los codos en la barra, acercándose ligeramente.

—Cuéntame... ¿Qué te han contado tus contactos?

El dueño de la taberna dejó escapar un suspiro pesado antes de comenzar a hablar, su voz baja y llena de una gravedad que se sentía en el aire viciado del lugar.

—Me han contado que en Uruk estalló una guerra. Wayland y Shirke... dicen que están muertos, pero aquí solo lo consideramos rumores, nada oficial. —Hizo una pausa, mirando de reojo hacia las mesas vacías—. La Iglesia, sin embargo, no lo ha tomado a la ligera. Han habido movimientos extraños en Necrón y en otras ciudades bajo su control. Lo más inquietante es que se ha visto al Cardenal Aleister en varios asentamientos... eso nunca había ocurrido en toda la historia de su gobierno.

N 13 se mantuvo en silencio, sus ojos fijos en el hombre mientras él continuaba, sus palabras cada vez más sombrías.

—También he oído que la ciudad rebelde de Armog... desapareció. Alfonso, un buen hombre que nos ayudaba con suministros, también desapareció. Pero eso no lo consideramos rumor; la misma Iglesia confirmó que Armog cayó. —El hombre bajó la vista, su expresión sombría—. Dicen que fue como el incidente en Arcadia...

La atmósfera se volvió aún más densa, y N 13 sintió el peso de la tristeza que emanaba del tabernero. El dolor en su voz la incomodaba, pero no tenía tiempo para consuelo.

—¿Quién es ahora tu proveedor? —preguntó, sin desviar la mirada.

El hombre alzó una ceja, recuperando algo de compostura.

—No puedo decirte más a menos que me confirmes lo que ya sabes. —Su tono se endureció—. Y quizás, si tienes más de esas monedas de Uruk, cambie de opinión.

N 13 sonrió con frialdad.

—No serán necesarias más monedas.

El tabernero frunció el ceño, intrigado.

—¿A qué te refieres?

—Los rumores son ciertos. Wayland y Shirke están muertos, y la ciudad de Uruk ha sido liberada.

Las palabras de N 13 cayeron como un martillo, y el hombre retrocedió, visiblemente sorprendido.

—¿Pero cómo... cómo es posible? Esos dos parecían invencibles, como la mayoría de los miembros de la Iglesia.

N 13 ladeó la cabeza, su voz baja y cargada de ironía.

—Si aún crees en algo... en milagros, supongo que podrías verlo de esa manera.

El hombre entrecerró los ojos, evaluando cada palabra de la mutante.

—Hablas como si me conocieras. Soltar una información de ese calibre a un desconocido es peligroso. ¿Cómo sé que no eres una agente de la Iglesia?

N 13 soltó un suspiro, recordando brevemente el rostro de Alfonso.

—Conocí a Alfonso. Fui testigo de lo que realmente sucedió en Armog. Pero necesito que estemos a solas.

El hombre lanzó una mirada hacia su guardaespaldas, quien asintió y comenzó a desalojar la taberna. No había muchos clientes, así que el lugar quedó vacío en pocos minutos, el silencio resonando entre las paredes.

El tabernero cocinó el pedido de N 13 mientras ella relataba los eventos de Armog, cuidándose de no revelar demasiado sobre su verdadero ser ni sobre las Necromachine.

—Eso fue lo que ocurrió —concluyó finalmente N 13, su tono sombrío—. Lamento no haber podido hacer más para salvarlo.

El hombre se quedó en silencio por un momento, sus manos aferradas al borde del mostrador.

—Nunca pensé que las leyendas sobre esas Necromachine fueran reales... Las consideraba cuentos para asustar a los viajeros.

—Lamentablemente, no lo son. —N 13 le dirigió una mirada seria antes de añadir—: Por cierto, mi nombre es N 13. Lamento no haberme presentado antes, Carlos.

