013

Luke no me haría ni cosquillas.

Jamás le había temido a un hombre, así que podía irse olvidando de que tenía ese efecto en mi. A media noche me tumbé en la cama mirando hacia la puerta, pensando en si estaba cerrada o no, ¿le había puesto el pestillo?

Resulta que de vez en cuando me gustaba sucumbir ante los placeres culposos del internet, me ponía los audífonos y reproducía cualquier cosa que me viniera en mente con tal de estimularme y tocar mi cuerpo, cada rincón callando los jadeos al morderme los labios. Era consciente de que Luke estaría en alguna de las habitaciones contiguas, pero aún así no fui capaz de detenerme, y todo eso era culpa de mi última pareja. Gracias a él aprendí a darme placer sola, convenciéndome vagamente de que no necesitaba el amor de nadie más que el mío; un error egoísta e inmaduro. Apreté la almohada con fuerza al llevarme los dedos a ese sitio palpitante y ardiente de mi cuerpo, encendido con el más mínimo roce. No me consideraba una ninfomana, para nada, eso solo lo hacía cuando podía, a veces hasta se me olvidaba.

Mordí la piel de mi brazo metiendo dos dedos a mi interior, gimiendo en silencio ante la sensación electrizante viajando por mi espina dorsal en el recorrido más placentero que mi cuerpo pudiera experimentar. Las piernas parecían entumecerse cada que lo hacía, agolpando un agujero en mi estómago al concentrarme en el movimiento de mi mano, tocando solamente mi parte superficial, sin embargo aún así sentía que tocaba el cielo. Lamentablemente apenas era capaz de medir el volumen de mis gemidos por la música y el alto volumen que destruía mis tímpanos ante la sonata, por lo tanto fui ignorante de los golpes en mi puerta, de los llamados y finalmente de la cerradura cediendo ante la llave.

Detuve mi mano arrebatándome el placer al ver a Luke con la mano puesta en la perilla, mirándome con curiosidad. Gracias al cielo tenía una sábana cubriéndome de la cintura para abajo.

—puedes tocar, ¿lo sabias?— escandalicé quitándome un audífono, removiendo la mano de mi ropa interior y de mis pantalones

—lo hice, no contestaste y me cansé de hacerlo— replicó echándole una ojeada a la habitación—. ¿Todo bien aquí adentro?

—si— refuté de mala gana recargándome en la cabecera—. Al menos lo estaba antes de que entraras— murmuré para mi

Lo malo de mi voz y de mis quejas era que sin importar nada siempre las escuchaba alguien más, y para mi pésima suerte quien me había escuchado estaba en la puerta con el peor genio que existía.

—repítelo— forzó con seriedad—. Ivette

—no dije nada malo— acusé aventando el móvil con todo y audífonos a la mesa junto a mi—. Solo quiero dormir

—pequeña— negó con desaprobación acercándose al borde de la cama, rozando la sábana que me cubría con apenas los dedos libres de anillos brillantes—. ¿Me crees así de idiota?

Se sentó justamente a mi lado, recorriendo una hebra rubia de mi cabello detrás de mi oreja, tocando accidentalmente mi mejilla y parte del mentón. Temblé.

—no se de que me estás hablando— fingí demencia queriendo remover su mano de mi rostro

Me sujetó de la muñeca sin dejar de mirarme a los ojos con esa profundidad que tenía, atormentándome sin piedad, robándose mi aliento y todos esos pensamientos inconclusos que se ahogaron en sus orbes agresivos como el océano víctima de una tormenta.

—¿con esta te estabas masturbando, pequeña ninfomana?

Abrí los ojos con sorpresa sin poder forcejear o perdería; con él siempre perdería.

—no soy ninguna ninfomana— ataqué

Sonrió complacido por los nervios que despedían mis palabras, pero es que santo cielo, lo tenía a centímetros y su toque era tan cálido que poco a poco sentía que calcinaba mi muñeca. Se inclinó dejando un llameante beso en mi mejilla.

—buenas noches, linda. Descansa

Se levantó y como si nada hubiera pasado se marchó, dejándome con un corazón latiendo como locomotora y las palabras hechas un revoltijo.

—buenas noches, Luke— alcancé a decir antes de tumbarme con la vista al pecho y la temperatura más alta que en el tártaro.

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