Capítulo 12. «Las bestias desconocidas»
Para Zedric ser el rey implicaba muchas cosas. Habían miles y miles de personas dependiendo de él, su reino, su futuro, el poder que debía tener, el que debía mostrar, la fuerza, la fiereza, las riquezas y pobrezas, todo dependía de él.
Todo eso lo tenía que resolver, y lo tenía que resolver solo. Nathan había sido buena compañía antes, cuando había tenido que hacer campaña, pero ya no estaba. Ni hablar de Calum, que aunque pudo haber sido un buen apoyo había desaparecido, Zara junto con él. Tampoco estaba Amaris, Piperina, o Skrain, todos se habían marchado junto con Raniya y sus ambiciones.
Estaba solo. De vez en cuando recibía noticias del Reino Luna, más eso no era suficiente.
Aquel día comenzó como cualquier otro. Ser removido de un lado al otro por su consejero, un hombre más o menos mayor llamado Ulrich. Recibir un baño frío y chocante, como a los que ya se había acostumbrado. Unas cuantas firmas, un desayuno molesto y ostentoso. Personas, sonrisas, preguntas.
Entonces, llegó el mediodía, y con él un paquete de las tierras del norte. Un regalo atrasado que le habían hecho varios nobles de casas lejanas para celebrar su matrimonio.
Ulrich estaba nervioso. Sus ojos verdes, (como los de Piperina), reflejaban miedo, preocupación, angustia. Muchos le tenían miedo desde la última guerra, más Ulrich nunca lo había demostrado.
—Yo... —se detuvo, ahogado por el nerviosismo. Estaba tratando de detenerlo de avanzar, más no lo hacía, Zedric tenía que salir aquel día, la gira de presentación comenzaría entonces—: Les dije que lo regresaran, más no...
Zedric llegó a la sala principal entonces, y lo vió, o la vió, más bien, a ella. Era un enorme retrato, muy bien hecho, de Amaris. Amaris en todo su esplendor, como debió de haberse visto el día que fue presentada como hermana de la Luna. Sus ojos oscuros se veían brillantes, vivaces, y en el corazón de Zedric algo se rompió.
—Déjalo ahí —fue lo que se las arregló para decir. Enseguida estuvo afuera, en la plaza real, y subiendo a un carruaje que lo esperaba en la entrada del palacio.
—Pensé que un cuadro como ese haría que perdieras la razón —una voz conocida llenó el lugar. Calum, Calum y Zara estaban esperándolo dentro del carruaje. Se veían mucho mejor que antes, Calum de por sí había tenido esta nueva apariencia por ser un dios, más Zara, que mucho antes se había visto medio moribunda, con ojeras y tez pálida, estaba bronceada, menos delgada, más viva—: Parece que te ves bien, más no lo estás. Solo sabes esconder la ira que vive en tí.
—Gracias por hacer evidente lo que yo ya sé de por sí —contestó—. ¿Qué rayos haces aquí?
—Zedric —la que habló fue Zara, sus ojos firmes en los de él, mientras se acercaba para apretar su mano en una forma de darle consuelo—, no puedes detenerte. Has dejado de buscar, y eso es todo menos lo que deberías dejar de hacer. Hemos estado buscando una manera, y creemos tener una respuesta.
—¿Una respuesta? —preguntó Zedric, furioso. No podía evitar desquitarse con ellos, eran los únicos que no se asustarían al verlo así. Sin embargo, aunque lo hiciera el dolor no se iría, no podía hacerlo, no a menos que ella volviera—. La respuesta es sencilla. Amaris ya no es Amaris, es Raniya, y Raniya tiene a mi hijo creciendo dentro de ella. Raniya, la diosa, la que puede ver el futuro. ¿Creen qué soy estúpido para no saber que vendrá por mí? Solo queda esperar. Prepararlo todo para cuando ella venga, y quitarle a mi hijo, quitárselo, ¡Soles!
—Podemos ir hasta ella —insistió Calum, que parecía mirarlo con cierta compasión, y no hizo mucho por ella—, traerla de vuelta.
—¿Y de qué serviría eso si ella no es ella? —preguntó Zedric, aún furioso. Con la mirada vacía, explicó—: Deberíamos de ir por él. Por él si valdría la pena. No sé cómo deshacer lo que Raniya hizo.
