VI: Venganza.

VI. Venganza.

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Después de la emboscada hecha por aquellos que nos habían contratado. La traición no dejaba de estar presente en mi ser y la venganza ardía en mí como una llama inextinguible. El sabor de la derrota todavía estaba fresco en mi boca, y me prometí a mí mismo que no volvería a perder a nadie más, nunca más.

Mi fiel caballo, cuyo nombre nunca había sido tan importante como en ese momento, se había convertido en mi único confidente. Con cada galope, compartía mis pensamientos, mis miedos y mis anhelos. En su mirada, encontraba consuelo. En su avanzar, mi mano se dirigió a mi espada y no fui capaz de separarla de ahí a pesar de la velocidad que llevaba mi caballo, por un momento creí que rompería el mango de mi arma, pero está resistió, al menos hasta el momento en que me encontraba a medio camino del castillo que estaba claramente siendo protegido por quienes se suponían eran los guerreros más poderosos del reino, ya fueran de ahí o contratados. Pero nada de eso importo cuando salte del lomo de mi caballo al tiempo que desenvaine mi espada.

Mi pierna no terrizo en un casco, fue directa al asfalto con mi bota cuenirra en sangre y restos oceos, comenzaba a perder el control de nueva cuenta, mi Touki se incrementó de golpe logrando destruir la cabeza de aquel caballero, pero eso no fue lo peor, ese día, desaté una masacre en el reino que nos había contratado. Las espadas se alzaron, y mi furia se manifestó en cada golpe que asestaba. Pero algo había cambiado en mí. Ya no luchaba por gloria o riqueza, sino por venganza y simple necesidad de causar daño, de decirlo a este reino y a todo aquel que vea, que no se juega conmigo, que si alguno de mis colegas es herido o asesinado, desatare una jodida ola de muerte a todo aquel que nos dañe, nunca más.

En el campo de batalla, me paré con firmeza, mi túnica azul con manchas de sangre de la batalla anterior ondeaba con el viento mientras desenvainaba mi espada. A mi alrededor, el aire comenzó a vibrar con la energía de la magia del viento y rayo que comencé a controlar para dar inicio a la batalla. Las nubes oscuras se arremolinaban sobre nosotros, anunciando el enfrentamiento que se avecinaba.

Frente a mí, el ejército de caballeros del Reino de Shirone avanzaba en formación, con lanzas en alto y escudos en posición defensiva. No había marcha atrás. La batalla estaba a punto de comenzar.

Sin perder tiempo, canalicé mi magia y lanzé un tajo hecho con rayos de energía eléctrica desde mi espada. Los rayos cortaron a través de las filas de caballeros, causando estragos en sus formaciones. El viento comenzó a rugir a mi alrededor, otorgándome velocidad y agilidad para esquivar los ataques de los caballeros. Un gesto de mi mano creó un vórtice de viento que levantó a un grupo de caballeros en el aire, antes de arrojarlos lejos. Volví a moverme para crear otro rayo de luz eléctrica que descendió sobre una formación de escudos, haciendo que temblaran y retrocedieran. El comandante del ejército de Shirone dio órdenes para mantener la formación, pero yo no mostré piedad. Creé una barrera de viento a mi alrededor que desviaba las flechas y los ataques mágicos de los caballeros, esto no era necesario debido a mi Touki, pero creo que necesitaba mostrar todo mi poder, aterrarlos ya fuera matando o haciéndoles saber que no podrían siquiera tocarme, para terminar de quebrar su moral libere un relámpago que cayó en picado sobre el estandarte del ejército enemigo, haciendo que se tambalearan.

Los caballeros del Reino de Shirone demostraron valentía al resistir, pero mi maestría con la espada y la magia del viento y rayo era abrumadora. Sus filas se rompieron, y los vi retroceder en desorden, sin embargo, su comandante no reteocedio.

