33. Creación perfecta
Leer con mucha prudencia
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«Gun llevaba un mes en su hogar cuando lo llevaron con Mew.
Al niño no le gustaba mucho salir afuera, prefería quedarse dentro de la gran casa y jugar solo, ver televisión o simplemente colorear sus libros de dibujos. Además, cada tarde, le iba a ver una profesora de educación primaria particular junto a una psicopedagoga que le enseñaban a leer, escribir, sumar y restar. Ellas hacían pocas preguntas, pero le eran de gran ayuda para enseñarle lo que tuvo que aprender años atrás.
Sin embargo, sus padres sabían que iba siendo momento de que Gun comenzara a salir de a poco; si bien querían cuidarle, no deseaban tampoco tenerle encerrado todo el tiempo, pues a fin de cuentas, eso no sería tener una vida normal, que era lo que tanto deseaban para su hijo.
Al inicio estuvo reacio a salir con ellos, escondiéndose en los armarios o bajo las camas para que no lo sacaran de casa. Sin embargo, ambos fueron pacientes, diciéndole que irían en el auto, que estaría con ellos en todo momento, que no le iban a dejar solo.
Eso era lo más importante: no le dejarían sin compañía alguna en ningún instante.
Luego de varios días, lograron convencerlo de acompañarlo al exterior: prácticamente corrió hacia el interior del auto, haciendo que su mamá se sentara a su lado, y se abrazó a ella, enterrando su rostro contra su costado, negándose a soltarla. Fue así también cuando caminaron hacia la oficina de Mew, apenas despegándose de la mujer, y cuando el psicólogo apareció, se ocultó detrás de ella a cada segundo.
—Hola —se presentó Mew en lenguaje de señas, sonriéndole al niño con suavidad—, me llamo Mew y soy un doctor.
Gun no se asomó, con sus manos aferrándose al suéter de su mamá.
Pero todos fueron pacientes allí, dejando que el chico se tomara su tiempo.
—¿Te gustan los caramelos? —Preguntó Mew—. Tu papá me ha dicho que te encantan. Tengo una paletita para ti —agregó Mew, sentándose en un puff y sacando el dulce—. ¿Lo quieres?
Entonces, Gun asomó su cabeza, con sus ojos nerviosos moviéndose por el rostro de Mew hasta detenerse en el caramelo. Mordió su labio inferior, soltando su agarre de Cherreen, pero sin alejarse. La mujer dio un paso en dirección al psicólogo, lo que impulsó a Gun a seguirla, y se sentó en las piernas de la mujer cuando recibió la paleta, con su cuerpo en tensión y su mirada negándose a posarse en Mew.
Pero ya era un gran avance. Ya era un enorme paso.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Mew pausadamente.
Gun se llevó el caramelo a la boca, mirando unos segundos a Mew, antes de hablar de forma recelosa:
—Muñequito —dijo—, pero papá y mamá me llaman Gun.
Cherreen le agarró la mano a Leo, sintiendo su garganta apretada, en tanto su esposo bajaba la vista con dolor.
Sin embargo, Mew mantuvo su rostro tranquilo y la sonrisa dulce no desapareció.
—Pero ¿cuál te gusta más a ti? —preguntó—. ¡Gun suena mucho mejor, ¿no lo crees?!
El niño se quedó pensativo otro momento, su expresión relajándose al ver que seguía en los brazos de esa bonita mujer que le iba a arropar todas las noches, le leía un cuento y le besaba la frente sin dobles intenciones, llenándole de abrazos y cariño. Ella decía ser mamá, y Muñequito estaba feliz de eso, aunque no entendía bien qué significa eso. O qué significaba papá.
Le gustaba mucho que le dieran abrazos, le revolvieran el cabello y no le tocaran de otra forma. Papá y mamá decían que eso era amor, y Muñequito se sentía como un monstruo desesperado de amor, porque le gustaba mucho.
—Sí, Gun es más lindo —dijo el menor—, ¡me gusta más que Muñequito!
—¡Qué niño más inteligente eres, Gun!
—¿Tú crees? —Gun, de a poco, se estaba relajando más y más, balanceando sus pies, su expresión animada—. ¿Tú eres algo, Mew?
—¿Algo como qué, Gun?
—Como mamá y papá —trató de explicar Gun—, o como mi abuelita. Familia. ¿Eres eso?
Mew negó con la cabeza.
—No, no soy de tu familia —contestó—, pero quiero ser tu amigo, Gun, ¿sabes lo que son los amigos?
