V. Las flechas silban al pasar

- Era la mañana del anunciamiento de la Mascarada.

       »Había viajado hasta el centro de Vesuvia con Portia y otros sirvientes en un carruaje. Tenía que estar de vuelta en la Plaza al mediodía, pero primero quería ir a la tienda. No había vuelto a tener noticias de Asra, y debía comprobar que todo estuviera en orden.

Bajaba por mi calle alegremente, distraída por el caluroso sol de la mañana, y el olor a incienso que subía por la avenida y se escurría por los adoquines. Las calles estaban prácticamente vacías, y a todo el que me encontraba caminaba en dirección contraria. Todo el mundo se dirigía a la Plaza para el anunciamiento.

Una bocanada de aire fresco me inundó el pecho al llegar a mi calle. Era reconfortante volver a estar entre las conocidas fachadas, aunque no fuera por mucho tiempo. Ahogué un suspiro. Observando el balanceo del cartel de la tienda, subí los tres escalones que daban a la puerta; esta cerrada a cal y canto. Presioné la palma de mi mano sobre la madera y deshice el encantamiento infranqueable. Antes de abrirla me detuve un momento. Con la palma todavía sobre la puerta, capté oleadas de la magia ancestral de la que estaba hecha, junto con algún resto de la magia de Asra. No había notado magia reciente de Asra; por lo que no había vuelto a pisar por la tienda mientras yo había estado fuera. Lo echaba de menos, más de lo que me gustaría admitir...

Con los ojos puestos en la piedra del suelo, y con la mente muy lejos de allí, capté algo pequeño a mis pies. Fruncí el ceño y me agaché a cogerlo. Era un pequeño saquito, del tamaño de un dedal, bien cerrado con un nudo de cuerda. Deshaciendo el nudo con mis dedos, abrí la bolsa. Un aroma a mirra inundó mi nariz. En un momento supe lo que era aquella mezcla de hierbas. Era una mezcla mágica, una mezcla de protección.

Eché un vistazo a ambos lados de la calle, pero estaba desierta. Intenté sentir la energía de aquel saquito, pero me resultó extraña e infranqueable. Venía a mi en una fuerte oleada, pero antes de que pudiera identificarla, se esfumaba.

Al ser el amuleto de tan reducido tamaño podría haberlo pasado por alto; y lo que estaba claro es que no era de Asra. ¿Quién, entonces, quería protegerme?

Con los ojos fijos todavía en el amuleto protector empujé la puerta, pero esta se abrió sola. De un fuerte impulso, una persona salió de la tienda, chocando conmigo en el proceso. Del empujón me eché hacia atrás, y sin darme cuenta, el saco de mirra resbaló de mis dedos.

Cuando alcé la vista aturdida, un solo ojo de color gris me observaba sorprendido. ¡El doctor Julian Devorak! ¿Cómo diablos había conseguido entrar sin desbloquear la puerta?

Frunciendo el ceño abrí la boca para hablar, pero Julian lo hizo primero.

- ...Ahem, hola. - tras un carraspeo, una aceitosa sonrisa se formó en su rostro. - Qué casualidad verte aquí. Bueno, quizá no sea tan sorprendente. Yo, ah, estaba por el barrio. - con una floritura de su mano trató de excusarse, esquivando mi mirada para volver a posar sus ojos en mi tras un momento de vacile. - Y tú estás, eh... ¡espléndida! Maravillosa, podría estar contemplándote durante todo el día. ¿Ese vestido es nuevo?

Su otra mano soltó el pomo de la puerta, terminando su retahíla con una mirada traviesa. Por un momento el pensamiento de llamar a los guardias cruzó por mi mente, pero vacilé. Ya era la segunda vez que había estado en mi tienda. ¿Pensarían que había estado dándole cobijo?

Le miré, entrecerrando los ojos.

- ¿Cómo has entrado? - pregunté, poniendo las manos en mis caderas. - Sé que cerré bien después de la primera vez. Así que, o te has colado, o...

- ¿...O tengo una llave? - dijo arqueando una ceja. Chasqueó la lengua, y con un suspiro, el doctor sacó una pequeña llave del bolsillo de su capa. - Aquí. Si hace alguna diferencia, puedes quedártela. No la usaré de nuevo. Lo... lo prometo.

Él esperó paciente, mientras yo tomaba su llave y la comparaba con las mías. Coincidía con la de la puerta de atrás.

- ¿Cómo la has conseguido? - inquirí, estirando el cuello para mirarle más de cerca.

Un leve sonrojo se hizo visible en las mejillas de Julian.

- Tú no... ahem, bueno... bueno. - titubeó, tartamudeando un poco. - Bastaron un par de visitas. A deshoras. - aclaró Julian, arqueando una ceja hacia mi en un gesto de complicidad.

Mi rostro se contrajo en una mueca de sorpresa. Mis cejas se arquearon. ¿Visitas a la tienda? ¿Asra y él...? Arrugué la frente, guardándome la llave y dándole al doctor una mirada cautelosa.

- Oh, espero que no pienses que soy un ladrón. Soy un montón de cosas, pero no eso. - dijo. - Pero... no crees mis palabras, ¿cierto?

Sin darme tiempo de responder, y para mi sorpresa, el doctor se deshizo de su capa y comenzó a desabotonarse la chaqueta. La abrió con un aleteo, y dejó sus los brazos abiertos, con las palmas hacia arriba. Su pecho quedó al descubierto de entre su camisa; el sol dejaba destellos rubios en su vello pelirrojo.

- Regístrame - ofreció, adoptando una postura solemne y digna. - Si encuentras algo de la tienda, yo mismo llamaré a la Guardia. Vamos. Busca hasta que quedes satisfecha.

Julian bajó la mirada, dispuesto a ser inspeccionado. La vista me hizo sonrojarme, calentándome las mejillas y las orejas. Paseé mi golosa mirada por su definido pecho.

- No voy a cachearte - me negué, cruzando los brazos sobre mi pecho y adoptando un gesto de incredulidad; aún sintiéndome bastante tentada de cachearlo.

- ¿Oh? ¿Segura? - sus ojos descendieron decepcionados. - Bueno... está bien. Aunque... la oferta se mantiene. - el doctor se volvió a abrochar rápidamente los botones. - Además, aquí no encontraré lo que busco. Ahora lo sé. - determinado, recuperó su capa y volvió a ponérsela sobre los hombros. - Bueno, estoy seguro de que tienes cosas que hacer, así que me apartaré de tu camino...

Julián dio una zancada, contoneando su larga figura al pasar por mi lado.

