24. Asecho
Tay observó la ventana con ojos helados, pero la mueca en su labio demostraba que estaba furioso.
Off le sonrió, tratando de aplacar su ira, aunque él pareció enfurecerse peor con ese gesto inocente de su mejor amigo.
—Tienes que estar bromeando —gruñó Tay.
—Sólo tienes que ayudarme a subir...
—¡No tengo fuerzas ni para levantarme por las mañanas y quieres que te ayude! —dijo en un susurro enojado Tay.
Off borró su sonrisa, poniendo una expresión amenazante en su rostro.
—Te di una de mis letras para que conquistaras a New, así que ahora, o me ayudas, o le diré a ese chico que tú no escribiste nada —amenazó.
Tay soltó un chasquido, cruzándose de brazos, pero no dijo nada y Off lo tomó con que aceptaba lo que harían a continuación.
Así que, agarrando unas piedras pequeñas, las lanzó contra la ventana. No pasó nada inmediatamente, así que lo intentó otra vez, y la luz del cuarto se encendió, seguido de unos ladridos. Pasaron unos segundos hasta que la ventana se abrió y el rostro sorprendido de Gun apareció.
El chico los miró, atónito, pero Off le sonrió.
—Voy a entrar —le dijo con lentitud, para que así leyera sus labios.
Gun pareció preguntarles con la mirada cómo lo haría, sin embargo, Off hizo un gesto, quitándole importancia, y con ayuda de Tay, que apenas podía con el peso de su amigo, lo subió a sus hombros.
—Voy a matarte, voy a matarte, voy a matarte... —murmuraba Tay, a punto de llorar por el dolor. Afortunadamente, estaba pegado a la pared así que aquello era soportable hasta cierto punto.
Off pensó que sería más fácil, pero Gun tuvo que tirarlo de la sudadera para que terminara de entrar, y rogó para que nadie más en la casa se despertara con todo el ruido.
Se puso de pie, observando a T̄h̀ānh̄in olisquear su pierna.
—Off, ¿qué haces...?
Gun no pudo decir nada más porque Off le besó en ese momento, sintiendo un bálsamo en su corazón cuando sus labios conectaron con los del menor. A pesar de todo lo ocurrido, a pesar de verlo con Ploy, no le importaba nada en ese instante porque él sabía, en el fondo, que Gun Atthaphan era su novio y le quería demasiado como para permitir que ese tonto beso arruinara su relación con él.
Gun respondió el beso, sorprendido y jadeante, sus piernas temblando por el agarre de Off en su cintura, y retrocedió unos pasos en los que Off sólo le seguía besando.
No se separaron hasta que Off sintió algo incómodo en su pierna, y al bajar la vista se encontró con T̄h̀ānh̄in, que estaba mordiendo su pantalón, gruñendo para que se alejara de su dueño.
Se rió en voz baja, observando a Gun, que le miró con ojos brillantes.
—Lo siento —dijo Gun, a punto de romper a llorar—, por lo del otro día, yo no...
—Shhhh... —Chistó Off, chocando suavemente su frente con la del menor—, shhh... No importa, Gunnie...
Lo volvió a besar, pareciendo que Gun entendió su mensaje, y se quedaron así varios segundos, sólo compartiendo besos torpes, risas bajas, el calor de sus cuerpos siendo suficiente para estar con el otro.
Se acostaron sobre la cama del chico, Off olvidando por completo que Tay estaba congelándose el culo afuera, y volvieron a besarse.
—Te he extrañado mucho —le dijo Off con cuidado, pues esos últimos días estuvo aprendiendo lenguaje de señas, y se sintió mejor cuando el rostro de Gun brillaba por la felicidad—, ¿volverás al colegio?
—Sí, la próxima semana regresaré —le dijo Gun—, he estado algo... ocupado...
