Destino
Istryn se detuvo en seco, sus ojos centelleando bajo la penumbra mientras el estruendo de una explosión reverberaba en la distancia. —¿Escuchaste eso? —preguntó, su voz era suave pero cargada de inquietud.
A su lado, Dinna asintió, su mirada fija en la dirección de las detonaciones. —Sí... algo está ocurriendo allí —respondió con un tono sombrío, como si presintiera la violencia que aguardaba más allá de las sombras.
Istryn apretó los labios, su mente viajando hacia el reciente encuentro con dos chicas misteriosas. —¿Tendrá algo que ver con esas dos que conocimos hace un rato? —susurró, la duda y la curiosidad luchando en su interior.
—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Dinna con frialdad, ya preparándose para lo inevitable.
Sin más palabras, el dúo se puso en marcha, dirigiéndose hacia Nueva Uruk. A medida que avanzaban, el campo de batalla se desplegaba ante ellas, susurros de caos y destrucción llenando el aire. En ese mismo momento, Gladius, el General caído en desgracia, se preparaba para enfrentar al Cardenal, un hombre cuya furia desatada irradiaba un poder oscuro y devastador.
—Son unos necios al luchar contra nosotros —gruñó Aleister, su voz cargada de una arrogancia insondable—. No tienen ninguna posibilidad, y tú lo sabes bien, Gladius. Van a lamentar haberme hecho enojar. ¡No habrá piedad!
Gladius alzó su espada, su mirada fija en su enemigo. —¡Ven a por mí! —retó, su tono teñido de un odio profundo.
Con un rugido de desafío, Gladius lanzó proyectiles mágicos hacia Aleister, pero el Cardenal erigió una barrera impenetrable, haciendo estallar las esferas en una tormenta de fuego y destrucción. El suelo tembló, los edificios crujieron mientras los escombros caían en cascada, y de la nube de polvo emergió una serpiente titánica de fuego verde, golpeando a Gladius y lanzándolo por los aires. Su espada voló de sus manos, deslizándose lejos de su alcance.
Aleister soltó una carcajada cruel. —Tu poder no se compara al mío, General. Has entrenado por años, pero jamás podrás derrotarme.
Desde las ruinas, Nisha observaba la escena, su corazón encogido por la magnitud de la batalla. —¡Qué poder tan inmenso! —murmuró, asustada ante el choque de titanes que presenciaba.
Con un gesto maligno, Aleister desató su furia. Los escombros levitaron a su alrededor como si estuvieran al mando de una fuerza invisible. Con una risa maquiavélica, los lanzó contra Gladius, pero el General, invocando su magia natural, hizo brotar raíces gigantescas del suelo, creando una telaraña que atrapó los fragmentos en pleno vuelo.
Aleister, aunque impresionado, no ocultó su desprecio. —Nada mal para el legendario guerrero de Uruk... Es una pena que el remordimiento te haya consumido. Ya es demasiado tarde para ti, Gladius. Ni tus mejores alumnos podrán contra él. Hansel no es como Gretel, y esos insectos miserables están condenados.
Gladius, levantándose con dificultad, lo miró a los ojos. —Tienes razón. Nadie llorará en mi tumba. He sido uno de los causantes de la caída de mi pueblo... traicioné a aquellos que consideraba mi familia. Pero lo hice por su bien. El antiguo rey estaba corrupto, y su poder devoraba todo a su paso. Mi mayor error fue confiar en víboras como tú.
El rostro de Aleister se endureció, pero Gladius continuó, su voz impregnada de dolor y rabia. —Cuando comprendí la verdad, ya era demasiado tarde. Ver a Nisha llorar después de que Shirke asesinara a su madre... fue lo que me hizo abrir los ojos. Ustedes solo me usaron, como están usando ahora a Shirke y a Wayland. Nisha... —sus ojos se posaron en la joven guerrera—. Perdóname por todo el mal que te he causado. Estoy orgulloso de ti, más de lo que jamás podrás imaginar.
Nisha, con lágrimas en los ojos, trató de responder, pero sus palabras se ahogaron en su garganta.
—¡Escucha bien, Aleister! —bramó Gladius, levantando su voz sobre el estruendo de la batalla—. Aunque logres destruir mi cuerpo, Nisha y los guerreros de Uruk seguirán luchando. ¡Tú y tu líder caerán al final!
