Música Viejita.
"A veces llamamos 'escuchar música' a lo que es en realidad 'escuchar recuerdos'".
— Carlos Miguel Cortés.
Música Viejita.
No sé cómo empezar a contar aquello que deseo contar, no sé cómo hacer que las palabras fluyan por sí mismas y no sé cómo convertir el sentimiento tan fuerte que tengo en el pecho a un escrito que cualquiera pueda leer.
¿Eres escritor? No se trata de haber publicado algún libro o novela, se trata de amar la escritura y todo lo que conlleva. ¿Lo eres? Bien, porque necesito que lo seas. Si has escrito, seguramente te has encontrado en un laberinto de palabras y oraciones sin sentido del que es imposible salir, eso a lo que la gente le suele llamar "bloqueos". En ese laberinto estoy yo, perdida y sin saber cómo encontrar las palabras que busco. Si me quedo mucho tiempo aquí, olvidaré todo lo que sé y perderé mi esencia. Claro, las paredes se harán más delgadas con el tiempo y se caerán por sí solas, pero entonces habré olvidado cómo escribir y narrar, y no puedo dejar que eso pase.
Escritor, ¿Qué haces tú cuando te pierdes?
Ha habido gente, a lo largo de los años, que me ha dado soluciones poco satisfactorias. Desde escribir algo diferente hasta dejar que las paredes se ablanden por sí solas, desde hacer otras actividades hasta encerrarse y no salir hasta que el laberinto deje de existir. Algunas cosas funcionan mejor que otras, pero que funcionen no significa que sea lo que debes hacer. La idea que tengo es poderosa, escritor, dejarla ir sería un error terrible, pero forzarla sólo hará que pierda sus alas.
¿Qué, entonces?
Oh, claro.
Siempre hay una luz que puede destrozar el laberinto de oscuridad y sinsentidos; siempre hay un faro al que hay que llegar para poder orientarnos. Suele estar cerca de la salida y es muy difícil de encontrar, pero vale la pena hacerlo. No siempre se puede lograr llegar a él: El laberinto puede torcerse en cuanto te distraigas, o puede aparecer un segundo faro, menos brillante, pero faro al final. Es muy probable que, sea el método que tengas, acuda a esa luz para sacarte de ese lugar. ¿Y qué es la luz, querido escritor? Esa luz, ese punto de partida y punto de retorno, es la inspiración.
Encontrar inspiración es difícil siempre. Una persona, una oración, una cita... Cualquier cosa puede ser el punto de partida de una historia, aunque no siempre sea el final. Un mito, como el de Teseo y el Minotauro, podría ser el punto de inicio para cualquier historia, como lo fue para Los Juegos del Hambre, pero no va a serlo para cualquier escritor.
¿Lo has vivido? ¿Ver o escuchar algo de lo que quieres escribir, pero no lograrlo? Es normal. Hay veces en las que no es un laberinto lo que nos encierra, sino un muro de roca con un faro intocable. He visto a gente romper ese muro, pero se necesita paciencia y habilidad, un gran lazo con esa inspiración que les ayude. Es hermoso ver esa pasión.
Pero yo no necesito romper ese muro, sino llegar al faro. ¿Cuál es esa inspiración? Necesito recordarla, solo así volveré a ella.
Hablemos un poco, escritor. ¿Qué escribes? ¿Cuál es tu inspiración? ¿Qué problemas te ha causado la escritura? Puedes no responder si quieres, pero sería lindo entablar una conversación, ¿no crees?
Voy a usar un método para no engrosar el laberinto: Distraerme. No voy a escribir otra cosa, porque entonces me perderé en un mundo nuevo y no podré volver a éste. Tampoco me forzaré a encontrar esa chispa, podría desaparecer al no querer ser buscada. No, voy a hacer otra cosa, algo que me aleje del laberinto y de las palabras, algo que sea tierno y diferente, algo conocido y familiar que es, al mismo tiempo, la entrada a un universo completamente diferente.
Voy a escuchar música, querido lector.
En los últimos meses he conocido a gente que no disfruta la música, que la oye pero no la escucha, que decide no tener tiempo para ella y que prefiere otra cosa antes que ella. He visto gente que observa a otros hablar de ella antes que escucharla por su propia cuenta, y eso me ha puesto demasiado triste en estos meses. ¿Por qué? Bueno, la música es más poderosa de lo que parece. No es solo que una cuerda se tense y se destense, no es solo el aire chocando consigo mismo y no es solo presionar un botón, hay mucho más sucediendo detrás. Por algo dedicarse a ella es difícil, y es que carga las emociones de un mundo en ella. La música contiene conocimiento y experiencias, historias y creencias; contiene lo que somos, lo que seremos y lo que fuimos, tanto como un individuo como parte del todo.
La música no es un lenguaje, es un elemento que nos ha acompañado desde antes de nacer, desde antes de nuestros abuelos y desde antes del Todo. Estamos unidos a ella por un vínculo más fuerte que la sangre, aunque algunos la llevan ahí, y ella siempre nos acompaña. ¿Por qué crees que nuestro corazón imita a la música con sus latidos? Somos parte de ella y ella está en nosotros, pero aún así es desprestigiada sin motivo alguno.