—No. Amigos. ¿Qué son los amigos?
—Son dos personas que confían en el otro —dijo Mew—, que se ven varias veces y se cuentan las cosas. Si tienes algo que quisieras contarme, por ejemplo, podrías hacerlo conmigo, o si quieres jugar. Tengo también juguetes por aquí, ¿quieres verlos?
—¿Juguetes? ¡Está bien! —Gun hizo el amago de ponerse de pie, sin embargo, lo pensó mejor y volví a abrazarse a Cherreen—. No. Mejor no. ¿Puedes traerlos?
Mew no mostró otra expresión más que relajo y tranquilidad, aunque sus ojos no dejaban de analizar todas las expresiones y movimientos que Gun hacía. Indecisión. Torpeza. Desconfianza. Ánimo que rápidamente se transformaba en susto.
Interesante. Interesantemente triste.»
—Gun, mírame.
Metió el caramelo en su boca, observando a Mew con el ceño fruncido, con su mano abriéndose y cerrándose sobre su rodilla.
Sin embargo, Mew sólo le sonrió como si nada. Mew siempre se mantenía tranquilo, juguetón y relajado, incluso cuando Gun se enojó una vez con él y lo mordió en el brazo. No se avergonzaba de ello. No por completo.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Quiero que juguemos —le dijo, tendiéndole una hoja de papel en blanco junto a un lápiz—. La lista de compras del lunes.
—Odio ese juego —replicó Gun—. Hace que me duela la cabeza.
Mew se rió con diversión, tratando de quitarle tensión al aire.
—Por supuesto que sí, Gunnie —dijo Mew, imperturbable ante las cejas arrugadas de Gun—. Comencemos. Queso. Tomates. Pescado. Arroz...
Cuarenta minutos después, Gun estaba frente a la hoja con expresión concretada, en tanto Mew leía el informe del niño frente a él. Aunque mantenía un ojo sobre el muchacho, pendiente de sus expresiones.
Gun mordió su lengua, concentrado, terminando con la lista del día lunes, a pesar de que se le olvidaron tres palabras. Ya luego las recordaría. Ahora debía hacer la del día martes.
Mew dijo Yogurt, ¿no? ¿O eso estaba en la lista del lunes?
¿Y las Uvas eran del martes también?
Pero... ¿y la Papilla de bebé?
¿Mew la mencionó o no?
Su cabeza empezó a palpitar. Odiaba la papilla, cuando la veía sentía ganas de vomitar porque Señor Sira lo alimentaba con eso. Y su segundo Dueño también le daba de comer sólo papilla. Era detestable.
Una papilla en la mañana. Dos a mediodía. Una en la noche.
Su estómago se contrajo, dejando el lápiz sobre la mesa. Comenzó a rascarse el brazo.
Mew se inclinó.
—Gun —le susurró—, ¿ocurre algo?
Gun lo observó.
—Tengo sed —dijo con movimientos lentos, torpes—. ¿Me das?
Mew le tendió la botella con agua fría que tenía. Las manos de Gun no dejaban de temblar, con la lista del día martes olvidada.
—¿Me das otro dulce? —volvió a preguntar, sintiendo sus labios secos.
Mew le ofreció un caramelo rojo.
Gun lo observó.
—Señor Sira me daba caramelos rojos cuando era bueno —dijo Gun bruscamente.
Mew no lo sacó de su vista, sólo lo dejó sobre la mesa con un movimiento pausado.
—¿Quieres otro? —preguntó.
—Huele a papilla de bebé —continuó Gun, como si no hubiera visto sus gestos—, la odio tanto, Mew. La odio mucho.
Mew lo sospechaba. El informe de Gun que sostenía decía que le encontraron en un entrado estado de desnutrición, con una importante falta de músculos, y exámenes posteriores confirmaron que fue alimentado todo ese tiempo en base a comida para bebés y agua.
—¿Qué más odias, Gun?
Gun tragó saliva.
—Los muñecos. Los odio, aunque yo soy uno.
El primer impulso de Mew era negarle aquella afirmación, aunque lo pensó mejor y decidió no hacerlo. No quería alterar el estado de Gun, no quería romper con el ambiente que generó a propósito para poder extraer más información. No cuando Gulf le dijo que estaban retomando la pista del caso con lo poco que el menor estaba soltando.
—¿Quieres hablar de eso? —preguntó, sin dejar las acciones lentas, sabiendo que cualquier movimiento brusco podría alterarlo.
