Capítulo 15. Los síntomas

Law dejó a la joven ___ en su apartamento para que descansara porque hoy fue un mar de emociones. Le gustaría compartir todo ese tiempo con ella, pero había algo que no cuadraba en su mente. Estábamos hablando de Donquixote Doflamingo. ¿Por qué creer a ese hombre? Sufrió mucho con él como para volver a confiar. Antes de subirse al vehículo mandó un mensaje a Cora-san para hablar personalmente con él, a ver si sabía algo con respecto a la carta que le entregó ___.

Una cura. ¿Quién lo iba a creer? Su esperanza creció de una forma brutal, pero las sospechas no se lo quitaban nadie. ¿Qué tramaba ese hombre? Arrancó el motor del coche y fue directo hacia el hogar de Rocinante que seguramente estará cenando a estas horas. Normal, él era un policía y de los más destacables en una de las comisarías de la gran ciudad. Siempre le gustaba ir de incógnito porque se le daba bien, pero su torpeza siempre se la jugaba. ¿O lo hacía aposta? Ya ni Law estaba muy seguro porque llevaba mucho tiempo de relación padre-hijo.

El moreno comenzó a sentirse agotado, pero quería ignorarlo. Sus ojos estaban puestos en la carretera. No deseaba distraerse viendo a un peatón o un coche haciendo una mala maniobra, pero si eso último ocurriese él tendría mucho cuidado. La casa de Rocinante no estaba lejos. A veces dormía en la gran mansión de Donquixote, sin embargo, cuando estaba en una misión importante siempre le gustaba estar en su propia casa y concentrarse con un buen café caliente. O un cigarro, aunque eso perjudique que se quemase en cualquier momento.

No había mucho tráfico en la carretera, así que no tardó mucho en llegar. Quien dice cada, dice apartamento. Rocinante era simple, muy simple. Aunque vivió en un mundo lleno de lujos prefería vivir como una persona normal como todo el mundo. Y Law lo aceptaba porque era un hombre sincero. No tuvo problemas en aparcar. Sus ojos grises alzaban poco a poco el edificio para ver que las luces del apartamento estaban encendidas. Sí, eso indicaba que estaba ahí. Salió del vehículo caminando en dirección hacia la puerta y no tuvo problemas a la hora de entrar porque estaba el conserje.

La ventaja de este edificio era el ascensor. No eran muchas plantas, solo llegar a la cuarta y listo. Lo máximo eran ocho pisos. A Cora-san no le agradaba la idea de estar tan alto porque luego venían los cambios de temporal. Si vives en el último piso, notas más el frío o el calor. Y más aún si no tienes calefacción o aire acondicionado. Poco a poco iba subiendo con los ojos puestos en el ascensor. Nublado. ¿Será a causa del cansancio? Conducir a estas horas de la noche no era nada bueno, pero poco importaba ahora.

Las puertas del ascensor se abrieron y pequeños pasos dio en el suelo de madera, pero que no era de ese material sino de mármol. Los diseñadores no perdieron mucho el tiempo. Ya en frente del apartamento pulsó el timbre y esperó por unos segundos a que Cora-san le abriese. Desde el otro lado de la puerta escuchó gran escándalo proveniente en la cocina. Una gota de sudor iba resbalando por su sien, ya imaginándose lo peor. El pelirrubio abrió con un caldero en la cabeza y manchado de harina.

—No te esperaba tan pronto —dijo con una sonrisa nerviosa en su rostro.

—¿Te estás peleando con la cocina? —preguntó con burla.

—Algo así. Esto de vivir solo sin una sirvienta es terrible, pero me gusta.

—¿Y por qué no contratas a una? —sugirió. Cora-san se hizo a un lado para dejar pasar al moreno.

—¡No! Me niego rotundamente a que otra persona cocine para mí. Ya soy mayor para hacer las cosas por mi cuenta.

—¿Quieres algo de ayuda?

—Por favor.

Decía una cosa y luego lo negaba. Así era Cora-san. Law se adentró un poco más la casa y casi le da un micro infarto al verlo todo patas arriba. La pechuga casi quemada, el aceite al igual que la harina esparcidos por toda la cocina, utensilios sucios, verduras podridas... Miró de reojo al responsable de ese caos y el pelirrubio solo se limitó a reír por lo bajo. Law suspiró por lo bajo y fue en busca de una fregona, un cubo, unos paños y un cepillo de barrer.

—Anda, limpiemos este desastre y pidamos comida china.

—Jo, y yo que quería comer pechuga empanada.

—No se te puede dejar solo —dijo el muchacho, mientras se dedicaba a barrer—. Haz una llamada al restaurante a ver si nos traen algo decente.

—¡Por supuesto! —gritó con mucha emoción, sin embargo, comenzó a tocarse la ropa buscando el teléfono—. Qué raro. Juraría que lo tenía en uno de mis bolsillos.

—Cora-san —lo llamó porque sacó de un bol lleno de harina el aparato electrónico.

—Uy. Podríamos decir que será un "móvil asado".

—Déjate de chistes malos —le sugirió—. Toma. Llama a través del mío, ¡pero no me lo pierdas!

Oh, claro que no lo hará porque el doctor pudiera experimentar con él haciéndole cualquier tipo de cirugía. Mientras Law limpiaba, Cora-san se encargaba de hacer el pedido. Supuestamente dentro de quince minutos vendrán al apartamento. Si tardaba poco era que no tenía mucha clientela. Mejor para ellos. El hambre apretaba demasiado. Law pensó que ___ se lo pegó. No, debía cuidar su figura a toda costa. Otra vez visión nublada y reaccionó apoyando las manos al mármol de cocina.

