Capítulo 4. «Las fiestas del despilfarro»
Desayuno. Que los dioses se dieran el lujo de desayunar aún siendo inmortales parecía innecesario. Que le dedicaran casi tres horas a platicar, comer, cantar y hacer cuánta tontería se les viniera a la mente, era peor.
El primer desayuno de Adaliah en la mansión de los dioses fue, más que nada, abrumador.
Amaris, no, Raniya, estaba sentada en el centro de un fastuoso, extraño, y desconcertante comedor. Aquella cosa ni siquiera era una mesa. Estaba flotando, era hielo prístino y blanco con semejanza al mármol, más solo en la base, porque, en su centro, tenía grabadas varias imágenes que Adaliah apenas podía distinguir. Podrían ser cosas pasando en el presente, o en el pasado, pero estaba segura de que eran imágenes de cosas sucediendo en aquel mundo que había dejado.
Pasaban muy rápido, demasiado rápido como para que sus ojos mortales pudieran distinguirlas, pero, aún así, las imágenes de aquella gran mesa le dejaron en un principio una extraña sensación de incomodidad, ansias, y familiaridad al mismo tiempo.
—¡Estoy lista para mi desayuno! —exclamó Raniya, divertida. Aún llevaba una especie de toalla alrededor de su cuello y se veía mojada, cuando todos sabían que su elemento era el agua y podía verse perfecta en tan solo unos segundos. Enseguida entró Dafaé llevando su comida, una sonrisa gigante en su rostro.
A Adaliah todavía le costaba definir el poder y la influencia que Dafaé tenía en aquel lugar. Era la diosa de la fertilidad, salud, pero, también, de una dimensión, la de los espejos, que no era muy tomada en cuenta pero que le hacía sentir escalofríos. Aparte de eso siempre estaba haciendo cosas por los demás, cuál sirvienta, pero también estaba incluida en el círculo de los dioses.
—Dafaé, me alegra comunicarte que te liberaré de una de tus tareas —fue lo siguiente que dijo Raniya, luego concentró su vista en Adaliah, y le comunicó—. Ahora tú traerás y cocinarás mi comida. Tienes que aprovechar esas piernas que te hemos regalado.
Virnea se hechó a reír a carcajadas. Se suponía que aquello sería una especie de insulto, más Adaliah lo ignoró, y respondió:
—Me parece un halago que confíe tanto en mí y en mis habilidades, lo haré con gusto.
Raniya sonrió. Miró a Akhor entonces, y agregó:
—Escogiste bien. Será una buena campeona. Fue educada con demasiadas espectativas, pero como sirviente de los dioses no le irá mal.
—¿A qué te refieres con campeona? —preguntó Akhor, que bajó su copa por unos segundos para manifestar su pregunta. Parecía estar tomando todo el tiempo.
—Pues sí, como suena —contestó ella, su sonrisa pasó de ser burlona a confiada, y Adaliah pudo notar la diferencia por la pequeña forma en que sus labios, ladeados, se extendieron. Además de eso, se inclinó en la mesa y, mientras miraba su mano y jugaba con ella, explicó—: Sé que dije que quiero recuperar el poder de Zedric, más no puedo hacerlo hasta que haya alcanzado su divinidad, Amaris lo logró debido a su embarazo y a mí, que le dí parte de mi poder, más con él será más difícil y tardará mas. Siendo así, necesito entretenerme, y esta maldita corte es todo menos entretenida.
—¿No te tenemos satisfecha? —preguntó Olemus. Era la primera vez que Adaliah lo escuchaba hablar. Le pareció extraño que un hombre tan grande pudiera hablar y parecer pequeño al lado de Varia, Akhor, y, bueno, cualquiera.
—No. Por eso mismo quiero que elijan a un mortal para tener a su lado. Será divertido. Haremos fiestas, retos, todos tienen que aprender, ser fuertes, y mejorar. Serán parte de nuestro ejército, por lo que les recomiendo que los escojan poderosos.
Dafaé, que ya había pasado a sentarse, apretó los labios y suspiró, como enojada.
—Me parece una idea, por no decir más, estúpida.
