Capítulo 5. «Amor en llamas»

Para Skrain la vida tenía distintos matices. Cambiaba y se hacía siempre diferente debido a las decisiones de los demás, sí, pero también podía ser sencilla si la veía desde un simple punto de vista.

Podría decirse, entonces, que Skrain dividía su vida de tal manera que no tuviera que concentrarse en aquello que no requería esfuerzo. Simplemente tenía que poner de un lado las cosas importantes, y del otro las que no importaban para nada. Cosas banales.

Ser un dios complicó las cosas. Su mente trataba de dividir lo importante de lo que no lo era, pero era difícil. La energía siempre estaba con él. Su mente se dividía en muchas partes, porque el aire, literalmente, estaba en todas partes. El aire era parte del sonido. El aire daba vida.

Las cosas se complicaron aún más cuando Skrain tuvo que elegir a un campeón para llevarlo con él al palacio de los dioses. ¿Quién podía soportar tantas presiones, ser poderoso, fuerte, pero valiente también? Skrain dejó que el aire se llevara su cuerpo, que lo guiara hacia donde sabía que tenía que ir para conseguir una respuesta.

Así fue como se encontró con una angustiada y cansada Piperina, que parecía beber en algún lugar muy lejano del palacio del Reino Luna. La torre real.

No había nadie en kilómetros. La ciudad aún estaba vacía, y Piperina aún no ponía las riendas de su reinado.

Skrain observó lo taciturna que se veía, la forma en que se envolvía a sí misma en un abrazo mientras sollozaba. Sin poder evitar ayudarla puso su brazo sobre ella, y murmuró:

—Todo estará bien, Pipe.

—Yo... —Piperina carraspeó, su voz se volvió más gruesa cuando contestó—: No es ese el problema. Siento que haga lo que haga no puedo hacer nada para resolver el problema de mis hermanas. Que mis problemas son banales, que no puedo detenerme a llorar por mis hermanas cuando todo está tan mal en el reino. Me siento tan mal por ser tan inútil...

—No eres inútil —contestó Skrain—. Sabes que no lo eres. ¿Crees qué yo no me siento así? Ustedes tienen deberes importantes y yo estoy allá, en el cielo, intentando ayudar en un plan que ni siquiera entiendo.

Piperina subió la mirada. Al que vió no fue al Skrain que esperaba ver, sino a una versión de aire y humo bastante realista. El que tuviera el cabello corto hizo que frunciera el ceño, confundida.

—Ella lo hizo. Hizo que te cortaras el cabello.

—Creo que la Luna es lo más parecido a la idea que alguna vez tuviste de lo que sería Adaliah gobernando —se burló Skrain—. Pero las cosas son distintas a como imaginamos que serían. Adaliah ha cambiado, cambiado mucho, y está bien.

—Me preocupa Adaliah y su seguridad, sí —fue lo que Piperina se las arregló para decir—. Pero a la vez confío en ella, en su fuerza. Es la más fuerte de nosotras. Siempre ha sido valiente, y aún no puedo sacarme de la cabeza la fiereza con la que se lanzó contra aquella bestia gigante y perforó sus dos corazones. Creo que puede hacer todo lo que se proponga, y hasta más.

—La que te preocupa es Amaris. Amaris y su bebé. Zedric, su matrimonio.

—Y no solo es eso —contestó Piperina, llenándose de lágrimas—. Siento a Alannah en mi interior. Es como si ella no pudiera irse con paz, y necesitara recordarme lo mucho que sufre por mi culpa. Grita desde el Inframundo cada noche, me llama, pide venganza. No puedo con esto.

Skrain bajó la mirada. Parecía algo demasiado difícil como para resolverlo solo con palabras. Entonces se inclinó, alzó la barbilla de Piperina, y la besó. Simplemente fue para hacerle saber que estaba con ella, para distraerla de el dolor que sentía dentro de ella. Fue cálido, rápido, pero ella se separó antes de que pudiera pasar algo más.

—Yo... —murmuró— Nathan... No vuelvas a hacer algo así.

—Lo siento —se disculpó, alejándose con incomodidad y un poco de vergüenza—. Es que te veías tan mal, y tengo tantas ganas de hacerlo desde hace tanto tiempo...

Piperina sonrió. Fue una sonrisa pequeña, levemente ladeada, más triste que de satisfacción.

—Creo que esto es madurar. Hace tiempo me hubiera encantado que hicieras algo así, es más, yo hubiera tomado la iniciativa. Ahora, ahora no puedo dejar de pensar en Nathan, en lo solos que los dos estamos, en Amaris, en Alannah y en Zedric. Quiero que podamos ser una familia, y no creo que este tipo de distracciones ayude mucho. Te quiero, Skrain, pero, y aunque sé que fue inocente, también sé que este no es el momento indicado.