Off observó la evidente vacilación, pero decidió no decir nada porque no quería presionarlo. Si bien se moría de curiosidad por saber qué pasó, tampoco deseaba insistir con ese tema porque, en el fondo, no sabía si sería capaz de manejarlo.
Había algo, en esa terrible verdad, que no quería saber.
—Yo también te he extrañado —añadió Gun, su expresión volviéndose tímida—. Lamento lo de Ploy, Off. Si lo hubiera sabido...
—¿Te gusta ella? —preguntó Off, sin lucir enfurecido o enojado, sólo tranquilo, porque necesitaba escuchar su respuesta.
—No, no —se apresuró a responder el chico—, a mí me gustas sólo tú.
Off le acarició el cabello, besándole la mejilla y viendo la sonrisa dulce en su rostro.
Era como si estuviera, en ese instante, flotando en una nube porque Gun era demasiado bonito y adorable, y cuando estaba con él, todos los problemas parecían desaparecer: la mirada desamparada de Ploy, los ojos de reprobación de sus padres por haber terminado con Davika, y los constantes mensajes de la chica, todo eso, se esfumaba de su mente cuando Gun se acurrucaba a su lado, observándole como si fuera un superhéroe.
Off se sentía como un superhéroe gracias a Gun, y eso, en el fondo, le encantaba.
Permanecieron varios minutos más dándose besos, acariciándose entre sonrisas torpes, hasta que una piedra cayó al suelo, y Off recordó a su mejor amigo.
Se asomó, viéndolo fastidiado.
—¡Tengo frío! —masculló Tay entre dientes.
Off se vio tentado de cerrar la ventana, pero ya era tarde, y decidió que lo mejor sería marcharse.
Abrazó a Gun una vez más, dándole otro beso.
—Debo irme —le dijo, viendo su rostro triste—, pero vendré a verte mañana si quieres.
—Te abriré la puerta de la cocina para que salgas —se apresuró a responder Gun.
Off no podía despegarse de sus labios, pero se vio obligado a hacerlo cuando el chico se alejó, saliendo de su cuarto y observando que no anduviera nadie en el pasillo. El mayor le siguió, tratando de no hacer ruido, y pronto llegaron a la cocina, donde el menor abrió la puerta para que saliera.
—Te quiero —dijo Off, dándole un beso más.
—Yo también te quiero —respondió Gun, sin dejar de sonreír.
Off se despidió, sintiéndose ahora mucho mejor porque vio a su novio (su novioooooo), y caminó hacia donde estaba Tay, que estaba abrazándose por el frío de invierno.
Comenzaron a caminar, sin decir algo durante unos segundos.
—Esta ha sido la estupidez más grande que hemos hecho en mucho tiempo —dijo Tay.
El más alto soltó un resoplido.
—No, ha sido cuando te confesaste con New rapeándole —respondió Off—. Hubieras visto su cara.
—Eso dio resultado —replicó Tay, algo indignado—. De verdad, lanzar piedras...
La voz de Tay se interrumpió repentinamente, y Off no lo habría considerado importante, no a menos que hubiera seguido caminando.
Pero Tay se detuvo, su expresión tornándose atónita, por lo que sólo lo miró.
—¿Qué pasa? —preguntó Off.
—Cómo... —la voz de Tay demostraba lo confundido que estaba en ese instante—. Gun es... sordomudo.
—Sí —respondió Off.
Tay tragó saliva, mirando hacia atrás, hacia la casa de Gun.
—Y tú lanzaste piedras para que abriera las ventanas —Tay volvió a observarle, pasmado, y Off reparó en lo que quería decir—. ¿Cómo las escuchó?
Off sólo pudo devolverle la mirada, boquiabierto, sin encontrar una respuesta a lo que preguntó.
Sira siempre se caracterizó por ser un hombre que solía mantener la calma cuando la situación lo ameritaba, aunque siempre podían existir situaciones en dónde perdía el control fácilmente, en especial cuando se trataba de un juguete desordenado.