Mientras Gladius lanzaba su desafío, el joven monarca Balederik combatía ferozmente contra Hansel, la temible criatura cuya aura de fuego azul parecía insuperable. Hansel, con una sonrisa perversa, disfrutaba cada momento del caos.
—Me sorprende que no hayas huido como tu patético padre, Balederik —se burló Hansel, levantando una espada de fuego—. Tu familia es la causa de todo este sufrimiento. Tu padre condenó a tu pueblo, y tú... no eres diferente.
Balederik, furioso, invocó una poderosa magia, pero Hansel lo enfrentó con una barrera de fuego azul que consumía todo a su paso. Los soldados de Uruk trataron de ayudar a su rey, pero fueron masacrados por la monstruosa espada de Hansel, sus cuerpos hechos pedazos en una lluvia de sangre.
Hansel, saboreando la sangre de sus víctimas, se relamió los labios con satisfacción. —La sangre de tu gente es exquisita, Balederik. ¡Voy a disfrutar devorándolos uno por uno!
Balederik, ardiendo de ira, invocó un golem de piedra que lanzó un puñetazo brutal contra Hansel, enviándolo volando a través de las ruinas. Pero Hansel no se inmutó, levantándose con una sonrisa sádica. —Nada mal, pero necesitarás más que eso para vencerme.
Al otro lado del campo de batalla, Aleister se deleitaba con el caos. —Hace tiempo que no me divierto tanto, Gladius. Ahora entiendo por qué Wayland te respeta tanto. Pero no importa cuánto te resistas, todo terminará aquí.
—No dejaré que sigas corrompiendo a mi pueblo —gruñó Gladius—. Fuiste tú quien convenció a Wayland para que me traicionara, pero esta vez será diferente. Si yo no te detengo, Nisha y N 13 lo harán.
Nisha, al oír esas palabras, sintió que una lágrima le rodaba por la mejilla.
—¿Cómo podré...? —susurró, sus pensamientos entrelazados con una voz extraña en su mente.
—No temas, Nisha —susurró el parásito desde la cápsula—. Acepta mi poder, y cumplirás el último deseo de tu maestro.
Aleister, con una risa maníaca, invocó una serpiente de fuego esmeralda que agitó la tierra misma bajo sus pies. —Es hora de acabar con esto.
Gladius, con un rugido de desafío, invocó una raíz colosal que se estrelló contra la serpiente, provocando una explosión que rompió el techo de la caverna. Un pilar de energía ascendió hacia el cielo, sorprendiendo a todos los presentes.
La atmósfera se tornaba densa, cargada de desesperación y muerte. Balederik miró en el horizonte, con la vista nublada por la rabia y el miedo.
—¿Qué carajos es eso? —su voz se quebró ante la visión apocalíptica que se desplegaba ante él.
Hansel, con una sonrisa perversa, apenas susurró:
—Señor Aleister...
La energía en el aire se retorcía como una bestia salvaje. A lo lejos, Dinna apenas lograba articular palabra, sus ojos clavados en la columna de luz que ascendía al cielo.
—¡Madre mía! ¿De dónde viene semejante poder?
Istryn, su compañera, apretaba los puños con nerviosismo.
—Mira, Dinna...
Las explosiones cesaron por un momento, y la luz comenzó a desvanecerse, dejando en su estela una nube densa de polvo y escombros. Cuando la niebla de destrucción se disipó, Nisha contempló la carnicería: Gladius y Aleister, ambos empapados en sangre, apenas mantenían el equilibrio. Las heridas en sus cuerpos parecían letales, pero lo más perturbador fue el sonido gutural de Gladius tosiendo sangre.
—¡Gladius! —Nisha corrió hacia él, pero la distancia entre ellos parecía interminable.
Aleister, en medio del caos, sonrió.
—Ya hacía tiempo que nadie lograba lastimarme. Qué desperdicio... Traicionaste a los tuyos por una simple chica. Tu poder habría sido invaluable para la Iglesia, Gladius.
Pero el general no escuchaba. Sus ojos estaban fijos en su espada caída. Con un esfuerzo titánico, se inclinó, dispuesto a recuperar lo que le pertenecía.
—Esto aún no ha terminado, Aleister. Aunque esté cubierto de heridas, quemado y casi sin fuerzas... ¡No me rendiré hasta verte muerto!
