011
Me hizo esperar en el auto por dos horas, dos malditas horas que hubiera ocupado para conocer el resto de la plaza con ese maravilloso clima, pero es que a él le importaba una mierda lo que pensara o quisiera, solo quería hundirme, apaciguarme como al fuego sin saber que soy mucho peor. Afortunadamente podía encender y apagar el aire acondicionado cuando quisiera, lo malo era que me sentía atrapada ahí dentro viendo a la gente caminar junto al auto aparcado frente a una gigantesca propiedad repleta de gente desconocida.
Tras millones de años de espera por fin lo vi salir del lugar con una sonrisa hacia la mujer con la que estrechaba la mano, era bonita, no iba a negarlo, pero se le notaba a leguas que era una de esas arpias que se meten en los pantalones de los hombres como Luke; en pocas palabras era una zorra. Subió al auto apestando el lugar a perfume de mujer, no uno de esos que huelen delicioso, no, uno que olía a zorrillo. Me tapé la nariz haciendo que me mirara con el ceño fruncido.
—¿Estás bien?— cuestionó antes de encender el coche
—huele asqueroso, supongo que es el perfume de la señora— me encogí de hombros sintiéndolo fulminarme—. ¿Si sabes que quiere meterse en tus pantalones, no?
—¿a ti no te bastó con veinte, verdad?— contrarrestó pegándole con los pulgares insistentemente al volante—. Supongo que tendremos que subir un peldaño a tus castigos, linda— mencionó con tranquilidad
No íbamos a subir nada, no se lo permitiría. En la vida le dejaría volver a hacerme daño de esa manera tan vergonzosa.
—no he dicho nada malo
—tu lengua viperina demuestra lo contrario— señaló dando vuelta en una calle
No tenía lengua viperina, solo estaba recalcándole lo obvio, y ya que él parecía ser ciego entonces lo dejé creer lo que quisiera. De todas formas no le dejaría ponerme otra mano encima. Permanecí callada el resto del camino, no quería hablarle a pesar de que esa mañana había amanecido algo más parlanchín que desde que llegué a su casa. Aparcó fuera de un restaurante prometedor y de categoría diferente a los que frecuentaba con mis padres, entonces supuse lo obvio; Luke tenía dinero, ¿a que se dedicaba?
Bajé antes de que pudiera abrirme la puerta apresurándome a la entrada dándole mi nombre al mesero que buscó una mesa para dos, tragándose los ojos coquetos al ver a Luke de pie detrás de mi. Bien, el lugar estaba lindo, la iluminación, las mesas de madera y todo lo demás parecía aceptable, pero lo importante era la comida y el vino. El mismo mesero de la entrada nos atendió, dejando cuatro cartas, una de comida y otra de vinos, la cual fue arrebatada de mis manos por el mismísimo diablo rizado. Le dediqué mi peor mirada.
Ordenó por los dos, ¿Por que se esforzaba tanto por controlarme? Solo le faltaba comprarme collar y correa.
—tengo boca— dije con molestia obligándolo a alzar la vista de la pantalla de su móvil
—¿a que viene ese comentario?
—pude ordenar lo que quería comer, no tenías que hacerlo tú— acusé recargando el mentón sobre mi mano
—Ivette, este lugar es para adultos, agradece que te traje aquí en primer lugar, deberías estar en casa encerrada por la boca que tienes— señaló—. Y como soy el adulto aquí, yo decido que comes y que tomas, ¿quedó claro?
—¿tengo opción?
Enarcó ambas cejas con sorpresiva molestia. Esa era una de mis mejores habilidades; hacer enojar a la gente con solo abrir la boca.
—tienes razón, no, no la tienes— negó regresando la vista al móvil, mensajeando con rapidez
Seguro era la zorra, no era adivina pero se le notaba.
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