- No tan rápido - le detuve.

Su amplia sonrisa tardó un solo segundo en desaparecer, justo cuando la sorpresa se abrió paso en sus facciones. Alzando mi dedo índice hacia él e inclinándome hacia delante me las apañé para adoptar una pose de advertencia.

-Espero no verte más por la tienda. - amenacé. - Al menos sin mi permiso, o mientras Palacio siga queriendo tu cabeza. La próxima vez, me veré obligada a llamar a la Guardia.

Al doctor Devorak aquellas palabras parecieron resultarle graciosas. Sonrió ampliamente, y dejó escapar una carcajada.

- Te daré la razón en esto, Hestia. - terminando de reír se llevó una mano a la nuca, rascándose la parte de atrás de la cabeza. - Aunque tendrás suerte. Dudo que volvamos a vernos.

Su larga figura se dobló sobre sí misma en una leve reverencia, haciendo a sus tirabuzones pelirrojos caer aún más sobre el parche de su ojo. Dejándome con la palabra en la boca pasó por mi lado con prisa, desapareciendo tras la esquina más cercana en un suspiro.

Me quedé observando el punto por donde había dejado de ver su sombra, sola de nuevo en mitad de la calle.

Sacudí la cabeza y tras un suspiro entré a la tienda. Finalmente sola, me detuve ante algunas de las posesiones de Asra, sus ropas y algunas reliquias mágicas; reconfortada con su aroma ahumado. Pero no podía entretenerme mucho. Me esperaban en la Plaza.

Antes de darme cuenta, el sol está alto en el cielo. Un reloj en la distancia hizo repicar sus campanas con la hora, dejándome helada en el sitio. ¡El anunciamiento!

Mordí mi labio con irritación, salí y cerré la tienda, de cabeza a la Plaza.


La Plaza de la Gloria, lugar donde se realizaría el anunciamiento, estaba atestada: la gente más pequeña y los más rezagados se situaban en los extremos para tener una mejor vista. Un rico olor que no podía identificar ondeaba desde cerca.

Portia trepó por la gran estatua de el Primer Conde, y desde allí se aclaró la garganta.

- ¡Ahem! ¡Oídme todos! ¡Oídme! ¡Es un anunciamiento de la condesa Nadia! - Portia intentaba hablar sobre la multitud, haciendo bocina con sus dos manos a los lados de la boca.

La inmensa multitud fue acallando poco a poco hasta que los susurros se convirtieron en silencio sepulcral. Portia sonrió satisfecha, dispuesta a seguir hablando:

- En el aniversario de la muerte de vuestro bien amado conde Lucio, la condesa abrirá las puertas de Palacio. ¡Es cierto, amigos! Estáis todos invitados, pero no para llorar, ¡sino para celebrar el espíritu del difunto conde! - una oleada de excitación atravesó la multitud, pronto sumida en gritos y vítores.

Yo observaba impresionada a la emocionada multitud celebrar el anunciamiento. Aquí y allá ya se hablaba sobre cómo sería el festejo, los trajes de gala que se vestirían, los manjares que comerían y los espectáculos que se les ofrecerían. Son poder evitarlo sonreí ante todos los rumores que corrían sin descanso en todas direcciones, regalándome los oídos con tan ricos paisajes. Situada en el exterior de la marabunta, bajo los soportales, observaba a todas partes sin querer perder detalle. Sin embargo, el olor familiar me acompañaba de forma constante. Inquieta por aquel aroma, decidí descubrir de donde procedía.

La bolsita de cuero, dejada en la entrada de la tienda, me vino a la mente. Mirra. A eso olía.

Girando la cabeza sobre mi hombro me encontré con una figura gigantesca que me miraba. Una oscura capucha oscurecía su rostro; impidiéndome reconocer a la persona. Al contrario de la creciente excitación de las masas en la avenida, la figura parecía un presagio de desesperación. Pero sin duda era de él de donde provenía aquel aroma.

Él había dejado el saquito a la puerta de la tienda.

Mientras la multitud gritaba a mi alrededor sentía la pesada mirada del extraño. Aunque no podía ver sus ojos, sabía que me aguantaba la mirada. De pronto, el extraño dio media vuelta, dispuesto a escurrirse por una calle lateral.

Di un bote en el sitio, sintiendo cómo algo se movía dentro de mi, pidiéndome que lo siguiera.

Intentando salir de entre la muchedumbre de la Plaza, abriéndome paso con dificultad, la voz de Portia continuaba alzándose sobre el ruido:

- ¡Será una Mascarada como ninguna antes! ¡Corred la voz, contádselo a vuestros amigos! ¡No os lo podéis perder!

El extraño se llevaba su aroma a mirra, y con él atraía mi desesperación por saber quien era y qué quería. Por qué había dejado el amuleto en mi puerta; por qué quería protegerme. De qué quería protegerme.

Su ritmo entorpecido por la multitud era fácil de alcanzar. Al doblar la esquina alcé la voz:

- ¿Adónde vas?

No se me ocurrió nada más que decirle. Aún así, no obtuve respuesta alguna.

El extraño no se detuvo en su avance hacia alguna parte. Giró lentamente le cabeza sobre su hombro en un gesto que no pude reconocer, como si me temiera o temiera que pudiera hacerle algo. Aún así, el hombre de impresionante tamaño caminaba lentamente, como si esperara que lo siguiera.

Contra todo pronóstico habló, dejándome por un momento congelada en el sitio:

- Ciegamente a la matanza. - su voz era más suave de lo que hubiera imaginado; sin embargo, retumbó en mis orejas como un trueno lejano. - Como el resto de vosotros.

Sus palabras me impactaron, pero me obligué a poner un pie detrás de otro y continuar caminando tras él. Ahora sí que no podía dejarlo escapar.

- ¿Qué quieres decir? - pregunté confusa.

La capa que cubría sus hombros y su figura al completo no ondeaba tras él. No hacía una pizca de viento, y el sol brillaba alto en el cielo haciéndome sudar por el escote y por la nuca.

- No importa lo que yo diga - el extraño se encogió de hombros. - Mis palabras no durarán. Nunca lo hacen.

Fruncí el ceño, y me sentí tentada a detenerlo, obligándole así a mostrarme finalmente su rostro. No lo hice.

El extraño decidió tomar un rumbo ascendente por una callejuela de estrechas escaleras. Con él y su avance, le acompañaba un ruido de arrastre de pesadas cadenas.

Miles de pensamientos corrían por mi mente. Si aquel desconocido había dejado el encantamiento protector en mi tienda... ¿Le habría enviado Asra?

