0.1 ❙ La calma antes de la tormenta
🥀 ༺ «MURDEROUS INSTINCT» ⋄ ๋࣭ 🗡⭑ ⸱⌇
▰▰▰ please, don't let me forget who i am ❧
❗‧₊˚⋆≽ capítulo uno ⳻
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☇ . . . . - ̗̀ la calma antes de la tormenta⊰ 🎭
«El mundo es un lugar cruel».
Adalia sabía ello, y también era consciente de la ceguera que muchas personas preferían aparentar —consciente o inconscientemente— ante la realidad, ocasionando que esta pase desapercibida por la mayor parte de la población; sin embargo, si se prestaba la atención adecuada y se desarrollaba un sentido crítico medianamente decente, lo evidente salía a la luz y el manto de ignorancia se deterioraba con cada nueva información. Ella no juzgaba a quienes seguían viviendo como si sus vidas no peligraran cada maldito día, pues también fue presa de la inocencia e ingenuidad durante muchos años; pero, de nuevo, el mundo es un lugar cruel y despiadado, y tarde o temprano la venda que protegía la débil psiquis de su portador caería. Lastimosamente, la suya cayó en el peor momento que pudiera suceder.
Podría afirmar que el abandono de sus padres fue la primera tempestad que el mundo había arrojado sobre ella para que se diera cuenta de que la felicidad no era eterna y su familia estaba lejos de ser su salvavidas, pues el círculo que mayor afecto y confort le deberían proveer no eran más que una utopía que se mantenía como fantasía en el mayor de los casos.
A veces, cuando los recuerdos de su edad más joven llegaban a ella, no podía evitar soltar unas carcajadas ante lo inocente que fue durante aquella época y, cada que ello sucedía, Ancel Schulz —un chico que conoció durante sus años de entrenamiento en la tropa de reclutas— se encargaba de dejar de lado toda delicadeza existente para darle un fuerte golpe en la cabeza, golpe que no le afectaba en lo más mínimo, pues la de ojos rojizos no se inmutaba ante ningún tipo de dolencia física, pero aquello era algo que pocos sabían. Según Ancel, era aterradora cuando se reía de la nada y no reaccionaba ante su golpe, justo como en aquel momento.
—Si Adalia termina sin neuronas, ¡será por tu culpa! —exclamó una muchacha de hermosos cabellos rubios mientras tomaba a Ancel por el brazo en un intento de que se alejara de la Blut y dejara de propiciarle golpe tras golpe.
La nombrada se mantenía inmutable, con la mirada seria y fija en la pared que se hallaba frente suyo, intentando no reír ante lo ridícula que se veía la adorable Imma interviniendo en su defensa.
—¡Eh! Creo que se me ha pegado una garrapata —se burló el de cabellos oscuros, quien ni se inmutaba ante los forcejeos de la de baja estatura.
Los labios de Adalia temblaban ante la risa contenida, la cual no duró mucho tiempo dentro de su cuerpo, pues salió en una explosión desde lo más hondo de ella, la cual intentó disimular lo mejor posible con un carraspeo.
Habían pasado solo unos meses desde que ella y sus compañeros más cercanos se unieron a la Policía Militar y, a pesar del relativo corto tiempo que llevaba viviendo ahí, ya se sentía capaz de afirmar que dentro de la muralla Sina la vida era demasiado tranquila, hasta podría considerarse aburrida por los pocos problemas con los que tenían que lidiar, los cuales generalmente se reducían a impedir algunos intentos de robo hacia personas importantes o incluso servir de escoltas cuando aquellas mismas personas necesitaban movilizarse. Es decir, ellos se ocupaban del trabajo más "pesado", pues sus superiores eran los que se encargaban de los impuestos y temas relacionados al dinero; incluso de los temas más oscuros que gente común y corriente no podría imaginarse ni en sus más turbias pesadillas.
—Shh, los comandantes han llegado, en filas —les reprendió Isa, la menor de los cuatro e, irónicamente, la que tenía un sentido de responsabilidad más fuerte que el resto.
Tanto Ancel como Imma tuvieron que tragarse sus risas y simular la misma expresión seria que Isa Brossard reflejaba en sus facciones, lo cual resultó un fiasco, pues el temblor en sus mejillas evidenciaba lo opuesto a lo que querían mostrar; sin embargo, ello no pareció importarle a ninguno de sus superiores, pues cuando hicieron acto de presencia en el vestíbulo, solo avanzaron y los saludaron con un asentimiento de cabeza que al instante correspondieron con el típico saludo militar. Incluso el comandante Pixis se atrevió a sonreírles con amabilidad.
Adalia imaginaba que todo sería genial si todos los de mayor rango fueran así, pero lastimosamente apenas eran reclutas y tenían que obedecer a los más corruptos que vivían como reyes en la capital.