El hombre, Carlos, asintió lentamente mientras dejaba el plato frente a ella. La carne, perfectamente cocida y adornada con finas hierbas, desprendía un aroma exquisito, uno que pocos podrían permitirse en aquellos tiempos oscuros.

—Bueno, N 13 no parece un nombre real —comentó, con una sonrisa amarga.

—Eso es lo que estoy tratando de averiguar —respondió ella, tomando el cuchillo y cortando un trozo de carne—. Quiero saber quién soy en realidad. Alfonso me habló de este asentamiento... me dijo que podrías ayudarme a entrar a la ciudad.

Carlos la miró con una mezcla de recelo y respeto.

—No es fácil entrar a esa fortaleza. Pocos han logrado hacerlo y volver para contarlo.

N 13 levantó la vista, sus ojos afilados.

—Me mencionaste que tenían un proveedor. ¿Qué más puedes decirme sobre eso?

El tabernero suspiró profundamente.

—No es un proveedor convencional. Digamos que, desde la ciudad, algo o alguien ha estado lanzando cajas con víveres y chatarra para que sobrevivamos. No sabemos quién es, pero si no fuera por ese "ángel", ya estaríamos muertos. —Hizo una pausa—. Pero desde lo ocurrido en Uruk, la seguridad se ha intensificado. Apenas hemos recibido ayuda. La carne que te di viene de la ciudad, pero nos queda para un mes, si acaso.

N 13 asintió, asimilando la información.

—¿Conoces algún punto ciego en el muro de la ciudad?

—Hay un lugar... —Carlos titubeó—. Pero solo sirve como salida, no como entrada. Es el desagüe de la ciudad, y está en un acantilado al noreste. La altura es considerable, imposible de escalar sin equipo.

N 13 asintió, pensativa.

—Supongo que los que logran huir lo hacen por allí, ¿cierto?

—Si sobreviven a la caída, sí.

La joven terminó su comida en silencio, acomodando los cubiertos sobre el plato con una precisión meticulosa.

—Parece que ya tengo un panorama más claro —dijo finalmente—. Pero aún necesito más información. ¿Quién gobierna esta ciudad?

Carlos la miró, su rostro endurecido.

—El presidente del consejo de Gabriel, Arius. Es una especie de sacerdote y cónsul de la Iglesia. Pero no te dejes engañar por su apariencia de viejo indefenso... es letal con las armas y la magia.

N 13 mantuvo la calma, esperando más.

—No es el único que gobierna —añadió Carlos—. También está Lilith, la líder de las Bestias de la Noche, una hermandad de asesinos... lo peor de lo peor. Nadie sabe cómo son, pero sus métodos son horribles. Lilith fue postulada para ser una Santa Signora de la Iglesia, pero sus métodos... eran demasiado sangrientos incluso para ellos.

Carlos hizo una pausa, clavando su mirada en N 13.

—Si Alfonso te habló de mí, esto debe ser importante... pero ten cuidado. Estás a punto de entrar en un verdadero infierno.

N 13 se mantuvo inmóvil, sus ojos brillando con una luz fría mientras escuchaba las palabras de Carlos. Su mención de los "infames ojos rojos" había desencadenado algo, un susurro en su memoria, una verdad oscura que preferiría no recordar.

—¿Una Mutant Queen? —preguntó Carlos, su voz cargada de incredulidad.

N 13 asintió lentamente, su mirada clavada en la del tabernero.

—Así es. Si hay algo que las distingue, son esos malditos ojos.

Al escuchar esto, Carlos retrocedió, el miedo apoderándose de sus facciones. Ahora lo entendía. N 13 no era solo una viajera más, sino una de esas criaturas, una reina mutante.

—Dios... —murmuró, sus palabras cargadas de temor—. Tú eres una de esas cosas.

N 13 se quitó la capucha con calma, revelando su rostro.

—No temas, —dijo con una sonrisa gélida—. No soy como los demás. Digamos que soy la razón por la que Shirke y Wayland ya no están entre nosotros.