- ¡Espera! ¿Quién eres? - grité, pero mi pregunta volvió cayó en oídos sordos.

La gigantesca figura no se detuvo, seguía alejándose de mi. Confundida, me apresuré a alcanzarlo antes de que pudiera desaparecer a la vuelta de la esquina. Puse mi mano en su hombro como un espasmo. Bajo el breve contacto de mi mano se tensaron todos los músculos de su cuerpo, deteniéndose en lo alto de las escaleras. Retiré mi mano inmediatamente y retrocedí un escalón con cautela. No pareció relajarse; pero parecía a la espera, dispuesto a escucharme.

- ¿...A dónde te diriges? - pregunté.

El extraño se dio la vuelta. Me miró desde arriba, revelando al fin su rostro; ensombrecido por la capucha y por el contraluz que hacía el sol a su espalda. Una burda cicatriz le cruzaba la mejilla; otra más le cruzaba la frente. Su nariz era ancha y recta, de boxeador; y sus labios eran gruesos y pálidos. El labio superior era más grande que el inferior. Su pelo negro le caía a los lados de la cara, y una gruesa cadena le rodeaba el cuello. Sus ojos atormentados me miraban. Eran grandes y verdes, algo rasgados, de espesas pestañas negras.

Me quedé sin aliento; incapaz de reconocerlo. Había esperado que revelándome su identidad algo cambiara, que algo se activara en mi interior. Nada lo hizo.

Vacilante, di un paso hacia él. El hombre se giró, con sus anchos hombros casi rozando las paredes; y comenzó a alejarse de mi apresurado. Pero la curiosidad me obligaba a seguirlo. Con el corazón encogido en el pecho, en un momento supe a dónde se dirigía. El mercado. No. No, no, no... El extraño podría desaparecer fácilmente entre la multitud...

Por un momento pensé, de hecho, que le había perdido. Pero no. De inmediato identifiqué la imponente figura bordeando los puestos del mercado. Con todo el mundo en la Plaza celebrando el anunciamiento de la Mascarada, el mercado estaba prácticamente vacío. Ni siquiera me detuve a admirar la sensación de desolación que exudaban los puestos; tristes y de brillantes colores. Sin todo el bullicio acostumbrado, las calles que ocupaba el Mercado parecían más raídas y extravagantes que nunca.

El extraño se detuvo tras un poste de madera que sostenía un dosel, pero era demasiado estrecho para esconderse detrás. Sonreí. Pero tan pronto como me acerqué, el extraño se alejó de nuevo. Se detuvo tras un alto carro de manzanas, pero incluso tras la pila de frutas podía verle. ¿Estaba tratando de esconderse de mi?

Esta vez, cuando me acerqué de nuevo, el hombre se deslizó tras... un perro callejero. Me puse las manos en las caderas. Él pareció darse cuenta de la inutilidad de su gesto justo cuando el perro se levantaba y se marchaba al trote.

- Vete - su voz volvió a retumbar en mis oídos.

- Solo quiero preguntarte algo - insistí. Sus atormentados ojos verdes se movían de un lado a otro buscando su próxima ruta de huida. Me apresuré a preguntar: - ¿Conoces a Asra?

El extraño se quedó quieto, mirándome con el ceño fruncido.

- Mejor que nadie - dijo. Su retumbante voz sonaba irritada, pero la respuesta era sincera.

- ¿Te ha enviado para vigilarme? - volví a preguntar.

- ...Sí. - dijo. - Él es mi único amigo.

Parpadeé un par de veces. Supongo que no éramos muy diferentes, entonces. Yo confiaba en Asra más que en cualquier otro.

- Creo que puedo entenderlo - sonreí un poco, pero el extraño seguía evitándome la mirada. Tanto como podía recordar, Asra era el único del que podía depender.

- No, no puedes - dijo.

Yo arrugué las cejas. Decidí ignorar sus duras palabras: mi curiosidad requería más de aquel encuentro.

- ¿Nos hemos conocido antes? - pregunté casi con cautela. Asra nunca me había hablado de aquel muchacho. ¿Sería, entonces, alguien de mi pasado?

Él esquivaba mis ojos, y no dijo nada.

Entonces oí un grito saliendo de uno de los puestos, y me giré justo a tiempo para ver el carro de manzanas que venían rodando velozmente hacia mi, dispuesto a llevarme por delante en su camino. Tropecé con los desiguales adoquines intentando apartarme, y para cuando recuperé el equilibrio... El extraño amigo de Asra se había ido. La frustración estalló en mi pecho... Antes de que esta se desvaneciera, reemplazada por la confusión.

Lentamente, me giré sobre mi misma. Una textura arenosa se instaló sobre mi lengua, como si estuviera masticando tierra; después, olor a pelo quemado y sabor a ceniza. Una leve y blanquecina niebla opacó mi visión durante, apenas, un segundo. Parpadeé para aclararme los ojos.

Estaba en el Mercado. Fruncí el ceño con la vista fija en una de las coloridas lonas del puesto de enfrente. Hacían delicadas piezas de orfebrería. ¿Por qué estaba en el Mercado? Traté de recordar mis pasos anteriores: recordaba haber ido a la Plaza para el anunciamiento, y luego... Luego había caminado hasta el mercado. ¿Por qué había hecho eso? No podía recordarlo, en mi mente todo era borroso.

Sacudí la cabeza y me reñí interiormente: no tenía tiempo de pararme a pensarlo. Debía darme prisa si quería encontrar de nuevo a Portia y llegar a tiempo para volver a Palacio.

Sudando por el escote y las axilas, y con el sol amenazando con impregnar el rojo amapola en mis mejillas regresé aprisa a la Plaza; donde Portia alegremente lanzaba pétalos de rosa a la muchedumbre que continuaba la celebración. Me detuve a tomar un respiro y enjugar mi frente, agitando mi mano en el aire hacia la Patrona.

Tardó poco en localizarme, y bajar de la estatua de el Primer Conde. Tendió la cesta, ahora vacía de pétalos, a otro sirviente.

- ¡Hestia, ahí estas! - Portia se acercó a mi con la respiración agitada y una amplia sonrisa en el rostro. - ¡Mira toda esta gente!- hizo un abanico con su mano para mostrarme lo que ya estaba viendo. Portia irradiaba alegría y sudor por todos los poros. Sus mejillas estaban sonrojadas; las pecas de su nariz y de sus hombros resaltaban sobre la blancura de su piel. - Ningún incidente en la tienda, espero. ¿Nada fuera de lo normal?

