IV. Un elefante en una cacharrería
Vuelvo a estar en el terroso camino. El viento azota la arena del color del óxido. Las gruesas y oscuras nubes que cuelgan sobre mi cabeza son más pesadas que antes. Pero si estoy soñando otra vez... ¿dónde está Asra?
El implacable viento me quema los ojos mientras busco en el desolador paisaje. Más adelante, demasiado lejos para alcanzarlo, Asra continúa en compañía de la pesada bestia. Se han detenido ante una bifurcación en el camino. Un camino lleva hacia el este, el otro hacia el oeste. Asra desmonta a la criatura, dando un par de palmadas en su lomo. La criatura toma el camino del este, mientras Asra decide ir por el oeste. Justo en ese instante, sé que ha tomado el camino equivocado.
- ¡No es por ahí! - le grito. - ¡No otra vez!
Su cabeza se gira. Incluso desde la inabarcable distancia, siento que nuestras miradas se cruzan.
- ¿...Hestia? - habla él. Su voz no es más que un susurro lejano que trae el viento.
Con toda la voluntad de mi cuerpo trato de llegar a él, me inclino, lo suficientemente cerca como para coger su mano. Cuando nuestras manos se rozan, sus ojos se abren como platos... Antes de que todo a nuestro alrededor se disuelva y desaparezca.
En el sueño, es ayer. Me encuentro en la tienda, barriendo una botella que acabo de tirar; de leche de murciélago en polvo, cuando Asra entra en la sala.
- ¡Hestia! - me llama, entusiasmado. - Espera a ver lo que el bosque guardaba hoy para nosotros.
Hongos, frutas y raíces se desparraman por el mostrador, desde la bolsa que Asra traía consigo. Él se apoya en sus codos, con sus manos bajo su barbilla, mirándome expectante, deleitándose.
- ¡Wow! Es mucho... - digo, sorprendida ante la cantidad de comestibles e ingredientes para pociones que ha sido capaz de reunir. - Esto es mucho más de lo que necesitamos.
- Mejor que sobre que no que falte - guiñó un ojo hacia mi. - No quiero dejarte aquí con nada más que pan de calabaza.
Ahora, una mezcla de preocupación y tristeza cruzan su rostro. Con mis manos ocupadas, Asra acerca una mora a mis labios y le doy un bocado. Mastico lentamente; no sabe a nada.
Dejarme... Acaba de decir que se va. Es cierto. Este es justo el momento antes de que empezara a recoger sus cosas para irse.
En ese entonces ya quería decírselo. Ahora, no puedo recodar por qué no lo dije... Y no puedo retenerlo por más tiempo.
- Quiero ir contigo - declaro. Asra parpadea sorprendido, deja caer su mirada y suspira.
Sus suaves manos me cogen la cara con delicadeza, mientras me mira profundamente a los ojos.
- Lo sé. Desearía llevarte conmigo, es solo... Es muy arriesgado - dice.
Adonde quiera que vaya, siempre está muy lejos, debe ir muy rápido, o es muy arriesgado para mi...
Pero no para él.
- Entonces no vayas - le digo descarada. Una pizca de enfado se instala en mi pecho.
Despacio, sus manos se deslizan a ambos lados de mi cuello, y bajan por mi espalda; su pulgar recorre suavemente mi columna.
- ¿Que no me vaya? - puedo escuchar la tensión de anhelo en su voz. - Desearía poder quedarme. Pronto no tendré que ir a ningún lugar donde no puedas venir conmigo. Es solo... Sigues aprendiendo, Hestia. Nunca antes has viajado por esos caminos. Incluso si te llevara de la mano durante toda la travesía, un paso en falso podría separarnos... Y sería un millón de veces más peligroso tratar de encontrar el camino de vuelta tú sola.
No queda más que resignación en mi garganta.
- Así que debes irte, y yo debo quedarme... - dije. Asra se muerde el labio, pensativo. Da un paso atrás, acariciando lo largo de mis brazos con sus manos.
- Esta vez hablas muy enserio, ¿eh? - una sonrisa culpable se forma en su rostro. - Rechazarte es aún más difícil cuando los dos queremos lo mismo. Tú no quieres quedarte atrás, y yo no quiero dejarte. Pero... A veces no podemos tener lo que queremos, incluso cuando nos parece lo correcto. Te traeré lo que tú quieras, ¿de acuerdo? Lo que sea.
Su pequeña disculpa me parece sincera... Arrugo mi frente, y él aprieta mis manos, volviendo a disculparse con la mirada. No quiero regalos. Quiero estar donde él esté... Por un momento había pensado que él también. Agarro sus manos y le miro a los ojos. Si tengo que ser yo la que aclare las dudas, lo seré.
- ¿Me quieres a tu lado? - suelto de una vez.
Puedo sentirlo irradiando de él como oleadas, como si no pudiera contenerlo. Sí. Sí. Sí. Quiero estar a tu lado. Te necesito. Te echo tanto de menos.
Su energía estaba hablando conmigo.
Un pequeño temblor recorre sus manos, y sus dedos se deslizan suavemente entre los míos mientras baja la mirada.
- Y-yo... No puedo - dice. - Si sólo supieras... - cuando vuelve a levantar los ojos, me mira con tanta claridad que todo lo demás se desenfoca. - Eres más sincera en sueños.
Su voz resuena a través de mi conciencia, suave y llena de promesas. Justo como lo recordaba, Asra coge una flor y la desliza detrás de mi oreja antes de que pueda hablar.
Mi mente se aferra a los últimos vestigios del sueño, pero es inútil. Ya ha comenzado a desvanecerse.
»La luz del sol me acariciaba la cara. Abrí los ojos con un gemido.
La habitación estaba iluminada por los tonos anaranjados de las primeras luces del alba. Era espaciosa; las paredes decoradas por un suave color rojizo. Las sábanas entre las que estaba envuelta, de un morado algo más oscuro, igual que el terciopelo del dosel. Un pequeño escritorio de madera se situaba en el centro, y un ancho diván quedaba entre la mesa y la cama.
- ¡Buenos días, Hestia! - la voz de Portia se alzó en la habitación al tiempo que entraba en ella, portando una bandeja de plata y un paquete de telas perfectamente dobladas. Haciendo malabares con ambas manos, lo dejó todo en la cama mientras me incorporaba. - ¡Qué maravilloso amanecer! ¿Has dormido bien?
Estiré el cuello para comprobar que lo que había en aquella bandeja era mi desayuno. Todo tenía una pinta exquisita, y por supuesto, había muchas más viandas de las que podría ingerir.
- La condesa te espera en la Biblioteca, una vez hayas desayunado y te hayas vestido - explicó, sonriente, señalando al paquete de telas. - Estaré esperándote en el pasillo.
Portia desapareció tras la puerta, cerrándola de nuevo. Moví la bandeja y eché hacia atrás las sábanas, saliendo de su calor. Engullí aprisa algunos de los manjares del desayuno: no quería tener a la condesa esperando. Los pastelitos estaban calientes y tiernos, cada uno más delicado y sabroso que el anterior.
Desdoblé las telas, las cuales flotaron ante mis ojos al sostenerlas en el aire para admirarlas. Era un vestido asimétrico con cordones y adornos enjoyados.
Mis ojos brillaron sobre los destellos que desprendía la finísima pedrería. Nunca en mi vida había visto un vestido como aquel; mucho menos me lo había puesto.
Reprimí un chillido y me deshice del camisón con prisas, desechándolo sobre las sábanas revueltas; impaciente por probarme aquella obra maestra. Tras un par de segundos de investigar todos los cierres y todas las partes de la prenda, quedé finalmente vestida, envuelta entre toda esa bambula. Miré hacia abajo para observarme, sonriendo de oreja a oreja; y esta vez riendo, di un par de vueltas sobre mi misma. No me importaba si alguien me escuchaba desde el pasillo: a carcajada limpia comencé a hacer florituras y comprobar lo bien dispuesto de las mangas. A dar vueltas y más vueltas para ver volar las faldas a mi alrededor.
Tomando una profunda inspiración para calmarme, y sin dejar de sonreír, me calcé mis sandalias y me lancé hacia la puerta.
Como había prometido, la patrona estaba esperándome. Sus ojos se iluminaron al verme.
- ¡Oh, Hestia! - sonrió, dando una palmada en el aire. - ¡Estás preciosa!
