017
Durante la noche me dediqué específicamente a ejercer mi segundo trabajo; detective. Leí un montón de cosas en internet relacionadas a hombres mayores demasiado guapos para ser reales, y niñas hormonales que son atrapadas tocándose. Me daba vergüenza tan solo recordarlo. Al final me quedé con la absurda idea de un libro sobre una mujer extrañamente virgen a eso de los veinte, se encuentra a un magnate guapísimo que al final resulta ser alguien como Luke; un loco al que le gusta azotar a las mujeres en el culo, no obstante, nuestra protagonista se enamora de él y viven felices para siempre.
No importaba cuantas novelas leyera con ese tipo de finales felices sabía que era imposible que una mujer o una adolescente como yo terminara en manos de un multimillonario disfrutando del mejor sexo de su vida y sumándole a eso un amor recíproco y absolutamente profundo. Pura basura literaria.
Bajé como un muerto en vida a la cocina usando una sudadera amarilla a juego con mis pantalones de pijama que Luke me había puesto la noche pasada. Alcancé a ver al rey de Roma con el ordenador sobre la mesa, moviendo los dedos ávidamente sobre el teclado, así que como me encanta hacerle la vida imposible a cualquiera me acerqué por detrás mirando la pantalla sobre la hendidura de su cuello.
—¿tan temprano buscando niñas para castigar?— bromeé, haciendo que me mirara sobre su hombro con una ceja alzada
Existían dos posibilidades; que supiera tomarse bien una broma o que me tomara para castigarme otra vez.
—graciosa— siseó regresando a su documento antes de señalar sobre el refrigerador—. Salí a comprarte una caja de Cheerios.
Lo miré boquiabierta. Llámenme como quieran; exagerada, tonta e incluso absurda, pero algo que amaba más que pasarme las horas en Tumblr eran los Cheerios, dios, mi amor hacia ese cereal era inexplicable, sin embargo lo era más el hecho de que supiera que tipo de cereal me gustaba.
¿Debía agradecerle? Según yo con un Gracias bastaba, aunque terminé inclinándome a su mejilla plantándole un beso ahí, rápido y llameante. Una sonrisa apareció desde su comisura sin detener sus dedos del teclado. Bien, no podía estar tan molesta con él después de eso, claro que me había dejado el trasero como volcán en erupción pero aún existía la tregua.
—¿que estás haciendo?— pregunté alcanzándome la caja de cereal y el bidón de leche del refrigerador, dejando eso en la mesa para poder volver por el plato y una cuchara.
—trabajando— mencionó en cuanto me senté a su lado sirviéndome el desayuno
—¿puedo saber en que? Está bien si no quieres decirme, papá tampoco lo hacía— sonreí de lado
No había hablado con mis padres desde que llegué, aunque ellos tampoco parecían tener la iniciativa de coger el teléfono y llamarme al menos para saludar.
Luke me miró con media sonrisa mostrándome la pantalla del ordenador repleta de letras en un extenso documento. Entendí algunas cosas que estaban en italiano, el resto era demasiado confuso para que pudiese digerirlo. De lo que si estaba segura es que ahí se hacía mención de vino.
—estoy haciendo una carta— musitó acomodándose un rizo detrás de la oreja
Demasiado guapo.
—exportaré algo de vino
Con eso me bastó para entender, además de que esos temas de trabajo aún eran banales para mi. Asentí comenzando a comerme mi cereal con el sonido de sus dedos cayendo insistentemente uno detrás de otro sobre las teclas con precisión.
—¿que vas a querer comer hoy?— preguntó de imprevisto al verme de reojo terminar poco a poco de desayunar—. Gloria no va a estar por unos días, así que tengo que mantenerte alimentada
—¿a donde fue?
—con su familia, una de sus sobrinas va a tener un bebé y me pidió permiso para ausentarse y estar allá— dijo antes de cerrar el ordenador—. Entonces sólo quedamos tú y yo— su expresión fue sincera, no había odio ni molestia alguna—. Puedo pedir pasta y sacamos un poco de vino de la cava, ¿te parece?
De alguna manera podía sentirme más adulta cuando estaba con Luke, por la manera en la que me hablaba, por como se comportaba conmigo y todas las sensaciones extrañas que sentía en mi cuerpo al mirarlo a los ojos.
—suena perfecto— mascullé mordiéndome el interior de las mejillas al encontrarme mirando hacia su pecho expuesto por los botones abiertos de la camisa
Ignora los pensamientos, aléjalos. Me repetí un millón de veces ante todas las imágenes que se estampaban en mi cabeza de manera vulgar e inapropiada. Era mayor que yo, por Dios, tenía que tener algo de pudor al mirarlo y no pensar en lo que sus manos me harían.
—¿Ivette, cariño?— llamó posando el dorso de su mano en mi mejilla con el ceño fruncido—. ¿Estás bien? Estás carmín
—si, yo, bien, estoy bien— aclaré con un suspiro cansino
Se levantó del banco con una sonrisa abrumadora, besándome la mejilla antes de excusarse e irse por el vino. Inmediatamente cuando no estuvo hundí la cara entre mis manos.
¿En que estaba pensando?
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