Arde, Troya

   PAULA

—¿Y dices que tu tía ha hablado con Olimpia? ¿Y qué le ha dicho? —quiere saber Alba.

    Estoy en mitad de una videollamada entre amigas. Necesitaba contárselo.

    —No lo sé. Solo sé que seguía molesta. Aunque la he ignorado.

    —¿No la echará del curro por eso? —consulta Martina, alarmada.

    —Tampoco lo sé. Ya hablaré con mi tía. Tampoco quiero eso. Porque, si ella se comporta, podemos trabajar tranquilamente y sin problema ninguno.

    —Le gustas demasiado. No te dejará tranquila —aclara Alba.

    —Debe entender que solo podemos ser amigas. No hay más. Aunque sí es cierto que sigue teniendo un odio infinito y unos celos terribles de Marcos.

    —Normal. Él sí te ha conquistado. Es de lógica. Te tiene para él —menciona Martina arrugando su chata nariz.

    —Lo sé. Pero es taaan irritante la situación.

    Hay un silencio.

    —¿Y cómo es besar a una mujer? —quiere saber Alba. Entorno la mirada con desafío y alza los brazos en señal de defensa—. Valeee. Ya no te preguntaré más. Era simple curiosidad.

    —Pues se siente extraño porque besar a una mujer no es lo mío. Nada más. No puedo explicar nada más —respondo a su duda.

    —Imagino.

    —Besar a Marcos mola mucho más —puntualizo, mostrando una sonrisilla traviesa.

    —Imagino, también —responde Alba, devolviéndome otra sonrisa aún más pícara.

    —En cuanto sepas algo, nos informas. Tengo curiosidad por lo que haya pasado en esa charla de tu tía con Olimpia.

—Ella no quería que supiera que pertenecía a ese género. Quizá, por prejuicios. En realidad, no es malo pertenecer a lo que te apetezca. Lo malo es agasajar a la persona equivocada consiguiendo que te coja manía por acoso —explico, exponiendo mi posición.

    —¿Y si te hubiera gustado? ¿Y si...?

   —Pues no me hubiera importado iniciar una relación. ¿Por qué no? Estuve confusa por un par de días. Lo confieso. Y luego me di cuenta de que era solo eso: sentía lástima por ella. Porque se ofendiera. Nada más. En realidad, no me caló.

    —Entendemos —dice Martina, asintiendo—. Es mona, pero tiene muy mala leche. Pero cuando digo eso de mona no es porque me guste, ¿eh? Lo digo sinceramente: es mona y me extraña que no encuentre a nadie.

    —Tiene una nueva novia: Pandora. Pero, por lo que me comentó, parecía que necesitaba de mi permiso, o de otro intento a la desesperada, por hacerme cambiar de opinión y hacerme suya.

   —Cuando alguien te gusta tanto, es normal —responde Alba entendiéndolo.

    Miro la hora.

    —Oye, tengo que cortar la conversación. He de comer, terminar de recoger todo este lío de cosas en el piso para regresar al trabajo.

    —Vale. Mantennos informadas —ruega Alba.

    —¡Que sí! Os lo diré enseguida que sepa algo. Chao.

    —Chao —responden a la vez.

    Y terminamos de hablar. Lo primero que haré será zamparme la comida. Empiezo a ver lucecillas por el hambre que llevo encima. Luego veré qué puedo adelantar de la casa.

    Friego. Recojo y doblo la ropa. En mitad de la tarea me asalta la culpabilidad. Quiero asegurarme de que tía Rosa no echa a Olimpia del trabajo. Llamo a mi tía. Hablamos.

    —Mientras te tenga un respeto dejaré que se quede. No puedo permitir que mis trabajadoras se falten al respeto y se haga difícil la convivencia. Mucho menos, a mi propia sobrina.

    —Ella no quería que supieras que le gustaban las mujeres.

    —No soy una mujer con prejuicios. Eso, cada cual que haga lo que quiera con su vida. ¿Pero lo del acoso? ¡Eso sí que no lo soporto! ¿Cuánto lleva comportándose así?

    —Un tiempo. Supongo que, después de tu reprimenda, se apaciguará.

    —Y si no, me lo dices y vuelvo a tener otra charla con ella.

    —No hará falta... espero.

    —Eso espero también. Vale, preciosa. Ya hablamos. Debes de estar ocupada. Yo aún estoy terminando de comer.

    —Buen provecho, tía.

    —Igualmente. Aunque tú ya lo tendrás a los pies —comenta, medio muerta de risa—. En un ratito nos vemos.

    Me llega un mensaje de Marcos.


    MARCOS:

    «¿Qué tal está mi chica?»


   Uy... ¡Qué cariñosón! Eso es que me echa mucho de menos.


    YO:

    «Ocupada. Pero bien».


    Me llama.

    —Perdona que te moleste...

    —No me molestas, Marcos.

    —¿Cómo llevas la resaca festiva?