Su mano se aferró a mi brazo, empujándome dentro del carruaje sin darme siquiera tiempo de contestar su pregunta.

Acomodada en sus estrechos asientos de terciopelo me asomaba a la ventana. La muchedumbre y sus risas salvajes nos seguían por las calles, resonando con noticias de la Mascarada. El desfile de los carruajes que volvían a palacio se desenvolvía lento en su avance; balanceándose estos al paso del tiro de los caballos; de las callejuelas y sus irregulares adoquines. Vesuvia entera respiraba y nos echaba su cálido aliento.

- ¿Hestia? - me llevó un momento reconocer la voz de Portia. Aparté la mirada de la ventana para centrarla en ella. - Te reunirás con los Cortesanos cuando lleguemos a Palacio. ¿Quieres saber, antes, quiénes son?

La boca de Portia formó una sonrisa agradable; casi compasiva.

- ¡Oh! - apenas era capaz de recordar la charla de la noche anterior con la condesa Nadia donde, efectivamente, me había advertido de aquel acontecimiento. Devolví la sonrisa a la Patrona, agradecida por su intención de no hacer notar el hecho de que yo no tenía ni ida de protocolo y, por ende, era probable que la Corte me lo hiciera pasar mal. - Sí, eso sería... de mucha ayuda.

Terminé la frase con un suspiro, a lo que Portia comenzó sin demora:

- Está la Procuradora Volta: una señora muy bajita y un ojo de cristal. Su apetito es insaciable. No hay suficientes cultivos ni mercaderes para ella en toda la cuidad. - Portia sonreía bajo sus propias palabras. Se repuso enseguida aún así, y continuó: - El Pretor Vlastomil; a mi particularmente me recuerda a una mezcla extraña entre un cerdo y un gusano. - mis ojos se abrieron como platos ante la observación. Ella sacudió la mano en el aire. - No lo tomes a guasa; tiene unos rasgos faciales muy... particulares. La Pontífice Vulgora: siempre viste de rojo y siente debilidad por las armaduras y por el oro. Yo que tú no mantendría la vista fija en ella mucho tiempo en ella. Sigamos con el Cuestor Valdemar: fue el encargado de los doctores e investigadores durante la Plaga. No te costará reconocerlo. En cuanto al Cónsul Valerius... Yo cuidaría las palabras Es un poco irritable, aunque creo que se debe a la copa de vino que parece tener pegada a la mano.

Para cuando terminó de hablar debí de parecerle desesperanzadamente perdida, porque acto seguido me dio una palmadita tranquilizadora en el hombro.

- Valerius es el más importante. - me dijo. - Milady le da más importancia que al resto. Los otros son algo excéntricos, pero estoy segura de que serán amables contigo.

Cuando volvimos a Palacio, Portia me llevó directamente hacia un ala que anunciaba la reunión por la música y las risas que se deslizaban hacia nosotras; además de una fuerte mezcla de perfumes impregnada en el ambiente. Las puertas estaban abiertas de par en par.

- Vamos, Hestia. - me animó Portia, soltándose de mi brazo. Me sonrió. - Esta gente está ansiosa por conocerte.

Aquellas palabras no me tranquilizaron en absoluto. Respiré profundamente y caminé al interior de la sala.

La habitación era nebulosa: elegantes columnas de humo se deshacían en el aire. Las colosales ventanas se elevaban hasta el techo; vidrieras tintadas en colores dorados y rosáceos, iluminando la totalidad de la habitación como una ensoñación.

Cinco figuras suavemente iluminadas, como lamidas por el sol de media tarde, yacían alrededor de los sofás acolchados. Mantenían una animada conversación mientras la Condesa era voluntariamente ajena a la ociosa charla. Ensimismada, ella producía la música celestial que dotaba a la habitación de aquel ambiente etéreo que retengo fresco en mi memoria. Sus dedos se deslizaban ágiles y delicados sobre las teclas de aquel órgano de tubos de perfecto mármol pulido, también bañado por el sol de media tarde.

Sobra decir el pasmo que me abordó instantes después de cruzar las puertas de la habitación y observar aquella escena que parecía sacada de un libro; solamente representada para mis ojos.

La Condesa levantó su cabeza al sentir mi presencia y Portia cerró la puerta detrás de mi.

- Bienvenida, Hestia - Nadia me sonreía de forma alentadora. Pasó una página en su partitura, y sin dejar de tocar se dirigió a Portia: - Portia, por favor, presenta a nuestra invitada de honor.

Esta asintió con la cabeza.

- Anuncio a Hestia - habló Portia hacia las personas situadas en los sofás, y todos ellos centraron sus miradas en mi. - Amiga de palacio y aprendiz de Asra, el Mago. -

Traté de identificar sus caras en la lista de nombres que Portia me había relatado antes mientras los cortesanos se levantaban de sus cómodos asientos. Yo aguardaba, sonriente, sin saber qué hacer ni qué decir.

Una mujer sorprendentemente pequeña se acercó la primera. Se alisó el vestido negro para acto seguido tomar mis manos entre las suyas. Un escalofrío me recorrió la espalda al notar su tacto huesudo. Era la Procuradora Volta.

- ¿Eres Hestia? - sonrió con una voz dulce y aguda, echando su cabeza hacia atrás para poder mirarme desde su estatura con su ojo de cristal. - ¡Oh, oh! ¡Eres preciosa!

Apenas la escuchaba deshacerse en halagos con su voz temblorosa. Yo mantenía mi sonrisa estampada sobre el rostro, temiendo que si me dejaba reaccionar conforme como me sentía en aquel momento, lo único inteligente que se me ocurriría hacer sería salir corriendo de allí.

- ¡Qué sorpresa tan deliciosa! - un hombre canoso empujó sin disimulo a la Procuradora. Esta se quedó con la palabra en la boca y la sonrisa torcida. - Te has convertido en un tema de conversación especialmente recurrente. - su gran boca se movía como la gelatina en su rostro. Su piel era grisácea y sus ojos lechosos me miraban con nerviosismo. Le identifiqué como el Pretor Vlastomil por la explícita guía que me había dado Portia de su apariencia que, en efecto, parecía una mezcla entre un cerdo y un gusano.

- ¡Siéntate! - una voz estridente y chillona se alzó a las espaldas del Pretor, asiéndome por un brazo e interponiéndose entre el hombre y yo. - ¡Siéntate conmigo, Hestia, no con ellos! - su traje rojo y dorado resaltaba la anchura de sus hombros y caderas. Tenía una nariz afilada, unos ojos muy abiertos y una sonrisa de gran dentadura. Tules rojos caían a los lados de su cabeza, colgados de su sombrero en forma de cornamenta. La Pontífice Vulgora hacía justicia a las explicaciones de Portia.

