Inconmensurable

     MARCOS

Mis pies me han llevado hasta la puerta de la floristería. He salido un instante para realizar unos trámites en Madrid, y es aquí donde mis intenciones me han llevado, como arrastrado por un estado de sonambulismo confuso. Me intriga saber un poco más de ella. A lo que no doy alcance, me tienta. Estoy siendo codicioso buscando el placer en varias camas distintas. En barajar encuentros en los que saciar mi fortuito deseo, lo de Paula me está haciendo caer en una espiral de curiosidad como el niño que necesita ver qué hay detrás de cualquier habitación cerrada donde se le ordena que no debe de entrar. Me gustaría saber qué sería sentirla por entero. Como quien se le ofrece un plan irresistible que no puede rechazar. Ese deseo hacia ella me está llevando por la calle de la amargura. El deseo prohibido de lo que no se puede alcanzar. Un pecado capital que mi fuero interno me insta a probar.

    ¿Quién dice que no existe el amor a primera vista? Ese deseo en el primer roce, aunque este no sea meramente enardecedor. Uno que no fue consumado. Mucho menos, puesto en pausa para volver a encender en un nuevo encuentro. Fugaz... solo fue fugaz. Demasiado triste la primera vez. Tengo que rebobinar y hacer que el siguiente encuentro sea mucho más agradable. Saber que sus lágrimas cesaron de llorar. Que su mirada triste se ha desvanecido. Que cualquier problema sucedido se haya volatilizado. No tengo miedo a quemarme. A abrasarme entre sus brazos.

    «¿Pero tú te estás escuchando? ¡Se te ha ido la chola!».

    Puede que se me haya ido. Quiero probarlo. Quiero probar que no estoy equivocado. Súbitamente, me dejo seducir por la irracionalidad. Puedo pagar caro. ¿Y qué?

    Me quedo durante unos minutos pegado al suelo, dudando de si seguir adelante, o salir huyendo como gato escaldado. En si debería de volver a entrometerme en su vida, o si debería de suprimirla de mi vida cuando no pertenece a mi extraño mundo. Otra cosa que me ha llamado la atención de ella es que tiene carácter. Eso me tienta más. Me gustan los retos. Y Paula es un buen reto.

    Entro dentro, por fin. Me atiende la chica de los cabellos azules y aspecto y ademanes viragos. Me observa con hosquedad.

    —Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? —pregunta, con cierto tono escrupuloso.

    ¡Piensa rápido, Marcos! ¿Qué vinimos a buscar?

    Recuerdo la conversación que tuvo mi secretaria con una empleada de la empresa mientras se tomaban un café durante uno de los descansos. Puede que la contente con este regalo que, espero no malinterprete, cuando va a formar parte de la decoración de nuestra oficina; sobre su mesa y en mi despacho.

    —Estoy buscando una planta para colocar en mi despacho —suelto del tirón como si mi pensamiento me lo dictara—. Se dice algo así como espada de San Jorge o lengua de tigre.

    Creo que así mencionó al espécimen en concreto. Espero no haber metido la pata. La cuestión era venir aquí con una excusa concreta y que no se notara que vine adrede.

    —Está hablando de la sansevieria trifascinata. —Asiento como si de verdad supiera que ese es el nombre científico de lo que acabo de pedir. ¿De verdad tiene un nombre tan ridículo? Sonaba mejor con los que yo mismo mencioné—. Tiene cualidades muy buenas como oxigenar el aire. Purificarlo de la toxicidad que contiene. Y no necesita de excesivos cuidados.

    —Eso escuché. Quiero que sirva para limpiar un poco la cargada atmósfera de mi lugar de trabajo.

    Entorna los ojos escudriñándome. Juro que me está acojonando.

    —Voy a preguntar a la dueña si tenemos alguna. Espere aquí un momento.

    Obedezco. No ha dejado de observarme de soslayo con esa mirada asesina que no sé cómo interpretar.

    Paula aparece cargando un par de macetas. Casi se le caen de las manos cuando me ve allí afuera. La saludo, levantando una mano. Me ignora. ¡Joder, que no muerdo! O tal vez sí, si me dejara.

    Inicio un tic en mi pierna derecha experimentando inquietud. Quiero decirle un montón de cosas pero, con su actitud esquiva me es imposible.

    —¿Le gustó a la cumpleañera el ramo de flores? —escucho desde donde está.

    El corazón me da un brinco. ¡Me ha hablado! ¡Dios existe!

