Capítulo 30. «Disputa familiar»

Encontrar a Raniya había sido imposible para cada uno de los que lo intentó antes de Skrain y Adaliah. Esconder su poder, sus pensamientos, había sido fácil.

Sin embargo, para Skrain fue fácil. Al final de cuentas, Raniya se encontraba en sus dominios, sin el poder suficiente como para salir de Erydas.

Además, al igual que a Piperina, después de regresar de su aventura en el Reino de los Sueños, era mucho más poderoso.

Adaliah lo notó enseguida. Sus ojos ya no se veían de un gris normal, sino que llevaban tormentas y energía a su alrededor la mayoría del tiempo. Él incluso le mandó a su cabello que creciera enseguida, (prioridades, supuso ella), y los envolvió en un torbellino que los transportó a la ubicación de Raniya tan pronto como llegaron a Erydas.

Raniya estaba escondida en el antiguo palacio de las sombras, dónde, por primera vez, Skrain perdiera todo su poder.

Había semejante aura en aquel lugar como para auyentar a todo lo que se acercara. Ya no estaba enterrado, las tormentas de arena habían sacado a la superficie lo poco que quedaba del gran palacio que alguna vez fuera.

—Hay que tener cuidado —dijo Adaliah, con voz trémula—. Pienso que Dafaé estará con ella, y es más poderosa de lo que parece.

Skrain asintió. Suspiró, acto seguido dijo:

—Sería tan fácil como quitarle el aire que respira, pero...

—Aún no eres tan poderoso como eso.

—Que te digo, simplemente estoy aprendiendo a manejar mi poder cuando el aire es un ente viva como tal. Los vientos, las corrientes, no son simplemente un reino que cumpla todos mis mandatos sin rechistar. Siento y entiendo todo lo que pasa, más ellos son como corceles, hay que domarlos, encaminarlos, mantenerlos a raya, vaya.

Adaliah debería estar nerviosa. Tenía una misión importante que llevar a cabo. Mandar un mensaje, traer a su sobrino de vuelta. Luchar contra Dafaé, incluso, si se requería. Sin embargo, la presencia de Skrain le era reconfortante, confianza en él, y, al mismo tiempo, el aura de su poder le hacía sentir que todo fluiría fácil y sin problemas. Parecía increíble, pero algo dentro de ella lo sabía. Todo iría bien.

Él le tomó la mano.

—Hagamos esto juntos —dijo—. Presiento que Dafaé está esperándonos. No nos dejará pasar así como si nada. Tienes toda la razón respecto a lo poderosa que es, pero su poder no lo es todo, su mente es diferente. Es muy inteligente.

Iban caminando por el palacio, por aquellas ruinas altas y peligrosas. Justo después de que Skrain dijera aquello, alguien contestó:

—Pero muchas gracias, no esperaba que tuvieran un percepción tan atinada de mí.

Venía de un espejo. ¿Cómo seguía sin un rasguño? Adaliah no lo sabía. No tenía ni una grieta, y la imagen de Dafaé se veía perfectamente a través de él. Adaliah lanzó un puño de hielo directamente en su dirección, pero nada pareció pasar más allá de que el cristal se quebrara.

—Que impaciencia la tuya, Adaliah, pero déjala a una hablar antes de que se te salga el poder todo debilitado que tienes. No voy a salir de los espejos, si es lo que esperas. Déjame hablar un poco, hace mucho tiempo que no nos vemos, y hay mucho de lo que platicar.

Skrain estaba furioso. Ella dijo aquello desde un espejo frente a ellos, el más grande de todos. Era brillante, dorado, y lleno de incrustaciones de diamantes. Adaliah entendió entonces que, preparada para las visitas, Dafaé había puesto espejos por toda la habitación. Los había pequeños, grandes, largos, estrechos, o muy anchos. Colgaban del techo, de las paredes, o incluso los había en el piso.

—¡No hay nada de lo que hablar, cínica, regresa a ese niño!

—Se llama Ryu. Raniya no quería ponerle un nombre, pero no he podido evitar encariñarme con ese pequeño. Es tan bueno que ni siquiera llora.

Adaliah sintió el odio emerger de ella. No era furia solamente, era odio puro. ¿Cómo podía hablar de cariño, siendo ella su raptora, y en las circunstancias en las que habían privado a aquel niño de su familia, del cariño de sus seres queridos?

—No tenías derecho...

—Claro que lo tenía —esto le quitó a Adaliah la respiración, porque Dafaé salió del espejo y la ahorcó antes de que siquiera pudiera hacer algo—. Eres bastante inocente, Adaliah. Creíste aquello de que no saldría del espejo. Eso no es muy inteligente.

