1-. Para amores salados mejor quedarse soltero
Bi tomaba un merecido descanso después de haber tenido que colocar todos sus carteles sin ayuda ni ganas alrededor de toda Sea City. Atada a cada extremo de su pequeña caverna de coral una red para pescar sostenía su peso a la vez que lo relajaba con su lento mecer.
Para su mala fortuna, fue justo cuando sus párpados caían en medio de su somnolencia que le nació la necesidad de ir a la superficie y respirar, cosa que, por cierto, no hizo con mucho más gusto que cuando descubrió que sus colegas lo habían dejado plantado en su tarea matutina.
Como él muchas más aletas poco alegres nadaban hacia arriba, más allá del prominente campo de algas que protegían a su ciudad del ojo humano, y después de los restos del que una vez fue un gordo crucero, la advertencia más fuerte hacia los caminantes de tierra de que ahí las aguas eran bravas.
Finalmente el azul oscuro y vivaz que siempre cegaba sus ojos se volvió un celeste más tímido que otra cosa, y las cabezas que acostumbraba a ver en ella ahora se asomaban cerca de él apenas siendo tan valientes como para sacar parte de su cara, pues aunque podían hacer de ellos una forma menos controversial un catálogo de animales tan extenso sin intenciones de acabar el uno con el otro sólo podría resultar atractivo para los humanos.
Luego de expulsar toda el agua de su organismo no le quedaba de otra mas que volver a casa, donde un tiburón martillo lo esperaba en su puerta.
- Seguramente usted requiere los servicios de un buen mata humanos -dijo en su mejor intento de ser cortés, pues aunque su cola gris mocha y sus ojos rojos podían resultar intimidantes para cualquiera su dueño tenía un semblante afable, además de que se trataba de un potencial cliente al que debía de tratar como tal.
- Es correcto. Una familia completa de humanos se asentó cerca de mi hogar, que está un poco retirado de la ciudad. El más grande golpeó a mis hijas con piedras cuando jugaban por la superficie y no quiero cruzarme de brazos a esperar que ocurra de nuevo para hacer algo al respecto -dictaminó con seriedad, aunque tallaba sus manos entre sí claramente ansioso, como si lo que estuviese haciendo estuviera mal.
Debía alentarlo si no quería que se retractase de acudir a él.
- Y eso es aplaudible, señor, cualquiera en su misma situación prohibiría a sus hijas volver a acercarse o de plano se mudaría lejos de su asentamiento, pero no podemos seguir huyendo de nuestros problemas de ese modo. Ojalá hubiese más personas como usted y como yo que lo entendiesen -el flacucho hombre ante él sonrió con mayor seguridad en sí mismo ante sus palabras y asintió para sí mismo-. Adelante, adentro podrá decirme su visión con más detalle.
Una vez acomodados en su fracaso de oficina y de recepción el padre de familia especificó asesinara al hombre y solo al hombre, la isla en la que estaba su cabaña y una muerte rápida e indolora.
Para desgracia de sus bolsillos el sujeto se negó a comprar cualquier extremidad del cuerpo del involucrado y cuando le preguntó por los daños hacia sus retoños la rabia por poco hablaba por él cuando se enteró habían acabado llenas de moretones, rasguños y una incluso con el brazo fracturado.
- Apedrear a un niño aquí abajo debe de ser castigado con muchos años de cárcel... Pensar en todos los humanos que habrán salido impunes después de cometer crímenes como esos me hace hervir la sangre -confesó la orca mientras escoltaba al otro a la puerta.
- Me lo imagino. Cuando vi a mis niñas así, tan golpeadas, sentí como si les hubiese fallado como padre... Por un momento quise ir a por él y arrancarle una pierna de un mordisco, pero lo último que quiero es criar a mis hijas en un ambiente de violencia, si me contuve fue por ellas.
- Y eso fue lo mejor que pudo haber hecho. Le notificaré de su muerte en cuanto me sea posible y podrá pagarme -el aludido asintió de inmediato.- Por ahora puede irse tranquilo, mañana temprano podrá darme su depósito y si no yo voy a su casa, usted vive por el barrio de las algas ¿no?
- Así es -respondió atónito-. ¿Cómo lo sabe?
