Capítulo 18. «Poder, codicia, deseo»

—Es un giro bastante increíble que la pareja más opuesta, la de Varia y Ranik, terminara ganando esta contienda —fue lo que dijo Raniya aquella temprana mañana, después de que la pareja anunciara su descubrimiento. Estaban reunidos en la terraza comedor del palacio, la parte más alta, dónde incluso el mismo edificio se cubría de nubes, y no se veía en el ambiente nada aparte de eso—. Entonces, ¿Qué volcán es semejante al volcán de Dragis, Varia?

—El volcán de Osfos, oculto en las profundidades del mar —respondió—. Cumple con todas las características, es el más grande de Erydas, y sabemos que nos llevará directamente a las profundidades del Inframundo, a las cuevas de Asfos.

—Inteligente, tengo que admitir, buscar en un pasado que no todos conocen, es cierto, en un mundo que ni siquiera es el nuestro —esto lo dijo seriamente, en sus ojos se veía una mirada vacía, con rastros del pasado. Sin embargo, se recompuso, y lo siguiente que dijo, entonces, tomó un tono juguetón—. ¿Y quién dará su más grande don a favor de nuestra causa?

—¿Nuestro más grande don? —preguntó Connor, incrédulo. Ella explicó:

—Algo que añoren mucho, que sea eso mismo, un don. Preciado no solo porque sea grande, sino porque los convierte en algo grande. Dafaé renunció a sus dones musicales para permitirnos entrar al Inframundo.

Todos concentraron su mirada en ella. Dafaé estaba seria, imperturbable, con ojos cálidos que, también, demostraban aunque sea un poco de emoción.

—Todos tenemos dones —fue Suzzet la siguiente que habló, con cejas arqueadas, y un ceño pensativo—. Somos poderosos en muchos sentidos. ¿Podemos dejar alguna parte de nuestro poder? Uno de aquellos muchos dones que vienen con él...

—No —respondió Varia, y su seriedad marcó un silencio largo y fuerte en la conversación—. Tiene que ser un don terrenal. La energía es algo distinto a lo que conocemos, nos viene de por sí, y es por eso que se manifiesta en la magia universal, en los elementos. Es un don, más no es uno que se gane, uno que importe mucho al que lo tenga. Un don que traiga tanto armonía como tristeza, un don mortal. Eso es lo que tienen que dar.

—Un don, ¿Cómo el mío, que cambio de forma? —preguntó. La mirada de Raniya se iluminó, mientras que sus labios, que en algún momento fueron dulces, pero que ya eran todo veneno, dijeron lo siguiente:

—Sí, un don como ese, que creían que era mío, no lo era. Yo les potenciaba la habilidad de convertirse en lobos, más nunca fui la que los hacía cambiar de forma. Entonces, ¿Lo darás a favor de nuestra causa?

—¡No! —exclamó Suzzet, con mirada intranquila y una expresión algo furibunda. Todos la miraron interrogantes, más ella logró tranquilizarse, para luego decir_: Quiero decir, debemos barajar las posibilidades, el poder de Connor es demasiado valioso, y, si nos vamos a enfrentar a los elfos oscuros, no creo que valga la pena entregarlo.

—Dejaré que lo piensen, entonces —fue lo último que dijo Raniya, acompañado de—: Nos vemos mañana, saldremos temprano.

Los demás dioses también se marcharon. Todos excepto Skrain, que parecía ser parte especial del grupo y no tener sus tareas como los demás. Entonces, fue Ranik el que habló:

—Es raro saber que tenemos más dones aparte de los que nos hicieron creer que eran por la Luna, o por el Sol. Entonces, ¿La música, la belleza, todo es nuestro?

—No —explicó Suzzet—. Es solo que todos los que tendrán un poder o habilidad son talentosos de por sí, y hay cosas afines, como la música, que se les da a los que tienen dones que se relacionan con el elemento del agua.

—Puedo dar mi don con la música —dijo Alannah. Su voz fue un murmullo, apenas imperceptible, desprovista de toda aquella confianza que le había dado tono en un principio—. No lo necesito, nunca volveré a vivir, mucho menos lo quiero ya.

—Bueno, entonces démoslo —dijo Suzzet, con una sonrisa más o menos socarrona, parecía divertirle el drama y la manera en que Alannah se hacía, hasta cierto punto, una actitud débil y tranquila, la que antes, ni por asomo, había dado a relucir—. ¿Algo más que discutir? Necesito preparar mis cosas para regresar a mí hogar.

—Ve a descansar, Suzzet —le insistió Skrain. Ella simplemente alzó la mano y se marchó antes de que alguien más pudiera hacer algo.

🌙🌙🌙

—Buenos amaneceres, helado corazón mío —dijo Varia la mañana siguiente, mientras se removía lentamente entre las sábanas de sus aposentos. Ranik se removió, incómodo, lentamente, respondió:

—Volver de la muerte debería de ser más dulce —dijo—. Pero aún así sigo teniendo sueño, y más cuando tú no me dejaste dormir.