   —Sí —digo, buscándola con la mirada. La encuentro cuando se endereza—. Le gustó mucho.

    —Me alegro.

    —Y yo de que me recomendasen este lugar.

    —Supongo —responde tajante como respuesta a lo que podrían ser varios significados en uno, dependiendo de lo que uno quiera entender.

    Aparece la chica de los cabellos azules. Mira a Paula, y después me mira a mí con recelo. Frunce el ceño. ¿A qué viene tanta agresividad? ¡No creo haber roto alguna norma del establecimiento para recibir semejante trato!

    —Tendré que pedírsela. En estos momentos no me queda ninguna. ¿Quería una?

    —Dos... por favor —digo, observando de reojo a Paula.

    Ella habla.

    —Es una planta de fácil cuidado cuando apenas necesita riego. Aunque no olvides que debe de recibir luz natural —me indica, tuteándome. Me siento más cómodo si me tutea. Cómo no.

    —Gracias por la información.

    Asiente.

    —Ya le he apuntado el pedido. Seguramente lleguen a finales de semana. Es cuando llega el repartidor —me informa.

    —Genial.

    —¿A nombre de quién apunto el pedido?

    —De Marcos Gutiérrez.

    Escribe en el ordenador.

   —Bien —añade con solemnidad todavía clavando sus oscuros ojos en mí como el depredador que tiene prisa por dar muerte a su presa.

    —Gracias.

    —El viernes las tendrá —reitera, alzando más la voz. Buscando llamar mi atención y que deje de mirar a Paula. ¿Son celos? No lo creo posible—. Pues nada. Que pase un buen día —busca concluir, echándome a empujones a la calle con sus palabras.

    ¿Pero qué...?

    Lo importante es que tengo una buena excusa para volver. A finales de semana. Podría intentar quedar para tomar algo. ¡Bien! Tampoco fue esta visita en vano.

    Salgo de allí con Paula observándome con reticencia. ¿O quizá sienta la misma curiosidad que yo? Elevo mis comisuras con disimulo. Espero que sea más cierto lo segundo, que lo primero.


    Regreso a la oficina. Finalmente, Camila ha arreglado las reservas y los billetes para el viaje a Alemania. Demás del de Italia. ¿Iremos ambos a este también? Hubiera preferido ir solo por el tema de poder tener algo de espacio personal y hacer un poco de turismo en las horas de descanso. Cuando viajo con mi padre, el descanso es pereza y no se vale. Me consume vivo en todas las horas que aprovecha, incluidas las de la noche, para trabajar. Para él no hay descansos. Quien descansa, pierde dinero. No debería de estresarse tanto o terminará por darle un infarto producido por tanto estrés.

    Antes de ponerme con los documentos que tengo pendientes para tramitar busco la información de lo que acabo de pedir en la floristería. ¿De verdad existe ese ejemplar? ¿Y con esos mismos nombres? Internet me lo confirma. Además de confirmarme el tema de las propiedades, cualidades, y cuidados de esta planta herbácea. Además de ser una planta muy recomendada por La Nasa. ¿En serio? Esto no me lo esperaba. Aquí dice que elimina del aire los tóxicos como el benceno, el tolueno, el xileno, el tricloroetileno y el formaldehído. Vale... ¡Menudo chollo de espécimen!

    Recuerdo a la chica que me atendió. No sé por qué debería de competir con su compañera de trabajo por los clientes. ¿Celos? ¿De qué? ¿O simplemente no le gustan las personas? Si no le gustan, el lugar que ocupa no es el adecuado. Hay otros lugares donde esconderse del resto de la humanidad. Otros trabajos más solitarios. Gruño con molestia. Lo que es el trato en esta tienda, no es que le pueda poner demasiadas estrellas en la valoración.

    Por otro lado, me gustan las mujeres más femeninas. La chica del pelo azul no entra en el ranking de mis debilidades o deseos. Queda totalmente descartada, en caso de intentarlo. Pongo los ojos en blanco. Pero, ¿en qué estoy pensando?

    La pregunta de Paula... que ella me hablara, me impresionó. Puede que no lo tenga todo tan perdido con ella. No sé. Suspiro al considerarlo.

    Mi padre aparece en mi despacho cargado con unas cuantas carpetas relacionadas con las empresas que vamos a visitar en el viaje. Lo invito a sentarse. Y hablamos sobre ello. Llamo a Camila para que vaya tomando nota de lo más importante. Quiero estar bien informado de todo si queremos tener buenas ventas y confianza, en los clientes.