Tantos gestos de bienvenida me tomaron por sorpresa. No había esperado tanto entusiasmo. Las ansiosas y cuidadas manos de los cortesanos me arrastraron a los sofás y al redil de la conversación. Pronto me encontré envuelta en un enjambre de caótico parloteo y nubes de oloroso incienso.

La Condesa observaba desde su sitio en el órgano, tocando notas menores. Alzó la voz para hablar:

- Dime, Hestia, - dijo, haciendo callar durante un brevísimo instante a su Corte - ¿cómo ha sido recibido el anunciamiento?

- ¡Uno solo puede imaginárselo! - se apresuró a intervenir el Pretor Vlastomil. - Incluso ha sido una sorpresa para nosotros, los favoritos de la Condesa.

- ¡Una bella sorpresa de nuestra queridísima condesa! - la dulce voz de la Procuradora Volta se alzó sin maldad. - ¡Una Mascarada!

La Pontífice Vulgora se inclinó hacia mi en su sofá.

- ¡Hah! - susurró con sorna. - ¡Y ni siquiera hemos tenido que hacer el trabajo!

Nadia se levantó del órgano y la habitación quedó definitivamente en silencio. Su grave gesto acompañaba a su estirada figura en su meditado avance por la habitación.

- Qué suerte tendría Hestia si pudiera decir una sola palabra con todos vosotros aquí.

Desde el otro lado del salón la contemplé como si de mi salvadora se tratase, iluminada celestialmente por los últimos destellos del atardecer. Aunque los cortesanos tardaron en reaccionar, mi dicha duró más bien poco.

- ¡Oh, cuán suertuda es! - acotó Vlastomil. - ¡Ser acogida por la Condesa, una aprendiz desconocida!

Giré el cuello bruscamente hacia su grisácea figura acomodada en el sofá. Ese comentario había sido rastrero y el repentino cambio de tema un ataque hacia mi. El resto de los cortesanos también habían visto el evidente doble filo de sus palabras, y ahora todos observaban con cautela la reacción de la Condesa.

Nadia arqueó una ceja hacia Vlastomil, pero no dijo nada.

Unos ojos rojos se clavaban sobre mi.

- Arriesgado, arriesgado. - todas las cabezas giraron de nuevo para atender al nuevo conversador. El Cuestor Valdemar sonreía abiertamente. Sus afilados dientes brillaban blancos sobre su piel verdosa. - Muy diferente de nuestra reflexiva y meticulosa Condesa.

Me estremecí. La voz de Valdemar era suave y calmada, sin rastro del entusiasmo de los otros.

Alguien más, de cuya presencia aún no me había percatado, entró en escena. Una alargada silueta giró sobre si misma junto a la ventana.

- Quizás las Condesa podría informar a su adorada Corte... - el hombre salió de las sombras con una copa de vino en la mano. Era elegante, altivo y lucía una espesa cabellera recogida en una larga trenza. Valerius. - ...cómo, exactamente, se encontró a si misma a las puertas de una bruja aquella noche. - con su dramática pose caminó rodeando los sofás, mirándome por encima de su nariz. Extendió sus brazos, volviéndose hacia toda la habitación. - O quizás podría contárnoslo la bruja misma.

Toda la Corte se había propuesto desafiarme aquella tarde, por lo que parecía.

- Quizás no deberías usar esa palabra. - la sentencia salió por mi boca con más brusquedad de lo que quería. Cerré la boca al instante aunque no bajé la mirada.

Volta, Vlastomil y Vulgora se giraron hacia Valerius; sus bocas torcidas en un jadeo de sorpresa. El aludido soltó una única e irónica risa.

- ¿Cómo? ¿Bruja? - dijo arqueando una ceja. Acto seguido pareció darse cuenta de algo, e hizo una leve inclinación hacia mi. - Por supuesto, disculpa la equivocación. Tú no eres más que una aprendiz.

Yo estaba que echaba humo. El Cónsul sonreía con suficiencia hacia mi, incluso cuando la sonora voz de la condesa se alzó entre los susurros.

- Si tanto deseabais saber cómo ocurrió aquella noche, quizás deberíais, simplemente, haber preguntado. - intervino Nadia tratando de poner fin al altercado verbal. Parecía hastiada. - Mis jaquecas habían ido a peor, y estaba teniendo serios problemas de descanso...

- ¡Como has estado por un tiempo, Condesa! - se lamentó Volta.

- En efecto, Procuradora. - Nadia se giró hacia ella por un momento esbozando una ligera sonrisa. - Esa noche desperté obsesionada por el espectro de un sueño; no escapaba de mi mente. De hecho, estaba... buscando a alguien, cualquiera que pudiera ser de ayuda. - explicó la condesa, paseando lentamente su mirada sobre todos los oyentes. Fui yo la que tuve suerte, al cruzarme con la persona que necesitaba tan pronto. Un benévolo universo nos unió, ¿no crees, Hestia?

Su brillante y roja mirada cayó afectuosamente sobre mi, y los cortesanos se giraron también hacia mi, estudiándome con una nueva intensidad. El momento fue roto por un suspiro airado del Cónsul Valerius, que me miraba sobre el borde de su copa de vino.

- ¿Un benévolo universo? - el Cónsul elevó una ceja. - Con respeto, Condesa, tu mente puede haber estado en otro lugar últimamente... Pero deberías recordar que nosotros, tu adorada Corte, ¡hemos estado siempre a tu lado!

Valerius, en un gesto dramático, lanzó sus brazos a lo ancho en una floritura, derramando de paso el contenido de su copa de vino. Vi el líquido viajar a cámara lenta hacia mi; impactando finalmente sobre mi vestido.

Un jadeo colectivo recorrió la habitación mientras el lívido liquido se deslizaba por mi piel y mis ropas. Yo me miraba el vestido manchado sin ser capaz de reaccionar.

- Qué torpe por mi parte - Valerius se llevó una mano a la boca en una fingida mueca afectada. - Seguro que conoces algún hechizo mágico que remedie este dilema.

Alcé finalmente la cabeza para encontrarme con la sonrisa del Cónsul alzándose con la victoria.

- Suficiente, Valerius - sentenció Nadia. Su mirada lanzaba ahora puñales hacia el cortesano. Una arruga se había formado en su frente y sus fosas nasales estaban dilatadas. - Has agotado mi paciencia esta noche. Todos vosotros, fuera.