—Por eso es que te digo helado corazón, y no leí nada de tí aparte de eso —agregó ella, divertida—. Deja de quejarte, que no es como que yo te mantuviera despierto obligadamente. Tú te quedaste despierto y recibiste tú recompensa.

Ambos rieron. Ranik acomodó los cabellos revueltos de Varia entre risas, acto seguido, dijo:

—De todo lo que esperaba de la diosa del verano y el desenfreno la cursilería no estaba en la lista.

Se levantó y se calzó sus pantalones. Ella sonrió, y dió más vueltas en la cama mientras ignoraba el planteamiento de su compañero. Estaba apunto de decir algo más cuando la puerta se abrió, y Connor y Suzzet entraron en la habitación al igual que un torbellino que llega de sorpresa y nadie espera.

Se detuvieron en seco al ver la imagen. Ranik ya llevaba pantalones, sí, más llevaba el pecho descubierto y Varia estaba desnuda aún, llena de un brillo que sobrepasaba al que siempre llevaba. Los saludó con una sonrisa, luego dijo:

—Seguramente vinieron para algo más que para quedarse ahí parados con sus bocas abiertas, ¿No es así?

—Sí —contestó Suzzet. Estaba riendo entre dientes, mientras que Connor, sonrojado, miraba hacia los lados ignorando la imagen—. Estamos listos para irnos. Raniya aún no ha salido de sus aposentos, y Adaliah...

—¿Adaliah qué? —preguntó Ranik. Suzzet suspiró, luego dijo:

—Parece que peleó con Akhor. Las razones son inconclusas, y ahora está con Skrain, llevan hablando horas.

🌙🌙🌙

Adaliah no durmió muy bien aquella noche. Por su mente pasaban demasiados pensamientos, todos rápidos y para nada concisos. Skrain estaba a su lado. Había sido un gran consuelo después de su pelea con Akhor, pero ese también era un problema.

Eadvin había dicho que tenía que conquistarlo, y lo que había hecho, al menos hasta el momento, era todo menos eso.

—¡Adaliah, camina! —gritó Raniya en un tono furioso y condescendiente. Todos caminaban hacia la frontera del palacio, debajo se veían las nubes, la tierra, un mundo que había estado lejos de su compresión por mucho tiempo ya. No sabía cómo sería todo allá abajo, como se las estaría arreglando Piperina. Todo se veía complicado, pero, también, Adaliah sentía cierta sensación reconfortante cuando pensaba en volver a casa. Al Reino Luna.

—¡Ya voy! —respondió ella. Por un momento su mirada se concentró en Akhor, en sus helados ojos que no dejaban de fulminarla desde lo lejos. Llevaba su cabello alto en una coleta, además, una armadura preciosa de puro metal plateado y ciertas incrustaciones azules. Eran dragones, figuras de largos y afilados cuerpos, diferentes a los que Adaliah conocía.

—¡Héroes, despeguen! —gritó entonces Raniya, y todos, sin demora, se lanzaron desde lo alto del cielo directamente hacia el mar. La caída no fue fácil, mucho menos rápida, aún cuando se suponía que fuera así. La distancia era mucha, y a pesar de que Adaliah sintió desde un comienzo cierta adrenalina por el aire y las corrientes dando en su rostro, al siguiente tuvo que mantenerse estable, corrigiendo la posición de su cuerpo y preparándose a sí misma para caer de la mejor manera. El mar, azul, bello, prístino, los esperaba, y Raniya, por primera vez, fue útil, usando sus habilidades para recibir a todos cuánto cayeron, curando heridas incluso antes de que sucedieran, propulsándolos y dándole aire a sus pulmones también.

El agua, sorprendentemente, estaba fría. Aún así, se hacía mucho más cálida conforme bajaban, igualmente Raniya usaba su poder para entibiarla a su alrededor.

El viaje fue tan largo que las piernas de Adaliah, que aún seguían acostumbrándose a hacer de nuevo tanto esfuerzo físico, se acalambraron. Ella se recordó a sí misma que tenía que resistir, que era fuerte, y solo por eso, hasta cierto punto, fue que no se rindió. Aún así, Connor notó que estaba sufriendo y, en su forma de caballo marino, le indicó que lo montara.

El viaje se hizo mejor entonces. Adaliah comenzó a percibir todo lo que había en su camino, desde bellas ciudades submarinas hasta paisajes coloridos y llenos de vida. Ya entonces, varios minutos después, vió al volcán. Aquella enorme montaña humeante que vibraba en lo más profundo del mar. La lava, roja, anaranjada, y amarilla en ocasiones, salía y borboteaba aún en la profundidad, más de forma ordenada llegaba a la cima del volcán y caía en un río fluido hacia la base de este.

