21. Familias
«Cherreen Nach se había casado a los veintiséis años con quien consideraba el amor de su vida, Leo Atthaphan, y dio inicio a su perfecta vida matrimonial. Dos años después, dio a luz a su primer hijo, Gun Atthaphan, un hermoso niño de ojos brillantes y sonrisa encantadora, que enamoraba a cualquier persona que se tomara el tiempo de conocerlo.
Fue así como Cherreen tuvo una vida casi perfecta: tenía un trabajo como asistente de un ejecutivo, su marido la adoraba, y en casa le esperaba un niño perfecto que hacía sentir a su corazón cálido y feliz. La felicidad era tanta, que estuvo mucho tiempo agradecida por la vida que le tocó tener.
Hasta que, por supuesto, recibió la llamada de Leo, con su voz desesperada y rota, diciéndole que su pequeño ángel, su hermoso niño, desapareció.
Su mundo entero se derrumbó con ello.
—¿Qué tal si usas el color verde para pintar el árbol, Gunnie?
Gun no la tomó en cuenta, pero no se rindió. No iba a rendirse con su niño.
Habían pasado casi dos meses desde que encontraron a Gun, pero el muchacho seguía internado en el hospital, bajo observación, así que Cherreen le iba a ver todos los días para seguir generando lazos con él.
Luego de que la sacaron a la fuerza, cuando Gun se orinó y lloró, tuvo que pasar otras semanas sin verlo, lo suficiente como para estabilizarlo, para ponerlo en mejor estado. Cuando le permitieron estar con él, le cortaron el cabello, subió de peso, y ya hacía más cosas en lugar de quedarse quieto todo el día, mirando un punto fijo en la pared.
Pero sus ojos destrozados permanecían, y Cherreen se prometió que borraría esa mirada de sus ojos.
Ese día, le llevó un cuaderno de dibujos y lápices a Gun para que el niño pintara y, aunque al principio parecía algo reacio a hacerlo, luego de mostrarle cómo pintar, se animó a comenzar.
¿Qué tan triste era eso? Gun no sabía usar los lápices, le costó agarrarlos con firmeza, y se salía de las líneas al hacerlo. Pero, por sobre todo, pintaba los objetos con colores que no eran los típicos.
Como ese árbol: pintaba el follaje de azul y la madera era violeta.
Sin embargo, Cherreen estaba feliz porque el chico parecía concentrado en el dibujo, mordiendo su lengua, con su expresión fija.
Minutos después, Gun pareció satisfecho de haber terminado, y dio vuelta la página. Su ceño se arrugó al ver el animal caricaturizado: era un perrito.
Gun vaciló un instante, para luego mirarla con vergüenza, y apuntar al dibujo.
—¿Eso? Es un perro —dijo Cherreen.
El niño frunció más el ceño.
En todo ese tiempo, Gun no había dicho palabra alguna ni daba indicios de escuchar.
Su primer impulso fue escribirle a Gun el animal qué era, pero reparó en que él no sabía leer. No sabía ni leer ni escribir.
Una ola de tristeza la inundó, pero trató de disimularlo.
—Lo podemos pintar de café —dijo Cherreen, agarrando el lápiz para ofrecérselo, teniendo cuidado de no tocarlo, porque al chico no le gustaba eso.
Gun negó con la cabeza, disgustado, y agarró otro color: rojo.
La mujer suspiró, pero sólo le sonrió al ver que volvía a pintar de forma desordenada.
Minutos después, tocaron a la puerta y Leo asomó su rostro. Gun dejó de pintar varios segundos, sus hombros tensos, su mirada tornándose nerviosa, pero Leo se quedó quieto después de cerrar la puerta, levantando sus manos en señal pacífica. Pasó un instante y Gun se relajó, volviendo su atención al dibujo, agarrando ahora el color verde para pintar los ojos del animal.
Leo se sentó al lado de Cherreen, tomándole la mano, y llamó la atención del chico.
—Hola, Gunnie —dijo con voz lenta y suave—, ¿sabes qué día es hoy? —Gun le estaba mirando, pero no dijo nada, sus labios sellados—. Hoy es treinta de diciembre. Hoy es tu cumpleaños.
Cherreen sintió sus ojos algo llorosos al recordarse diez años atrás, en el parto, pujando con fuerza, hasta que escuchó el llanto de su bebé. El sonido más bonito que escuchó ese día.