Había tratado de ocultar mi emoción a los ojos de Portia, pero no pude evitar volver a dar una vuelta sobre mi misma. Una carcajada salió de mis labios al hacerlo.
- No puedo creer que lleve puesto este vestido - admití, todavía risueña, hacia la patrona.
Ella acompañó mi comentario con una risa aguda.
- Puedes ir acostumbrándote. - ella me guiñó un ojo, haciéndome un ademán con la mano para que comenzáramos nuestro camino. - Milady tiene muy buen ojo para la moda.
Portia, haciendo girar sobre el eje de su dedo un gran manojo de llaves, se detuvo ante un monstruoso panel en la pared. Al detenerme con ella, no pude evitar echar la cabeza hacia atrás y soltar una exhalación de sombro al contemplarlo. Era mágico, majestuoso, gigantesco... Nada que se pareciera a algo que yo hubiera visto jamás.
Dos portones se alzaban hasta el techo, amoldándose perfectamente en todo lo ancho que era el pasillo, en una riquísima y gruesa madera pulida. Tan finamente pulida estaba, que esta reflejaba en su superficie ondulaciones de los tonos pastelosos de la miel. Un gran árbol en el apogeo de su madurez había sido tallado en dicha madera con una complejidad vertiginosa, y sus hojas, en relieve, poseían decoraciones de joyas incrustadas, piedras preciosas y madreperla.
El aliento escapó de mis pulmones como una exhalación; dejándome completamente atónita y sin palabras. Sin siquiera pestañear me acerqué con cautela al panel, acercando mi mano todavía absorta en su contemplación.
- Precioso, ¿a que sí? - la voz de Portia sonó cerca a mi espalda, haciéndome detener el avance de mi mano a escasos milímetros de una de las esmeraldas que pendían de una de las hojas del árbol tallado. Por un momento temí que, aunque el panel pareciera ser robusto, infranqueable e indestructible, yo me hallara en un sueño y se desvaneciera al más mínimo roce. - Es de la propia creación de la señora. - giré la cabeza por encima de mi hombro para mirar a la patrona, que miraba el panel con los ojos brillantes. Casi parecía que las piedras preciosas se reflejaban en lo acuoso de su iris. Mi boca se frunció en una perfecta "o" ante aquella revelación. - Lo mandó construir casi al instante de poner un pie en palacio. La condesa aprecia mucho el valor de lo que guarda.
Portia debía estar acostumbrada a ver aquellos portones casi a diario, y sin embargo y a mis ojos, lo contemplaba aún como si fuera la primera vez que lo viese. La pelirroja dejó escapar un suspiro, saliendo de sus pensamientos, y manoseó el manojo de llaves que colgaba de su dedo. Este tenía alrededor de una docena; cada llave tallada suavemente de la misma madera que el panel, cada una incrustada con una joya diferente.
Me aclaré la garganta y di un paso hacia atrás, maravillada también por aquel delicado y minucioso trabajo; como queriendo dejar espacio a la patrona para abrir el panel. Un espacio que no necesitaba, claro; había suficiente hueco como para un regimiento. Sin embargo, no quería perderme nada en el proceso de apertura de aquella colosal construcción.
Una por una, Portia encontró las cerraduras en el panel. Cada llave coincidía con una de las hojas del árbol y, con cada llave, las raíces comenzaron a desenroscarse unas de otras, soltándose del suelo. Cuando todas las cerraduras fueron abiertas, el panel se plegó sobre si mismo a ambos lados, como un abanico de papel.
Sin habla y sin aliento ante el espectáculo, y cuando ya pensaba que no podría haber algo más asombroso y mágico que aquello, me di cuenta de que sí; que el palacio podía sorprenderme un poco más.
En el interior había libros por todas partes. Estanterías de libros forrando las paredes, creando pasillos a partir de estas, alcanzando un techo que casi no podía llegar a ver. Las enredaderas surcaban las estanterías, creciendo allá donde incidían los etéreos rayos de sol que entraban por las numerosas ventanas. Bóvedas de cañón dividían los pasillos en dos mitades, en ellas abiertos también algunos óculos para permitir el paso de la vegetación, pendiente de las arcadas de madera. Al término de cada bóveda, al final de cada pasillo, un único y monstruosamente gigantesco ventanal, de hierro y cristal, incrustado con vidrieras de colores azules, rojos y verdes. El mutismo se expandía sobre el suelo como la espesa niebla del amanecer, cubriendo nuestros hombros, casi pesado sobre nuestras cabezas.
Portia carraspeó a mi lado rompiendo el silencio, posando una mano en mi hombro; mirándome con una sonrisa divertida bailando en sus labios.
- Podría decir que una se acostumbra a esto, pero estaría mintiendo. - me dijo, ampliando la sonrisa de su rostro. Parecía haber percibido lo acelerado de mi corazón y la agitación de mi respiración ante las gloriosas vistas. - Vamos, la condesa te espera.
Asentí, incapaz de articular palabra, y la patrona comenzó a caminar a través del ancho pasillo conmigo pisándole los talones. Incluso el eco de nuestros pasos parecía haber adquirido un tono de secretismo, de la grandiosidad escondida que se encerraba en cada rincón de la biblioteca.
La condesa, efectivamente, nos estaba esperando, sentada en una de las butacas bajo el ventanal. Con un libro abierto sobre su regazo, lo cerró suavemente al oírnos llegar. Sus ojos brillaron con aprobación cuando se posaron sobre mi.
- Hestia. Estás radiante - me halagó, dedicándome una sonrisa satisfecha. Hizo un gesto hacia los altísimos estantes que nos rodeaban. - ¿Lees?
Asentí con la cabeza. La condesa abrió los ojos como platos, para después tratar de disimular su sorpresa parpadeando rápidamente. Esbozó una sonrisa amable.
- Ah. De alguna manera, sospechaba que lo hacías. - Nadia entrelazó las manos sobre su regazo, relajando el gesto de sus cejas. - Es un gran regalo, la lectura. De donde yo vengo, es compartido entre todos los ciudadanos. Lamentablemente, es poco común aquí - la condesa se levantó de su asiento con elegancia, y comenzó a caminar hacia uno de los pasillos de estanterías. - Por aquí, por favor.
La condesa nos adentró entre las estanterías. Portia nos seguía, acompañada por el tintineo de su manojo de llaves. Yo, por mi parte, no podía dejar de mirar todos los libros. Mis dedos se morían de ganas por recorrer los lomos de todos ellos, pero, mordiéndome el labio inferior, me contuve.
- Aunque pueda parecer lo contrario, el hibiscus es un excelente método de conservación de los tomos. - explicó Nadia en un tono casual, rozando con sus dedos una de las enredaderas intrincadas en una gruesa estantería. - Hestia... - la condesa me llamó confidencial, casi en un suspiro; en un ronroneo complacido. - Eres mi invitada. Si alguna vez deseas volver aquí, sólo tienes que pedirlo. - concluyó, sin girarse a mirarme. El corazón me latía aprisa y la sangre comenzaba a subírseme a las orejas ante la idea de poder recorrer la biblioteca a mi antojo. - Pero, por el momento... Depositaré aquí toda tu atención.
La condesa se detuvo ante un hueco, anidado entre las estanterías.
Una minúscula ventana iluminaba lo escaso del recinto. Un rayo de sol daba luz a un escritorio situado bajo ella. Pequeñas motas de polvo flotaban en el ambiente, bailando sobre la luz amarillenta que entraba por la ventana. En el suelo, junto a la mesa, una silla volcada, también cubierta de polvo. Otra única silla la acompañaba, esta en pie. Libros, revistas, papeles y pergaminos cubrían cada centímetro de la mesa. En un rincón, una pila de cojines descansaba inmóvil, aún con la marca de un cuerpo sobre ellos.
A pesar de aquel desorden, todo estaba cuidadosamente organizado. Aquel había sido el lugar de estudio de alguien; un lugar preservado en el tiempo.
- Este era el escritorio del doctor Devorak. - Anunció Nadia, detenida a mi lado. De puntillas, estirando el cuello sobre mi hombro, Portia observaba el espacio. - El doctor trabajaba en Palacio; al igual que tu maestro Asra - Nadia giró su cuerpo para mirarme brevemente. - Trataban de elaborar una cura para La Plaga.