    —Un poco mal. He vuelto a tener pelea con Olimpia.

    —Vaya por Dios. ¿Quieres que hable de nuevo con ella?

    —Mejor no. Te tiene reservada una hostia gorda como bomba de Hirosima —dejo caer intentando no soltar una tremenda carcajada.

   —Le temo más a mi hermano que a ella.

    Recuerdo que su hermano está en Madrid. ¡Es verdad!

    —¿Lo has visto? ¿Se ha dejado caer por la empresa?

    —Ha ido a visitar a mis padres a la hora de comer. Tiene pensado pasarse esta tarde por aquí. Supongo que ya habrán charlado durante la comida. No quiero ni saber qué está maquinando. Además, mi padre sigue molesto por lo de que soy músico. Y por otras cosas, claro.

    —¿Molesto porque estás conmigo?

    —De ti aún no sabe nada... si mi hermano no se ha chivado.

    —Miedo me da. Te lo aseguro.

    —No le temas o será peor.

    —No puedo evitarlo. Ya lo sabes.

    —En serio, ¿quieres que hable con Olimpia?

    —No. Suficiente llevas encima.

    —Si te vuelve a molestar me lo dices.

    Dejo el manoslibres puesto y charlamos de cómo nos ha ido la mañana. De lo extraordinario de estas pasadas fiestas. De lo bonito que es amarnos. ¿En serio estoy hablando de esto con un chico cuando pensaba quedarme soltera y viuda al mismo tiempo, de por vida?

    —Mi padre me llama por teléfono. Tengo que regresar al trabajo. Miedo me da que Pablo esté allí dando por culo, esperándome. ¡A ese sí le temo! —reitera, bufando como una serpiente enfadada.

    —Ya me contarás a la noche.

    —Si me dan un respiro.

    —De acuerdo. Vale. Hablamos.

   —Hablamos, preciosa. Chao.

    —Chao, Marcos.

    Cuelgo la llamada sonriendo como una boba. Suspiro. Sí. Lo digo seriamente: he caído en su trampa sin remedio y me siento como una boba enamorada.

    «Lo siento, Guillén. Te sigo queriendo mucho. No voy a dejar de quererte. Pero es que...»

    Me maldigo por haber sido tan fácil de sobornarme. No quiero pensar en ello. No quiero pensar en nada. Solo quiero adelantar trabajo de la casa para que, a la noche, no me den las tantas.


    Por la tarde, Olimpia esquiva y cambia de dirección por la que yo me muevo. Buena reprimenda le habrá dado mi tía para que huya de mí como quien teme al diablo.

    Y vuelvo a sentir lástima por ella.

    «Serás estúpida»

    «¡Oye, que no soy de piedra!»

    Coincidimos un momento en la trastienda. La llamo.

    —Olimpia. Espera.

    —Si buscabas amargarme la vida, que ya lo estabas haciendo mucho antes, haberme avisado y renuncio al trabajo.

    —He hablado con mi tía para que no te eche.

    —No es necesario. Sé defenderme sola.

    —Te has pasado de la raya. Y eso te ha traído consecuencias.

    —Has sido muy mala conmigo. No sé cómo puedes dormir tranquila.

    —¿Yo? ¡Más bien tú!

    —¡Te quiero, Paula! Solo busco protegerte. Amarte. Verte feliz.

    —Pero yo no siento lo mismo. Y merezco un respeto. No puedes comportarte como esos psicópatas de thriller psicológico.

    Sacude la cabeza.

    —No te engañes. No soy ninguna psicópata.

    —Me has vuelto a asaltar. Has vuelto a invadir mi espacio personal.

    Alza los brazos a la defensiva.

    —Perdona. Ya no lo haré más —espeta con resignación y reproche.

    —Bien. ¿Hay tregua? —pregunto, alargando el brazo. Me mira indignada y me da la espalda—. Vale. Eso es un no —murmuro para mí, resignada. ¡Cómo no!


    MARCOS

    Cuando Paula me ha contado lo de Olimpia me ha hervido la sangre. ¿Por qué no entiende que no quiere saber nada de ella? ¿Qué le pasa a esa condenada mujer?

    Recibo un mensaje de César. El tipo al que le gustamos quiere hablar con nosotros. Y después, este próximo fin de semana quieren que toquemos en un par de locales. ¿En serio? ¡Todavía no sé cómo tengo la agenda para este próximo fin de semana!

    YO:

    Aun no puedo decirte nada. No sé qué pueda haber en la empresa. Si me toca ir de viaje. O hacer horas extra.

    CÉSAR:

    Ya te dijimos que te resultaría imposible conciliar el trabajo con tu afición. Tienes que tenerlo claro. Nosotros queremos que se nos lance al estrellato. Y no queremos hacerlo sin ti.

    YO:

    Lo sé. Pero ahora mismo tengo varios frentes abiertos por donde me disparan a bocajarro. Y lo primero es resolverlos.