—El que tiene que disculparse soy yo —contestó Skrain—. Fui impulsivo. Tengo demasiadas cosas en mi cabeza, ser un dios es...

—Abrumador —contestó Piperina—. Lo sé. No sé cual de nosotros dos está en la peor situación. Quiero decir, Erydas es todo un planeta, con vida, que necesita equilibrio para mantenerse fuerte, pero el aire, el cielo, es parte también de todo.

—Y aparte de eso tenemos que lidiar con nuestras misiones, tú con el reino, yo con la Luna y sus locuras. Tengo que incluso elegir una especie de campeón para el final del día, y lo mejor que pude hacer fue ponerme a dormir. Estoy perdiendo el control.

—Elije a alguien fuerte, Skrain. No fuerte de poder, sino, más bien, alguien que tenga una actitud poderosa, que pueda con las intrigas de la corte y las locuras de la Luna. Creo que con eso será suficiente.

Para Adaliah aquellas horas habían sido un martirio. Quien sabe que le habían hecho en el cabello, pero ahora estaba más brillante y claro que nunca. Casi se veía blanco. A eso le seguía su brillante vestido, el mismo que había sugerido Akhor, y el maquillaje que resaltaba sus ojos y facciones.

El gran salón de bailes y fiestas, (habían varios, pero ese era específicamente para los grandes eventos, según Raniya), estaba lleno de personas que no conocía, y esperando a que ella llegara y los demás campeones fueran presentados. Adaliah esperaba en uno de los cuartos aledaños, sola, mientras escribía en su diario personal con una mirada vacía y aburrida.

Era un diario dedicado a sus hermanas. Quería que lo leyeran después y supieran todo lo que había hecho por ellas, aún cuando sonara un tanto egoísta. También era un diario para ella misma, para recordar la persona que había sido.

Skrain entró a la habitación sin llamar, y, como siempre, su presencia era semejante a la de un tornado, furiosa. Se llevó las manos al cabello, tratando de sacudirlo y demostrando su nerviosismo.

—Lo logré. Conseguí a un buen campeón.

—¡Felicidades! —fue lo que Adaliah se las arregló para decir. Luego lo miró fijamente, y murmuró—: ¿Todo está bien?

Tenía la mirada vidriosa. Parecía estar en otro lugar, mirando algo más que a la misma Adaliah. Él asintió, luego dijo:

—Hoy fui rechazado. ¿Alguna vez has dejado ir algo que valía la pena, realmente, algo muy bueno?

Adaliah apretó los labios. No lo supo hasta ese momento, pero había algo en Skrain que le gustaba, le gustaba mucho. Tal vez era esa ferocidad en su rostro, o su actitud seria pero fuerte, o tal vez eran esos ojos, tormentosos. A él lo había dejado ir. A él es a quien no había aprovechado.

—Sí —contestó, ahora era ella la de la mirada fija, pero fija en él, y en sus fuertes facciones—. Es chocante darse cuenta de que algo, algo tan bueno, siempre ha estado frente a tí.

Skrain le devolvió la mirada. Ambos se miraron fijamente por varios segundos, y, entonces, él sonrió. Una pequeña sonrisita confiada, divertida.

—No puedo creer que hayas estado enamorada —dijo, luego, en tono sugerente, lento, y calmado, preguntó—: ¿O aún lo estás?

—Yo... —Adaliah bajó la mirada, y contestó—: No. No es amor. Nunca me he enamorado.

—¿Entonces...? —insistió Skrain—. ¿Qué es lo qué tanto anhelas? ¿Qué tenías frente a tí y no viste que lo tenías?

Adaliah carraspeó. Aquello se convirtió en tos, y apenas se contuvo de ahogarse.

—Tenía una buena familia. Un buen hogar, un buen futuro —fue lo que se las arregló para decir—. Pero siempre quise más. No dejaba de anhelar algo que ya tenía —dicho eso, preguntó—: ¿Y tú? ¿Quién fue la que te rechazó?

—Piperina —fue lo que Skrain respondió. Adaliah sintió que se le cortó la respiración, sabía que había cierto interés entre ellos, pero escucharlo lo hizo real—. Alannah hizo que me perdiera de ella, y cuando por fin quise intentarlo, ella está con Nathan. Y tampoco está muy bien que digamos. Estaba llorando.

—Eso no está bien —por un momento el dolor de Adaliah pasó de concentrarse en ella, y fue hacia Piperina—. ¿La ayudaste al menos? Ponerla a elegir entre Nathan y tú tal vez no fue la mejor idea.