Nadia hizo un leve gesto con la cabeza para indicar la puerta. La Corte estaba muda y petrificada. Los cortesanos, pasando junto a mi casi de puntillas salieron tímidamente por la puerta. Portia la cerró al salir el último, quedándonos las tres a solas. Nadia soltó un sonoro suspiro, exasperada, y se acercó a mi para descansar suavemente su mano sobre mi hombro.

- Lo siento mucho, Hestia - la condesa frunció el ceño mirándome con sinceridad. - Debemos deshacernos de estas ropas arruinadas, por supuesto, de inmediato... Lo que ha pasado aquí es lo último que esperaba que sucediese...

Me encogí de hombros sin saber qué decir, pero también me las apañé para esbozar una sonrisa. Lo que había pasado no había sido culpa suya.

- Demasiada mezquindad... - concluyó determinante. Nadia se quedó pensativa por un momento. - Me temo que ya me he tomado suficientes libertades en cuanto a tu armario. - cambió de tema rápidamente. - Así que, por favor, no dudes en hablar; qué digo: - Nadia sacudió la cabeza - en pedir. Dime qué es lo que te gustaría. Déjame cubrirte de sedas, pieles; oro y joyas.

Portia estaba lista a mi lado para recibir órdenes; la condesa me miraba intensamente, esperando mi petición. Parecía como si Nadia quisiera que le pidiera riquezas. Acaso... ¿le gustaba consentir a la gente?

Yo, tras el largo día y molesta con el trato de su corte hacia mi, decidí tomarme ciertas libertades y dejarme hacer.

- Está bien.

Portia rió al tiempo que la condesa Nadia sonreía complacida.

- No podría hacer menos por mi invitada. Delicioso. - Nadia me puso ambas manos sobre los hombros, acariciándolos con delicadeza. - Parece que has empezado a darte cuenta de lo que vales para mi. Me complace inmensamente, pero deberías darme detalles. ¿Algún color en especial? ¿Te gustan las joyas de cuerpo?

Los ojos de la condesa brillaban con la diversión danzando en ellos mientras su mano viajaba hasta mi cuello. Su tacto me erizó la piel.

- El oro ciertamente se ajustará a tu belleza, pero no elegiremos nada muy pesado. - la condesa me tomó por la mandíbula con delicadeza, haciéndome mostrarla aún más el cuello. - ¿Cómo te sientes respecto a... las piedras preciosas? En mi tierra, las más brillantes esmeraldas se pueden encontrar casi en cualquier parte - con sus dedos apartó mi largo cabello de mis hombros, dejando que toda mi melena cayera a mi espalda. - Y las esmeraldas no podrían ser una opción más acertada para ti. Portia, trae una esmeralda de mi gemario personal. Mejor, una selección de esmeraldas. Nuestra invitada debe poder elegir.

- Ahora mismo, milady. - tras una inclinación Portia se marchó con pasos ligeros.

Los ojos de la condesa habían atrapado mi mirada e sentía como si el dorado salón en el que estábamos se nos estuviera quedando pequeño. Había algo sobrenatural en sus iris rubíes que me forzaban a quedarme allí mirándola como un pasmarote.

- Hasta entonces, deberías deshacerte de estas ropas. - Nadia sonrió. - Afortunadamente, no estamos lejos de mis cámaras termales. Ven, Hestia...

La Condesa me ofreció una mano que yo tomé enseguida. Me guió fuera del salón y recorrimos los pasillos para entrar a una habitación que emanaba calor.

El sol estaba bajo, tratando de ocultarse finalmente tras los edificios más altos de la ciudad. La habitación era espaciosa y los últimos rayos del ocaso proyectaban sombras de fuego sobre las superficie marmórea. Una piscina de aguas rosadas se abría en una hendidura en el suelo de la sala. Finas columnas de vapor se enredaban hacia el cielo y un vano oxigenaba la habitación con vistas al atardecer.

Nadia señaló con sus enjoyadas manos hacia el biombo a nuestra izquierda.

- He mencionado sedas, ¿cierto? - la sonrisa permanecía intacta en su rostro invitándome a ocultarme tras el tríptico de madera.

Hice caso apenas habló. Nadia esperaba pacientemente al otro lado del biombo mientras yo me desnudaba.

- Desde que te vi por primera vez me he preguntado si el negro es tu color. - la voz de la condesa me llegó opaca desde el otro lado del biombo. - ¿Necesitas ayuda, quizás?

El calor subió a mis mejillas al oír aquella insinuación. Me quedé quieta en el sitio, con el vestido a medio quitar. Pero antes de que pudiera responder, oí sonar su musical risa. Solté el aire de mis pulmones, y dejé caer finalmente el vestido al suelo. Ah, la condesa solo bromeaba.

Sacudí la cabeza para despejarme antes de salir de detrás de la pantalla en ropa interior. Los ojos rubíes de Nadia se pasearon por mis curvas y mi piel morena.

- Supongo que estamos a punto de averiguarlo. - Nadia alzó en sus manos un batín de seda en negro cuidadosamente bordado. La tela era suave y delicada, casi transparente. - Con esto bastará.

Nadia se acercó a mi con el batín extendido, dispuesta a ayudarme a ponérmelo. Con nerviosismo giré sobre mi misma y metí los brazos mientras la condesa ponía la suave tela sobre mis hombros. Rodeándome, me ajustó un cinturón para cerrar el batín, y dio los últimos toques paseando con ligereza sus dedos por la tela del escote.

Oí pasos acercándose por el pasillo, fuera. Nadia debió oírlos también, pues retiró sus manos de mi y se apartó ella misma un par de pasos con un suspiro.

- Debe ser Portia con las esmeraldas - me sonrió brevemente al tiempo que la Patrona abría la puerta y entraba en la sala, volviendo a cerrar la puerta detrás de si.

- He traído tres. - anunció Portia distraída. Al alzar la cabeza se quedó quieta, observándome a mi y después a la Condesa. - Oh, perdonadme. No sabía que estabas a medio vestir.

Compartiendo una mirada descarada con Nadia, Portia se acercó a mi y abrió el cofre que portaba, mostrándome las tres brillantes esmeraldas que reposaban en su interior de terciopelo. Las tres eran de un tamaño similar, y las tres atrapaban la cálida luz de diferentes maneras en su cristal. Una en particular llamó mi atención. Su superficie era lisa y estaba pulida en forma de lágrima. Pendía de una fina cadena de oro y la acompañaba, también, una sola perla.

Nadia sonrió cuando acerqué la mano para acariciar la joya con mis dedos.