—Suéltala —gruñó Skrain que, tan rápido como Dafaé, reaccionó y la tomó del cuello para intentar separarla de Adaliah. Llevaba en sus manos una especie daga de puros rayos, electricidad pura.

—No puedo soltarla si no la estoy agarrando —musitó Dafaé en un tono frío e indómito. Hasta cierto punto podría parecer que se estaba burlando de ellos, más su tono, frío, cambiaba las cosas. Su imagen se esfumó, pero su voz seguía ahí— El mundo de los espejos está lleno de ilusiones. La luz se refleja, y las cosas pueden estar y no estar ahí a la vez. No te dejes llevar por lo que ves.

Skrain gruñó, aún más furioso. Sentía su presencia en el aire, pero era muy ligera, casi imperceptible.

Por su parte, Dafaé se movía con una rapidez impresionante, casi tan rápida como la luz misma. Lanzaba golpes de aquí allá, fuertes, y desaparecía. Adaliah y Skrain eran poderosos, sin embargo, apenas si le daban pelea. A duras penas se las arreglaron para ir avanzando, rompiendo todo espejo que se ponía en su camino.

Cuando hubieron llegado al cuarto donde estaba Raniya, lo que encontraron fue increíble. Ahí estaba, sola, y luchaba contra ella misma.

—¡No, no te dejaré cargarlo, ya saliste mucho tiempo!

—¡Pero si es mi cuerpo, descarada! —de respondió.

Adaliah quedó muda. Amaris, ¿Estaba ahí?

—Es mi energía ahora. La gente está comenzando a creer en la Luna original, ¡Y esa soy yo!

—¡Amaris, regresa! —musitó Adaliah, llena de emociones—, estamos aquí por ti, para ti, por tú bebé...

—El pequeño Ryu no soportaría uno de los berrinches de Raniya... —musitó una dolida Amaris, entre lágrimas—. Estoy usando toda mi energía en contenerla, y he logrado salir, pero, en realidad, las dos nos estamos quedando casi sin nada. Por eso no han logrado localizarnos, por eso...

—¡Cállate! —esta vez no fue Raniya la que le respondió, sino Dafaé—. Este ya no es tú cuerpo, ni aquel tú poder, ¡Deja que Raniya vuelva!

—¡Soy yo, soy yo! —gritó Raniya, entre lágrimas—. ¡Para, por favor, duele!

Aquella Raniya no se parecía en nada a la de hace unos días. Estaba enloqueciendo, y Amaris, que también hablaba de vez en cuando, tampoco se veía demasiado cuerda.

—La muerte está aquí —dijo Dafaé con parsimonia—. Estábamos buscando un plan, pero ella siempre nos detiene. Nos llena de pensamientos oscuros, y tenebrosos, nos llena de miedo.

—¡Eso no es la muerte! —exclamó Skrain, incrédulo—. Es miedo. El miedo también llenó mis pensamientos cuando dejé que mi poder se llevara a todos mis seres queridos y aliados aquel día. No puede ser, esos gemelos...

—Tus hijos, Raniya, ¡Cómo es que no lo has visto, idiota!

Raniya seguía llorando, ¿O era Amaris?

—Ella dejó que ellos estén en nuestra mente para nublarla, y así ocultarla de los demás. ¡Ahhhhh! —Amaris, adolorida, gimió, como si escuchara algo que los demás no. El bebé, que hasta aquel momento Adaliah apenas si había podido ver en su campo de visión, porque estaba oculto, en una cuna que apenas si se distinguía en la oscuridad, comenzó a llorar también. 

—Dejen de estorbarle a nuestra madre.

Esta vez Skrain avanzó más rápido. Justo cuando aparecieron los gemelos, él los estaba esperando. Los agarró de sus cuellos, y ellos, divertidos, empezaron a hacer gestos fingidos de aflicción, para luego decir:

—Eres mucho más poderoso ya, podemos olerlo —sonrieron, y Skrain se dobló de dolor—: No somos solo los dioses del dolor. Sabemos hacer más de lo que parece.

Le quitaron el poder, y la vibra oscura que se formó a su alrededor fue tenebrosa, enferma, y llena de algo que Adaliah nunca podría describir. Era más que la muerte.

—¡Alto! —gritó una voz fuerte, poderosa, y conocida.

Piperina. Su llegar estuvo lleno de luz, y los gemelos dejaron a Skrain con la intención de ir directamente hacia ella.

—¡Cuánto poder! —exclamaron—, vaya, si que es delicioso...