Cuando lo tuvo en brazos, se prometió que le daría los mejores cumpleaños de su vida, que lo haría el niño más feliz del mundo entero.
Los ojos de Gun se movieron, cautelosos, cuando vio a Leo sacar algo de su bolso. Una caja envuelta en papel de regalo.
Con cuidado, Leo dejó el paquete en la orilla de la cama para que su hijo lo agarrara. Gun vaciló unos instantes antes de hacerlo, sus cejas arrugadas otra vez.
Fueron pacientes mientras Gun veía el papel de regalo antes de comenzar a rasgarlo. Al realizar cada una de sus acciones miraba siempre a sus padres, sus ojos pareciendo preguntar si podía hacerlo, y al ver que ellos sacudían su cabeza en una señal de asentimiento, continuaba.
Al abrir la caja, su mirada se arrugó en confusión, sacando una cámara polaroid. La observó, aturdido, sin comprender qué era, observándola desde diversos ángulos, pero sin entender para qué servía.
Luego, sacó la fotografía enmarcada que había en la caja también: en ella, estaban sus padres más jóvenes, con un niño en medio de ellos, cada uno tomándole una mano.
Gun la observó, levantando la vista. Señaló, con algo de miedo, al hombre de la foto, y luego apuntó a Leo.
—Sí, soy yo, más joven —dijo Leo, sonriendo.
El muchacho indicó después a la mujer, y acto seguido, señaló a Cherreen.
—Exacto, esa soy yo —concedió Cherreen.
Entonces, Gun apuntó al niño. Luego, a ellos dos. Ambos se miraron.
El chico parecía estar preguntando "¿dónde está?".
Leo humedeció sus labios, y con cuidado, lo apuntó a él.
Gun arrugó los labios.
Su mamá, lentamente, le pidió la fotografía. El muchacho se la entregó, tímido, y observó a Cherreen apuntar al niño y luego a él.
Los ojos de Gun se abrieron por la sorpresa. Imitó la acción, señalándose a sí mismo, viendo como los dos adultos asentían, y le quitó la foto a Cherreen, mirándose con admiración.
Se sobresaltó al sentir a Leo cerca de pronto, quedándose quieto por puro instinto. Pero el hombre, en lugar de tocarlo como hacía su Dueño, tomó aquel objeto cuadrado que no sabía qué era.
Volvió a sobresaltarse cuando una luz repentina lo apuntó, y observó con curiosidad como un papel cuadrado salía de ese objeto extraño.
Leo agarró la fotografía en blanco, agitándola un instante, y ante la sorprendida y atónita mirada de Gun, observó como el color pintaba ese papel, como él estaba allí retratado.
La expresión de Gun pasó de la confusión al asombro, para después transformarse en excitación por aprender a usar ese extraño objeto que le dieron.
Agarró la cámara, acomodándola en su rostro como vio hacer a Leo, y miró a través del lente a la bonita mujer que le acompañaba todos los días. Presionó el botón, volviendo a sobresaltarse cuando el flash apareció, y esperó con poca paciencia a que saliera el papel. Lo agitó con furia una vez lo tuvo en sus manos, casi rebotando por la admiración cuando vio los colores aparecer y Cherreen aparecía en la foto.
Los padres se miraron al ver a Gun usando la cámara con juguetón asombro, mirando a través del lente todo el lugar, y se sonrieron con evidente alivio.
Gun iba a mejorar. Gun iba a mejorar, y a volver a casa con ellos.»
—¡Feliz navidad, Gun!
Gun se vio de pronto rodeado de un fuerte abrazo, y sonrió cuando tío Arm lo elevó en los aires como si no pesara demasiado. Una vez fue dejado en el suelo, saludó a su tía Nee con un beso en la mejilla, para luego tomar en brazos a su pequeña prima, Lyn.
—¡Gunnie! —Se rió Lyn—. ¡Estás muy guapo!
—Por supuesto, es el gen de la familia Nach —contestó Arm con falsa modestia—. ¡Hermana!
—¡No te atrevas a abrazarme, Ar...! ¡ARM! —se quejó Cherreen cuando su hermano mayor lo abrazó con fuerza.
—Sabes cómo es Arm, Cherreen —se quejó Tommy, el hermano menor de los Nach—. Es un monstruo de... ¡No te atrevas a tocarme, hermano!