- Ah, una elección excelente. - aprobó dando una pequeña palmada de satisfacción. - Le tengo especial cariño a esa esmeralda. Veamos cómo te sienta. - Nadia tomó la sortija por la cadena con mucha suavidad. - Gírate, por favor.

Me giré sobre mi misma y agaché la cabeza. Portia se apresuró a apartar mi cabello para ayudar a su señora. Los delicados dedos de la condesa dibujaron una ola de escalofríos sobre mi piel mientras aseguraba la cadena alrededor de mi cuello.

- Encantadora. - Nadia me asió por los hombros para darme la vuelta. - Hace juego maravillosamente con esos curiosos ojos tuyos. Debe ser tuya. - su roce se deslizó bajo la delgada cadena dorada, tirando para que la joya se asentara correctamente entre mis pechos.

Se sentía... cómoda de llevar. Sentía su energía sobre mi piel. Una alegría profunda vibraba desde el corazón de la piedra pulida. Una alegría reconfortante, misteriosa y pura.

Nadia carraspeó sin más.

- Bueno, entonces... quizás deberíamos dejarte para que te bañes - Nadia sonrió amablemente entrelazando sus manos. - ¿Portia?

La pelirroja la observó con el gesto confundido, pero no objetó nada.

- Sí, milady.

Con una última mirada salieron de la habitación, dejándome sola.

Incluso cuando ya se había marchado... Sentía el fantasma del roce de la Condesa, su mirada, siempre penetrante, siempre mirando más allá.

Mis dedos se posaron sobre la joya un momento más, antes de desvestirme completamente y sumergirme en la gran piscina.

Una vez me hube bañado, regresé a mis habitaciones; donde me esperaba sobre la cama un vestido azul, más oscuro y algo menos elaborado que el que Valerius me había manchado de vino.

Una vez vestida me dejé caer en la cama y comencé a hacer balance de los hechos sucedidos aquel día. Las pequeñas y blanquecinas espirales de incienso que aromatizaban mi habitación me ayudaron a abandonarme. Cómo todo el mundo había estallado en festejos por la celebración de la Mascarada... Lo intenso del encuentro con los cortesanos de la condesa... Cómo brillaban los ojos de Nadia al cubrirme de caprichos...

Suspiré pensando que asistiría sola a mi primera Mascarada. A saber dónde estaría Asra y cuándo volvería...

Me sorprendí entonces a mi misma jugando distraídamente con la joya. Sin quererlo, en una gradual ola de conciencia empecé a reconocer su energía.

¿Me estaría equivocando?

No, no me equivocaba. Reconocía bien el sentimiento. Era la magia de Asra, irradiando desde la gema en gentiles y calmantes ondas.

Me incorporé en la cama encerrando la esmeralda con fuerza en mi puño. Ya había sido capaz de rastrear al doctor Devorak. ¿Podría, de alguna manera... encontrar a Asra con la joya? El sólo pensamiento hizo que mi corazón se hinchara con una casi dolorosa esperanza.

Me tumbé a esperar hasta que los pasillos se quedaron en silencio... Sería media noche, quizás, cuando me deslicé fuera de mi habitación. Con la esmeralda colgando al cuello, estaba envuelta en la calma de un ensueño. El pensamiento de oír de nuevo la voz de Asra...

Deambulé por los pasillos vacíos y salí a la terraza. Abajo vi los jardines, sombríos y exuberantes. Desde lo alto podía ver que, en el centro, se dibujaba un laberinto de vegetación. Silenciosa como un gato, descendí hasta el camino del jardín envuelta en una cálida brisa. Seguí un lejano murmullo de agua que llegaba hasta mi atraído por la energía de la esmeralda. El musical rumor crecía más alto y más alto según avanzaba en mi camino, al igual que la espesura de la vegetación de los jardines se hacía más espesa y más alta Daba la sensación de estar en mitad del bosque a pesar de no haber salido de los muros del palacio.

Finalmente llegué a una fuente. Era amplia, rodeada por un borde de mármol rugoso. Una estatua en el centro reciclaba el agua del estanque, cayendo en cascada de nuevo y cerrando así el círculo. Sobre la fuente, elevándose hacia el cielo para luego caer, un viejo sauce llorón.

Y colgando del sauce...

- ¡Faust! - exclamé en el instante en quue la vi. Ella chasqueó su lengua, mirándome como si me sonriera. La primera excitación de la sorpresa dio paso a la confusión. - ¿No te fuiste con Asra? ¿Qué estás haciendo aquí?

El peso de su pequeño cuerpo cayó ansiosamente sobre mis hombros dándome un apretón amistoso. ¿Había estado rondado por aquí todo este tiempo? ¿Estaba esperándome? ¿Sabía ella que estaba buscando a Asra?

Me senté en el borde del estanque con Faust sobre mis hombros, y me incliné para mirar el agua cristalina y azul. Faust se interesó de inmediato en la esmeralda de mi cuello, su lengua siseando hacia ella mientras yo me quitaba el colgante del cuello.

Dejé que la importancia de la presencia de la serpiente resbalara sobre mi y me concentré en la sensación que emanaba de la sortija. Cerré los ojos, inspiré profundamente, sosteniendo la joya sobre el agua... Y la solté. La luz atrapaba cada reflejo verde y resplandeciente mientras se hundía hasta el fondo del estanque.

El agua empezó a cambiar, los colores florecían, las sombras se desplegaban. Cuanto más me concentraba en las sombras en el agua, más cambiaban. Antes de darme cuenta, mi reflejo empezó a desvanecerse, y en su lugar... Veía a Asra, llevándose agua a la boca con las dos manos y dando profundos tragos. Cada gota que caía de su mano enviaba ondas a través de su imagen cuando golpeaban la superficie. Estaba tan sorprendida de verlo ahí que solo pude quedarme boquiabierta en silencio, temerosa de que cualquier sonido pudiera romper aquella magia.

Entonces, él sacudió su cabeza, sus mojados rizos salpicaban en todas direcciones. Con los dedos, despacio, se secó el agua de los ojos, y cuando volvió a abrirlos, me miró directamente a mi.

- ¿Hestia? - su voz sonaba como un eco. - ¿Puedes oírme?

Yo asentí patidifusa, casi sin creérmelo. Estaba viendo a Asra a través del agua de la fuente; que parecía tan sorprendido como yo. Si este encantamiento no lo había hecho él, ¿cómo había podido yo...?

Él se inclinó hacia delante, suficientemente cerca como para que yo pudiera ver las pequeñas gotas de agua atrapadas en sus pestañas.