Ella no dejó que ellos se le acercaran. En cambio, lanzó una gran ola de energía que los derribó y creo raíces y plantas a su alrededor, deteniéndolos por completo.

—Esto es deplorable —musitó ella—. Vimos muchas cosas en el Reino de los Sueños, pero nada como esto. Siento que está prohibido, siento que es algo que ya destruido muchos mundos como el mío. Es destrucción, pura. Es más que oscuridad, incluso. Merecen castigo eterno.

Ellos, aún inmovilizados, seguían riendo. Su sonrisa era macabra, hambrienta, sádica.

—No puedes matarnos. Somos dioses, somos inmortales. Más después de absorber la energía divina.

Piperina sonrió. Una sonrisa pequeña, llena de sabiduría, apenas notoria, pero que mostraba la confianza que tenía e lo que sabía.

—Eso solo significa irse a sufrir al infierno con una tortura aún más dura. Las almas normales se debilitan y aguantan, hasta cierto punto, la tortura de sus pecados, pero la de ustedes, rota en muchos pedazos, puede sufrir tanto que resultaría incluso inimaginable. Ahora —alzó las manos—, ¡Vayan a dónde pertenecen!

Las raíces crecieron hasta cubrirlos por completo, con una fuerza extraordinaria, y llenas de espinas, tanto así que la sangre de los gemelos, ya negra, comenzó a salir al sentir las raíces de Piperina enterrarse en su piel. Gritaron, adoloridos, así hasta que las raices se los tragaron y llevaron al Inframundo.

Piperina giró la cabeza. Con un suspiro, recobró energía para decir:

—Es momento de que dejes el cuerpo de mi hermana.

Raniya, temerosa, se movió hacia atrás, yendo directamente hasta la cuna, y tomando al bebé en sus brazos.

—No puedes... —susurró—, requieres mucho poder, eso solo lo puede hacer...

—¿El Padre de Todo? ¿Seth? ¿Algún diosesillo de los que viven allá, en el Mundo de los Sueños, los elegidos? Sorpresa, yo soy como ellos.

Terror. Verdadero terror apareció en los ojos de Raniya.

—Le haré algo, ya no vivirá, este niño, este demonio...

—No —mandó Piperina. Las mismas raíces subieron por Raniya, rápidas, incontenibles, y le quitaron al bebé. Piperina no tuvo ni que luchar contra ella, sino que simplemente se acercó, suspiró, y dijo—: Hay crueles destinos. Los gemelos cometieron un pecado igual o incluso peor que el tuyo, pero existencia es diferente. Sin embargo, la tuya, ya no está ligada a nada. Renunciaste a tú cuerpo, y, con él, también al poco poder que tenías. Tú alma ya no es más inmortal.

Piperina alzó la mano, acercándola cada vez más a Raniya, que temblaba de miedo. Exhaló, y el alma de Raniya salió con un simple gesto.

Todos contuvieron la respiración. Dafaé parecía aterrada. Skrain y Adaliah, solo se mantuvieron espectantes.

—No mereces más. Este es tú final —dijo ella, mientras aplastaba con sus manos el alma de Raniya. La luz blanquecina, como de un faro brillante, que era su alma, se fue apagando, hasta que ya no hubo nada.

Los ojos de Amaris volvieron. Su suavidad, la parsimonia de sus actos, todo regresó.

—Soy, yo —musitó. Lloraba, pero ahora de felicidad, luego continuó—: Mi bebé me motivó a intentar ganarle a Raniya, pero simplemente no pude hacerlo, no lo hubiera hecho sin tí.

—No fue nada, hermana —contestó Piperina. Se encontraba asimilando lo que acababa de hacer, y lo explicó con lo siguiente, que dijo mirando fijamente a Dafaé—: Sé el dolor que esto te causa, ella era como tú hermana, le tenías un cariño muy especial. Sin embargo, no me disculpo. No siento pena ni culpa por lo que acabo de hacer. Mi conciencia me dice que esto es lo que debía hacerse, y esta divinidad que vive en mí, latente y poderosa, me justifica con mil razones porqué esto tenía que suceder.

—Eres un monstruo —contestó ella, que, aún cuando en sus ojos se veía su sufrimiento, seguía hablando tranquilamente, como si no acabara de suceder nada en realidad—. Terminaste con su existencia y te llevaste el poco poder que tenía.

—No —contestó ella—. No he tomado nada. El poder está aquí, en el grial, y se usará como es debido. Ahora —alzó la mano, y un portal se abrió frente a ella—.  ¿Vienes? Tenemos cosas más importantes que hacer, y sino vienes, tarde o temprano terminarás como ella.








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