Gun empuñó el lápiz, rayando la hoja blanca en un movimiento frenético y nervioso.
«—Señor Sira me los mostró —balbuceó, su expresión volviéndose ahora titubeante—, al resto de los Muñecos. Yo me... me había portado mal. Olvidé mis reglas. Pero dolía tanto...
El niño soltó un ruido extraño con su boca, medio jadeo, medio grito, pero Mew no se movió.
Recordaba muy bien eso, aunque hubiera sido más pequeño, aunque hubieran pasado tantos años, porque fue horrible: fue la primera vez que Señor Sira lo usó. Antes sólo había dedos o juguetes, cosas que podía soportar a pesar de que llorara, pero si lloraba, era en silencio. Incluso le enseñó a usar su boca y a veces la usaba, y podía manejar ese dolor.
Pero no eso. No cuando lo puso boca arriba, desnudo, con sus piernas abiertas y dobladas, y había tres dedos en su interior. Las lágrimas caían por su rostro, mirando el techo, pero trataba de estar quieto, porque así todo acababa más rápido. No podía entender qué estaba haciendo, nunca quería mirar lo que ocurría y por qué eso dolía, era mejor si se concentraba en un punto y listo.
—Eres un buen Muñequito —le dijo Señor Sira con una sonrisa en su rostro, una sonrisa de satisfacción cuando sacó los dedos, empapados en lubricante—, ha llegado el momento de un nuevo paso en tu enseñanza, bebé.
No lo entendía. No lo comprendía. Y no miró.
Pero eso no quitó el dolor repentino.
Comenzó a retorcerse para huir de él, sin embargo, Señor Sira lo sostuvo, gimiendo en voz baja.
Ardía. Quemaba. Dolía.
Muñequito no pudo seguir apretando sus dientes, sus labios, y gritó.
—¡No! —Gritó entre llantos, pataleando, revolviéndose, queriendo que se quitara, y todos esos movimientos hicieron que doliera más—. ¡No! ¡No! ¡No!
Seis años. Gun tenía seis años.
Señor Sira lo intentó por las buenas.
—Muñequito, Muñequito —susurró—, no seas así, relájate, vamos...
Pero Muñequito siguió gritando, siguió chillando, y su paciencia se acabó cuando puso una mano sobre su boca, y el niño malcriado lo mordió.
Se salió de su interior sin delicadeza, sangre cayendo al suelo, y lo abofeteó duramente. Gun lloró más.
Fugazmente pensó que lo mejor sería castigarlo como hacía con todos los otros Muñecos, sin embargo, ese niño estaba siendo su proyecto perfecto. Y mutilarlo... sería perder años de tiempo invertido en él.
No. No, lo mejor sería usar el miedo. El terror.
El llanto del niño empeoró, acurrucándose en una bolita sobre la cama, e importándole poco su desnudez, la sangre, sus sollozos, lo agarró de la cintura. Era ligero por su delgadez.
—Eres un Muñeco horrible —siseó Señor Sira, sacudiéndolo, sin suavizarse a pesar de los ojos rojos del menor y su rostro encharcado en lágrimas—, ¿quieres que te corte las cuerdas vocales? ¿Quieres que te mate, pequeño pedazo de mierda? Te voy a enseñar lo que pasará si sigues así, Muñequito.
—No, no, no... —gimoteó con desespero, sorprendido de su propia voz, de que ese ruido extraño estuviera saliendo de su boca.
Sira lo sacó de ese cuarto, que era una habitación con una cama de dos plazas en el centro y una luz roja, con toda probabilidad para disimular toda la sangre que cubría el suelo.
El pasillo estaba en penumbras, con puertas cerradas, pero abrió una de golpe. Un hombre soltó un gruñido al ver a Sira, pero no detuvo su movimiento. No detuvo sus embestidas.
Gun apenas podía ver por entre las lágrimas, sin que dejara de doler. Sin sentirse roto de una forma extraña.
—¿Qué quieres, Sira? —gruñó el desconocido, que tenía una extraña mirada. ¿Era acaso porque tenía un ojo azul y otro castaño?
—Continúa, Mike —espetó Señor Sira, acercándose hacia el desconocido, y dejó a Muñequito en el suelo.
El primer impulso del niño fue correr lejos de allí, pero su cadera dolía, sus piernas temblaban, y lloró con más fuerza cuando recibió otra bofetada en el rostro. Sabor metálico inundó sus papilas gustativas.
