Capítulo 1. «Palacio de los horrores»
En el medio de la pelea, cuando tienes a varios enemigos sobre tí, y lo único en lo que puedes pensar es en luchar y mantenerte firme, lo que uno menos espera es perder el punto de enfoque. Estamos listos para cualquier cosa, pero los elementos vitales, como la luz, el aire, incluso la vista, son algo con lo que contamos desde el primer momento.
Amaris luchó mucho para conseguir mantener a aquellos muertos vivientes lejos de ella. Primero era solo defenderse de sus ataques físicos, más pronto varios con habilidades fueron hacia ella, llamados que no se detendrían ni medirían su poder en absoluto.
Justo antes de que las luces se apagaran, una brillante llamada por la Luna alzó la mirada y, con ayuda de un llamado por el Sol, fueron directamente hacia ella. Los proyectiles de hielo si los pudo detener, más los de fuego le dejaron varias duras quemaduras en las pantorillas y palmas que comenzaron a hacer que se tambaleara.
Amaris suspiró. El dolor se convirtió en ardor, y a duras penas pudo formar una barrera de hielo que la protegiera a ella y a sus heridas. El dolor comenzó a desvanecerse entonces, Amaris miró la palma de su mano y observó que estaba curándose por sí misma.
Aquello hizo que sus sentidos se activaran, la magia estaba en ella como nunca antes, y era fuerte. Alzó la mirada, buscando a Zedric, aquel que siempre tenía una explicación para todas las cosas, más, entonces, la luz se esfumó, y unas grandes manos taparon su boca, otras más inmovilizaron sus brazos.
—Abre los ojos, pequeña mariposa —dijo Consus varios segundos después. Amaris trataba de controlar su respiración, más no podía. No podía enfrentarse al mundo que estaba frente a ella.
Lo primero que vió fue que estaban en una especie de terraza. Todo debajo de ellos era blanco, el suelo, las casas, las nubes. No había ni un rastro de gris, todo se veía limpio e iluminado.
Amaris notó enseguida que no conseguiría nada si intentaba gritar. Estaba lejos de casa, de Erydas, estaba en algún lugar que solo habitaban los dioses.
La Luna caminó hacia ella. Aún tenía las manos atadas, así que tampoco podía defenderse. Con una sonrisa y mientras pasaba uno de sus dedos por la mejilla de Amaris, la Luna dijo:
—Por fin podré ser lo que era antes. ¿Sientes ese poder que viene hacia a tí, lo sientes llenarte? Es mi poder. Todavía es mío, razón por la que no puedes usarlo completamente —Raniya giró su rostro, una amenaza a los demás dioses, que parecían ser sus lacayos—. ¿Qué esperan? ¡Pónganla en el altar!
Más personas. Personas que tomaron a Amaris de los brazos y la llevaron directamente hacia el altar que estaba en el medio de la terraza. Ella se sentía mareada, alterada, tanto que solo podía concentrarse en una cosa a la vez, sin notar lo demás que había a su alrededor. Primero vió unos ojos azules, casi violetas, y a eso le siguió la sensación de unos brazos rodeándola, los brazos de Akhor, al que vió cuando concentró su mirada.
El altar estaba frío, duro, y Amaris no pudo ver nada una vez que estuvo tumbada en él. Así fue hasta que una nueva ola de lucidez vino a ella, y trató de levantarse, más en vano, porque estaba atada de las muñecas y lo único que pudo conseguir fue sentarse.
—¡Déjenme ir! —gritó. Por primera vez vió a todos aquellos dioses, poderosos, que la rodeaban. Habían varios que conocía. Raniya, Olemus, Akhor, Consus, Varia, Moirë, Tekar, pero también había varios desconocidos, unos tres más. Dos eran gemelos muy parecidos, la otra era una mujer muy bella, de piel clara y ojos azules que parecían cambiar de color.
—Sin palabras, hagámoslo en silencio —dijo Raniya—. Pronto ella estará callada también.
Amaris comenzó a llorar, estaba furiosa, se sentía inútil, impotente. Enseguida todos posaron una de sus manos sobre ella, y cerraron los ojos. Solo Raniya, que se mantuvo a sus pies, mirándola, le sostuvo la mirada.
Los demás dioses estiraron la mano que tenían libre, posándola en el brazo de la persona más cercana. Se estaban pasando poder entre ellos para poder hacer un ritual tan complicado. Esta energía llegó hasta Raniya, que alzó la mirada y perforó su propio pecho de forma grotesca y sangrienta. Sacó su corazón, y lo aplastó, lo aplastó como si fuera un objeto sin valor. Una especie de humo, sustancia, o también espectro, (a Amaris le costó definir lo que era), salió de él, su alma. Esa cosa avanzó directamente hacia Amaris, que tambaleándose intentó evitar que se acercara sus labios. No pudo hacer nada. Pronto se atragantó, esa cosa la invadió, quitándole el poder que tenía en ella misma.
A Raniya no le gustaba mucho el cuerpo de Amaris. Demasiado pálida, flacucha, pequeña. Aún así, estar en su cuerpo fue una sensación totalmente satisfactoria. Sintió un poder que no había tenido en milenios invadirla, el poder de la divinidad.
Abrió los ojos. Akhor la miraba fijamente, aquella mirada inquisitiva e inteligente que siempre tenía. Raniya se había ganado la mala fortuna de tener hermanos exuberantes y dramáticos. Moirë era la oscura y exótica, Akhor el inteligente y frío.
—La niña a la que la energía eligió es parecida a tí, es cierto —la que habló fue Dafaé, que con el ceño fruncido la evaluaba, mientras que detrás Olemus y Varia se llevaban a lo que antes había sido su cuerpo— Pero tengo una pregunta. ¿No se supone qué apenas hoy fue su boda?
—Sí —contestó Raniya. Entrecerró los ojos, luego preguntó—. ¿Por qué?
—Está embarazada. Rompió los votos de castidad. Tú nunca hubieras hecho eso en tú antigua versión.
Dafaé era una de las pocas que, entre las amigas de Raniya, se había convertido en diosa. Los demás eran familiares de ella o de Eadvin. Moirë se hechó a carcajear.
—La venganza está sobre nosotros. Parece que Zedric querrá conseguir a su hijo de vuelta. ¿Todavía quieres su poder? Usa al hijo como carnada.
Raniya suspiró. Lo que menos quería era llevar a un niño en su vientre. Ya lo había hecho antes, y no era placentero en absoluto. Aún así, ese niño nacería pronto ahora que ese cuerpo tenía poderes inmortales. Y sí, también podría ser una buena herramienta de poder.
—Lo usaremos. Haremos que le quite su poder a Eadvin a cambio de que este niño viva, y luego lo tendremos atado a nosotros en base a eso.
Dafaé frunció el ceño. Era la diosa de la fertilidad, la riqueza, la salud, pero también de las ilusiones y el poder. Era una diosa de lo intangible, había muchas cosas que podía ver en cuanto a sentimientos y todas esas cosas.
—Siento que algo se aproxima —dijo—. Probablemente sea Eadvin para rogar misericordia. Se siente como él.
Raniya sonrió. Divertida, contestó:
—Es tiempo de jugar a la manipulación.
Tetis y Metis sonrieron. Eran dioses del miedo y la tristeza. Los gemelos sádicos que habían tenido mucho tiempo atrás. Siempre, sin duda, le habían servido de aliados.
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