- Digamos que ya nos conocemos de hace tiempo -él nunca olvidaba rostros, y vio el suyo junto con el de unas adorables gemelas meses atrás por un mercado en ese barrio, le dolía el pecho imaginárselas heridos y por la mera voluntad de un humano. Le permitió al no mamífero salir de su humilde oficina y se sonrió con malicia, pues por fin podría estrenar a Marina, su nuevo cuchillo, con propósitos meramente profesionales, y nada más tuvo la casa sola que se dispuso a buscar comida en su alacena, sin éxito, pues volvieron a llamar a su puerta.
Resignado y con hambre que atendió al extraño dándole el acceso a él y a una nube de tinta muy familiar de la que dos tentáculos pegajosos salieron a envolverlo sin cuidado.
- ¡Ucstav! ¡¿Qué mierda?! -chilló su anfitrión forcejeando por su libertad, sin éxito.
- ¿Por qué todo el mundo me odia? -se cuestionó entre dientes antes de gimotear entre la masa de líquido negro en la que se veía atrapado.
- Oh, eso ¿apenas te das por enterado?
- ¡Esto es serio! -bramó golpeando su pared con otra de sus extremidades, amenazando con tirarla abajo.
- ¡Ey, ey, ey, ey, ey, que tu no me pagas la renta, animal! -el agarre hacia él solo cobró más fuerza ante sus palabras, inmovilizándolo de manera efectiva.
Batallando con él y sus penas que el pulpo de las profundidades se acomodó como en su casa, echándose en su improvisada hamaca.
Su rostro tan pálida que llegaba a azul ahora era de un rosado intenso producto de su llanto mientras que su melena blanca con turquesa ondeaba junto con las aguas, a diferencia de sus negros tentáculos, que estaban ahí, esparcidos por todo el piso, aplastando a la orca presa por dos de ellos.
Cuando estaba por recriminarle sus ojos apagados y celestes le contemplaron con intensidad, siendo ello más que suficiente como para aplazar sus recriminaciones y acompañarlo en su dolor en un silencio que no pudo durar demasiado gracias a la parlanchina orca.
- ¿Sigues llorando por tu corazón roto o qué? –razonó el mamífero una vez el pulpo decidió dejarlo en libertad.
- Es que... ¿recuerdas ese pez globo con el que estaba hablando hace algunas semanas?
- ¿El paranoico que miraba a todas partes sospechosamente? Lo recuerdo –contestó ganándose una mirada calculadora por su parte.
- Se llama Kaikei y es mi amigo, o eso creo, es que hace semanas que dejó de venir al local a verme, dejé de saber de él y... Finalmente ha vuelto -¿su amigo decía? Pero si se le colorearon las mejillas horrible cuando se corrigió a sí mismo, ese tal Kaikei debía traerlo como pez luna.
- Y eso es malo de alguna manera porque... -murmuró al no encontrar el problema en aquella oración.
- Porque me ha desconocido completamente. Dijo que no quería saber nada de mí y aparte venía acompañado de una chica y... ¡Es que ni siquiera tiene sentido! Si no quisiese saber nada de mí mínimo debería decirme qué he hecho mal o simplemente no ir a comer a mi área de trabajo. No entiendo nada –rezongó cruzándose de brazos con un gesto afligido, confundiéndose con un niño pequeño haciendo berrinche.
- ¿Dices que está comiendo allá todavía? ¿Hace cuánto de eso?
- Uno, dos minutos creo... O no sé, les estaba sirviendo su pedido cuando me dijo todo eso.
Y con esa sencilla oración Bi ya estaba jalando a Ucstav por los tentáculos a hablar con el idiota al que parecía tenerle aprecio, pero que ahora lo rechazaba creyéndose con el derecho de no darle explicaciones.
Después de esquivar a unos cuantos cardúmenes de gente y edificaciones naturales que atinaron a dar con el bar, y azotando la puerta sin cuidado que llamaron la atención de todos en su interior, incluyendo al pez globo de anaranjada aleta que ahora chocaba con el techo con una pelota espinosa debajo de su estómago y el rostro colorado por culpa del susto que le había pegado ese par al aparecerse tan de repente.
