Capítulo Trece: Ella de nuevo
⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.
Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.
El abrazo duró más de lo esperado. Mary soltó a su hija solo para admirar su rostro antes de recobrar la seriedad habitual.
—Hay un loco suelto por ahí, Stacey. Ya no puedes quedarte más tarde en la escuela —sentenció la mujer recibiendo una afirmación por parte de la muchacha—. Vamos a desayunar antes de que empecemos a atrasarnos para la escuela.
Mundriak nunca había escuchado a Mary hablar de esa manera, realmente parecía muy preocupada.
Todos los colores de aquel día lucían verdaderamente grises y los rostros de las personas que caminaban por las aceras demostraban verdadero pesar. Los habitantes del sitio en el que vivía Mundriak habían gozado de dichosa paz por muchos años. Todas aquellas noticias que involucraban muerte y desgracia, eran repartidas en otros poblados, evadiendo su cálido hogar con tanta agilidad que parecía bendecido directamente por los ángeles.
—Adiós —dijo Mundriak en tono bajo al descender del auto. Creía que aquella era una forma de demostrarle a su madre que todo iba bien.
—Recuerda lo que te dije —expresó la mujer sin sonreír al tiempo que daba vuelta al volante para volver a incorporarse a la avenida—. Vendré por ti puntualmente.
El motor del auto rugió al tiempo que Mundriak veía a su madre alejándose. Sentía cómo un extraño dolor la recorría. Como si aquel desastre estuviera perturbándola hasta los huesos.
Giró su mirada hacia la escuela.
Tom era el chico más popular, tan encantador que, como estrella de cine, robaba el corazón de aquellas almas que aún no habían cruzado palabra con él. Mundriak había experimentado tal encanto.
Los pasos de la chica parecieron sonarle mucho más fuertes que en otras ocasiones, contrastaban con las débiles pisadas de los demás. Tan temerosas, tan tristes que parecían provenir de muertos en vida.
Cuando Mundriak cruzó el umbral de la escuela, un bullicio llamó su atención. Al voltear hacia tal lado, se percató de que era Miranda. La chica yacía en el suelo, despeinada (por primera vez en su vida), con unos enormes lentes oscuros y el rostro enrojecido y descuidado.
Lloraba con fuerza, desplomada frente al casillero de Tom, que ya lucía unas cuantas flores y notas de cariño, seguramente del equipo de fútbol. Mundriak se acercó casi en automático. Parecía sentir un poco de lástima por Miranda, aunque ese sentimiento titilaba en su corazón, dejando que un poco de rencor lo reemplazara de vez en cuando.
Miranda alzó la mirada al sentir a Mundriak cerca. Por un momento, sus miradas se cruzaron y parecía haber un poco de empatía, pero aquel encantó terminó demasiado rápido y la voz furiosa de Miranda volvió a alzarse.
—¿Qué haces mirando, bruja? ¿Se te perdió algo? —reclamó la chica con voz fuerte—. Quiero que te largues ahora mismo.
—Miranda... —comenzó a decir Mundriak temerosa.
—¡Lárgate! —gritó la muchacha. En ese momento, Kelly y Dakota llegaron corriendo a la escena para resguardar a su amiga.
—¿Qué no escuchas, bruja? —dijo Kelly mirándola con asco—. ¿Tienes acaso un poco de tacto?
Mundriak pareció haber repetido esa frase un millón de veces en su cabeza antes de retirarse hacia la primera clase.
¿Un poco de tacto? Ellas nunca habían tenido ni siquiera una pizca, ¿cómo es que le pedían tal cosa?
En el pasillo parecía flotar un sonido peculiar que Mundriak alcanzaba a diferenciar del resto, ¿era un grito?, ¿un susurro? La intensidad del mismo aumentaba al tiempo que se aproximaba a la puerta del salón de clases.
"Basta, estoy asustándome", pensó la chica con desesperación.
Se detuvo en seco para escuchar con más atención aquel sonido, cuando rompió su concentración una pequeña mano que tocaba su brazo.
—Oye —dijo la fuerte voz de Oliver provocando que la chica se sobresaltara—, tranquilízate.