    —Gracias, hijo —dice él, cuando Camila se marcha con la información recopilada.

    —¿Por qué?

    —Pues, porque solo no podría llevar esto. Por no desaparecer como tu hermano.

    —¿Y si quisiera dedicarme a otra cosa, padre? —escupo sin compasión.

    Abre mucho los ojos y deja de respirar. ¡Ups! Acabo de meterme en pleno Chernobyl. Espero salir ileso de la zona de riesgo.

    «Aprovecha, ya que has soltado la bomba»

    ¡Ni de coña! Me va a matar.

    —A la música, por ejemplo... —vocalizo muy bajito.

    Su gesto se vuelve aún más sombrío. ¡Ay, Dios!

    Dejo pasar unos cuantos minutos. Él no recula. Y yo no sé por dónde salir. Me parece que no está siendo un momento adecuado para soltar confesiones.

    —Es broma —digo.

    Sigue en tensión. ¡Menuda tormenta me va a caer encima!

    —Es broma, padre... —insisto.

    Sigue sin inmutarse. Observándome como si le hubiera confesado el más feo de mis pecados.

    Se pone en pie. Camina hacia mí señalando mi portátil.

    —Termina con los informes. Los necesitaremos para mandar una parte, por fax, y el resto, los nos los llevaremos nosotros —dicta, desapareciendo tal como vino, sin hacer el más mínimo ruido.

    Suelto todo el aire contenido. ¿Por qué tengo que tenerle tanto miedo? Porque Pablo se arriesgó y está viviendo la vida que quería. ¿Por qué no puedo hacer lo mismo yo?

    Entonces regreso a la envidia sana que tengo a mis amigos. Ellos no tienen razón ninguna para verse en una encerrona como la mía, pudiendo hacer todo lo que tienen por deseo.


    PAULA

    Olimpia me observa con preocupación.

    —¿Qué? —pregunto esperando a que me explique a qué viene su reprimenda.

    —¿Hasta cuándo más se pasará este hombre por aquí, desde que encontró su «filón de oro»?

   —¡No soy un filón de oro!

    —¿No le habrás dado esperanzas en algún momento?

    —¡Ya basta, Olimpia! Te estás poniendo muy pesada.

    —¿No decías que, después de Guillén, te darías un descanso con el tema de los hombres?

    ¿Eso a qué viene? ¿Qué le pasa a mi compañera de trabajo? ¡Se supone que es de buena educación meterse en la vida de los demás!

    —¿Qué bicho te ha picado?

    —¡Paso de verte de nuevo llorar por un tío!

    Arrugo los ojos, ofendida.

    —¡Te recuerdo que a Guillén me lo arrebató la vida! No fue una infidelidad.

    —¡Lo sé, pero...!

    Levanto un dedo para que guarde silencio.

    —Paso de oír alguna estupidez más —sentencio, alejándome de donde está ella. ¡Ahora sí me ha enfadado! Y mucho. Olimpia no era así. No sé qué mosca le habrá picado.

    Entra un cliente al cual voy a atender. Necesito despejar mi mente de lo que a pasado. ¡Suficiente tengo con tener una vida patas arriba como para que alguien tenga el valor de gobernarme! Juro que eso me asfixia.

    Finalizamos la jornada de la mañana. Olivia ya no se ha entrometido en nada más. Al contrario. Se ha mantenido alejada, aunque eso sí, ha estado todo el tiempo observándome de reojo.

    A punto de cerrar se me acerca.

    —Siento el numerito que te he montado. ¡Pero me sentía enfadada porque tú lo estabas por el descaro que tuvo en la fiesta!

    —Tampoco se propasó. No hay por qué tomarlo tan a pecho.

    —Ya...

    Asiente, decidida.

    —Como disculpa, deja que te invite a comer.

    —No es necesario.

    —Insisto... Quiero estar en paz contigo como compañera de trabajo y amiga —agrega, acariciándome la mejilla, temblando, supongo que, por miedo a mi reacción. Estoy lo suficientemente molesta con ella como para volver a echar espumarajos.

    —Está bien —Asiento—. Acepto.

    —¡Bien! —Me abraza con fuerza—. Estoy feliz de que volvamos a estar a buenas.

    —Y, a la próxima, ten cuidado con lo que mencionas —agrego, sin sonreír.

    —Perdón. Lo haré —canturrea, aunque sin sonreír demasiado. No quiere tentar a la suerte conmigo.