El hombre la miró con los ojos desorbitados, apenas pudiendo creer lo que escuchaba. Se arrodilló ante ella, casi suplicante.

—¡Por favor, te lo ruego! Salva a mi gente. No podemos soportar más este infierno.

N 13 apoyó una mano en su hombro, su mirada dura pero comprensiva.

—No te preocupes, me encargaré de ello. No pierdas la esperanza.

Carlos comenzó a llorar, sus lágrimas cayendo con el peso de una desesperación profunda.

—Acaba con esos malditos... hazlos pagar por toda la gente inocente que han asesinado. Pero ten cuidado, la torre donde se esconden no tendrá poca seguridad.

N 13 observó el lugar con una expresión oscura.

—Así que esa torre siniestra es donde viven...

—Sí, —confirmó Carlos, limpiándose las lágrimas—. Desde allí nos vigilan, esos malditos.

N 13 se puso de pie, lista para partir.

—Ha anochecido. Es el mejor momento para irme.

Carlos asintió, su voz temblando de respeto y temor.

—Tenga cuidado, señorita. No sé qué horrores encontrará en su camino, pero rezaré por usted. Gracias... por todo.

N 13 asintió y, sin decir más, salió de la taberna. Mientras lo hacía, una risa oscura resonó en su mente.

V: Al fin, ya me aburría de tanta charla. Quiero romper algunos huesos. Eres tan aburrida, yo les habría sacado la información con miedo, y si no cooperaban... me los habría comido.

N 13 apretó los dientes, irritada.

—Tarde o temprano, me desharé de ti. Me tienes harta con tus ansias de muerte.

V: No puedes negar tu naturaleza, mujer. Tú y yo somos uno. Represento tu odio, tu sed de sangre. Al final del día, sabes que eres un monstruo, como yo.

N 13 no respondió de inmediato, sus ojos fijos en la niebla que comenzaba a engullir el horizonte mientras avanzaba hacia el desagüe.

—Nunca permitiré que me conviertas en uno de ellos —murmuró finalmente—. No me convertiré en lo que fueron Shirke y Brunilda.

La risa de V resonó más fuerte.

V: Qué estúpida eres. Desperdicias tu potencial para proteger a los débiles, los mismos que solo se interponen en tu camino.

La niebla se arremolinó alrededor de N 13, engulléndola mientras avanzaba hacia su destino. Al mismo tiempo, en la torre principal de la ciudad, se desarrollaba una reunión cargada de tensión.

Un hombre misterioso, de aspecto envejecido pero poderoso, estaba sentado tras un imponente escritorio de madera tallada, rodeado de cortinas carmesí y vitrales góticos que representaban a una Santa ascendiendo hacia los cielos. El ambiente de la sala era opresivo, iluminado por la tenue luz de un candelabro, revelando al siniestro invitado: el Cardenal Aleister.

El líder del lugar, Arius, permanecía de espaldas, observando el vitral desde una fina silla giratoria. Su voz, grave y controlada, rompió el silencio.

—No esperaba tu presencia, Aleister.

Aleister, con una sonrisa burlona, caminó lentamente por la sala, inspeccionando los libros antiguos que llenaban las estanterías.

—No me sorprende, Arius. Ha pasado mucho tiempo desde Arcadia. Pero ya debes imaginar por qué estoy aquí. Lo de Uruk...

Arius finalmente se giró, revelando un rostro curtido por los años, su cabello canoso cayendo en mechones largos. Llevaba un monóculo en su ojo derecho y vestía con elegancia victoriana, una copa de vino tinto en su mano.

—He oído rumores —dijo Arius, llevándose la copa a los labios—. Pero me cuesta creer que Shirke y Wayland estén muertos. Eran de nuestros mejores hombres.

Aleister cerró el libro que hojeaba con un golpe seco, su mirada severa.

—¡No son rumores! —rugió—. Han sido asesinados por la nueva monarca de Uruk.