Con una última muestra de poder, Gladius invocó miles de proyectiles mágicos, los cuales fueron recibidos por Aleister con una risa maliciosa. El Pontífice, en su desesperación, abrió un portal blanco del cual emergió un meteorito. Pero el general, con una maniobra brutal, lo cortó en dos con su espada. El aire se llenó de un silbido mortal cuando la hoja de Gladius cruzó el rostro de Aleister, separando su piel en un corte sangriento y profundo.
Nisha gritó, eufórica.
—¡Bien hecho!
Pero Aleister, con el rostro distorsionado por la furia, lanzó un último ataque.
—¡Maldito hijo de perra! ¡No me vas a ganar! ¡Me llevaré a tu maldita hija conmigo al infierno!
Con un movimiento rápido, disparó una ráfaga de púas desde su cetro, apuntando directamente a Nisha. Ella cerró los ojos, esperando el impacto... pero el dolor nunca llegó. Al abrirlos, el horror la invadió al ver a Gladius, su figura imponente ahora perforada por las púas, su armadura hecha trizas, la sangre fluyendo como un río oscuro.
—¡Papá! —gritó con un dolor desgarrador.
Aleister se regocijaba.
—Jajaja, no se preocupen. Los enviaré a ambos al infierno.
Pero Gladius, en su último acto de resistencia, lanzó una cuchilla hacia el Pontífice. Aunque este la repelió, la explosión cegó temporalmente a Aleister. Aprovechando la confusión, Gladius abrió un portal y arrastró a Nisha consigo, apenas esquivando el ataque final del Pontífice.
Al otro lado del portal, en un lugar seguro a las afueras de la ciudad, Nisha miraba con horror las heridas de Gladius.
—¡No, Gladius! ¡No me dejes! —las lágrimas corrían por su rostro sin detenerse.
El general, en sus últimos momentos, sonrió débilmente.
—No llores por un traidor... no lo merezco después de lo que hice hace 15 años. Yo arruiné tu vida...
—¡No me importa lo que hiciste! ¡No hables más! —intentó calmarlo, su voz quebrada por la desesperación—. Te llevaré con Catherine...
Gladius negó con la cabeza, su mirada ya apagándose.
—Es mi hora, Nisha... no lo alargues más.
El silencio se cernió sobre ellos.
—No puedo perderte también... —murmuró Nisha, rota.
—No es tiempo de lamentarse. Nuestra gente te necesita ahora más que nunca —susurró él, su respiración haciéndose cada vez más débil—. No serás perfecta, nadie lo es. Pero debes aprender... y seguir adelante. El futuro de Uruk, y de N 13, está en tus manos. Ahora... tú serás la nueva General.
Con sus últimas fuerzas, Gladius le entregó su espada. Nisha, incapaz de contener las lágrimas, la tomó mientras observaba cómo la vida se apagaba en los ojos de su mentor, su padre adoptivo. El cuerpo de Gladius se desplomó, inerte. Nisha, con el corazón destrozado, apretó la empuñadura de la espada, sintiendo el peso de la responsabilidad que le caía encima.
—Te lo juro, no fallaré... —prometió, mientras el viento se llevaba las últimas palabras no dichas.
La voz del parásito resonó en su mente.
—Es hora, Nisha. Debes aceptar tu destino. N 13 te necesita, y tu pueblo también.
Sin dudar más, Nisha abrió la cápsula que contenía al parásito. Tomando la criatura en sus manos, la miró con determinación.
—Adiós, humanidad... —susurró antes de tragárselo.
El dolor fue inmediato y devastador. Nisha gritó al sentir cómo el parásito invadía su cuerpo, transformándola desde adentro. Tentáculos brotaron de su piel, envolviéndola en una pesadilla de carne y poder.
Antes de perder la consciencia, Nisha vio, una vez más, al cuervo en el mundo astral.
—Nos volvemos a ver, Nisha.
La oscuridad envolvía el campo de batalla. Un aire denso y sofocante se mezclaba con el olor a tierra quemada y sangre derramada. El cuervo, su silueta envuelta en sombras, alzó la mirada hacia Nisha, sus ojos, como pozos infinitos, parecían leer cada rincón de su alma.