Ocurría siempre los primeros días: los juguetes no se adaptaban, no entendían, no comprendían, y eso provocaba que se portaran muy mal. Pero no era nada que unos buenos golpes, unos buenos castigos, no pudieran solucionar. Era sólo cosa de entrenamiento, de perfeccionamiento: con el pasar de los días, los juguetes se volvían más maleables, más sumisos, y todo se simplificaba con facilidad.
Observó la hora con calma, levantando la vista cuando sintió una conocida presencia delante de él.
—¿Quién es usted? —preguntó Art, mirándole con el ceño fruncido.
Sira ladeó la cabeza.
—Art, ¿no es así? —preguntó, su voz dulce y suave.
El hombre le miró con cautela.
—¿Es mi nuevo abogado? —Preguntó Art—. Porque si es así...
Sira soltó una risa baja, divertido, y Art se quedó en silencio.
—La noche del tres de noviembre de 2006, su hogar fue allanado por la policía —dijo Sira con calma—, y encontraron a un menor de edad en posesión suya —la expresión de Art se mantuvo de piedra, y Sira sacó una fotografía vieja, tendiéndosela—. ¿Era este el juguete en su posesión, señor Pakpoom?
Art observó la foto, su rostro iluminándose al ver al niño retratado en ella: parecía tener seis años, sentado en una cama, apoyándose en las almohadas, con un precioso vestido de estilo victoriano cubriéndolo, de color rosado y con flecos púrpuras. Sobre sus cabellos había un sombrero púrpura también, con una rosa en el centro, y su mirada vacía estaba posada directa en el lente de la cámara.
—Muñequito —corroboró Art, levantando la vista, parpadeando—. ¿Usted acaso...?
—¿Fue un buen muñequito? —Preguntó Sira, con su voz amable y persuasiva—. ¿Era el muñeco perfecto, Art?
Un instante de silencio.
—Valió cada maldito peso que gasté en él —la mirada afiebrada en los ojos de Art demostraban que decía la verdad, una sonrisa morbosa pintando sus labios—. No gritaba aun cuando podía hacerlo, y cada palabra que le decía la ignoraba. De vez en cuando sus ojos se movían por el cuarto, o hacía muecas por el dolor, pero era inevitable, supongo —humedeció sus labios, complacido.
Sira hizo una mueca al notar la erección en los pantalones del hombre, pero no dijo nada sobre ello.
—Era muy bonito —prosiguió Art—, todas las prendas que le compraba le quedaban bien, e incluso el cabello largo combinaba con su rostro. Y se sabía sus horarios con claridad, así como me lo dijeron cuando lo compré —el hombre pareció volver a la realidad de pronto, observando a Sira, parpadeando—. ¿Usted...?
—Gracias por sus palabras, Art —Sira se puso de pie, guardando la fotografía—, siga disfrutando su condena.
—¡No, bastardo! —gritó Art, poniéndose de pie, y las esposas en sus muñecas resonaron—. ¡Tú también tienes que pagar! ¡Tú lo entrenaste, hijo de puta!
Sira ignoró sus acusaciones, saliendo del cuarto donde tuvo aquella plática, y miró a los dos guardias, sacando un fajo de billetes para entregárselos.
—La cámara estaba apagada, ¿cierto? —preguntó, su voz dura.
Los dos policías tragaron saliva.
—¡Quién te crees, imbécil, tienes que pagar! —seguía gritando Art.
—Sí, señor Sira —respondieron los dos guardias.
Sira no dijo nada más, volviendo a caminar, y salió al pasillo, donde todo el mundo le ignoró por completo.
Minutos después, salió del centro penitenciario, observando el cielo, antes de bajar su vista hacia la fotografía que tenía guardada en su bolsillo.
Su dedo acarició el rostro de Muñequito.
—Pronto, pronto... —murmuró—, pronto te encontraré, Gun.
𝕰𝖛𝖎𝖎𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ
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