«Piensa en el dinero, solo piensa en el dinero»
—¿No les parece extraño? —mencionó Isa haciendo caso omiso a las carcajadas en las que estallaron sus dos compañeros en cuanto los comandantes se alejaron del pasillo principal.
—¿Extraño que cada día la calva del comandante Pixis se vuelva más brillante? —respondió el de cabellos oscuros con otra pregunta, a lo cual obtuvo un chasqueo de lengua de la seria castaña y risas cómplices de la rubia de menor estatura.
—Uh, el misterio tras el resplandor del comandante Pixis, un gran título, sin duda.
Imma y Ancel chocaron palmas mientras Adalia intentaba, sin mucho éxito, aguantarse las carcajadas.
—No, me refiero a que el comandante Shadis estaba más serio que de costumbre y parecía llevar algo importante. —Isa frunció el ceño y se quedó callada con la mirada perdida, probablemente analizando la situación.
La rubia, quien había regresado a su posición designada —de pie y al lado derecho de Isa— soltó un suspiro antes de inclinar su cuerpo hacia el frente y girar su cabeza en dirección de la de cabellos cortos, en un intento de establecer contacto visual con ella.
Adalia, quien conocía mejor que nadie el significado detrás de la expresión que cargaba Isa, caminó hasta posarse frente a su preocupado semblante.
—Estoy segura de que no debes preocuparte por eso, seguro que Auruo está bien —hizo mención del hermano mayor de la de cabellos cortos luego de elevar su mentón con dos de sus dedos con la voz más suave que podía usar, casi como si intentara consolarla.
—Tsk, nadie se preocupa por ese imbécil —negó Isa mientras apartaba el cuerpo de Adalia del suyo, pero su falsa mueca de enojo era muy evidente para todos—. Y deja ese estúpido tono, me causa repulsión.
La aludida solo atinó a elevar los brazos, indicando que se rendía ante le reacción de su compañera, pues sabía que era poco tolerante y mucho menos cuando se trataba de ella; sin embargo, la realidad era otra, ya que Isa detestaba verse débil y ser aquella que necesitara confort del resto.
—Pero hay algo que no entiendo —intervino Ancel luego de que Adalia regresara a su posición inicial, a su lado izquierdo, y se deshiciera de todo rastro de burla en su rostro—. Si tanto quieres saber de él, ¿por qué no te uniste a la Legión de Reconocimiento?
Isa ignoró su pregunta y siguió con la vista fija en la pared del frente, justo en el hueco que separaba a Ancel de la de ojos carmesí.
Imma inclinó levemente su cabeza hacia su izquierda, en dirección a la de cabellos cortos, y le dijo en voz alta: —Isa, nos conocemos casi cuatro años, puedes hablar con nosotros.
Seguidamente, regresó a su posición normal con la sonrisa más cálida que se pudiera formar y sin quitar su mirada de su rostro, el cual había adquirido un leve tono carmín que pasaba inadvertido por el resto de sus compañeros. La expresión de Imma poco a poco decayó, pues en su mente a pesar de su esfuerzo, parecía que no había conseguido que hablase, pues la Brossard siguió observando la pared como si nada hubiera pasado e ignorando a su rubia amiga.
—Blut, Schulz, Vitchig. Silencio.
Los tres nombrados se irguieron de manera inconsciente luego de escuchar aquella voz y realizaron el saludo militar como respuesta a lo dicho por su superior. Edel Langnar miraba a los reclutas con severidad y altivez. Y así, tan rápido como apareció, se fue del lugar sin borrar aquella fría expresión.
Adalia lo detestaba. Se le hacía una persona completamente despreciable, pues sus escasas y famosas buenas acciones de las que el pueblo tanto hablaba siempre eran opacadas por el infierno que les hacía pasar a ella y sus compañeros; y eso era mucho viniendo de ella, pues apenas había empezado a conocerlo. Al frente suyo, contempló cómo el rostro de Imma se había vuelto pálido y, a su lado derecho, notó cómo Ancel apretaba sus puños mientras seguía en la misma postura del saludo militar; por otro lado, cuando fijó su vista en Isa, su sangre comenzó a hervir al percatarse del tono rojizo que habían adquirido sus globos oculares, evidenciando el llanto que intentaba reprimir.
«Si tan solo pudiera llevarlo a un lugar desolado, tal vez podría...»
La de cabellos azabaches respiró de manera lenta y pausada mientras intentaba colocar su mente en blanco, pues no era momento para tener ese tipo de pensamientos.