El comandante del ejército de Shirone y yo quedamos frente a frente en el campo de batalla, la tensión en el aire era palpable. Ambos sabíamos que esta batalla no cambiaría nada, aún si me mataba, ya había tal cantidad de cuerpos en el suelo que sería innegable la derrota del reino ante una sola persona, pero el no flaqueó. El comandante parecía un adversario formidable, su armadura brillaba con la fuerza del acero, y su espada era un testimonio de su habilidad. Yo, por mi parte, me mantenía en mi posición, mi túnica azul ondeando con la brisa, y mi espada con muescas lista para el combate.

La batalla comenzó con un choque de acero contra acero. Nuestras espadas chocaron en un estallido de chispas, y la lucha comenzó con una serie de movimientos rápidos y precisos. Bloqueé y contraataqué con agilidad, mientras el comandante respondía con golpes poderosos que amenazaban con desequilibrarme. Con un gesto rápido, canalicé la magia del viento a mi alrededor, creando cortinas de viento que dificultaban la visión del comandante. Aprovechando su momentánea confusión, me moví con elegancia, deslizándome alrededor de él y lanzando ataques precisos hacia sus puntos débiles. El comandante demostró una resistencia inquebrantable, bloqueando mis golpes y contrarrestando con ferocidad. La batalla se convirtió en un duelo de habilidad y estrategia, conmigo confiando en mi velocidad y magia, y él en su fuerza y experiencia.

En un momento crítico, decidí aprovechar mi magia del rayo. Canalizando su poder a través de mi espada, la hoja se encendió con una luz deslumbrante. Un rayo eléctrico se dirigió hacia el comandante, quien intentó bloquearlo con desesperación. Sin embargo, la energía eléctrica lo envolvió y cortó con facilidad, derribándolo con un estruendo por lo pesado de su armadura y sellando mi victoria.

La batalla había llegado a su fin, y yo, Zephyr, me alzaba como el vencedor. El campo de batalla quedó en silencio, salvo por el viento que susurraba mi triunfo y aún así, seguía vcio y con ansia de venganza dentro de mi. Levanté mi vista del cuerpo del comandante y me encontré con las puertas del castillo principal, dónde se encontraría la familia real y con suerte, algo que me dijera que debía parar ahí, que su sangre fuera la última en derramar ese día.

Lentamente, con la espada y casi rota en una mano y los ojos fijos en el horizonte, avanzaba por los oscuros pasillos del castillo de la familia real. Cada paso resonaba con eco, como si el castillo en sí mismo retuviera sus secretos. Las sombras danzaban en las paredes, y la tensión en el aire era palpable.

Cada pasillo que cruzaba estaba cargado de historia, de decisiones y de vidas que cambiarían para siempre. Me había adentrado en este lugar con un propósito claro, un deseo de venganza que había nacido hace apenas un par de horas, nacido de la perdida por las decisiones de alguien ajeno a las personas que buscaba ahora mismo, pero lo único que buscaba era detener está necesidad de acabar con esta venganza. No podía permitir que la familia real, responsables de tanto sufrimiento dentro de mis ideas distorsionadas, escapara de mi ira.

La oscuridad se cernía sobre mí mientras avanzaba, y el suspenso se apoderaba de mi mente. Cada rincón del castillo estaba lleno de peligro potencial, y sabía que no podía bajar la guardia. El silencio solo era interrumpido por los susurros lejanos del viento y el eco de mis pasos.

Finalmente, llegué a la habitación principal de la familia real, donde mi corazón latía con fuerza. Las puertas dobles se abrieron ante mí con un crujido ominoso. La habitación estaba iluminada por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas altas. En el centro de la estancia, la familia real descansaba en un sueño aparentemente tranquilo. Mi venganza momentánea llegó a su punto máximo. La venganza que había anhelado durante todo este tiempo estaba al alcance de mi mano. Con determinación, levanté mi espada mágica y avanzé hacia ellos. Cada paso era un eco de mi resolución, y mis ojos ardían con un fuego vengativo.

Con un movimiento certero, mi espada descendió, y en un instante, la familia real quedó silenciada para siempre. La habitación se llenó de un silencio sepulcral mientras mi espada, como decidiendo que debía terminar de una vez, terminó por quebrarse, la hoja rota cayó al suelo cubierta de sangre haciendo que el silencio se rompiera con el sonido viscoso de la sangre, el acero fue opacado por toda la sangre de la que estaba cubierta.