La sangre se heló en mis venas; haciéndome contener sin querer la respiración al volver a pasear mis ojos por el espacio. Asra me había contado que La Plaga Roja, como la llamaban, barrió la ciudad como un incendio forestal. Reclamó jóvenes y viejos, fuertes y débiles. No había forma de anticiparse a ella; no había forma de saber quién perecería.
Sin embargo, hacia tres años que parecía que La Plaga se había ido por donde había venido.
- Físicos, científicos, alquimistas, adivinos, magos y hechiceros... - Nadia volvió a hablar tras el silencio en el que las tres nos habíamos sumido. - Todos fueron invitados a palacio con la esperanza de que nuestros recursos pudieran ayudar en su investigación. Asra aceptó nuestra invitación a palacio. También la aceptó el doctor. Tal vez... - Nadia dirigió su ensombrecida mirada hacia la minúscula ventana del improvisado despacho. - Tal vez Devorak ya estuviera tramando algo por aquel entonces...
Nadia dejó que sus palabras flotaran en el aire, entre la luz y el polvo. También yo dirigí mi mirada hacia la ventana. El minúsculo vano daba al jardín; se podía escuchar el callado y lejano rumor del agua.
Nadia se aclaró la garganta.
- El escritorio y sus contenidos han sido examinados hasta la saciedad - me informó, gesticulando con una de sus delicadas manos hacia la mesa. - Nada revelador se ha encontrado jamás - un profundo suspiro salió de su garganta; solo para volver a tomar una respiración antes de hablar. - Pero tal vez tú puedas encontrar un mejor uso para todo esto. - Giré mi cabeza hacia la condesa. - Es la mejor pista que puedo ofrecerte - Nadia se encogió de hombros con resignación, girándose para quedar frente a mi. Sus dos refinadas manos se posaron en mis hombros. - La búsqueda del doctor Devorak está ahora en tus manos. Puedes proceder como mejor te parezca. - Dejando un vacío calor sobre mi piel retiró sus manos, entrelazándolas a la altura de su ombligo; el mentón para dedicarme una amable sonrisa. - Sólo te pido que, esta noche, te reúnas conmigo para cenar.
Asentí con la cabeza, a lo que la condesa ensanchó la sonrisa en su rostro. Asintió satisfecha, y sin añadir una sola palabra más, giró sobre sus talones con elegancia y comenzó a deshacer sus pasos. La presencia de la condesa Nadia había dejado un rastro a jazmín en el improvisado despacho. Sus pasos, y los de Portia siguiendo su estela, llegaban hasta mi en un eco lejano.
En la biblioteca no se escuchaba más que el trino de los pájaros en el exterior, los libros callados y mi respiración.
Con lentos e inseguros pasos me acerqué hacia la pila de cojines, acuclillándome a su lado. Estiré un brazo, acariciando el polvoriento tejido con mis dedos. Un cosquilleo me acompañó el tiempo que duró el contacto con los cojines, identificando en ellos escasos restos de la magia de Asra. Conocía tan bien su sensación y su olor que no me cupo ninguna duda: mi maestro había estado allí.
Volví a ponerme en pie, dejando escapar una rápida exhalación. Asra había conocido al doctor. Asra conocía al doctor. Habían trabajado juntos, en este mismo despacho.
Acorté distancias con el escritorio, al que miré largamente durante un par de segundos. Me daba apuro el solo pensamiento de revolver entre las cosas del doctor Devorak. Julian había trabajado codo con codo junto a mi maestro durante la etapa más difícil de la Plaga. Ahora, acusado de asesinato, el doctor campaba a sus anchas por Vesuvia.
Cientos de dudas me asaltaron entonces. ¿Y si a alguien se le ocurría relacionar a mi maestro con Julian, y por consiguiente, con el asesinato del conde Lucio? La condesa parecía haber obviado esa posibilidad. Sin embargo... yo no estaba tan segura. No creía que Asra fuese capaz de haber hecho tal cosa... pero a alguien se le podría ocurrir. Alguien podría recordar algo, y acusarlo.
Me sentí ansiosa de pronto. Tenía que encontrar al doctor Devorak. Tenía que encontrarlo, fuera como fuese. Tenía que averiguar qué había pasado. Cuanto antes. No podía dejar que nada le ocurriese a mi maestro. No podía dejar que nadie atara cabos como lo acababa de hacer yo.
Tragué saliva. No quería ni pensar en lo que sucedería si encontraba al doctor. No quería ni pensar en lo que sucedería si se iba de la lengua. Si es que acaso había algo por lo que irse de la lengua.
En mi cabeza todo eran conjeturas.
Apoyé ambas manos en el escritorio, descansando mi peso en ellas. Decidida, paseé mi mirada sobre todo lo que una vez hubo pertenecido al doctor, tratando de encontrar algo que me ayudase a llegar hasta él.
Me puse a rebuscar, frenética. Cuadernos de cuero desgastados, pergaminos dejados de cualquier manera en un cajón... Y unos folios dejados con esmero en una esquina, sin que nada más los rozara. Me incliné sobre ellos. Sus meticulosos dibujos llamaron mi atención. Sus pulcras líneas contrastaban con la inteligible y nerviosa escritura del doctor. De alguna manera, sus patrones y sus formas me resultaban familiares, como si ya las hubiera visto antes.
Tenía que ser aquello. Si había estado tan bien cuidado, tan bien conservado... Tenían que significar algo.
Seguí el trazo de los extraños dibujos con la yema de mi dedo, y los pelos de mi brazo se erizaron. Ahí. Un eco de... desesperación, y de un propósito resuelto. Era un rastro débil, en el mejor de los casos; pero pude sentir en mi interior lo que el doctor estaba sintiendo cuando hizo esos dibujos.
Aquel frágil trozo de papel... Era algo que le importaba al doctor. Algo que conectaba con él.
Sonreí. La excitación y la aprensión aumentaron en mi cuerpo. Podría usar aquello. Con el pergamino y la ayuda de mi magia... Podría ser capaz de encontrarle.
Dirigí la mirada hacia la ventana, hacia el cielo que se veía a través de ella. Era pasado el medio día. Si era rápida, me dije, podría estar de regreso en Palacio para la cena con la Condesa.
El sol comenzaba a hundirse en el cielo mientras hacía mi camino de regreso a la ciudad. Mi respiración se entrecortaba con los temblores de ansiedad que invadían mis entrañas, extendiéndose hasta las puntas de mis dedos. Nunca había usado la magia de esta forma; sola no. Siempre había tenido a Asra a mi lado...
Asra. Los ecos de su cálida voz calmaron mi mente. Empieza con tu respiración. Sigue con tu corazón, y estate presente.
Encontrando la calma que necesitaba, llamé a mi magia, sujetando entre mis manos el pergamino. Una sensación de hormigueo crecía en la base de mi cuello. Seguí el sentimiento que me llevaba lejos del palacio, a través de las calles de la ciudad.
Llegué a una estrecha y resbaladiza callejuela, situada en el extremo sur de Vesuvia. Una calle en el oscuro Distrito del Sur.
Los gondoleros surcaban con calma el canal que quedaba abajo, a mis pies, bajo las inseguras pasarelas de madera. Sus aguas turbias y oscuras dividían ambas calles, separando de forma insalvable las hileras de casas y tabernas. Todas las edificaciones se elevaban complicadamente hasta el cielo, agrupadas unas encima de otras, como si las hubieran querido meter allí a la fuerza.
Nunca había ido mucho por aquella zona de la ciudad, así que seguí dejándome guiar por el hechizo. Caminaba con cautela sobre las pasarelas; que chirriaban con cada uno de mis pasos. Las calles, que en algunos Distritos estaban configuradas a través de escaleras, aquí todo eran pasarelas de madera y puentes colgantes. No me parecía ni estar en la misma ciudad. Las calles aquí estaban sumidas en el silencio y envueltas en sombras; rodeadas de un oscurantismo que conseguía ponerme los pelos de punta. Como descubriría después, el jaleo estaba dentro; no en las calles.
De pronto, una puerta frente a mi se abrió violentamente, arrojando una cálida luz hacia tres escalones de piedra.
Una voz habló desde dentro de la estancia, revelando una mano enguantada aferrada al marco de la puerta:
- Oh, volveré. Sólo voy fuera a coger algo de aire.