—Tu trascendencia está por completarse —susurró con una voz que resonaba como un eco en el vacío—. Pero recuerda, no todas las Mutant Queen son iguales. Apenas has conocido a unas cuantas de las miles que los Antiguos Humanos crearon para combatir a los Impura Sanguis.
Nisha, con el corazón latiendo desbocado, no pudo evitar sentir un peso abrumador. El cuervo la observaba con intensidad, sabiendo lo que vendría.
—Tu nuevo linaje es vasto —continuó el cuervo—. Pronto conocerás a muchas como tú. Pero ahora es tiempo de renacer en tu nuevo ser. Cuando despiertes, yo desapareceré.
—¿Por qué? —preguntó Nisha, su voz quebrándose ligeramente—. ¿Por qué vas a desaparecer?
El cuervo inclinó ligeramente la cabeza, casi con tristeza.
—A diferencia de N 13 y su Parásito, yo soy de la quinta generación del Proyecto Penitencia. Al unirme a mi nuevo cuerpo, mi conciencia se fusiona completamente con mi portadora. Pero no puedo decir lo mismo de tu amiga. El parásito de N 13 es de la primera generación. Y las Mutant Queen de primera generación... están extintas.
El rostro de Nisha palideció, sus pensamientos ahogándose en la idea de lo que implicaba.
—¿Por qué? ¿Qué les ocurrió?
—Las Mutant Queen de primera generación eran las más poderosas... pero también las más inestables. Sus parásitos siempre luchaban con las portadoras por el control de sus cuerpos. Tras cumplir su misión, las de segunda generación se encargaron de ellas. —La voz del cuervo se tornó grave, como si pesara con la carga de ese conocimiento—. Todos nosotros estamos conectados en una mente colmena y sabemos lo que sucedió con nuestros predecesores. Nunca imaginé que aún existiera una de la primera generación. Tú has logrado que N 13 se controle... pero, si su voluntad se debilita... ¿qué harás con ella, Nisha?
La guerrera apretó sus puños con tal fuerza que su propia sangre comenzó a gotear al suelo, manchando su armadura.
—Confío en ella —dijo, con determinación en sus ojos—. Jamás perderá el control mientras yo esté aquí. Yo me aseguraré de ello.
El cuervo inclinó levemente su cabeza, evaluando sus palabras.
—La mente humana es fascinante. Espero que sepas lo que haces. Si ella desata todo su poder y se corrompe... no habrá salvación para ninguno. No solo lo digo yo, sino todos mis hermanos y hermanas alrededor del mundo.
Una legión de sombras emergió detrás del cuervo. Siluetas femeninas, poderosas y oscuras, todas Mutant Queens como N 13, se alinearon en el horizonte, recordándole a Nisha que su destino estaba entrelazado con algo mucho más vasto de lo que imaginaba.
La luz cegadora la envolvió una vez más. Cuando despertó, estaba dentro de un capullo biometálico. Con un esfuerzo titánico, rompió una de las paredes del capullo, emergiendo de las sombras, empapada de sudor y determinación. Su mano alcanzó la espada de Gladius, ahora suya, como una extensión de su promesa.
Mientras tanto, en el campo de batalla, Balederik se encontraba al borde de la muerte. El fuego consumía el campo, el aire estaba cargado de destrucción. Frente a él, Hansel, con su sonrisa arrogante, lo observaba, seguro de su victoria.
—Y yo que te creía un niño mimado —se burló Hansel, sus ojos destellando con la locura del poder—. ¿Qué te motiva a luchar por estos débiles? Podrías tener todo, ¿y aún así eliges morir por ellos?
Balederik, jadeando por el esfuerzo, apretó los dientes. La traición de su padre resonaba en su mente, y con ella, una promesa hecha a sí mismo y a su pueblo.
—Mi pueblo confió en mi padre, y él los traicionó por sus malditos caprichos. Yo no cometeré los mismos errores. Si muero, lo haré con honor. ¡Por mi reino! ¡Por mi gente!
Hansel lanzó una carcajada salvaje, pero fue interrumpido por un violento corte de viento que desmembró a las criaturas que lo rodeaban. Dinna e Istryn emergieron de las sombras, listas para la batalla.
—Llegamos justo a tiempo —dijo Istryn, con una media sonrisa.
Balederik, agotado pero indomable, les dirigió una mirada.
—Dejen que yo me encargue de Hansel —gruñó, la furia en su voz haciéndose palpable.