—Se puede deshacer, Zedric, solo necesitamos mantenerla... —Calum se detuvo, parecía que Zara quería decirle algo con la mirada, como diciéndole que fuera más lento—. ¿Cómo sabes que tú bebé será un él, un hijo?
—Amaris lo vió. Lo vió antes de decirme que sí. Sabía que él llegaría. Será un niño, de ojos azules, y prácticamente será rubio, como su padre, y se verá como un llamado por el Sol excepto por sus ojos. Recuerdo que me dijo que había otra posibilidad donde él era de cabello negro, y con ojos dorados, pero ahora todo está...
—Raniya es inteligente —insistió Zara— Más no tanto como nosotros. Sabemos que pronto serás fuerte, tanto como para ser una amenaza para ella. Lo único que tiene, entonces, para usar contra ti, es a tú hijo. Tenemos que arrebatárselo antes de que comience la guerra, eso nos dará ventaja y no te atará de manos. Podemos ir hasta ella, podemos vencerla, ¡No es tan complicado!
—Siempre se complica más —aceptó Calum, que aunque no podía leer sus pensamientos sí que podía entender a su hermano, y que sabía por todo lo que había pasado—. Pero es cierto, vamos pasito a pasito, avanzando con un mismo objetivo, paz, tranquilidad, proteger a la familia. Eso es lo que has hecho estos meses, Zedric, proteger a tú pueblo. Esta es una opción bastante buena, y puedes ayudar.
—Bueno, digamos que decido ayudar —contestó Zedric con ojos entrecerrados—. Entonces no iríamos ahora mismo al palacio. El bebé aún no nace, solo ha pasado un mes. No tiene caso ir ahora.
—No encontraremos una opción ahora mismo —contestó Calum—. Encontrar lo que buscamos es difícil, y creo que tenemos tiempo suficiente hasta que el bebé nazca, pero las bestias son poderosas e impredecibles, desaparecen y aparecen cuando menos lo espera uno. No podemos dejar ir una pista como la que tenemos.
—Bueno, ayudaré —Zedric apretó los labios, luego agregó—: ¿Cómo son estas bestias?
Zara sonrió, satisfecha. A ella le gustaban las aventuras, las veía como una oportunidad para superarse a sí misma mientras ayudaba a su entorno. Entonces, explicó:
—Los debrigáns son bestias cambiaformas que al mismo tiempo tienen una habilidad muy poderosa que los ayuda a meterse en las mentes de los demás, creando ilusiones, ayudándolos a suplantar identidades y que los ayuda a alimentarse de las almas de aquellas pobres mentes que lleguen a poseer. Son muy raros, tanto porque es una combinación de habilidades difícil como también porque pueden manejar la magia de forma excepcional hasta para viajar entre mundos. Calum y yo apenas si podemos sentir a uno cada cierto tiempo, y nos costó identificar como distinguirlos de un alma normal.
—Y ustedes lo distinguen porque son la ira y venganza, ¿No es así? Pueden ver, por lo tanto, a estas bestias por lo que sienten. ¿Por qué no solo van y los capturan si es tan fácil para ustedes?
—Porque así como sienten también son muy buenos como para esconder sus sentimientos y pensamientos de los dioses y nuestros dominios —explicó Zara—. Generalmente prefieren estar en mundos desprovistos del poder divino, más de vez en cuando vienen al nuestro para conseguir magia, oro, y cualquier otra cosa mágica que es muy común aquí pero allá no.
—Suenan peligrosos, y quieren que los ayude porque saben que soy bueno para las cosas de la mente, porque saben que lo voy a encontrar. ¿Pero creen qué es realmente necesario arriesgarnos tanto? Podríamos incitar una guerra contra una raza que obviamente es más poderosa que nosotros.
—Valdrá la pena si conseguimos un aliado —musitó Zara—. Más también nos ayudará a aprender y prepararnos.
Zedric bajó la mirada y apretó los labios. Su mente daba muchas vueltas. Por un momento silenció las voces que habían en ella, y el mundo se tranquilizó, más no era tan fuerte como para hacerlo por mucho tiempo, y las voces volvieron tan rápido como se fueron.
—Quieren que nos vayamos ahora —fue lo que resolvió decir—. ¿Son tan fuertes cómo para teletransportarnos?