Conforme los días y meses pasaban, Adalia tenía que recordarse constantemente que aquello que rondaba por su mente era una mera fantasía y no podía darse el lujo de sucumbir ante ello, lo cual era un trabajo difícil, pues Edel Langnar parecía estar empeñado en darles todo tipo de tareas que no tenían nada que ver con lo que habían estudiado y practicado durante todos sus años de entrenamiento, ya sea desde una limpieza rigurosa del lugar y los alrededores, o servir de comparación para que sus superiores pudieran regocijarse de sus "habilidades" y mofarse de lo inexpertos que eran los reclutas.
Si lo pensaba bien, parecía que su única utilidad era ser el títere encargado de hacer quedar bien a la Policía Militar, pues los más veteranos parecían ignorar sus labores y responsabilidad, salvo cuando les convenía.
Toda su vida se había vuelto monótona y cansada, muchas veces el agotamiento le tentaba para quedarse en el piso que compartía con sus compañeras y renunciar a todo lo que había construido; sin embargo, no lo hacía, pues tenía un impulso constante que le incitaba a continuar sin importar qué: las cartas que su hermano mayor le mandaba.
Roth Blut era alguien responsable y la persona que todos quisieran tener en sus vidas, pues un abrazo suyo lograba revitalizar todo lo que se encontrara agotado y sus palabras parecían ser el confort que cualquier persona necesitaría sin saber siquiera que estaba añorando aquello.
Cada dos semanas, sin falta, siempre le enviaba una carta a Adalia, donde le actualizaba sobre la educación de Leyna —su hermana menor— y lo bien que iba la panadería que había abierto en el mismo año que terminó su entrenamiento militar. Aquel simple pedazo de papel lleno de una casi inentendible caligrafía eran la razón detrás de su perseverancia. Por otro lado, y en lo más recóndito de su mente, estaba la idea de que si ella no se ponía manos a la obra, las cosas se derrumbarían en su hogar, y ello era algo que no se podía permitir.
Varios meses después, aquella monotonía sufrió grandes cambios, los cuales empezarían con una noticia de la Legión de Reconocimiento que, incluso, fue capaz de tener impacto dentro de la Policía Militar.
—¿Oíste sobre el prodigio que se unió a la Legión? —preguntó Imma en cuanto las tres pudieron estar en la comodidad de la habitación que compartían dentro del distrito de Stohess después de una larga jornada laboral—. ¡Dicen que pudo derrotar a todos los titanes que se le presentaron en su primera expedición! —finalizó con un gritito de emoción.
—Contrólate Imma, estoy segura de que alguien habrá exagerado la historia, ¿acaso olvidas lo que pasó durante nuestro primer año de entrenamiento?
La rubia soltó una sonora carcajada. ¿Cómo podría olvidar el momento en que sus compañeros esparcieron el rumor de que su amiga había asesinado a Ancel? Aún recordaba la expresión de conmoción de todos cuando se apareció al día siguiente para el desayuno como si nada hubiera pasado.
—O no lo crees, o tienes miedo de que alguien te supere —intervino Isa con su usual mueca seria ya lista para irse a dormir, totalmente ajena a la tensión que había dejado en el ambiente y la sonrisa vacía que se había formado en los labios de la de cabellos oscuros.
Adalia mantuvo su expresión con suficiencia, deseando enormemente que Isa se dignara a mirarla y se retractara de sus palabras, pues creía firmemente que no existía persona capaz de vencerla en alguna batalla, después de todo, había obtenido el puntaje más alto de los últimos seis años. El superior encargado del entrenamiento de su tropa había sido bastante claro al enfatizar la destreza con la que se desenvolvía en todas las pruebas físicas, alimentando a más no poder el ilógico ego que vivía dentro suyo.
—Uh, otra vez está con esa expresión de "soy invencible".
—Es que lo soy —respondió con orgullo antes de esquivar la almohada que Imma le lanzó—. ¡Oye!
La rubia solo podía reír haciendo oídos sordos a las órdenes de Isa de que ambas se callaran para que pudiera dormir.
—¿Y cuándo verán a sus familias? —preguntó la de menor estatura en cuánto el ambiente se calmó, ansiosa por las respuestas que ambas chicas pudieran brindarle—. Estoy segura de que sus hermanos deben extrañarlas —añadió con una triste sonrisa.
La Brossard no dijo nada y solo atinó a mirar a través de la ventana desde su posición con un deje de melancolía.
—Es cierto que no falta más de siete meses para cumplir dos años aquí —comentó la de orbes rojizos—. Creo que podría pedir permiso esta semana para ir a Shiganshina algunos días.
Imma le sonrió y antes de que las tres se durmieran, le deseó suerte desde lo más profundo de su corazón.
Lastimosamente, esos días pasaron a convertirse en meses y, cuando por fin consiguió ese tan ansiado permiso, el año 845 había llegado; junto con él, un acontecimiento que cambió todo lo que sucedería a su alrededor e, incluso, quién era ella en realidad.
Editado: 01 / 08 / 2022
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