- Increíble - comentó, para después dejar escapar una risa musical que resonó a través del agua. Asra se reía y me sonreía, impresionado.

Podía ver que estaba sentado con las piernas cruzadas, probablemente en la orilla de un estanque. Tumbada a su lado, su montura; una extraña bestia que descansaba el peso de su cabeza en la rodilla de él.

- Ah, y Faust está contigo. - dio una palmada y se inclinó un poco más sobre el agua. - Parece que te ha encontrado bien. No estaba completamente seguro de dejarla. Pero después de esa lectura de cartas que me hiciste... Pensé que debía confiar en mi intuición.

Altas palmeras se balanceaban tras él y sobre el reluciente mar de estrellas. Su cabello captaba la luz de las estrellas en cada tirabuzón. Faust hundió su cola en el agua, enviando pequeñas ondas a través de la imagen.

- Faust, pareces animada. - Asra saludó también a su serpiente hundiendo una mano y mandando ondas a través de la imagen. - Estar cerca de Hestia te lo provoca, ¿a que sí?

- Me alegra tenerla junto a mi - le dije dedicándole a la pequeña serpiente una mirada de cariño. Faust parecía muy orgullosa de si misma.

Me había repuesto de la sorpresa de encontrarla, y efectivamente estaba más que aliviada de tenerla cerca. En el reflejo, Asra parecía también bastante satisfecho.

- También me alegra que estés aquí, Asra - añadí.

Sus mejillas enrojecieron, y la bestia que descansaba en su rodilla dio un resoplido.

- Veo un sauce detrás de ti... - Asra carraspeó, sonriendo tímidamente. - ¿Estás en Palacio?

Asentí con la cabeza, e inmediatamente me lancé a contarle todo lo que había pasado desde que nos separamos. Cuanto más hablaba, sus ojos brillaban más con gran interés.

- Increíble. -comentó, torciendo un poco el gesto. El día que marché fue el día que más me necesitabas. - evitaba mirarme directamente; una ligera culpabilidad se filtraba a través de sus palabras. - E incluso entonces ni siquiera me necesitabas realmente. - bajó los ojos, pero los levantó enseguida y siguió hablando con una brillante sonrisa. - Estoy feliz de que Faust esté contigo, al menos. Si algo os ocurriera a alguna de vosotras, lo sabré.

Sonreí a mi maestro y decidí a un tema menos grave:

- Pareces cansado.

La expresión de Asra era adormilada, pero feliz. Su escapada secreta debía haber sido satisfactoria.

- No me siento cansado - sonrió. - De hecho, estaba a punto de meterme en el agua, pero has aparecido.

- Menos mal - imité su risa imaginando cómo hubiera sido si hubiera tardado unos minutos más en tirar la piedra en la fuente. Faust se deslizó por mi regazo para olfatear el agua.

- Faust se está abriendo a ti - Asra se deshizo de su turbante, alborotando sus rizos a lo negro de la noche. - Puede que sea hora de hacer yo lo mismo.

Mi cara debió de ser un poema, porque le hice reír; alto y desenfadado.

- No, enserio. - dijo tratando de adoptar una postura seria que hiciera más veraces sus palabras. - Es verdad. Quiero empezar a ser más honesto contigo.

Dudé un momento de él, no sabiendo bien qué responderle a eso. Llevaba tanto tiempo esperando esto, que se abriera a mi... Que ahora que llegaba no sabía cómo reaccionar.

Carraspeé.

- Está bien. - le animé, dándole un voto de confianza.

Él sonrió complacido y animado.

- ¿Qué tienes en la mente? - me preguntó, inclinándose hacia delante como si quisiera estar más cerca. Su voz sonaba opacada por la distancia pero al mismo tiempo sentía como si estuviese sentado justo a mi lado. - Pregúntame lo que quieras. Todo lo que yo te pido... es que tú también empieces a ser más honesta conmigo.

Traté de no dejar que viera la sorpresa en mi rostro. Yo creía que siempre había sido bastante con él. Su mirada amable me bañaba ahora, proporcionándome calma. Pero tenía unas cuantas preguntas que luchaban por salir de mi boca. Era mi oportunidad. No podía estar segura de que fuese a mantenerse abierto a mi para siempre.

- ¿Quién es Nadia para ti? - pregunté. No podía ser casualidad que la esmeralda, posesión de la condesa, me hubiera llevado hasta Asra. ¿Qué conexión tenían? Además, había notado algo en la manera que Nadia hablaba de él... como si se conocieran.

- Bueno... - Asra titubeó y se rascó la barbilla. - Ella fue una querida amiga una vez. Podíamos hablar de cualquier cosa, de todo, durante toda la noche. Confiábamos el uno en el otro. Durante un tiempo... - mi maestlevó la mirada al cielo, bajando el tono de voz. - Pero ahora somos extraños.

- ¿Por qué? ¿Pasó algo? 

- Mhm. - asintió. - Valiosos amigos, valiosas experiencias... Te asombraría lo que la gente puede llegar a olvidar. Cuando no se quiere recordar... - con un profundo suspiro y sacudiendo la cabeza, Asra disipó el pesado ambiente. Me sonreía. - ¿Hay algo más en tu mente, quizá?

Sus centelleantes ojos buscaron profundamente en los míos, sin decir una palabra más. Supuse que sacar el tema de la condesa Nadia no había sido la mejor de las ideas para que se abriera a mi. Tampoco había sido muy esclarecedor, y no parecía que fuese a añadir nada más. Suspiré, y negué con la cabeza.

- Se está haciendo tarde - dije. 

- ¿Sí? - sonrió comprometido, rascándose la cabeza. - El tiempo aquí es extraño - se disculpó como si de verdad se creyese que era demasiado tarde como para seguir hablando. - Ve a descansar, Hestia. Te veré pronto. Sé que me encontrarás.

Y con esas  últimas palabras Asra se inclinó sobre el agua. Acercó su mano, y con un toque dispersó la imagen. Se había ido. Me quedé observando mi propio reflejo, ahora solitario en la superficie de la fuente. 

Faust parecía decepcionada observando igualmente la superficie en busca de su familiar mientras yo me ponía en pie.

- Vamos, Faust. - dije soltando un suspiro. Me sentía cansada. - Lo sé. Le veremos pronto. 

De mala gana se deslizó por mi brazo para descansar sobre mi. Su presencia calmaba la extraña sensación punzante de mi pecho. Sacudiendo mi cabeza, recogí a la serpiente entre mis brazos y volví por donde había venido.

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