Sira lo agarró del cabello, elevando su rostro, y gritó cuando vio la escena.
Había una niña en la cama. Una niña mutilada.
—¡Mírala, mírala! —Gritó Sira, golpeándolo cuando lo vio cerrar sus ojos—. ¡Mírala, Muñequito, así vas a terminar si sigues gritando!
Volvió a chillar cuando lo obligó a abrir los ojos.
—¡No, no! —era lo único que podía decir, lo único que podía balbucear.
Mike no dejaba de moverse, ubicado entre las piernas de ella. En donde debían estar sus piernas.
Lucía mayor que Gun, pero eso no aliviaba en nada la situación. No cuando la niña lloraba, con su boca abierta en una expresión de sufrimiento, lágrimas cayendo por su rostro, pero no emitía ruido alguno.
—¿Quieres que te corte las cuerdas vocales como a ella? —Espetó Sira, empujándolo contra la cama, acercándolo a la pobre chica, y Gun vio la cicatriz en su cuello—. ¡¿Quieres que te deje ciego como a ella?!
Los ojos sin vida de la chica se movían para todas partes, parpadeaba, sin embargo, no se posaban en ninguna parte.
—¡¿Quieres, pedazo de mierda, que te corte los brazos, las piernas?!
Muñequito negó con la cabeza frenéticamente, sin dejar de llorar, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo.
Sira volvió a agarrarlo, saliendo del cuarto a pasos frenéticos, sin importarle Mike, y caminó hacia otra habitación. Entró sin dudarlo y Muñequito gimoteó al observar la escena.
—¿Quieres acabar como el resto de Muñecos, Muñequito de Porcelana? —Gruñó Sira, obligándolo a ver a los seis niños sentados en el suelo, todos vestidos con tules, todos ajenos al ruido alrededor de ellos—. Ellos son tus hermanos, pero ¿quieres ser como ellos? Porque si es así, entonces dímelo y hoy mismo te cortaré aquí —atrapó una de sus rodillas, apretándosela—. Te dejaré como ellos, ¿eso quieres?
Negó con la cabeza, su voz muriendo, con su garganta cerrándose, forzándose a dejar de llorar.
No comprendía bien las palabras de Señor Sira, no entendía con exactitud a qué se refería, pero su instinto gritaba que obedeciera. Que dejara de hablar. Que dejara de escuchar.
—Te puedo romper los tímpanos ahora mismo para que así me hagas caso —siguió amenazando Sira—, pero no quiero arruinarte, bebé. No quiero destrozarte. ¿Serás bueno? ¿Te quedarás quieto cuando te entrene, cariño?
Asintió desesperadamente.
Sira sonrió y lo sacó de allí.»
Mew lo observó en silencio cuando terminó de narrar toda la historia, con su rostro pálido y enfermizo, su boca seca, la bilis subiendo por su tráquea, sin embargo, se obligó a no vomitar. A contener las náuseas en su estómago, porque Gun estaba frente a él, contándole todo eso como si no estuviera hablando sobre algo horrible y despreciable.
Gun se mantenía tranquilo, casi indiferente a la situación.
—Fui bueno —dijo con orgullo entonces—, ¡no cometí ningún error más y me convertí en el Muñequito Perfecto, Mew!
Mew quería llorar.
—¿Eso te hace feliz? —preguntó, sus gestos torpes e indecisos.
Gun se balanceó.
—Fui su creación perfecta —insistió con una sonrisa de superioridad—. No hago sonidos ni escucho nada de lo que me dicen. ¡Comía en las horas que me entrenaron y aguantaba bien las ganas de ir al baño! Sólo podía ir dos veces al día y lo resistía sin problema —Gun acarició sus piernas—. Y estoy completo. No estoy mutilado. Los otros Muñecos son imperfectos.
Dios. Santo Dios...
Sus manos seguían temblando cuando volvió a hablar:
—¿Podrías describirme a Mike? Sus principales características, hacerme un dibujo de él, ¿puedes hacerlo?
Gun asintió, aunque ahora su expresión se volvió juguetona.
—¡Sólo si me das ese caramelo, Mew!
Mew sonrió débilmente, poniéndose de pie y se lo ofreció. Gun no tardó en llevárselo a la boca, concentrado en dibujar, y el psicólogo lo aprovechó para ir al pequeño baño que tenía en la oficina, encerrarse, y vomitar su almuerzo.
Lo vomitó todo antes de romper a llorar.
𝕰𝖛𝖎𝖎 𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ
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