—Lo siento... Es que, hoy ha sido un día extraño —comentó Mundriak mirando alrededor—. ¿Has visto a Michaella o a Flick?
—Es por eso que estoy aquí —dijo Oliver señalándole el espacio fuera de la escuela—. Necesitamos hablar.
—Vamos —respondió la muchacha dando la espalda a la puerta.
—Stacey —expresó una voz que salía del salón—, justo quería verte... ¿Vas a algún lado?
La consejera la miraba con sospecha al tiempo que apretaba con más fuerza la lista que traía en las manos.
—He venido a tomar lista estos días y no te he visto —repuso la mujer revisando los registros.
—Ayer sí estuve —respondió Mundriak cortante, provocando una expresión curiosa en el rostro de la consejera.
—Me gustaría que me acompañaras a mi oficina, Stacey —dijo la mujer mirando hacia el interior del salón—. Vendrá conmigo un segundo —anunció al profesor que asentía al anotar el título del día.
Oliver giró los ojos con fastidio al tiempo que la consejera tomaba la delantera en su camino a la oficina. Mundriak le dirigió un gesto de molestia y ambos siguieron caminando.
Los mismos asientos que la recibieron el día en que acudió por primera vez a una consulta, bloquearon su sonrisa. La piel se le erizaba por cada centímetro que se desvaneció para aumentar la cercanía entre el escritorio y ella.
—No me malentiendas —dijo Oliver cuando se encontraban a un paso de la entrada—. No me gusta todo esto de la escuela y las charlas motivacionales.
—¿Me dejarás sola? —susurró la chica provocando que la consejera la mirara.
—¿Perdón? —dijo ella extrañada.
—No dije nada —respondió nerviosa mirando a Oliver con reproche.
—Te veo en el lugar al que nos llevó Michaella. Es importante —concluyó el niño antes de desvanecerse.
—Pasa, Stacey, toma asiento —expresó la mujer moviendo una silla para ella—. Es un gusto tenerte aquí de nuevo.
—No debería decir eso —dijo la muchacha mirando al suelo.
—Stacey... ¿Tienes algo que contarme? —preguntó la mujer inclinándose hacia adelante.
—Me trae aquí como si lo hubiera —respondió la chica con amargura—. Si fuera así, tal vez vendría yo misma.
—¿Por qué has estado faltando a clases?
—Yo... —comenzó a decir la chica con debilidad—. Es que no me he sentido bien.
Las manos de Mundriak volvían a temblar, demonios, hacía un tiempo que ya no lo hacían. Apretó sus puños y después se mordió el labio con tanta fuerza que el color rosado se tornó en un morado encendido.
—Todos tenemos problemas —comentó la mujer admirando el lastimado labio de la chica—. El día en que Miranda...
—No es importante —dijo Mundriak mirando el techo de la oficina—. Ahora tengo amigos.
—Me alegra escucharlo —respondió la consejera—. ¿Los conozco?
—No son de aquí. —La ansiedad asaltó a la chica, la sangre corriendo por sus venas le indicaba que era hora de salir de ese terrible lugar.
"A ti no te interesa".
—Bueno...
—Es tarde —comentó la chica sacando el reloj de Flick para mostrarlo—. Tengo que ir a clase.
—¿Qué es eso? —preguntó la mujer sorprendida.
—Un regalo de mis amigos... —respondió la chica guardando el ostentoso objeto
—Tienes los ojos hinchados, Stacey —señaló la consejera asustada—. No quiero ser intrusiva pero, ¿eras muy cercana a este chico, Tom?
—Sé que su intención es buena, pero... No necesito ahora de nadie. Todo está bien, señora —respondió la chica levantándose de la silla.
La mirada de la mujer se introdujo en Mundriak en búsqueda de cualquier indicio que negara la teoría que se comenzaba a formar en su cabeza. El aspecto deplorable de la adolescente activaba la alerta en su interior.
La muchacha cerró la puerta tras ella y caminó a paso veloz hacia la salida posterior de la escuela. Oliver, seguramente, ya la estaba esperando.
Maldita consejera, llevaba ya demasiado tiempo entrometiéndose. Era como la mala hierba, colándose por los recovecos de su nueva vida para apoderarse de todo. Definitivamente, no lo permitiría.
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