Llego tarde.

Diez minutos me ha demorado una ducha rápida. Ponerme el uniforme y preparar un bolso con cremas, gel, toallas y profilácticos me demora los cinco minutos restantes.

Avísame cuando estés en camino me indica.

Y contesto que ya voy.

En total no fueron quince sino treinta. Pero llego al fin.

Me ha dado la indicación de que es una casa de dos pisos, cubierta con ligustrinas delante y dos camionetas estacionadas fuera.

El barrio es lujoso. De hecho, aquí viven algunos legisladores. ¿Será un punto a favor? ¿Y si realmente es el millonario que venía esperando? ¿Y si intenta golpearme o maltratarme, tendré que dejarme sin más?

Según dicen, cuidado con lo que deseas, podría hacerse realidad...Podría llegar antes de lo esperado.

Estoy en la puerta.

Sólo es cuestión de escribirle un mensaje y avisarle que estoy fuera de la enorme casa donde vive.

No obstante, el destino acontece antes que mis pensamientos ya que escucho que una puerta, al otro lado de las rejas con ligustrinas, se mueven y deduzco que él me ha visto.

No hay ventanas para espiar sino que, cada cinco metros, hay al menos una cámara de vigilancia.

El portón se abre y un hombre de metro ochenta, cabello negro desordenado y hombros anchos aparece al otro lado con un pijama almidonado puesto, sin calzado, e incipiente barba de dos días.

—Hola, linda—me dice, esbozando una media sonrisa lobuna que hace colapsar mi demonio interior—, ¿estás lista?

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