—No —contestó Zara, su vista cayendo enseguida en Calum, una complicidad a la que Zedric ya estaba acostumbrado. Enseguida la puerta del carruaje se abrió, y a él entró una chica pelirroja a la que Zedric no pudo evitar escudriñar enseguida. Tenía el cabello largo, rizado, era tan delgada como un palillo, tenía pecas por toda la nariz, y ojos violetas que brillaban aún en la oscuridad del carruaje—. Ella es Ilse. Es descendiente del dios del espacio como Yian lo es.
—Mucho gusto —se presentó. Extendió entonces su mano hacia Zedric, y él se la apretó sin mucho ánimo. Entonces miró a su alrededor, y preguntó—: ¿Están listos?
Calum y Zara asintieron. Para ella eso fue suficiente, ya que solo cerró los ojos y, al segundo siguiente, ya estaban lejos de ahí. Se llevó todo, incluyendo al carruaje, solo con pensarlo y tocarlos un poco.
Aquello fue impresionante para Zedric. Ilse tenía dominio perfecto de su poder, su mente estaba clara, limpia, tranquila. Era una joven apenas llegando a ser mujer, pero su mente estaba realmente concentrada, llena de madurez.
Resultó aún más sorprendente porque, después, del incidente en el que se habían llevado a Amaris, Zedric no había hecho más que reforzar sus defensas y ejército, poco a poco adquiriendo más llamados que no solamente tenían habilidades del Sol y la Luna, sino de varios otros dioses más. La mayoría habían sido llamados por Erydas, más también encontró llamados por los dioses de las estaciones, del conocimiento, las bestias, la oscuridad, la guerra, pero ninguno del espacio. Parecían estar muy bien escondidos.
El que viera una chica tan talentosa, frente a él...
Apenas tuvo tiempo de pensar. Al siguiente momento ya estaban saliendo del carruaje, llegando a un lugar donde la Luna aún estaba brillante en el firmamento. Detrás de ellos estaba el desierto, frío, inhóspito, y delante, en contraste total, la ciudad. Zedric había escuchado hablar mucho de ella. Era el hogar de Harry, aquel príncipe inteligente que los había seguido en varias misiones, un chico que nunca había sido pretencioso, que para nada se había sentido por encima de alguien más a pesar de ser un heredero, que tampoco se había quebrado después de perderlo todo, incluso a su padre.
El palacio era magnífico. Tenía torres altas, muchas, al menos veinte, hechas de puro granito claro en el cuerpo, y balcones negros en la parte más alta. Los tamaños variaban, iban haciéndose más pequeñas hacia las esquinas y más altas hacia el centro. La ciudad, por su parte, se veía irregular, de distintos colores, todos llamativos, y con casuchas en su mayoría que tenían un estilo redondeado parecido al de tiendas para acampar. La ciudad era grande, parecía extenderse tanto como para que no pudiera ver hasta donde abarcaba.
—¿Y qué hacemos aquí? —preguntó Ilse, con ojos entrecerrados.
—Simplemente buscamos a alguien —explicó Calum—. Puedes ir a dar la vuelta, y, si escuchas una explosión o algo, tampoco de acerques. Espera a que te llamemos.
Ilse asintió. De un momento a otro desapareció, y Zedric suspiró, intranquilo. Sentía la presencia de esta bestia. Tenía una mente fuerte y poderosa, pero también hambrienta.
—Lo peligroso no está solo en que puede tener dominio mental sobre los demás —dijo Zara—, sino en que puede cambiar de forma y convertirse en una bestia y adquirir sus necesidades, solo porque así le gusta vivir. Puede convertirse en un monstruo, uno inteligente, y todo porque quiere.
—Sí, lo veo —contestó Zedric. Por un momento todo se sintió tranquilo, calmo, tanto que su cuerpo se relajó y su mente pareció callarse por varios segundos. El cielo estaba magnífico. Las estrellas brillaban, demasiadas, y la luz de la Luna se reflejaba en los pequeños copos de granito del palacio. Tranquilo, demasiado, tanto que hasta fue preocupante. Enseguida Zedric activó sus defensas, sentidos, y trató de hacer lo mismo con Calum y Zara, que se abrazaban y miraban el cielo de la misma manera que debió haberlo hecho él tan solo unos minutos antes.
La bestia estaba cerca, y podía sentirlos.
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