    CÉSAR:

    No tardes. Las oportunidades se esfuman.

    YO:

    Lo sé.


     Me enerva no poder dar una respuesta clara. ¡Pues claro que quiero dedicarme a ser músico! ¡Por supuesto que quiero catapultarme hacia la fama con ellos! Pero es que hay cosas que me frenan y no sé realmente qué puedo hacer para no cagarla con respecto a nadie.

   Y si ya el día comenzaba a joderse, la tarde ni qué decir. Tal y como auguraba, mi hermano se ha presentado en el trabajo. Mi padre nos invita a entrar a ambos en su despacho. Cuando me ha saludado no le he estrechado ni la mano. Cosa por la que mi padre me ha lanzado una mirada asesina. Quiere que nos llevemos bien. Está suave con él a pesar de lo que ha hecho por nosotros, que es nada y largarse. Los encuentro demasiado cercanos.

    —Bien. Tomad asiento.

    —Eso ha sonado peor.

    Miro a mi hermano con pereza y él se limita a sonreír. ¡Muy gracioso!

    —He hablado con Pablo y va a quedarse una temporada por aquí.

    —¿Por qué?

    ¿Quedarse? ¡Ni de coña!

    —Necesita resolver unas cosas y va a quedarse por Madrid. Va a ayudarnos.

    —A ayudarnos... —mi padre asiente—. ¡Él jamás nos ha ayudado!

    —En algún momento tenía que darse cuenta y bajar del pedestal, ¿no, hijo? —habla por él.

    No me fío. Detrás de todo esto debe de haber algo bien gordo.

    —¡Ah! Y otra cosa. —Me entrega un papel con algo anotado—. Esta noche tienes una cena.

    —Una... cena —vocalizo con cuidado cuando el gesto de mi padre no denota que sea algo de negocios cuando él no viene.

    —Alguien quiere conocerte. Y quiero que conozcas a esa persona.

    —¿A quién?

    —Ya lo verás. Solo ve a esta dirección a la hora indicada. Me lo agradecerás.

    —¿Por qué?

    —Tú solo ve.

    Mi hermano esboza una risilla malvada que confirma que algo no va nada bien. Entorno la mirada invitándolo a que deje de mirarme de esa manera o le partiré la cara.

    —Y ahora hablemos de negocios. Pongamos a tu hermano al día.

    Ponerlo al día... ¡Mejor le damos una potente patada en el trasero y lo mandamos de regreso a Londres!

    Al salir del despacho me reclama.

    —Espera un segundo.

    Toca mi brazo para frenarme y lo rechazo.

    —¿Para qué?

    —Hay algo que tengo que contarte. Que tendré que contarle a papá y a mamá poco a poco y con calma.

    Entrecierro los ojos con desconfianza.

    —¿Qué has hecho ahora?

    Mi padre sale de su despacho.

    —¿Qué hacéis de cháchara? ¡Perdiendo el tiempo se pierde el dinero! —nos grita.

    Gritar. ¡Eso sí que lo sabe hacer perfectamente! Eso y mandar.

    —Ya te contaré luego —me susurra mi hermano evitando que mi padre lo escuche.

    Me parece raro, pero mi hermano y yo terminamos formando un buen equipo durante la tarde. No parece buscar guerra. Es como si hubiera vuelto para interesarse por recuperar el tiempo que perdió al marcharse. De todas formas sigo dudando de si no hay nada detrás de esta fachada que me confunde.

    Recuerdo la cena con el cliente que mi padre me mandó ir. Un cliente... No mencionó la palabra «cliente». Pero es de imaginar.

    Al acabar la jornada, mi hermano me detiene un instante.

    —Ojo con esta cena. Ojo con quien te vas a citar. Solo eso —murmura en una frase confusa que añade a un ademán que me inquieta. ¡No me jodas que mi padre me habrá programado alguna cita a ciegas! O puede que, incluso, la reconciliación con Claudia. ¡¿Qué mierdas...?!

    —Tú y yo tenemos una charla pendiente —me recuerda mi hermano—. Espero que seas un buen confesor y no te chives a papá y a mamá.

    ¿Qué habrá hecho esta vez?

    —¿Te has gastado tu pequeña fortuna en chorradas?

    Sacude la cabeza negando.

    —No. Es algo mucho peor.

    Se me encienden las alarmas. ¿Qué hay peor que malgastar el dinero y regresar para sisar a mis padres? ¿Qué puede haber peor que ser un condenado truhan? Ahora mismo tengo demasiadas cosas en la cabeza como para pensarlo.

    Me arreglo a desgana. Me resisto a ir a lo que mi padre me ha preparado. Cruzo los dedos para que haya sido considerado y sea solo un cliente que necesitemos convencer de que nuestros productos son estupendos. Mi teoría se va a la mierda cuando acudo al lugar y en la mesa que mi padre ha reservado hay una preciosa mujer vestida para matar.  


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top