—¡No te veo desde hace mucho, Tommy! —se quejó Arm, comenzando a perseguirlo como si no tuviera más de cuarenta años.
La familia Nach estaba compuesta por los tres hermanos: Arm, Cherreen y Tommy. Sus padres eran Peter y Sitang, abuelos de Gun, que lo mimaban un montón cada vez que lo veían.
Por otro lado, en la familia Atthaphan sólo quedaba viva la abuela Lara, que vivía con su hijo, Leo. Tenía otro hijo varón, Victor, y dos hijas más: Sara, que estaba casada con Lee Thanat y tenían dos hijos, White y Kan; y su hija menor, Sunny, que salía con Mek Jirakit.
Gun los amaba a todos porque ellos eran muy buenos y dulces con él, además que los veía en Navidad siempre, y le daban muchos regalos.
Nunca se detenía a pensar que le daban esa cantidad de regalos por todos los años que estuvo desaparecido. Para Gun, ese episodio de su vida estaba bloqueado. Borrado. Eliminado.
—Gun cada año está más guapo —dijo su abuela Sitang.
El chico sintió sus mejillas coloradas.
—¡No diga eso, abuelita! —regañó.
—¡Es cierto! —Dijo Sara, revolviéndole el cabello a su sobrino—. ¡Es más guapo que mis hijos!
—¡Mamá! —se quejaron los dos niños.
Gun sólo sonrió, feliz por estar allí. Era el primo mayor de entre todos, detrás de él estaba White, con trece años, luego Kan, con diez, y finalmente Lyn, con siete. Y, a pesar de que no los conocía desde pequeños, aún luego de todo lo ocurrido, sus primos siempre le trataron con amor y cariño.
—Gun se parece a mí cuando joven —dijo su abuelo Peter con orgullo.
—No, abuelito, usted es más guapo que yo —se apresuró a decir Gun, contento por su familia.
Porque, aunque fuera un muñequito usado, allí todos lo amaban.
»Fluke, por otro lado, quería que esas fiestas acabaran pronto.
Observó de reojo a su familia en el comedor, todos conversando entre sí e ignorándolo. Sus primos no se molestaban en mirarlo, hablando sólo con Davika, y deseaba que todo eso acabara pronto. En especial la parte de los regalos, porque era lo más incómodo para él: sus tías y tíos sólo le regalaban calcetines, de esos packs que vendían tres por dos.
—Entonces, cariño ¿sales este año? ¿Qué tienes planeado seguir estudiando? —preguntó su tía Airin.
Davika sonrió, orgullosa.
—Estoy siendo la mejor estudiante de mi curso y planeo estudiar Medicina —dijo la chica.
—Fantástico —contestó su tío Dan—. Como siempre, llenando de orgullo a la familia Natouch. ¿Sigues saliendo con ese chico tan bueno e inteligente, Davika?
Miró de reojo a su hermana mayor, que apretó sus labios un momento antes de volver a sonreír encantadoramente.
—Sí, con Off estamos muy felices —dijo la chica— él piensa estudiar también Medicina, y nos pensamos casar cuando acabemos con la carrera.
—¡Eso suena estupendo!
Fluke estiró una de sus manos para agarrar una galleta, pero su abuela Stella golpeó sus dedos.
—Todavía no se puede comer, Fukil —regañó la mujer con voz helada.
El chico bajó la vista.
—Es Fluke, abuela Stella —corrigió, usando un tono suave.
—No entiendo por qué permites que este mocoso irrespetuoso pase las fiestas con nosotros —dijo su abuelo Bob hacia su padre, ignorando a Fluke—. Deberías mandarlo con la perra de su madre.
Nat, su padre, desvió la vista con vergüenza, en tanto Fluke sentía sus labios temblar.
No tenía muchos recuerdos de su mamá, si era honesto, porque su papá lo había alejado de ella cuando tenía cuatro años bajo la excusa de que la mujer no estaba habilitada para cuidarlo, cuando en realidad quería evitar que ella lo usara en su contra y arruinara la reputación de los Natouch: para todo el mundo, Fluke era hijo legítimo de Sol.
En el fondo, Fluke habría preferido vivir con su mamá: muy bien en esa familia nunca le faltaría nada (al menos, por ahora), pero nunca recibió nada más que desprecio y burlas de su parte.