Un hombre alto y pelirrojo con un parche sobre su ojo derecho salió de dentro, bajando las escaleras de forma distraída, con una sonrisa sobre sus delgados labios.
Me detuve en seco, y el corazón se me subió a la garganta. Mi hechizo... había funcionado. Allí le tenía, todo para mi. El doctor Julian Devorak sacudió la cabeza, aún sin haber reparado en mi presencia.
El corazón golpeaba rápido y fuerte contra mis costillas. Había estado tan enfrascada en la tarea de encontrarle... Que no había pensado qué hacer cuando le encontrara.
Traté de retroceder en silencio, con cautela; pero algo se enroscó en mi tobillo y me derribó, haciéndome caer hacia atrás en el interior de un barril vacío con gran estruendo. Me quedé doblada sobre mi misma, mirando al cielo y agitando inútilmente mis extremidades. Maldije en mi cabeza un par de veces, y en voz alta otras tantas. Estaba encajada.
- Vaya, una gran caída.
Un rastro de diversión se coló entre las palabras del doctor, haciendo eco en el barril en el que estaba metida mientras sus pasos se acercaban.
- ¿Estás bien?- el doctor se inclinó, ofreciéndome su brazo. Sin embargo, retrocedió cuando vio mi cara. - ¿La... la brujita? ¿Qué haces aquí? - preguntó sorprendido, abriendo mucho los ojos. Después frunció el ceño y estiró sus brazos hacia mi. - Vamos, arriba - Sus manos se aferraron a mis muñecas, y con un agarre firme, me sacó del profundo barril como quien saca un caracol de su concha.
Con el impulso me di de bruces contra el amplio, reluciente y fornido pecho del doctor. Por un momento, su ojo se encontró con los míos, sorprendido ante nuestra repentina proximidad. Entonces, dándome una palmadita amistosa en los brazos, me soltó.
- Me atreveré a preguntar qué es lo que te trae por este lado de la ciudad - el doctor hablaba mirándome, curioso y expectante.
Abrí mi boca, pero de ella no salió ni una palabra. ¿Por dónde empezar?
El doctor me lanzó una mirada de complicidad, y echó un vistazo a la puerta abierta de la taberna. Su cálida luz brillaba entre nuestros cuerpos. Él se giró hacia mi con un brillo extraño en el ojo.
- Corre el rumor de que estás trabajando para Palacio - dijo, cruzando los brazos sobre su pecho. - Estoy seguro de que, bueno, hasta ahora; has oído interesantísimas historias sobre mi.
Asentí con la cabeza. Eso era cierto, aunque fuera una gran subestimación de su persona.
- Pero todavía no has oído mi versión del cuento, ¿verdad?
Eso también era cierto. Todo lo que sabía era lo que la condesa me había contado, los carteles de se busca, los confusos rumores...
- Además, aún te debo la tirada de cartas - una sonrisa se ladeó en su rostro. - ¿Tienes sed? Yo invito.
Crucé ambos brazos sobre mi pecho, mirándole finalmente con una ceja arqueada.
- No tengo sed.
Julian soltó una sonora carcajada, como si mis palabras fueran lo más gracioso que hubiera escuchado en mucho tiempo.
- ¿No? - se inclinó un poco hacia mi, arqueando una ceja, como si fuera a contarme un secreto. - Bueno, la verdad es que yo nunca me he sentido así.
Una pequeñísima sonrisa se esbozó sobre mi boca ante sus palabras. Vale, aquel hombre era divertido. Pero... él era un fugitivo. El fugitivo que yo andaba buscando, y del que necesitaba respuestas urgentes.
Vacilé sólo un instante. Aquella podía ser mi mejor oportunidad para interrogarlo.
- Bien - me di por vencida, lanzando mis manos al aire. - Si quieres contarme tu versión de las cosas... Te escucharé - dije, mirándole directamente a su ojo. Estaba siendo sincera.
El doctor abrió mucho su ojo mientras el color teñía de pronto sus mejillas.
- ¿Lo harás? - se inclinó un poco sobre mi, más que sorprendido. Desvió su mirada, alternándola entre la puerta de la taberna y yo. - Bien, bien. Por supuesto. Tú solo, uh, sígueme...
Me hizo señas para subir los escalones de la puerta, abriéndola para mi. Una pared de ruido me golpeó de pronto. En la madera se podía leer, tallada con prisas: Rowdy Raven.
Observando el amplio y jubiloso espacio que se me mostraba, tan diferente a las tabernas que frecuentaba con Asra, noté la vacilante mirada del doctor sobre mi nariz. Cambié mis ojos a su cara, sólo para hacerle sonrojarse. Arqueé una ceja ante su reacción, pero él pareció obviar mi gesto.
- Uh, eh... Vamos - sus dedos enguantados se deslizaron con tiento sobre la piel de mi mano, asiéndola delicadamente.
Bajé la vista hacia aquel inesperado contacto: era mi turno de sonrojarme. Con un suave tirón, me guió entre las mesas.
Ni siquiera era la hora de la puesta de sol, pero la taberna funcionaba a todo trapo. El ruido era cacofónico.
El camarero, ancho, con una cicatriz en la cara y armado con un barril sobre el hombro, le dirigió al doctor un descarado saludo cuando pasó a nuestro lado; haciendo alusión a lo bien acompañado que estaba. Un borracho que carcajeaba sin parar balanceaba en el aire su pierna de madera, la cual el doctor hizo a un lado educadamente con su mano libre. La tabernera servía las cenas entre risotadas, llevando su bandeja en alto; sorteando en ocasiones los vasos voladores.
Mi escolta me llevaba hasta la parte de atrás, bastante menos ocupada que la cercana a la puerta. Se detuvo ante una mesa vacía, cuyas mesas vecinas también lo estaban.
- Ponte cómoda - me dijo, deshaciéndose en una caricia de mi mano. - Volveré en un instante.
Contoneó su cintura para pasar junto a mi y se dirigió, con actitud desenvuelta, hacia la barra.
Traté de quedarme quieta y sentada mientras paseaba la mirada a mi alrededor. Cerca, un par de ancianas se encorvaban sobre una partida de cartas, animadas por una multitud que reñía y vitoreaba. En la barra, el doctor hablaba con el camarero. Ambos hablaban de cerca, con una alegre sonrisa estampada en sus rostros, como si estuvieran de celebración. Por su postura corporal y su proximidad... parecían conocerse bien. Ambos estallaron en carcajadas ante lo que imaginé que sería alguna broma.
Julian parecía estar perfectamente a gusto, en su salsa... Tan diferente de cuando le conocí en la tienda.
Desvié la mirada cuando el camarero decidió señalarme, haciendo que el doctor girara su cabeza también hacia mi. En su lugar, dejé mi vista fija en un rincón; donde un pequeño grupo de músicos tocaban una alegre melodía con un violín, un laúd y un acordeón. Algunas de las mesas comenzaron a cantar a grito pelado una canción entonada alegremente, alzando sus jarras de bebida en alto. Una mesa contagiaba a otra, y pronto casi toda la taberna estuvo acompañando a los músicos con sus estruendosas voces:
- Otra vez es igual:
el silencio reina,
la ciudad está dormida...
Otra vez me hablas con esa ironía extraña
y un infierno se desata...
Si pudiera congelar el tiempo
y volverme cenizas,
y deshacerme cuando sople el viento
que nadie sabe donde habita...
Cantad tan fuerte
que no pueda pensar que nada quedará como estaba,
como si no hubiera mañana que nos fuera a atrapar;
hoy es el principio del final...
Y te prometo que no voy a llorar
yo te prometo que no voy a llorar, no...
Y si pudiera congelar el tiempo y volverme cenizas,
y deshacerme cuando sople el viento
que nadie sabe dónde habita...
Si no fueran nuestros sueños pesadillas,
y todos los deseos utopías;
volvería
en un acto total de rebeldía...
Y ahora que rodamos por el suelo
voy sintiendo
que volvemos
al comienzo...
Julian dejó las jarras con un golpe seco, haciendo que un poco de su líquido salpicara en la superficie de madera. La taberna siguió con su canción, pero yo dejé de prestarle atención. Parpadeé, girando mi cabeza hacia él.
- ¿Sabes? - habló, sentándose frente a mi. - Nunca he sabido tu nombre.