—Es que Dafaé no conoce mortales —se burló Akhor—. Ella y los gemelos se han mantenido escondidos todo este tiempo.
—¿Escondida? —Dafaé le lanzó una mirada furiosa a Akhor, y mientras se cruzaba de brazos también se justificó, diciendo—: Estuve cuidando este lugar. Todos ustedes estaban ligados a fuerzas y poderes que les quitaron su esencia por un tiempo, más yo trabajé, cuidé este palacio, y recluté a tantos semidioses pude durante todos estos años. ¿Dónde estabas tú? ¿Escondido en una ventisca de nieve?
Akhor sonrió. Bajó la mirada, luego contestó:
—Tal vez durante las otras estaciones no tenía tanto poder como para materializarme, pero en el invierno dediqué mi tiempo a meter a mis aposentos a las jóvenes más bellas de las regiones más frías de Erydas.
—Por los dioses, Dafaé —la siguiente en hablar fue Varia, que aunque al principio pareció entretenida en la pelea de aquellos dos, era más del tipo de persona que pierde rápido el interés en las cosas y por eso mismo ya parecía aburrida—. Eres la diosa de los espejos. Usa tú bendito y aburrido poder para observar y elegir a quién te parezca más atractivo. Los dioses saben que necesitas unas cuantas caricias para despertar a aquel monstruo dormido y ahuyentarlo de tus partes bajas.
Dafaé rodó los ojos. Raniya sonrió, y, después de reír un poco, dijo:
—Aun ni han llegado y ya están causando el efecto que quería. Las cosas parecen ir bien. En cuánto a tí, Eadvin...
Adaliah casi se había olvidado de la presencia del Sol. No parecía decaído, más bien como algún objeto valioso que mantienes en alguna tienda de antigüedades y se ve tan serio, prístino, e inalcanzable que dejas de prestarle atención y buscas algo más a tú alcance. Eso parecía él.
—Sé que no quieres dejarme elegir a un campeón —contestó—. Y que también quieres que deje de leerte la mente.
Raniya sonrió. Divertida, fue y se levantó, parando frente a Eadvin y mirándolo fijamente. Por un momento, Raniya dejó de ser Raniya y pareció volver a ser Amaris. Tal vez fue porque estaba quieta, o tal vez porque tampoco tenía una expresión aparente, más Adaliah no pudo deducirlo porque el efecto se pasó al instante. Entonces enfocó su atención en Eadvin, aquel que en un tiempo fue Sir Lanchman, y su mente pareció estar aún más confundida que de costumbre.
Eadvin se veía joven, bello, serio, no inocente, pero casi tan limpio como para parecerlo. Entonces, cuando Raniya le dió un beso en la mejilla, y murmuró algo, él alzó una ceja, y le contestó:
—Deja de dudar de mí, Niya.
Dioses, el ambiente había quedado en completo silencio cuando sucedió aquello. Raniya salió de aquel modo calmado, y centró su vista en su siguiente víctima, Skrain, para decir:
—Quiero que te cortes ese cabello. Solo puede haber un joven de melena larga en mi corte, y ese será Akhor.
—Nunca he cortado mi cabello, más que cuando llega más allá de mi hombro —contestó él, no fue fuerte, más bien, lento, como si temiera decir sus palabras—. Pero, si es lo que usted quiere...
—Lo que yo quiero —contestó Raniya— Es que me hables de tú. Por los dioses, me veo como tú. Segundo, quiero que se vean bien. Todos, que se diviertan, también. ¡Somos dioses! Todo lo que quieran lo pueden conseguir aquí. Tienen que verse bien, muy bien. Aquí comenzará el estándar que se seguirá en la nueva Erydas.
Olemus aplaudió. Varia lo detuvo enseguida tomándole de la muñeca, mientras que Skrain bajó la mirada y frunció el ceño, incrédulo.
—Manténte así, auténtico. Eso hará que sospechen menos —aquello fue la voz de Eadvin, que, satisfecho, parecía más que divertido con las actitudes de Raniya—. Necesitamos que Raniya marque pautas que hagan a los dioses separarse. Estamos empezando bien.