Nadaron hasta llegar a la cima.

—Alannah, es tú turno —dijo Raniya entonces. Ella parpadeó, nerviosa, más dejó todo aquello pasar y caminó directamente hacia la cima, la parte más alta, justo frente a donde salía la lava. Sus ojos se veían más azules que nunca, mas no había miedo en ellos, si no que se podía ver algo, fuera valentía o resignación, a nadie parecía importarle, todos estaban desesperados porque el sacrificio se diera.

La luna le había dado instrucciones ya. Tenía que arrodillarse frente al volcán y, en sus pensamientos, invocar aquello que era su don, así como también sus ganas de entregarlo, de hacer un intercambio. El volcán tendría su don, mientras que ella tendría un pase al Inframundo.

Alannah pensó en ello con todas sus fuerzas. Dejó su poder fluir, aquel poder del agua que le permitía unir su esencia y pensamientos con el mismo volcán. Nada sucedió.

—El volcán está hablando —una voz conocida, más que no debía estar ahí, habló. Moirë. Sonreía, se veía como una niña a ratos, más al siguiente parecía un niño rubio, bello, y, al otro, un viejo demasiado lleno de arrugas y cicatrices—: No aceptará tú don, porque no lo aprecias, no te da vida, es más, mucho menos lo has usado. Ya no es tan preciado como una vez lo fue, y él lo puede leer.

—¿Entonces? ¿Qué otro don podemos dar? —preguntó Connor, aunque él sabía la respuesta. Moirë no dijo nada, más su sonrisa pareció hablar por ella. Suzzet se adelantó, y dijo:

—Daré mi ascendencia élfica. Es algo preciado, da conocimiento, poder, belleza y dones, más estoy dispuesta a sacrificarla.

—No —volvió a decir Moirë—. No. Tú ascendencia es algo que ya no aprecias desde hace mucho tiempo. Lo que este volcán quiere es algo preciado, algo que a su portador le cueste entregar. Háganlo pronto, que pierde la paciencia.

—Yo lo haré —no tuvo más opción que decir Connor, y, aunque todos parecieron sorprendidos al escuchar aquello, nadie lo detuvo. Nadie hizo qué renunciara aquél propósito tan mortal, que le quitaría no sólo una parte de sí mismo, sino que también llevaría a todo su grupo a un destino infernal. No, no lucharían contra los elfos, y Adaliah, lo sabía, sino que irían directamente la tumba de los gigantes, aquellas bestias que podían cambiar la historia completamente.

Skrain y ella intercambiaron miradas conocedoras. Ambos tenían miedo sabían que la realidad era peor de lo que ellos pensaban y que su plan, -aún cuando había sido formulado con antelación-, no tenía muchas posibilidades de salir bien.

¿Cómo es que habían llegado aquello? ¿Porqué nada parecía que saldría bien? Necesitaban ayuda, una guía, y ni siquiera Eadvin, que había prometido serlo, se encontraba cerca.

¿Era esto lo que significaba ser un Dios? Arriesgarse a tomar decisiones por sí mismo, tener todo el destino de un mundo a sus pies no parecía algo bueno, no era fácil, no era satisfactorio. ¿Para que tener tanto poder si solo traía peligros, cada vez más, y la cosa nunca acababa? ¿Para que tener un poder que terminaría separándolos, reemplazándolos por alguien que fuera mejor portador, una nueva generación?

Las pistas estaban ahí, y Adaliah, después de tantos sueños y visiones, sabía que Zedric debía estar cerca. Él le había dado las pistas, y, por lo tanto, también debía tener un plan, un plan que trajera a Amaris de vuelta, que pusiera las cosas como debían ser. Él era el próximo Sol, y de algo debía de servir. El plan, entonces, al momento, era conseguir que el viaje sucediera, más, de ser necesario, impedir la resurrección de los gigantes, esperar la intrusión de Zedric, pero, también, estar al pendiente de Raniya, de algún atisbo de claridad, de que Amaris estaba cerca, ahí, viva.

Un estallido llenó el ambiente. un sonido de muerte, de poder, una apertura celestial que no había sucedido en milenios. El volcán comenzó a reaccionar al sacrificio de Connor, adquiriendo vida propia, moviéndose de tal manera que abrió un camino directo hacia el Inframundo. Raniya sonrió y, por un momento, Adaliah pudo observar aquello que no había apreciado en tanto tiempo, la oscuridad, el deseo, la codicia, una inteligencia más allá de su percepción, que no deseaba nada más que poder. Y no un poder cualquiera, un poder que permitiera dominar a todo cuánto estuviera conciente. Raniya no quería ser solo una diosa, sino que quería cambiarlo todo, volverse tan fuerte que nadie, nunca, tendría que dominarla de nuevo. Estaba más aterradora que nunca, y así, con todo ese poder a la mano, ingresó al Inframundo.

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