Entrelazó sus dedos sobre la mesa entre nosotros, dedicándome una sonrisa amable y una mirada de aliento. Mirándole incrédula, acerqué una de las jarras hacia mi.
- Hestia - dije, asiendo la jarra por el asa y llevándomela a los labios.
- Ahh. Hestia. Todo un nombre - Julian hizo un floreado gesto con la mano, inspirando profundamente por la nariz antes de volver a hablar. - Parece que ruede fuera de la lengua - me guiñó su ojo, cerrando sus dedos entorno a su propia jarra.
Bebí tranquilamente de la mía. Julian había pedido hidromiel para mi. Tragué complacida el dulce líquido, me relamí los labios y hablé:
- Dijiste que me contarías tu versión de la historia - apremié, carraspeando después, y volviendo a tomar otro trago.
- Oh, lo dije, ¿verdad? -Julian tomó un largo trago de su bebida, mirándome por encima del borde de su jarra. Chasqueó su lengua, relamiéndose también los labios. - Qué descuidado de mi parte.
Una sonrisa traviesa le atravesó el rostro mientras hablaba. Alcé ambas cejas hacia él, dirigiéndole una mirada de incredulidad. ¿Para qué tanto teatro? Yo necesitaba respuestas.
Julian soltó una carcajada ante mi expresión, pasándose una mano por la cara para eliminar su gesto divertido. Sin conseguirlo, se recostó sobre la mesa, con sus largas extremidades haciendo ademanes en todas direcciones.
- De acuerdo, pregunta lo que quieras - dijo, suavizando su mirada.
Sin pronunciar palabra y sin quitarle los ojos de encima, me saqué del escote del vestido el pergamino que había encontrado en su escritorio. El de los pulcros dibujitos. Doblé mi muñeca para tendérselo. Lo cogió entre sus manos, sonriéndome con aprobación por mi escondite.
Bajó la vista hacia el folio. Una vez que empezó a leer, la sonrisa desapareció de su cara. Se inclinó sobre el papel, frunciendo el ceño, concentrado.
Miré de hito en hito entre su rostro ensombrecido y el papel. Ya sabía que aquel folio era algo que conectaba con él; pero no sabía que pudiera haberle causado tanta impresión... La mirada de Julian se alzó de nuevo.
- ¿Dónde encontraste esto?
Tragué saliva para aclararme la garganta.
- Estaba en tu escritorio - dije, amasando mis manos por debajo la mesa. - En la Biblioteca del palacio.
Él desvió la mirada, pero no antes de que me percatara de que un destello de dolor era lo que estaba ensombreciendo su cara. Chasqueé la lengua, viendo que él no pensaba añadir nada más.
- ¿Qué son?
Julian tardó un par de segundos en volver a mirarme.
- Oh. Bien... esto es un trozo de, ah... - parecía que le costaba sacar las palabras. Se masajeó el puente de la nariz. - De un cerebro humano - señaló brevemente al papel. Yo no pude evitar abrir mucho los ojos, dejando caer mi barbilla. ¿Aquel hombre había visto un cerebro humano? - Hay otros dibujos, ¿verdad? En Palacio.
Julian juntó sus dedos y apoyó su barbilla en los pulgares. Su piel había perdido el poco color que ya tenía; estaba pálido, como si hubiera visto a un fantasma. Asentí con la cabeza, y él tamborileó con los dedos en su tensa mandíbula, angustiado.
- ¿Todos los dibujos son de cerebros? - las palabras escaparon sin control por mis labios, haciendo que me mordiera la lengua al instante de haberlas dicho.
Me encontré con su mirada gris, y él se tensó en su asiento, inquieto. Asintió con la cabeza.
- Cada cerebro tiene un patrón diferente. - explicó. - Por eso hay más dibujos, uh, en mi despacho... Cada cerebro es único y, ah...
- ¿Quieres decir que has visto más de un cerebro? - me incliné sobre la mesa hacia él, con una mezcla en mi pecho de horror y fascinación.
El rostro del doctor se volvió rojo como un tomate.
- Sí, bueno, yo... Soy un doctor, ¿sabes? - se rascó la parte de atrás de la cabeza, algo incómodo. - Veo muchas cosas, eh, en mi día a día. Bueno, veía, al menos.
Julian, como si no pudiera soportar mirar el pergamino por más tiempo, enrolló el papel y me lo devolvió. Lo tomé con cautela entre mis manos.
- ¿Veías? - me atreví a preguntar, no sabiendo muy bien a lo que se refería. Una de mis manos se aferró al asa de la jarra con intención de beber.
- Cuando trabajaba en Palacio - se encogió de hombros. - Para la cura de La Plaga... Muchos pacientes, por desgracia... Ah, uh, bueno... Debíamos investigar, ¿sabes?
Algo se revolvió en mi estómago, haciéndome arrugar la nariz y echarme un poco hacia atrás. Se me quitó la sed en un instante. Si me estaba diciendo lo que creía que me estaba diciendo... Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
- Bueno, será mejor que dejes el pergamino donde le encontraste - ahora Julian se frotaba la cara con las manos. - Créeme, se darán cuenta de que no está - el doctor carraspeó. - Disculpa - cogiendo las jarras vacías de bebida, Julian se levantó y volvió a la barra.
Le seguí en su camino con la mirada, dándole vueltas a la conversación que acababa de tener con él. Había trabajado para Palacio, eso estaba claro. No le costaba admitirlo, pero por lo que parecía, no fue un trabajo muy agradable ni del que hubiese disfrutado. ¿Por qué lo hizo, entonces? Debía preguntarle por Asra enseguida. Tenía que saber más.
Julian Devorak el Fugitivo dejó las jarras y, antes de volver conmigo, se acercó hacia las ancianas que jugaban a las cartas. Estridentes disputas surgieron entonces; cuando el doctor le susurró algo a una de ellas al pasar por su lado, y señaló con su dedo enguantado a una de las cuatro cartas que sostenía en su mano. La carta se jugó, sembrando el caos. Julian se agachó justo a tiempo; cuando alguien decidió lanzarle un vaso y empaparlo con su bebida.
Julian reía, sacudiéndose la camisa, volviendo sus pasos hacia nuestra mesa.
- Pensarás que haría mejor si no me metiera - comentó divertido, señalando con el pulgar al grupo que jugaba a las cartas.
Ya no parecía el mismo de hace dos minutos, con el rostro ensombrecido y la amargura mordiéndole las entrañas. Yo arqueé una ceja al tiempo que observaba cómo tomaba asiento de nuevo frente a mi. Julian no llevaba su máscara, y todo el mundo parecía saber quién era, o, por lo menos, se llevaban bien con él.
- ¿No te preocupa ser reconocido? - le pregunté de pronto.
- ¿Aquí? - miró a su alrededor con el ceño fruncido. - No... No, no me preocupa demasiado. - admitió, encogiéndose de hombros. Se inclinó un poco sobre la mesa hacia mi. - La gente de aquí tampoco es conocida por satisfacer los deseos de Palacio - elevó una insinuante ceja hacia mi, bajando un poco el tono de voz de forma confidencial. - Incluso el cuervo invierte su tiempo buscando a la Guardia. Obsesivamente.
Julian desvió su mirada hacia las vigas humeantes del techo mientras yo trataba de procesar lo que me había dicho. Fue... un poco sorprendente. En el lado de la ciudad donde Asra y yo vivíamos, la guardia era tratada con reverencia. Y miedo; y no en menor medida.
A punto de abrir la boca para contestar, un cuervo de gran tamaño y brillantes plumas entró en la taverna; irrumpiendo a través de una polvorienta ventana situada sobre nuestras cabezas. Volando en círculos por todo el espacio, el cuervo graznaba, emitiendo gritos guturales. De pronto, todo se quedó en silencio.
- ¡La Guardia! - gritó el camarero. - ¡Está aquí la Guardia!
Los clientes reaccionaron frenéticos, dejándolo todo atrás, como estaba; olvidando sus bebidas y sus juegos de cartas, que volaron en el aire en su huida. El doctor Devorak también reaccionó, levantándome con fuerza de mi asiento y arrastrándome hacia la puerta trasera. Cogida de su mano, Julian me hizo correr sobre las pasarelas de madera. El Fugitivo torció una esquina.
El doctor echó una mirada frenética hacia todos los rincones del callejón, antes de empujarme a las sombras.