El choque final era inevitable.
La atmósfera se tensó aún más cuando la criatura emergió de los escombros, su aura flamígera arrasando con lo que quedaba de su entorno. Los restos volaron por los aires mientras Hansel se ponía de pie, su risa fría resonando en la desolada escena.
—Esos golpes dolieron, ¿sabes? —dijo Hansel con una mueca de dolor fingido—. Pero lo que no sabes es que mi cuerpo es más resistente que el de mi difunto hermano. Aunque debo admitir que has logrado infligirme heridas severas, ¡ahora sí me has hecho enojar!
Con un rugido, Hansel golpeó el suelo y convocó pilares de fuego que se dispararon hacia el golem de Balederik. El monarca gritó órdenes para esquivar el ataque, pero Hansel, como un proyectil infernal, se lanzó hacia el familiar, envuelto en un escudo ardiente que lo hizo arder al contacto, intensificando sus heridas.
Dinna, observando la escena, frunció el ceño.
—Esto no pinta bien.
Balederik, a pesar de su estado crítico, lanzó una mirada decidida.
—¡No se acerquen! —ordenó con voz rasgada—. Aunque mi cuerpo esté malherido, no huiré de esta batalla, ni aceptaré ayuda. Debo... debo dar ejemplo a mi gente. No soy como mi padre. Ellos deben volver a confiar en mí.
El monarca tosió sangre, las heridas en su cuerpo abiertas y sangrantes.
—Todos nos veían a mi familia y a mí como escoria después de lo que hizo mi padre. Nosotros tratamos de demostrar lo contrario, pero al final...
Su mente se sumió en un recuerdo tortuoso. Recordaba la noticia devastadora que Gladius le había dado: la muerte de su madre. La visión del cadáver colgado en la habitación lo atormentaba, un recuerdo que lo llenaba de culpa y desesperación.
En la oficina de Gladius, el general miró a Balederik con una seriedad sombría.
—Joven Balederik... No sé cómo recibirás esta noticia... pero...
—¿Qué ocurre, general? La ciudad está en caos, pero nadie ha explicado el motivo.
Gladius, con un rostro sombrío, le informó.
—Encontramos a tu madre colgada en su cuarto.
Balederik, en shock, comenzó a llorar desesperadamente, su dolor brotando en gritos desgarradores.
—¡No! ¡Dime que es mentira! ¡Dime que es una maldita mentira! ¡No, mamá! ¡¿Por qué lo hiciste?! ¡¿Por qué?!
El joven cayó de rodillas, golpeando el suelo con impotencia. Gladius, con pesar, posó una mano en su hombro.
—Lo siento mucho, hijo. No pudimos hacer nada. Una sirvienta la encontró y me lo dijo. Yo tampoco creía hasta que vi el cuerpo de tu madre ante mis ojos.
—¿Por qué es así la vida, Gladius? No tenemos la culpa de que mi padre fuera un monstruo. Ahora... ahora soy el único que queda.
Gladius, con una voz llena de tristeza, le informó de su nuevo destino como rey. Balederik pidió ver el cuerpo de su madre, un último adiós que consumió sus fuerzas.
En el anfiteatro, Catherine descubrió el cadáver de la reina, y Balederik no pudo evitar notar las marcas de las cuerdas. Lloró, arrepentido, por no haber sido lo suficientemente fuerte para protegerla.
Más tarde, con sólo diez años, Balederik fue coronado como rey, su juventud observada con escepticismo. Sin embargo, sus actos nobles comenzaron a cambiar la percepción de su pueblo. A pesar de su esfuerzo, aún había traidores entre ellos, y el recuerdo de Gladius como traidor lo atormentaba.
Un grito de furia estalló en el presente mientras Balederik y Hansel se enfrentaban en la batalla.
—¡Hoy pondré a prueba mi valor!
Hansel rió con desprecio.
—¿Crees que con tu cuerpo maltrecho podrás detenerme?
—¿Por qué no lo comprobamos? —retó Balederik, su determinación como una llama inextinguible.
—Voy a disfrutar rompiendo todos tus huesos —se burló Hansel, sus ojos brillando con cruel anticipación.
—¡Ya lo veremos, Hansel!
Las llamas del combate se encendieron una vez más, marcando el destino de los combatientes.
Continuará
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