—Las cosas no fueron como tú piensas y sí, si le ayudé, si eso es lo que te preguntas —contestó.

Una nueva persona entró al cuarto. Eadvin. Los miró a los dos, luego dijo:

—Skrain, te esperan, tendrás que entrar por la puerta sur para que no causes mucho revuelo. Adaliah, serás la primera en ser presentada. Puedes ir ya. Yo te acompañaré.

Skrain se fue entonces. Eadvin le tendió la mano para ayudarla a levantarse.

—Un paso delante del otro —le dijo. Luego lanzó una especie de avalancha de energía, y le curó el poco dolor que aún le quedaba.

—Eso me hubiera servido mucho antes —murmuró, el alivio fue tanto que, por un momento, sintió que caminaba a través del cielo.

—Ya no soy el que era antes —fue lo que dijo Eadvin para explicarse—. Sí, tenía que mantener mi identidad en secreto, pero también me mantuve oculto porque soy débil, tanto que no lo podrías creer. Siento como mi poder se va esfumando, poco a poco, como la energía se esparce y va hacia muchos de los que viven en el Reino Sol. Es así desde hace un tiempo.

—Por eso es que había más llamados por el Sol que llamados por la Luna —murmuró Adaliah, que se sorprendió bastante por su descubrimiento—. Ahora todo tiene sentido.

Se detuvieron frente a la puerta que llevaba al gran salón. Eadvin sonrió, como sino hubieran estado hablando de un tema difícil, luego agregó:

—Nos anunciarán en breve.

Y enseguida lo hicieron. Fue Raniya la que anunció que habían llegado, usando un tono alto, llamativo, y estridente. Hasta un tanto molesto. No había peor forma de destruir la voz de Amaris.

—¡Amigos míos, con ustedes, la primera campeona, elegida por Akhor, entrará ahora con nosotros! Ella es Adaliah, primera princesa del Reino Luna, heredera, poderosa, fuerte.

Akhor separó a Adaliah de Eadvin antes de que pudieran entrar al salón de baile.

—Yo te presentaré —dijo. Siempre se había visto arreglado, es cierto, pero realmente había cambiado al prepararse para la fiesta. Usaba un traje entre blanco y plateado, pulcro, elegante, y sin mangas grandes como Adaliah estaba acostumbrada a ver. Su cabello no estaba suelto, sino agarrado en una pequeña coleta, y llevaba una especie de sombras azules debajo de sus ojos, resaltándolos.

Ambos entraron a la fiesta. Estaba llena de todas esas personas que Adaliah había visto en la pequeña ciudad, todos llevaban vestidos vistosos y distintos al de Adaliah.

Caminaron a través de las largas escaleras que llevaban al salón, Adaliah recordó poner un paso delante del otro, tal como Eadvin había dicho. Raniya fue la que los recibió, su mirada la recorrió de arriba a abajo, y dijo:

—Bonito vestido, princesa.

—Gracias —contestó. Enseguida fue conducida hacia el centro del salón, donde Akhor la miró fijamente, como esperando ver su reacción.

—¿No te preocupa saber quiénes serán los demás campeones? —preguntó.

Adaliah negó con la cabeza. Tal vez tenía un poco de curiosidad respecto a la persona que Skrain elegiría, pero los demás no le importaban.

—Ahora, Consus presentará a su campeón —dijo Raniya—. ¡Ella es Elina Earmight!

Adaliah entrecerró los ojos. Elina, la prometida de Zedric, ¿Cómo campeona? Tal vez sería buena para manejar una sociedad, pero no para luchar, hacerse fuerte, y todo eso.

Elina se veía magnífica, como siempre. Llevaba un vestido negro, medianamente grande, y su cabello rizado destacaba a la luz de las velas.

—El siguiente, Olemus, presenta a... ¡Connor Ramgaze!

Adaliah, que para ese momento estaba tomando un delicioso trago de vino espumoso, casi se atraganta al verlo aparecer.

—¿Pero cómo? —le preguntó a Akhor, que sonreía, divertido—. ¿Los campeones pueden estar...?

—¿Muertos? —preguntó Connor, que se veía limpio, brillante, y feliz como nunca antes lo había visto Alannah—. Sí. Y no soy el único.

—Y en nombre de Varia... —Raniya se detuvo, parecía eufórica y más emocionada de lo normal—. ¡Ranik Sandwave!

Adaliah, que creyó que no podía tener más sorpresas aquella noche, se cubrió la boca con más manos en un intento inútil por no demostrar sus emociones a los demás. Lo sabía, Ranik y ella no eran muy unidos, pero, aún así, no pudo evitar ir hasta él, y darle un abrazo fuerte que sorprendió a todos los presentes.

—Yo... —carraspeó— Estás aquí.

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