- Serás capaz de encontrar el camino de vuelta, ¿verdad? - me dijo, apresurado. Su respiración era pesada y estaba agitada. Tenía que largarse de allí. Esbozó una sonrisa. - La Guardia no anda buscándote a ti.
Asentí con la cabeza. Él me tomó por la parte superior de mis brazos, y agachando su cabeza, el Fugitivo me miró intensamente a los ojos.
- Gracias. - dijo, dedicándome una sonrisa sin aliento. - Por no; bueno.... gracias, Hestia.
Se dio la vuelta y se desvaneció, desapareciendo y dejándome sola en la silenciosa y sombría callejuela.
Me quedé mirando el punto por donde se había ido el doctor. Fruncí los labios, cruzándome de brazos. ¿Qué iba a hacer ahora? Pensaba que Julian podría darme respuestas... Pero todo lo que tenía eran más preguntas.
Un guardia me gritó a lo lejos, haciéndome saltar en mi sitio:
- ¡Hey! ¡Tú, ahí!
Con su dedo forrado de metal me señaló, y vino apresurado hacia mi. Yo salí de entre las sombras. Traté de estar tranquila; yo no había hecho nada. Bueno; nada además de compartir mesa con el fugitivo más buscado de toda la ciudad.
El guardia se acercó lo suficiente como para reconocer mi cara.
- Oh. - dijo, torciendo un poco la boca bajo su yelmo. - La hechicera de la condesa. - sonaba casi decepcionado. Sin embargo, se inclinó en una corta reverencia. - Ahem. Soy Ludovico. Nos conocimos ayer, en las puertas de Palacio.
Asentí con la cabeza, tratando de reunir y transmitir confianza.
- Sí. - me crucé de brazos. - Se supone que debo reunirme con la condesa de nuevo, esta noche, para cenar. Pero se está haciendo tarde...
Gesticulé sugestivamente con una mano hacia el ocaso en el cielo. Ludovico se apresuró a disolver mi no formulado requerimiento.
- Llamaremos un carruaje de regreso. - asintió. Su voz sonaba metálica a través de su yelmo. - No queremos hacer esperar a la condesa.
Me dejé guiar por Ludovico hasta que salimos de aquel barrio, hacia unas calles algo más concurridas. Me llevó hasta un carruaje, del cual me abrió la puerta y me invitó a subir.
El palacio se cernía sobre el carruaje conforme nos acercábamos; un monolito blanco sobre el centelleante cielo nocturno.
Portia me esperaba junto a la puerta, lista para ayudarme a salir del carruaje. Me ofreció su mano y la verja de hierro se cerró con estruendo detrás de nosotras. La Patrona se mantuvo callada durante todo el camino hasta el interior. Mantuve también el silencio, enfrascada en mis enredados pensamientos.
Las grandiosas puertas se deslizaron al tiempo que llegamos al comedor para revelar un extravagante banquete, dispuesto sobre la larga mesa. Todo estaba ricamente sazonado con especias exóticas. Pude reconocer el aroma de la canela que flotaba hasta mi.
La condesa Nadia, sin embargo, continuaba sentada en su sitio.
- Llegas justo a tiempo, Hestia - dijo sonriente. Entrelazó sus dedos bajo su barbilla, mirándome con un brillo amable y nuevo en los ojos. - Espero que el día te haya resultado fructífero.
La sonreí de vuelta, inclinando la cabeza en un nuevo intento de reverencia. No salió tan mal como la primera vez que lo intenté.
Un sirviente me indicó tomar asiento, retirando la silla más cercana a la condesa. Intenté sentarme de la forma más elegante que pude, intimidada de pronto por la sonrisa de Nadia. El sirviente arrimó con cuidado la silla, para después llenar nuestros vasos con una bebida de un rosa pálido. El delicado aroma floral me recordaba a su perfume de jazmín.
La condesa Nadia bebió lentamente de su copa, escondiendo tras ella una sonrisa divertida al ver cómo me sonrojaba por nuestra cercanía. Nadia me intimidaba; pero de una forma diferente que lo hizo el día anterior al llegar a Palacio.
- Atendamos primero ciertos asuntos sin importancia. - Nadia dejó la copa en la mesa con cuidado, sin que sonara cuando esta se posó sobre el mantel. - Mis cortesanos están ansiosos por conocerte - me sonrió cálidamente, aleteando sus pestañas con elegancia hacia mi. - Te los presentaré mañana; a la tarde. Quieren saberlo todo sobre ti. - se encogió de hombros risueña. - Pero, Hestia. Elige sabiamente qué deseas contarles. - me advirtió, enfatizando sus palabras con su mirada rasgada y penetrante. - Al mismo tiempo, les informaré también de la Mascarada. Imagino que se quedarán de piedra.
Una leve risa escapó de sus labios. Asentí lentamente con la cabeza, tomando un trago del líquido rosado. Sorprendentemente, no sabía a nada.
Las maneras de la corte me eran desconocidas, pero quería confiar, al menos, en que la condesa no me dejaría hacer el ridículo.
- Y mañana, a la noche, Portia dirigirá un séquito a la ciudad que anunciará la Mascarada - continuó. - Una vez que el populacho lo oiga, la noticia no tardará en llegar a todos los rincones de la ciudad. Y entonces estará finalmente fuera de nuestras manos - dijo Nadia. - Imagino que la multitud estará ansiosa por ver ahorcado al asesino del conde Lucio.
Pensé en Julian, bañado en la cálida luz de la taberna, de pronto cayendo desde el patíbulo. Mi corazón se heló ante la imagen, pero me cuidé de no dejarlo ver a través de mi rostro.
La Condesa asió con delicadeza sus cubiertos, dirigiéndolos hacia su plato para comenzar con la cena. Yo hice lo propio, fijándome en los cubiertos que ella había cogido para tomar yo los mismos.
- Pero eso son problemas del mañana - con un ademán de su mano enjoyada, Nadia le restó importancia. - Esta noche, Hestia, tengo preguntas.
Nadia se limpió las comisuras de los labios con su blanca servilleta de tela. La jugosa carne de pato con miel que se deshacía en mi boca me supo entonces amarga.
- ¿Preguntas? - tragué costosamente el bocado. Ya me esperaba que Nadia comenzara el inevitable interrogatorio: dónde había ido... qué había estado haciendo.
Yo, por mi parte, ya estaba preparando una mentira que contarle cuando dijo:
- Sí. Me gustaría familiarizarme contigo - ella me dedicó una cálida sonrisa, torciendo levemente su cabeza. Parpadeé ante sus palabras, que me pillaron indefensa. Que la Condesa tuviera algún interés en mi era lo último que me esperaba. Menos me esperaba su cambio de actitud hostil del día anterior. - No seamos desconocidas por más tiempo. - negó con la cabeza, aferrando sus dedos enjoyados alrededor del vidrio de su copa. - Por que esta noche sea el comienzo de una valiosa amistad. - la condesa me guiñó un ojo, y levantó su copa en el aire. Yo hice lo propio, y ambas bebimos de la burbujeante bebida de nuestros vasos.
Tomé una cucharada de arroz con queso gratinado y dátiles, mientras ahora, más relajada, escuchaba hablar a la condesa. Empezó con preguntas simples: si disfrutaba de la ciudad, mis actividades diarias, mi comida favorita. Yo también hice preguntas, y aprendí que su comida favorita era el pez espada con especias.
- En Prakra, el pez espada especiado es un plato de verano. No podría pasar ni una sola calurosa noche sin él - confesó, bromeando conmigo. Prakra, una vasta tierra en el Norte. El hogar de la condesa, aunque yo pensaba que solo era un rumor. - Los cocineros tratan con entusiasmo de cumplir mis peticiones, pero alas, - Nadia soltó una carcajada, lanzando sus manos al aire - parece que nunca lo especian como es debido.
Acompañé su sorprendente y contagiosa risa, para después volver a preguntar:
- ¿Alguna vez echas de menos la vida allí?
La condesa miró pensativa hacia abajo, dentro de su vaso; sus elegantes dedos aferrados delicadamente alrededor del cristal.
- Quizás. - se encogió de hombros. - No creo que jamás regrese a Prakra; pero hay cosas que añoro de mi hogar. A menudo, cuando me siento malhumorada, me tomaría unos minutos para pasear por las blancas playas de mi patria. Ver las olas opalescentes romper sobre la arena calmaría mi preocupada alma.