    Nos movemos hasta Chamberí. A la Taberna de Martina. En este establecimiento hacen unos bocadillos buenísimos. Es otro de mis lugares favoritos. Y sé que Olimpia lo sabe. Ella es quien se ha ofrecido a coger el coche para venir a comer hasta aquí. El mío sigue estacionado en una de las calles, cerca de la floristería.

    —Conoces todos mis lugares favoritos, ¿no es así?

    —Me lo has comentado varias veces. Y yo, he tomado nota. Si no, ¿cómo aliviar semejante enfado? Cómo conquistar de nuevo tu amistad —discursea, como si fuera un político por la paz—. Son cinco años contigo. Trato de fijarme en las cosas más importantes de mis compañeros de trabajo.

    —Tienes el don de la atención y los detalles.

    —Pero no el de la simpatía. Bueno... con quien me interesa.

    —Sí lo eres. Solo que, cuando quieres. —Chasquea la lengua frunciendo el ceño—. No sé cómo no tienes a ningún chico detrás de ti.

    —A los chicos no les gustan las mujeres bruscas y poco femeninas.

    —Seguro que habrá algunos chicos que sí —digo con seguridad.

    Niega.

    —No soy tan popular. Ni bonita.

    —¡Sí que lo eres, Olimpia!

    Se inclina hasta quedarnos a escasos centímetros de nuestros rostros.

    —La gente dice que tengo pinta de marimacho. ¿Así crees que puedo ligar? —murmura en un ronroneo seco pero empalagoso. Más que molesta, está juguetona.

    —Pero qué... tonterías dices —balbuceo.

    —Mírame. Llevo el pelo corto, de un color llamativo. Mis movimientos son más bien bruscos y llevo ropa que adquiero en la sección de hombres porque me siento más cómoda yendo mucho más holgada. ¿Crees que tengo puntos a favor para flirtear con algún tipo sexy?

    Su aliento tropieza conmigo. Huele a caramelo de menta. Se lo estaba comiendo de camino al restaurante. Huele a caramelo de menta y a agua de colonia con notas cítricas y orientales.

    ¿Ahora vas a juzgarla, Paula? En parte tiene razón. Pero no eres quién para juzgarla.

    Regresa a su lugar, enderezándose.

    —No soy tan agraciada como tú, Paula. Eres bonita. Tienes un tipo increíble y vistes con estilo.

    —¡Pero qué exagerada que eres!

    —No. Si yo fuera un chico, me gustarías. Fíjate.

    Casi me atraganto.

    —¡Deja de hacer eso!

    Río nerviosa.

    Vuelve a inclinarse hasta mí. Tan cerca o más que antes.

    —¿El qué? ¿Esto?

    —¡Olimpia!

    —¡Vale! —grita, regresando a su lugar. Sentándose bien en la silla—. Ya paro.

    Un camarero regordete llega para tomarnos nota. Antes, nos entrega una carta a cada una para que decidamos qué queremos pedir. Yo lo tengo muy claro. Parece que Olimpia también. ¡No debe de ser la primera vez que se deja caer por aquí!

    Se inclina de nuevo. Cerca, otra vez. ¿A qué estás jugando, Olimpia?

    —Sabía que pedirías lo que has pedido.

    —Por... ¿Qué?

    Unos mechones azules se precipitan hacia esos ojos que me escrutan sin compasión.

    —Porque sé que te conozco mucho mejor, incluso que la mejor de tus amigas —sentencia, colocándome un mechón detrás de la oreja. Su tacto es cálido. Yo suelo ser más de manos frías. Es un gesto dulce y agradable.

    —No alardees tanto —bromeo, todavía confusa por tanta atención.

    Retrocede de nuevo, soltando una risotada. Abriendo las piernas por debajo de la mesa. Uno de sus pies llega a rozar los míos que están cruzados. Dibuja un mohín infantil en su cara.

    —Me alegra haberte hecho reír. Sabía cuánto lo necesitabas.

    Llega el camarero con nuestra comanda. Estoy hambrienta. Ataco el bocadillo como si no hubiera un mañana.

    —¡Caray! Pues sí que estabas muerta de hambre, lobita.

    Le doy una patada por debajo de la mesa.

    —¡Ay! De acuerdo. Ya me callo y zampo —bromea, sin poder dejar de reír.

    —¡Deja de mirarme así! —la reprendo.

    —Y si no te miro a ti, ¿a quién miro? —protesta.

    —¡Vale! Pero no me pongas de los nervios. Estoy segura de que vas a soltar otra ordinariez.

    Se hace una cruz sobre la parte del corazón.

    —Seré buena chica.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top