—¿Sigues siendo un maricón, Fukil? —preguntó tía Airin con evidente asco.
—No hablemos de eso —se quejó Sol, el disgusto pintando su rostro.
—Me sorprende que puedas aguantarlo tanto —bufó su abuela—, yo lo veo y me dan ganas de vomitar. ¿Cómo pudiste meterte con esa mujer, Nat? Este niño es feísimo, un idiota y maleducado.
Fluke se puso de pie, haciendo una inclinación torpe.
—Voy a estar en mi cuarto —dijo débilmente, conteniendo las ganas de romper a llorar.
—Un mocoso berrinchudo y malnacido —terminó de decir la mujer mayor.
—Abuela, no hables de eso —intervino Davika, algo preocupada al ver el descompuesto rostro de su hermano menor.
Pero Fluke sólo se apuró en subir a su cuarto para poder respirar con calma.
Muchas veces trató de hablar con su padre para que le dejara ir con su verdadera mamá, para conocerla, por último, pero el hombre siempre se negó a ello, diciendo que esa mujer no le quería.
Tal vez era cierto. Tal vez no le quería, porque nunca dio señales de vida. Tal vez era más sencillo deshacerse de él como hacía todo el mundo.
Sacó su móvil.
Flukie:
Osito, te extraño.
Ohm:
Yo también, bebé.
¿Quieres que vaya a verte más tarde?
O puedes venir tú aquí.
Mamá puede guardarte comida.
Ella te tiene un regalo también.
Fluke lo quería tanto, lo amaba mucho, porque Ohm parecía haber notado lo inestable que se sentía sólo con ese mensaje. Lo triste, vacío y apenado que estaba. Y que le invitara a su hogar, con su cariñosa familia que le trataba tan bien, hizo que su corazón se sintiera más cálido.
Contestó con una afirmación, entrando a otro chat.
Gunnie:
¡Feliz navidad, Flukie!
¿Vienes mañana a mi casa?
¡Lyn dice que quiere ver a su oppa bonito!
Flukie:
¿Puedo quedarme a dormir mañana?
Gunnie:
¡Podemos invitar a New!
¿Suena eso bien?
Flukie:
Suena genial.
Gracias, Gun.
Gunnie:
¡Para eso están los amigos!
Estaba bien. No importaba si su familia no le quería, porque tenía amigos que se preocupaban por él y un novio que le amaba. Eso estaba perfecto para Fluke.
La puerta de su cuarto fue tocada, y Davika asomó su rostro. La chica entró, llevando un plato con la cena, comprendiendo que Fluke no iba a querer bajar a comer para que le siguieran tratando de esa forma.
—No los tomes en cuenta —dijo su hermana mayor, dando el primer paso para acercarse a él luego de tantas semanas—, en el fondo no lo dicen en serio, ellos son...
—No es necesario que mientas, hermana —murmuró Fluke, sentándose en la cama—, ellos no me quieren, nunca lo han hecho —hizo una mueca—. No importa. Ya me acostumbré.
Davika se sentó a su lado, dejando el plato sobre el velador, y luego le tomó la mano.
—No me he portado bien contigo, Flukie, no he sido una buena hermana —suspiró la chica—, es sólo que lo de Off me ha descolocado por completo —el chico bajó la vista—. Lo siento mucho.
Fluke la abrazó, algo aliviado de que Davika se hubiera dado cuenta de la forma en la que se portaba, y la chica le sonrió con cariño. Por un breve instante, se recordó a los cinco años, llorando por culpa de una pesadilla, y Davika yendo a consolarle como si fuera una mamá.
—Encontrarás a un chico mejor —le dijo.
Su hermana mayor hizo una leve mueca de disgusto.
—No, Off es el chico ideal para mí —ella suspiró—, es guapo, inteligente y divertido. Off va a recapacitar y volveremos a estar juntos —le dio un beso en la coronilla, poniéndose de pie—. Bajaré a cenar, ¿seguro que no quieres ir?
Fluke la miró.
—Prefiero quedarme aquí —contestó, haciendo una mueca.
Davika asintió, despidiéndose, y quedó solo una vez más.
Fluke estaba teniendo un mal presentimiento de todo.
𝕰𝖛𝖎𝖎𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ
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