La agridulce expresión que se formó en su rostro mientras hablaba de su hogar me hizo verla, ciertamente, algunos años más joven.
No supe qué contestar a aquella confesión. Era algo que nunca había experimentado en mis carnes y no tenía ni idea de cómo hacerlo más leve. Suspiré, volviendo a tomar un trago de mi copa. Aquel líquido de olor floral no sabría a nada, pero subía como la espuma. Ya podía notar mis mejillas calientes, levemente sonrojadas; y mi cabeza algo embotada.
Me había dado cuenta de que los sirvientes nos escuchaban mientras trabajan, mirándonos a la condesa y a mi con los ojos asombrados. Sonreí para mi misma: si estuviera en su lugar, yo también me sorprendería de escuchar a la Condesa y su "invitada" intimar y reír juntas. Yo misma no me lo terminaba de creer.
Dando por finalizada la cena, Nadia volvió a pasarse la servilleta por los labios; esta vez a suaves toquecitos.
- Bueno, si vamos a desenterrar el pasado, quizás deberíamos ir a algún lugar más privado. - la condesa dio un breve vistazo a sus sirvientes; que aunque ya no nos miraban, continuaban con los oídos bien abiertos. - ¿Me acompañarías a la Veranda para tomar una copa? - Nadia me miró con una suave sonrisa formándose en sus labios. - Sólo nosotras dos.
Entonces, ella extendió su mano hacia mi, esperando expectante.
Yo miraba su mano mientras una guerra civil se llevaba a cabo en mi cabeza. La oportunidad que la condesa me brindaba sería única. Sin embargo, el día había sido tan largo, tan intenso, y yo me sentía tan terriblemente cansada... Que solo podía pensar en las suaves y calientes mantas que me esperaban en mi habitación.
Pero no. Quizá fue por el pálido e insalubre licor que había tomado durante la deliciosa cena, pero no dudé en tomar su mano. Tomar una copa a solas con la Condesa, en la terraza de Palacio... Nunca se estaba lo suficientemente cansada para eso.
Nadia estrechó mi mano de forma suave y firme, sonriendo complacida mientras nos levantábamos y nos retirábamos a la terraza.
Una fresca brisa nos dio la bienvenida al abrir las puertas de par en par.
Un gran templete circular daba paso a la terraza propiamente dicha. La Veranda en sí estaba compuesta por varias terrazas a diferentes alturas; repletas de flores y vegetación de suaves colores. La galería se extendía hasta más allá de donde mis ojos podían ver. Una vez bajamos los escalones para salir del templete al cielo nocturno, toda la extensión del infinito jardín quedó ante mi. Podía ver el lago, y el laberinto, y más allá, hasta parecía que había un bosque. Varios tramos de escaleras conducían hacia dicho jardín.
Parpadeé varias veces ante la visión. Todo allí afuera era enorme, magnífico y bello; y me hacía sentirme pequeña e intimidada. Estábamos solas, Nadia y yo, y las brillantes estrellas en lo alto.
- Toma asiento - Nadia señaló con una de sus manos hacia las sillas de hierro, dispuestas en la primera terraza.
A su orden, me acomodé en una de ellas, cuyo tapete era de terciopelo verde, moviéndome un poco para encontrarme finalmente cómoda en el asiento.
De una mesita de centro la condesa tomó un decantador de cristal. Su líquido era transparente, con destellos dorados que flotaban en su interior. Las cosas de Palacio no dejarían de sorprenderme nunca.
Nadia nos sirvió a ambas en un vaso de cristal, bajo y ancho.
- Flor de Sauco. Uno de mis favoritos. - me tendió uno de los vasos, tomando asiento a mi lado. Ambas permanecimos en silencio, observando los jardines a nuestros pies. Entonces, Nadia movió su mirada del jardín hacia mi, y me regaló una cálida sonrisa. - Eres... algo diferente de cómo te había imaginado. - empezó, encogiendo un poco los hombros. Observó el líquido brillante que bailaba en su vaso por un momento. Luego volvió a alzar la cabeza, mirándome con culpabilidad en el rostro. - Ah... lo admitiré: encuentro tu presencia algo intrusa.
No sé como, de alguna manera, Nadia tenía una forma de hacerme sentir nerviosa y cómoda al mismo tiempo. En la ciudad... siempre se oían rumores de que la condesa era una tirana. Pero la mujer que estaba frente a mi parecía genuina, amable, y... algo sola.
- Dime, Hestia... - sacudió su cabeza hacia mi, haciendo tintinear ligeramente las joyas que engalanaban su pelo. Su gesto se contraía en una mueca incomprensible, como si ella misma no creyera lo que estaba a punto de salir por su boca.- ¿Por qué viniste a palacio? ¿Por qué aceptaste ayudarme?
La pregunta me pilló por sorpresa. Parpadeé varias veces, pensando en mi respuesta. Sin embargo, sabía que lo que la condesa quería (o necesitaba) no era que le regalaran los oídos. Me pasé la lengua por los labios, y respondí con total sinceridad:
- Sentía curiosidad.
Ella se sorprendió, abriendo mucho los ojos y llevándose momentáneamente la mano al pecho. Me maldije por ser tan brusca; pero cuando estaba a punto de decir algo más que remediara mis palabras, Nadia soltó una carcajada.
- ¿Curiosidad? - su mirada se relajó. - ¿Y has podido satisfacer esa curiosidad? - Nadia inclinó su cabeza, haciendo que un largo mechón de su cabello cayera sobre su hombro, enmarcando su rostro.
Pero yo no... no tenía una respuesta para eso. Todavía no. Sólo tenía más preguntas.
Nadia suspiró a través de su sonrisa.
- Es refrescante sentarse con una persona sincera. - ella volvió a fijar la vista en el horizonte, golpeando suavemente el vaso con sus anillos. - Hay tantas y tantas preguntas en este mundo... - sus mejillas se encendieron de pronto sobre su bronceada piel. - Quizá podamos descubrir juntas algunas respuestas.
Su mirada me recorrió durante un instante, deteniéndose en mi cara.
- ¿Tienes alguna pregunta más para mi, Hestia? - dijo, inclinándose un poco sobre su silla para posar su mano libre sobre mi rodilla. Nadia esbozó una sonrisa divertida, achicando sus ojos en el proceso. - Eres libre de hablar en mi presencia, lo sabes, ¿verdad? - un deje de broma se coló entre sus palabras, haciéndome sonreír.
Era verdad que, desde que había llegado a Palacio, había hablado poco. Nadia me imponía respeto por ser quien era: la persona más importante de toda la ciudad. Había pensado que debía medir al máximo mis palabras en su presencia... Pero ahora no creía que fuera lo mejor. ¿Cuánto tiempo llevaba Nadia sola, en aquella fortaleza de mármol y flores? Y con la muerte de su marido pesando constantemente sobre sus hombros...
Si tengo que ser completamente sincera, tenía muchas preguntas para la condesa. Pero si decidiera resolverlas todas esa noche, me temía que nunca dejaríamos aquella terraza. Por ahora, solo necesitaba saber...
- ¿Por qué yo?
Aquella cuestión llevaba rondándome la cabeza desde que Nadia puso un pie en la tienda. Era difícil no preguntarse qué hizo que la condesa llegara hasta mi puerta. Ella mencionó un sueño... pero, hasta ahora, había puesto demasiada fe en mi. Y yo no estaba en absoluto segura de poder ayudarla; mucho menos de cumplir sus expectativas.
La Condesa desvió los ojos, sonrojándose de nuevo.
- Una pregunta prudente, Hestia - Nadia se llevó el vaso a los labios, enfrascada en sus pensamientos, como si hubiera estado esperando a que yo le preguntara aquello. - Es prudente preguntarse por mis motivos. - asintió hacia mi, aclarándose la garganta para volver a hablar: -Cuando llegué a tu puerta, estaba buscando una respuesta. Pensé que tú podrías ser esa respuesta. Si hubiera llegado esa noche y te hubiera encontrado... colaborativa, - chasqueó la lengua. - no te hubiera invitado a venir. Pero hay algo en ti... - sus ojos de rubí se posaron en los míos, centelleantes como dos estrellas. - Creo que merece la pena correr el riesgo contigo.