Arius palideció.

—¿Cómo es posible que una sola persona pudiera matar a ambos?

Aleister dejó que su magia fluyera, invocando un cetro con una esfera luminosa en su extremo. De la esfera emergieron hologramas que mostraban imágenes de las dos mujeres responsables.

—No estaba sola —explicó el Cardenal, su tono ominoso—. La responsable de la masacre de Arcadia estaba con ella. La rubia... es una Mutant Queen de primera generación.

Arius dejó caer su copa, el sonido de vidrio roto llenando la sala.

—¡Eso es imposible! Esa generación desapareció hace más de cien mil años.

Aleister sonrió de manera sombría.

—Lo mismo pensé, pero lo vi con mis propios ojos. Esto cambia todo.

Arius asintió, sus ojos oscuros llenos de miedo y preocupación.

—¿Y la otra chica? Si envío a mis mejores hombres, ¿podríamos recuperar el territorio?

Aleister mantuvo su mirada fija en los hologramas, calculando cada movimiento. El juego de poder apenas comenzaba.

El Cardenal Aleister se acercó lentamente, su figura envolviéndose en la penumbra de la sala. La habitación, bañada en la luz tenue de las velas, reflejaba las sombras en su cetro, que ahora apuntaba directamente hacia Arius.

—No, Arius —dijo Aleister con una voz fría—. Su Santidad me ha dejado claro que no debemos arriesgar más de lo necesario. Este colapso ha reavivado a los Rebeldes, y lanzarse a ciegas sin conocer sus números sería contraproducente.

Arius tragó en seco, intentando mantener la compostura. Aleister se movía con la certeza de alguien que poseía toda la información.

—Pero si logramos capturar a la rubia, podremos ganar esta guerra. No solo contra los Rebeldes, sino también contra las Necromachine. Ella es la clave para que Su Santidad cumpla su objetivo final: el dominio absoluto.

El rostro de Arius se oscureció, su nerviosismo evidente.

—¿Y por qué ha venido a mí? No creo que solo sea para informarme de los acontecimientos en Nueva Uruk.

Aleister sonrió de manera siniestra, acercándose más a Arius y apuntándolo nuevamente con su cetro. La amenaza era clara, y el anciano retrocedió, temblando.

—Ese es el detalle. Mis contactos han informado que la han visto cerca de Necrón. No tengo dudas de que ella se dirige hacia aquí. Algo me dice que está más cerca de lo que imaginamos.

El Cardenal se alejó, ubicándose en el centro de la sala, sus pasos resonando en el silencio opresivo.

—Te falta imaginación e instinto, Arius, —dijo Aleister—. Tarde o temprano entenderás por qué estoy en lo correcto. Si ves algo inusual, ya sabes cómo contactarme.

Arius asintió, tembloroso.

—S-sí, Su Santidad.

Aleister levantó su cetro, y en un parpadeo, su figura se desvaneció, dejando un rastro de energía oscura en el aire. Justo en ese momento, un torbellino de murciélagos invadió la habitación, las criaturas revoloteando en círculos hasta materializarse en una mujer. Su cabello plateado caía libre sobre sus hombros desnudos, su cuerpo semidesnudo adornado solo por una larga falda de seda carmesí que dejaba al descubierto una de sus piernas. Era Lilith.

Arius observó con una mezcla de admiración y temor.

—Escuchaste todo, ¿no es así, Lilith? —preguntó Arius.

Lilith se rió de manera lasciva, sus ojos plateados reflejando la luz parpadeante de las velas.

Fu fu fu, así es, viejo. Estaba disfrutando de una orgía y bebiendo sangre cuando sentí la presencia de Aleister. No puedo creer que esa estúpida de Shirke esté muerta.

Lilith se dejó caer en una silla, su actitud despreocupada contrastando con la seriedad del momento.