Una narval que aparentemente iba con él lo haló del brazo para bajarlo de ahí mientras que Bi se volteó a su amigo casi completamente decidido.
- Ahora mírame partirle el hocico.
- ¡No! -pidió Ucstav cubriéndose con sus tentáculos avergonzado.
- Pues si no lo hago yo lo haces tú, así que ve por ese hijo de perra de mar -le gritó a su colega en el oído, quien después de una buena nalgada por el nacimiento de sus extremidades violáceas que fue a ayudar al de piel canela a terminar de descender.
Él, dispuesto a ver como se desarrollaban las cosas, se sentó confianzudamente en la mesa que ocupaba la amiguita del pelirrojo, quien ahora lo juzgaba con su mirada, él imitó su acción con una sonrisa, pues con el rosado que coloreaba su piel, cuerno y aleta y las pecas parecía una niñita ñoña más que otra cosa.
Era como ver todo lo que él jamás alcanzaría a ser en otra persona, como una versión suya de algún universo paralelo.
- Hola... -saludó aquella que no tenía nombre con desconfianza desprendiéndose de sus rasgos.
- Hola –correspondió con simpleza volviendo la vista a la conversación tan productiva que estaba teniendo su amigo, quien no recibía más que asentimientos de cabeza, negativas o ya de plano una evasiva. Su intento malogrado de plan terminó de irse al carajo cuando el tosco de Ucstav dio señales de querer abrazarlo, haciendo sonar todas las alarmas del pececillo que ahora se daba a la fuga como un enfermo mental.
La del cabello corto con la que compartía una mesa se dispuso a perseguirlo enseguida, y a la distancia pudo oír como sus gritos formaban parte del ruido siempre presente en la ciudad. Ucstav se quedó ahí, siendo tan productivo como un ancla sin nave, mientras veía su figura perderse entre los demás citadinos.
-¿Y bien? ¿Qué te dijo? –se hizo el desatendido a la vez que se sacaba una basurita de entre los dientes.
- Dijo que si podíamos seguir viéndonos pero no se le veía del todo convencido porque cuando le pedí juntarnos a hablar más tarde dijo que no tenía tiempo, que de hecho ya se tenía que ir y cuando quería despedirme bien solo se largó...
- Ja ¿solo se largó? ¡Lo asustaste! ¡Es que justo a ti se te ocurre despedirte de abrazo! Lo ibas a asfixiar si lo tomabas entre tus tentáculos –regañó al dueño de los voluptuosos sacos de carne que siempre querían estar agarradas de algo.
Cuando eran niños ese fue el principal motivo por el que no tenía amigos, especialmente cuando se trataba de peces pequeños, introvertidos o que encajaban en ambos casos, tal como Kaikei.
- Bi, quiero ir a casa –dijo el pulpo de la nada-. Quiero ir a casa, tomar un té caliente, hacerme bolita en mi camita y olvidarme de todo.
- Pero-
- Te veré mañana -vaya, ahora sí que lo había hecho sentir mal, pero en fin, tampoco se merecía menos considerando que le había quedado mal con lo de los carteles.
Propulsado mediante la fuerza de sus tentáculos Ucstav ya iba bastante lejos, por lo que ni se tomó la molestia de igualarlo, y así, a su ritmo que volvió a dar con el pelirrojo ese, quien allá por las rocas volcánicas, esa área peligrosa de la ciudad a la que solo mafiosos iban, buscaba algo en su morral para un pez borrón con cara de pocos amigos, quien ante su tardanza le empujó con la panza y le despojó del bolso, haciéndose de una buena cantidad de sacos tintineantes y arrojando así su improvisada mochila a la arena.
El desagradable hombre abandonó al pez globo a su suerte, escoltado por dos ballenas bastante grandullonas, aunque no sin antes perder la oportunidad de arrojarle arena a la cara de un aletazo y burlarse de la hazaña junto con sus hombres, haciéndolo cuestionarse qué mierda haría un chico como él entre sujetos así e imaginarse lo peor.
Sabiendo mantener la boca cerrada que fue a por el pez y le ayudó a librarse de la arena en su piel y mochila, y así como fue a su auxilio que se largó, tan solo esperando que el chico supiese lo que hacía.
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