Sin dejar de mirarme, Nadia terminó de un trago su vaso de Flor de Sauco. Yo la miraba perpleja, con la duda aún sin despejar de mi mente.
- ¿Te asustaste cuando me viste, tal vez? - la condesa dejó escapar una suave risa, dejando descansar su vaso vacío sobre la mesita. - Ciertamente parecías sorprendida. Pero no tienes nada que temer, te lo aseguro. - Nadia sacudió su cabeza, dándome un par de palmaditas sobre la rodilla. Frunció el ceño de repente. - No tengo paciencia para los estafadores que merodean por el Mercado, aprovechándose de las almas débiles y cansadas. - aquello parecía enfurecerla. - Pero lo que siento de ti, lo que irradias... - se quedó un momento pensativa, bajando su mirada hacia mis manos. - Es diferente. Es intrigante. Y es prometedor.
Nadia se acercó, tomando una de mis manos y examinándola cuidadosamente. Deslizó sus dedos por las líneas de mi palma. Entonces volvió a mirarme, con un pequeño rayo de esperanza en sus ojos.
- No creo que me decepciones - Nadia se pausó; lentamente llevándose mi mano a sus labios, dejando un ligero y suave beso, como una pluma, sobre ella. Bajé la mirada, tratando de ocultar el furioso calor que había subido hasta ellas. La condesa volvió a hablar: - Parece que has tenido un largo día. No te entretendré más. - sonrió. - Gracias, por venir a palacio. Mis sueños no erraron.
Entonces ella alejó su contacto de mi, inclinándose sobre la mesita para tomar una pequeña campana de plata. Su manillar estaba tallado con la forma del cuello de un cisne. Movió su muñeca, y la hizo sonar. La puerta de la Veranda se abrió inmediatamente, con Portia apareciendo en su umbral.
- ¿Has llamado, milady?
Nadia se recostó sobre el respaldo de la silla, acariciando el mechón de cabello que caía sobre su pecho.
- Sí. Por favor, lleva a Hestia hacia sus habitaciones.
La Patrona inclinó su cabeza.
- Por supuesto, milady.
- Habrá más ocasiones, Hestia. - dijo la condesa, haciendo un gesto hacia Portia con la mano, que se acercó a la mesa. - No podría dejar pasar la oportunidad de conocerte mejor.
Poniéndome en pie, y una vez más, hice una imperfecta reverencia hacia la Condesa, que me devolvió el gesto con amabilidad.
Acompañé a Portia hacia la puerta, girando mi cabeza por encima de mi hombro antes de salir de la estancia. Nadia me observaba alejarme con un brillo extraño en los ojos.
Nuestras pisadas hacían eco en las paredes vacías. Portia caminaba animada junto a mi.
- Mira, aquí; te enseñaré una vía rápida hasta tu habitación - me dijo, deteniéndose ante un gran tapiz de bordados que colgaba de la pared. - En el caso de que Mercedes y Melchior anden merodeando por aquí otra vez.
Fruncí el ceño sin comprender.
- ¿Quiénes son Mercedes y Melchior?
Portia puso los ojos en blanco en un gesto cansino antes de contestar.
- Los perros del conde Lucio.
La Patrona apartó con una de sus manos el pesado tapiz, revelando una obertura sin luz al otro lado. Abrí mucho los ojos, dejando caer mi mandíbula y reprimiendo un aspaviento.
- ¿Esto ha estado aquí todo el tiempo? - pregunté sin aliento, casi sin esperar respuesta.
Portia me guiñó el ojo, haciéndome gestos para que entrara en el pasadizo.
- Vamos, ¡sígueme! Te gustará.
- ¿Sabías que esto estaba aquí? - pregunté. Su suave risa hizo eco en el sombrío pasillo, y sus ojos brillaron traviesos.
- Es mi trabajo saberlo todo por aquí - dijo. - Incluidos trucos como estos.
El suelo era irregular bajo mis pies, y estaba bastante oscuro. Tropecé con algo, y, a punto de caerme, me agarré al brazo de Portia. Ella parecía saber exactamente adónde íbamos, así que me mantuve aferrada a su brazo durante todo el camino.
- ¿Sabes? Las cosas se han puesto muy interesantes por aquí desde que llegaste. - dijo, lanzándome una mirada por encima de su hombro, continuando con su marcha por el pasadizo. - ¡Y todos los rumores que corren! - Portia hizo un aspaviento con una de sus manos, riendo un poco. - Se diría que no tenemos nada que hacer además de hablar.
Alcé una de mis cejas, curiosa.
- ¿Se oyen muchos rumores?
- ¿Por qué preguntas? - ella me devolvió la pregunta con un tono divertido y... ciertamente amenazante. - ¿Algo que desees contarme, Hestia?
Pillada indefensa, retiré mi mano de su brazo sin darme cuenta y volví a mi silencio. Ni siquiera sabía cómo empezar a explicar todo lo que había pasado en el Rowdy Raven... Y, por muy agradable que fuera Portia, sería mejor no revelar nada. De momento.
- No, nada. - solventé, tratando de sonar calmada y relajada. No se me daba muy bien disimular. - Acostumbrada a los cotilleos del Mercado... Pensé que en Palacio sería algo parecido.
Portia dejó escapar una suave risa, ignorando a propósito mi comentario. Tragué saliva, cavilando si ella sabría dónde había estado yo esta tarde. La Patrona daba la sensación de tener el poder de saberlo todo.
Después de unas cuantas vueltas, volvimos a estar fuera del estrecho pasadizo, de nuevo en el ala de invitados.
Cuando entramos a mi habitación, parecía que los sirvientes se habían pasado por allí a recogerlo todo. Habían dejado una jarra de agua fresca en el escritorio. Una varilla de incienso se quemaba en el alféizar de la ventana, llenando la habitación con remolinos brumosos de aroma a madera y especias.
Cuando me dejé caer sobre la cama, finalmente dispuesta a sumergirme entre sus sábanas, Portia se quedó parada junto a la puerta. Alcé la vista hacia ella; su mano aún estaba en el picaporte. Parecía que se moría de ganas de preguntarme algo, pero no parecía muy decidida a hacerlo.
Fruncí el ceño hacia ella, suavizando mi mirada.
- Pareces preocupada.
Portia cambió su peso de una pierna a otra.
- ¿Preocupada? ¿Yo? - dijo, formulando una sonrisa nerviosa, intentando disimular. No aguantó mucho su pose bajo mi mirada. - Puede. - suspiró, dándose por vencida. - Es sólo... El doctor... no puede ser el único sospechoso, ¿verdad? - preguntó casi en un susurro, abrazándose a si misma. Abrí la boca para contestar, pero la lluvia de palabras de Portia continuó sin darme ocasión de hacerlo. - Entre tú y yo... El conde Lucio tenía muchos enemigos. Yo no trabajaba aquí cuando pasó. Sólo he oído rumores de lo que sucedió aquella noche. Pero... - sacudió la cabeza, decidida a dejar de hablar de aquello. - Mantén los ojos bien abiertos, ¿vale? - cuando asentí con la cabeza Portia sonrió para borrar el miedo de su rostro. Ella se inclinó un poco hacia mi arqueando una ceja, susurrando. - ¿Sabes? Si no estás muy cansada todavía, podría enseñarte mejor el palacio. Hay muchas cosas interesantes. Tal vez pueda enseñarte algunos secretos más... Si crees que puedes con ellos.
Ella me guiñó el ojo y torció la cabeza, esperando una respuesta. Parpadeé rápidamente.
- ¿Está permitido?
- ¿Por qué no iba a estar permitido? - una risa se escapó de sus labios. - ¡No eres una prisionera, sabes! Y tienes pinta de saber guardar un secreto.
Tras un momento de vacile, negué con la cabeza.
- Estoy muy cansada - me disculpé. De verdad lo sentía, y me moría de ganas por cotillear por el palacio. Pero los huesos comenzaban a pesarme y mis párpados amenazaban con cerrarse.
- Lo entiendo. - sonrió, disculpándose. - Has tenido un día largo, y tienes muchas cosas en la cabeza. - juntó sus manos en su regazo y acortó distancias con la salida. - Descansa. Mañana milady quiere que te reúnas con nosotros para el anuncio de la Mascarada. Estaré aquí al alba, ¡no te duermas!
Y con eso Portia se fue, dejándome sola con mis pensamientos.
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