—Es una gran pérdida para la Iglesia, querida, —respondió Arius—. La caída de Shirke ha sido un golpe devastador.

Lilith chasqueó la lengua.

—Si hubiera estado en Uruk, quizá las cosas habrían sido diferentes. Pero esa mosca de Shirke siempre subestimaba a sus oponentes, y estas son las consecuencias de su arrogancia.

Arius miró a Lilith con cautela.

—¿Qué opinas de la rubia que Aleister mencionó?

Lilith sonrió con un brillo perverso en sus ojos.

—Aleister está obsesionado con esa chica, pero deberían preocuparse también por su compañera. Aunque no voy a mentirte, me encantaría tener a esas dos en mi cama, convertirlas en mis sirvientas. Son tan... perfectas.

Saboreando sus labios, Lilith comenzó a masajear sus pechos desnudos, mientras de su boca escapaba un vapor carmesí.

—Si Aleister tiene razón, —dijo Arius, ignorando el comportamiento provocador de Lilith—, tal vez puedas añadir a la rubia a tu colección. Y después, iremos tras su compañera.

Lilith sonrió, su expresión oscura y llena de anticipación.

—¿Vas a mandar a tus cinco locos a investigar? —preguntó Lilith con un tono divertido.

Arius asintió.

—Sí. Si ella se acerca a Necrón, lo más prudente es recibirla con una bienvenida adecuada.

Lilith lanzó una carcajada siniestra.

—Esto será muy interesante.

Al otro lado de la ciudad, N 13 se deslizaba silenciosa sobre el muro que conducía al desagüe, evitando las luces que barrían la fortaleza. Con cada paso, se acercaba más a su objetivo. El tubo era sorprendentemente amplio, lo suficiente para que caminara erguida sin necesidad de agacharse.

—Vaya, este desagüe es más grande de lo que imaginaba, —murmuró N 13, deteniéndose para observar las paredes ennegrecidas—. Debe haber muchos habitantes aquí... pero algo no anda bien. Siento una presencia... poderosa.

Los ecos de su propia voz resonaron en el túnel cuando, de repente, escuchó voces familiares. Desde la oscuridad de una cueva cercana, emergieron figuras del Mundo Astral, sus formas esqueléticas rodeadas por una luz opaca.

—Nos volvemos a encontrar, N 13, —dijo Aristóteles, su voz hueca.

Prometheus, su compañero, apareció junto a él.

—Así es, —añadió—. Ha pasado tiempo desde nuestra última reunión.

N 13 los miró con una sonrisa sarcástica.

—Bueno, si no son ustedes, mis amigos esqueléticos, —dijo—. ¿Qué hacen en un lugar tan repugnante como este? El olor aquí es... insoportable.

Prometheus sonrió de manera siniestra.

—Venimos a advertirte de algo curioso sobre esta ciudad. Hemos estado vigilando tus movimientos desde el otro lado.

N 13 frunció el ceño.

—¿Qué curiosidad?

—El metal negro con el que está construida, —dijo Aristóteles—. Es un mineral que solo existe en el Mundo Astral. La gente de aquí parece estar realizando rituales oscuros relacionados con nuestro mundo.

Prometheus asintió.

—Parece que los habitantes pueden entrar y salir del Mundo Astral a voluntad. Pero no es todo. Esta ciudad tiene una reputación... desaparece en ciertos momentos, como si estuviera viva.

Aristóteles la miró con seriedad.

—Tanto la ciudad como su gente están conectados con el Mundo Astral desde hace mucho tiempo. Te aconsejamos que tengas cuidado. No sabemos qué tipo de criaturas o magos puedes encontrar aquí.

Prometheus hizo una pausa, su voz cargada de advertencia.

—Este lugar está lleno de muerte y placeres inhumanos. La Ciudad Negra te espera, querida.

N 13 se quedó en silencio, procesando las palabras de los esqueletos. Pero su mirada determinada no titubeó. No temía lo que le aguardaba.

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