Mi venganza estaba completa, pero el peso de la venganza era más grande de lo que había imaginado. Salí de la habitación principal con el alma cargada de un triunfo amargo. La noche había caído, y el castillo de la familia real quedó sumido en un silencio eterno, como si el tiempo mismo hubiera detenido su marcha.

Después de la masacre en el castillo de la familia real del Imperio de Shirone, el silencio pesaba en el aire como un fardo de culpa. Las sombras se cerraban a mi alrededor, como recordándome las vidas que se habían perdido en mi búsqueda de venganza. Con la espada mágica en mi mano derecha y el trozo roto en la izquierda mi alma se encontraba cargada de pesar, avanzaba por los pasillos del castillo hacia la salida. Cada paso parecía alejarme de esa noche, de la angustia que había llevado a esta masacre.

Sabía que no había redención en lo que había hecho, pero no podía deshacerlo. Mi retirada era tan silenciosa como la muerte que había dejado atrás. Cada paso me alejaba de la oscuridad que había desatado, pero no podía escapar de la culpa que me perseguirá desde este momento.

La venganza había tenido su precio, y ese precio era mi propia humanidad, posiblemente. Al llegar a las imponentes puertas del castillo, me detuve un momento. Miré atrás, como si quisiera despedirme de un capítulo oscuro de mi vida, pero era más por pesar, por razonamiento que llegaba después de lo que había hecho. Las puertas se cerraron tras de mí, y la luz de la luna iluminó mi camino mientras abandonaba el castillo.

Una vez fuera, la noche estaba serena. Sabía que no podía quedarme en el Reino de Shirone. Mi camino estaba marcado por la destrucción que había causado por toda la muerte que había creado. Mi retirada era un nuevo comienzo, pero también una carga que llevaría por siempre. Con pasos pesados y una mirada cargada de arrepentimiento, me adentré en la oscuridad de la noche, dejando atrás el castillo y mi venganza que ahora terminada solo me sabia a amargura que se veía aumentada por el olor a hierro de la sangre derramada. Mi futuro era incierto, pero una cosa era segura: la venganza me había dejado marcado de por vida y quizá cambiaría el destino de todo lo que Orsted había previsto.

Después de abandonar el castillo de la familia real de Shirone, me encontré en el exterior, bajo el cielo estrellado. Mi espada rota y la culpa pesaba en mi alma como una losa. Mis pasos me llevaron hacia donde mi fiel caballo, creo que nunca había reparado en su brillante color blanco que daba un tono plateado gracias a la brillante luna que era lo único bello en esa noche. El solo se encontraba ahí, esperando paciente y en calma, como si no hubiera ocurrido nada esa noche. Mi mano acarició suavemente el cuello del caballo mientras mis pensamientos vagaban por la masacre que acababa de causar. Había conseguido mi venganza, pero a un alto costo, el de mi humanidad, y ahora, llegando a mi fiel amigo, me di cuenta de ese precio. El caballo, como si comprendiera mi pesar, relinchó suavemente, como si me brindara consuelo en el silencio de la noche. Monté a caballo, y juntos emprendimos un camino incierto hacia el horizonte.

La brisa nocturna acariciaba mi rostro, y las estrellas brillaban como linternas en el cielo oscuro. A medida que avanzábamos, la oscuridad se fue disipando, dando paso a un nuevo día que prometía la esperanza de un mañana diferente. El caballo y yo éramos dos almas heridas, el, abandonado a su destino por una pequeña herida y yo, causando un daño interno a mi ser con el que debía cargar de ahora en adelante. Solo avanzamos, retirándonos del reino y de la masacre que había dejado atrás. No sabíamos qué deparaba el futuro, pero al menos, estábamos juntos, buscando encontrar un propósito en un nuevo día.

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Nuevo capítulo que seguro esperaban hasta el próximo año, pues tomen, directo a la cara.

Por eso deben tener fe. En fin, espero que les haya gustado este capítulo y así.

Nos leemos en la próxima y eso, recuerden que deben tener fe como un granito de mostaza jajaja.

Bueno, ahora sí, nos leemos la próxima.


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