Lo siguiente que Adaliah supo es que estaba en el cuarto de vestuario, una pequeña modista le ponía alfileres a su ajustado y ancho vestido. Aquella noche se haría la presentación de los campeones. Raniya había organizado un baile en su honor, pasó toda la tarde decorando de nuevo el salón y probando nuevos condimentos para la fiesta.
—Sé gentil, por favor —rogó Skrain, a quién le estaban cortando el cabello al otro lado de la habitación. Se miraba en el espejo a sí mismo de forma dramática, parecía que le cortarían algún miembro del cuerpo, no el cabello.
—¿A quién traerás como tú campeón? —preguntó Adaliah, tratando de distraer a Skrain de su miedo ridículo a qué le cortaran el cabello—. Tienes que elegir bien.
La persona que le estaba cortando el cabello a Skrain era un hombre alto, de miembros largos y mirada de cervatillo. Cortó el primer mechón de cabello, Skrain dió un pequeño salto.
—No te quedará bien sino te mantienes quieto —fue lo que dijo él. Skrain exhaló, más no hizo otro movimiento. Lo que hizo fue contestar, diciendo:
—Es difícil. Necesito traer a alguien poderoso, fuerte, pero también que no sea un enemigo de Raniya. No lo sé.
Adaliah sonrió.
—Mírate, cumpliendo deberes de dios.
Skrain apretó los labios. Por un momento los dos se miraron fijamente, a través del espejo que Skrain tenía frente a él, entonces el silencio se rompió cuando Akhor entró a la habitación, y dijo:
—No. No me gusta ese vestido.
—Es el que Raniya dijo que debía de usar —murmuró Adaliah, medio dudando. Akhor fue hacia los armarios, buscó entre todo el mar de vestidos que había, y sacó el que pareció haberle gustado más.
—Este —dijo. No era totalmente un vestido clásico, de esos grandes y pomposos como los que Raniya había sugerido, sino que en realidad era azul, sin mangas ni vuelo, y con una caída que se hacía más y más clara hasta llegar a ser blanca. Akhor tomó unas hombreras de oro pulido, llenas de piedras preciosas que parecían colgar en la espalda y cuello de forma coordinada y bonita.
—Trata de ignorar las cosas que te digaa Raniya sobre tú imagen —dijo Akhor—. Y ponte algo con lo que te veas bien. Además, ¿Por qué sigues sentada?
—No puedo pararme —contestó ella—. Sigo estando débil.
—Hazlo —insistió—. Si vas a ser mi campeona, tienes que estar fuerte. No puedes llegar a la primera fiesta pareciendo un saco de papas.
—No puedes forzarla a hacer algo que no puede hacer —respondió Skrain. Akhor rodó los ojos, luego le contestó:
—Puede hacerlo. No le pediría que hiciera algo que no puede hacer. Además, Skrain, deja de meterte en asuntos que no te conciernen, y concéntrate en cortar esa cosa que llamas cabello —concentró de nuevo su mirada en Adaliah, y le insistió, diciendo—: Toma mi mano, te ayudaré.
La modista se alejó, como si supiera instantáneamente que aquel no era su lugar, dándole espacio y privacidad a ambos, también. Adaliah se levantó, sus piernas temblaron por unos segundos, más al siguiente se sintió fuerte, equilibrada. Akhor comenzó a quitarle el vestido enorme que llevaba, dejándola con el pequeño vestido interior que llevaba debajo de su ropa. Le puso el otro vestido, las hombreras, y dejó que de mirara frente al espejo.
—Parezco la reina que nunca fui —murmuró Adaliah con lentitud—. Me pregunto, me pregunto cada día, como se las estará apañando Piperina para gobernar el Reino Luna.
—Alannah está muerta. Ya eso es bastante avance.
—¿Es que tú nunca mides tus palabras? —preguntó Skrain, furioso. Su corte ya estaba casi terminado, lo que resaltó sus facciones marcadas ya de por sí cuando se levantó y acorraló a Akhor contra la parte más lejana del cuarto.
—Déjalo, Skrain —dijo Adaliah—. No vale la pena.
Akhor empujó a Skrain y fue a ponerse frente a Adaliah de nuevo.
—No digas que algo no vale la pena cuando se trata de tí —fue lo que dijo Akhor antes de marcharse.
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