No creía que era a causa de su enfermedad porque hacía tiempo que no tenía ese de síntomas. Solo era cansancio del trabajo. Era lo más seguro del mundo. No tardaron ni diez minutos en limpiar todo el desastre y quedara como nuevo. ¿Qué hubiera ocurrido si no estuviera aquí? Incendiaría la casa, probablemente. Y cinco minutos después llegaron con el pedido. Law tuvo que ir a la puerta porque no se fiaba de nada de Cora-san. Por su torpeza haría derramar todo el piso. A saber, que pidió.

Por el olor pidió tallarines, arroz de tres delicias y algo de pollo. Pues sí que se le antojaba comer pollo hoy. Dejó todo en la mesa, ya con el mantel puesto junto con dos vasos para rellenar agua u otro tipo de líquido, como vino, por ejemplo.

—Bueno, ¿y qué te trae por aquí? —preguntó Rocinante sentándose en su respectiva silla.

Casi se le había olvidado. Law buscó dentro de su camisa la carta que le entregó esa misma mañana ___. Se lo mostró, pero lo dejó en la mesa para que él mismo le echase un vistazo.

—¿Sabías de esto? ¿De que ya encontraron la cura?

—¿Quién te entregó eso?

—___. —El pelirrubio se tensó—. Ya hemos hablado de eso y realmente estoy contento de que no me abandone. Pero no me hace mucha gracia que Doflamingo-ya se lo entrega en persona. ¿Por qué no acudió a mí? Esto hace que sospeche que esa cura es falsa.

—En realidad, no lo es —dijo. Cora-san tomó la carta para ver la fecha—. Yo estuve con él hace dos días porque le llamaron con respecto a la cura de tu enfermedad. Y no es mentira, Law. La cura es real, pero desconocemos sus efectos secundarios porque eres el único en este mundo que tiene esa enfermedad. La fecha que indica era de hace dos días, cuando Doflamingo les pidió que hicieran un informe para entregártelo.

—¿Y por qué no lo hizo?

—Porque no le ibas a creer.

—¿Y por qué no te lo entregó a ti para que luego tú me lo dieses?

—Porque él tenía otro plan en mente, aunque nunca pensé que utilizaría a ___. Bueno, no era la palabra exacta, pero tú ya me entiendes.

—Estoy molesto —confesó ya empezando a comer.

—Lo sé. ¡Pero mira el lado bueno! ¡Hay cura, Law! Podrás vivir más tiempo y encima con la persona que más amas.

—¿Estás llorando?

—¡Son lágrimas de felicidad! —exclamó, ocultando su rostro en su antebrazo derecho.

Pensándolo de esa manera, sí. Rocinante tenía razón. Vivirá más tiempo para estar con ___. Esa mujer era su felicidad absoluta, lo mejor que le había pasado en la vida. Estuvo a punto de coger tallarines con los palillos, pero la vista comenzó a nublarse de nuevo. Y un nuevo síntoma apareció: dolor de cabeza. Tuvo que sostenerla con rapidez. Era punzante. Imaginaos a una persona con migraña; pues era lo que le estaba pasando al moreno. Cora-san se dio cuenta de ello que dejó la comida en la mesa y lo estabilizó para que su espalda tocara el respaldar de la silla.

—¿Estás bien? —preguntó con tono preocupante.

—Sí, solo estoy un poco cansado —dijo. Su voz parecía estar quebrado y casi sufriendo.

Al pelirrubio no le gustó para nada esa respuesta. Se estaba temiendo lo peor y solo podía comprobarlo a través de una forma.

—Quítate la camisa.

—Estoy bien, Cora-san.

—¿Cuánto tiempo llevas con esos síntomas?

—No eres mi médico.

—Respóndeme a la pregunta —le ordenó.

—Cuando estaba yendo a tu casa, pero no es nada grave. Solo es cansancio. A lo mejor no dormí bien.

—Puedes decirlo en el hospital, pero aquí no te me hagas el chulo. Quítate la camisa.

Aunque no quisiese, el muchacho no tuvo más remedio que quitársela por orden de Cora-san. No deseaba pensar que sus síntomas fuesen provocados por su enfermedad. El pelirrubio se esperaba cualquier cosa y sus sospechas fueron ciertas. Su espalda tatuada y morena estaba siendo cubierta por una mancha blanca. Era una de las características más preciadas de esa enfermedad. Había vuelto.

—¿Dejaste de inyectarte el medicamento? —preguntó.

—No, pero creo que ya está perdiendo su efecto.

—No es nada bueno. Deberíamos ir al hospital con urgencia.

—No voy a ningún sitio —se negaba.

—Law, no me seas testarudo. Estamos hablando de tu salud. Si estuviera aquí ___, opinaría lo mismo que yo —dijo.

—Yo estoy bien. —Y seguía.

—Tu enfermedad está avanzando con mucha prisa, Law. Ahora tú eres el paciente y deberías preocuparte por tu salud. ¿Eso no se lo dices?

Tenía razón. Como odiaba darle la razón a la gente. Law suspiró con pesadez y se puso la camisa nuevamente. Cora-san decidió que lo más recomendable era que conduciera él mismo. No quisiera que Law tuviera un accidente yendo hacia el hospital. El muchacho le pidió que no llamase a ___, pero él le respondió: «es tu novia y debería saber por dónde andas». Otra vez a darle la razón. Pensaba que estaría delirando a causa de su enfermedad y no era de extrañar. Cora-san tuvo que ser de soporte para que Law no cayese en ningún momento.

Se encontraba débil, exhausto. Ya no sentía todas las fuerzas necesarias para seguir caminando. Su cuerpo le estaba fallando a cada momento. Esto no le gustaba para nada a Cora-san. Su enfermedad estaba avanzando a cada momento y eso no era nada nuevo. ¿Habría evolucionado? ¿Cómo?

¡Debía darse prisa cuanto antes! 

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