Prólogo


Una voz en su cabeza le gritó que no debía comprar ese anillo. No había esperanza alguna y solo le haría más daño. Aun así salió con el anillo en sus manos. Esos últimos meses estaba cometiendo una serie de acciones que llevaría a que lo odiaran en el futuro, pero... ¿Acaso lo mejor no sería ser odiado? Así lo olvidaría más rápido.

Ahora estaba ahí viéndola alejarse de él. No debía hacerlo, no podía continuar, pero sería la última vez que la vería y solo Dios sabía cuánto quería abrazarla, hundir su cara en su pecho y llorar, llorar hasta que la tristeza quedara atrás.

Quería verla sonreír de verdad una última vez, y pensó que no era tan egoísta satisfacer sus propios deseos.

No sabía si aguantaría o se quebraría. Tenía esa guerra mental y el anillo brincando en su bolsillo. Ella dio un paso más hacia el avión y el hoyo en su estómago creció, sus palpitaciones aumentaron y un grito escapó de sus labios "¡Elisa!"

Ella reviró de inmediato, pero él vio en cámara lenta como sus rubios cabellos se enfrentaban a la fuerza del aire, pudo ver la aflicción en sus ojos por no quererse ir, y la expectación y ansías de que le dijera "quédate".

Ella lo miraba a la distancia y una sonrisa se formó en sus labios. Ya no pensaba y ese algo que le permitía moverse, impulsó a su mano a sacar el anillo de su bolsillo y lanzarlo hacia ella. Ella lo atajó en el aire y él suspiró.

—¡Cásate Conmigo!

Gritó sonriendo. No era el patético hombre enfermo que pronto moriría, era el hombre enamorado que observaba las lágrimas de felicidad brotando de los ojos de su amada. No, nunca se arrepentiría.

Era ella amándolo, diciendo "Acepto". Por primera vez el tiempo se detuvo y la realidad se perdió. Ella corrió hacia él y se besaron. La tierra tembló bajo sus pies, el silencio se apoderó de sus oídos y solo podía sentirla. Saboreó sus labios recargándose en la energía que le daba amarla.

Sus labios se separaron y la realidad volvió. Solo un beso más y ya no habrían más, debía dejarla ir, debía ser fuerte y convencerla aunque todo dentro de él se derrumbara.

La negativa de ella de irse solo lo destruyó más. Tuvo el valor para dejarla en las escaleras de aquel avión, besó su mano y habría querido no soltarla nunca.

Ella subió y por última vez vio su sonrisa diabólica, su mirada de niña traviesa, ella era feliz y así quería recordarla.

El avión despegó y ese era el final ¿Cómo soportar el saber que nunca más vería al amor de su vida? Sin poder soportarlo más, corrió a su auto. Ya no podía ser fuerte, era momento de quebrarse.

Posó su frente en el volante del auto y lloró, lloró todo lo que su alma abatida quería botar. No la vería más y eso era más de lo que podía soportar. Después de tantos meses que se convirtieron en años, el momento de decir adiós llegó, pero el dolor fue mayor a lo que su mente imaginó. Su pecho comenzó a dolerle y sus manos se helaron ante la ausencia de oxígeno en su cuerpo. De pronto la puerta del auto se abrió y era su madre con lágrimas en los ojos abrazándolo, su hermana se encontraba con ella. Se aferró a la cintura de su madre y continuó con su llanto, ellas intentaban calmarlo, pero él ya solo quería dejar de sufrir. ¿Por qué cada momento de felicidad solo era el preludio del inminente final?



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