¿Escuchas algo? Seguramente lo haces. Una voz, una guitarra, un violín triste, una flauta optimista... Siempre está ahí, en tu mente. Escúchala y deja que te guíe, pon tu álbum o playlist preferida y deja que te hable sin palabras. Yo haré lo mismo, escritor. Recorreré los pasillos de un universo más grande que el nuestro con esa guía, dejaré que me jale y forme imágenes ambiguas en mi cabeza. Dejaré que me cuente historias y me arrulle, dejaré que me vea en mi estado más vulnerable y dejaré que me consuele, porque es lo que ella hace y es lo que quiero que haga.
Y, de pronto, ahí está: Un sonido que hace que mi corazón se detenga y mi respiración sea interrumpida por un segundo. Una guitarra que evoca un paseo, un eco en un auto en la noche, un arpegio que imitaba con mi boca y una voz que me despierta.
Dentro de la música hay distintas clasificaciones que la dividen. No por género, no por timbres, sino por sentimientos. La música viejita es aquella que evoca recuerdos e imágenes antes olvidadas, que recuerda las sensaciones y las situaciones con precisión. No importa el año en que salió ni su pico de popularidad, sino el momento en que la escuchaste. La música viejita es el equivalente musical del remordimiento: Nunca se desvanece y nunca cambia.
La siento como una ola que atraviesa mi pecho una y otra vez mientras las imágenes aparecen en mi cabeza, imágenes que acompañan a sentimientos. ¿Las puedes ver, escritor? Esa melodía que mi madre ponía cuando limpiaba la casa, la canción que sonaba en la radio cuando me llevaron a la plaza después de una visita al doctor, el tema que canté con tu mi hermana mientras jugabamos a ser famosas, la letra que cantaba en el taxi a la escuela... ¿Sientes eso? La imágenes se forman y se unen los sentimientos en uno solo: La nostalgia.
Es sencillo encontrar tu propia música viejita. La mía la ponían en la radio y la teníamos en discos comprados de manera no muy legal. La de algunos es la que ponían en sus clases y la de otros es la que ellos mismos buscaban en internet. ¿Cuál es la tuya, escritor? ¿Alguna canción en específico? Yo tengo varias, tal vez te las comparta algún día.
Sigo con los ojos cerrados y la mente abierta. Sigo observando una composición única y sigo sintiendo lo que sentí en el ayer. Una tristeza por lo que nunca viviré de nuevo y por lo que nunca viví en absoluto me acompaña mientras el paisaje en mi mente cambia. Ya no es ese pasillo por el que la música me guiaba, sino el laberinto del que buscaba escapar. Pero ella me sigue acompañando, y la sigo con los ojos cerrados, confiando en ella y en lo que hace, porque es lo que hace y lo hace bien. El piso del laberinto, que antes eran las palabras más crueles del mundo y hacían difícil cualquier caminara, se siente como algodón, como halagos y felicitaciones, como palabras del ser querido y como un beso. Las paredes que toco, antes frías, con mil palabras sin rumbo ni propósito talladas en piedra áspera, son ahora granito con el sentido de mi hogar. Sigo caminando sin saber a dónde voy, pero sabiendo que no puedo perderme con ella acompañándome.
Y de pronto me suelta. Sigue ahí, conmigo, pero ya no está a mi lado y su ausencia se siente como hielo. Entonces abro los ojos.
¿Sabes lo que veo, escritor?
Una abertura en la pared, una salida iluminada por una lámpara de luz blanca. Ahí está mi inspiración. Doy vuelta y observo el laberinto que tanto me aterraba: Ya no es hostil y engañoso, ni siquiera sé si debo llamarle laberinto aún. Es un pasillo, con puertas y carteles, iluminado hasta el final, que se ve lejano, muy lejano. Pero está bien, no siempre hay que caminar hasta el final para contar lo que se desea.
Observo la lámpara en la salida. Acerco mi mano y la toco. Es cálida, es como una flor y un bebé, es mi hija y yo soy la suya, somos una parte de la otra, pero no nos necesitamos más. Me murmura al oído. Incluso tú, escritor, puedes escucharla si pones mucha atención. Me cuenta mi idea y mis temores al escribirla, me cuenta lo que debo hacer para no perderla ya y me agradece por encontrarla. Su voz suena a esperanza y su tacto es el de un deseo.
Tal vez quieres saber quién es ella, escritor. Bien, te lo diré: Ella es mi música viejita, quien guía mi historia y me recuerda quién soy de manera constante. Ella es un sentimiento, una letra y una melodía, y con ella puedo seguir adelante en mi relato. Ella es mi raíz y es mi futuro, lo que necesito y necesitaré, por eso no la puedo dejar ir. Porque, a veces, lo que se necesita para avanzar es mirar atrás.
Muchas gracias, escritor. Agradezco que me hayas seguido y me hayas guiado. No necesitas saber cómo lo hiciste, pero créeme que has ayudado más de lo necesario. Espero poder devolverte el favor algún día y, si la necesitas, te deseo suerte saliendo de tus propios laberintos.
Con amor,
— El héroe de la historia.
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