Capítulo Once: El castillo de papel

⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.

Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.

—¿Me estás escuchando? —preguntó Michaella rompiendo el encanto.

—Sí, lo siento —respondió la chica guardando el reloj bajo las sábanas—. Me alegro de que hayan venido todos.

—No sé qué hubieras hecho sin nosotros —dijo la rubia soltando una risa.

—Yo tampoco —comentó Mundriak acomodándose entre las almohadas—. Desde que escribí las historias, tú fuiste mi favorita.

—¿En serio? —preguntó Michaella abriendo un poco los ojos.

—Sí... era una historia de amor, ¿a quién no le gusta algo así? —argumentó la escritora dedicándole una sonrisa a su personaje.

—Siempre creí que era algo insípida —dijo Michaella luciendo un breve gesto de amargura—. ¿Te inspiraste en algo que viviste?

—No —respondió soltando una risa nerviosa—. Honestamente, nunca he salido con un muchacho.

—Pero te ha gustado alguno, ¿cierto? —preguntó Michaella como si aquello fuera el crimen más grave del mundo.

—Yo.... —dijo la muchacha tornándose roja al tiempo que su amiga rubia se incorporaba sobre las sábanas en las que estaba recostada.

—Esto lo tenemos que solucionar mañana. ¿Quién es el tipo más guapo de tu escuela? —preguntó Michaella con una sonrisa maliciosa.

—Eso no lo sé —respondió Mundriak recibiendo una mirada de incredulidad por parte de su amiga—. Bueno, bueno —aceptó sonriendo—, dicen que el chico más guapo es Tom Hill, pero le gusta a Miranda. No podría acercarme siquiera un centímetro o ella se volvería loca.

—Bueno, eso sería muy divertido de ver —expresó Michaella provocando que ambas comenzaran a reír en voz baja.

El sueño venció a las chicas poco tiempo después, sin embargo, el nombre de Tom Hill no se escabulló tan rápido de la mente de Michaella como debería.

Un novio para Mundriak, eso sería ideal.

Su corazón se aceleró un segundo al recordar a Thomas, lo hizo rápidamente hasta provocar que las manos de la rubia tomaran con tanta fuerza la funda de la almohada que se escuchó una pequeña rasgadura.

—Thomas —susurró la chica dejando escapar una lágrima.

La noticia de las más populares como víctimas principales de una broma había corrido por los pasillos tan rápidamente que era imposible no escuchar de tal evento si estudiabas en esa escuela.

Mundriak escuchaba con culposa satisfacción cada una de las burlas que flotaban en el aire rumbo a su primera clase. Había decidido no faltar esta vez, creía que sería buena idea no ausentarse demasiado para no levantar sospechas.

—Stacey —dijo una voz antes de que pudiera entrar al salón—, qué gusto verte —expresó la consejera sonriéndole a la antipática chica.

—Tengo clase —argumentó la joven tratando de evitar la conversación.

—Está bien, Stacey, solo te quería preguntar algo —dijo la mujer sonriéndole—. Ayer pasé a todos los salones a dar un anuncio y no te vi, ¿todo está bien?

—¿Por qué no lo estaría? —respondió la chica.

—Recuerda que —insistió la consejera tomando el hombro de la muchacha—, puedes contarme lo que sea. Si necesitas a alguien...

—Necesito ir a clase —concluyó Mundriak quitando bruscamente su hombro para entrar, por fin, al salón.

La consejera se quedó mirándola con preocupación para después seguir su camino. Estaba segura de que necesitaba ayudar a esa chica.

—¿Quién es esa pesada? —preguntó Michaella que se había colocado junto a la banca de Mundriak.

—La consejera escolar —respondió en voz casi queda—. Solo le gusta molestarme.

—Entonces.... ¿quién es Tom Hill? —cuestionó la rubia emocionada.

Mundriak señaló con suma sutileza hacia el chico que cruzaba la puerta. Típico adolescente popular. Su cabello negro rizado, una fresca sonrisa sobre su rostro y los ojos claros que denotaban falsa inocencia.

—Es todo un ángel —comentó Michaella mirando a Mundriak pícaramente—. ¿No te gustaría salir con él?

—No lo sé —respondió la chica insegura.

—Míralo, además harías que Miranda ardiera en furia —argumentó la rubia soltando una pequeña risa.

—Saquen su cuaderno y libro. Quiero que hagan un resumen del capítulo veinte. No lo repetiré dos veces —decía el profesor que entraba al aula con aire serio.

Mundriak repasaba una y otra vez aquella propuesta en su mente. Le parecía absurdo siquiera atreverse a fantasear con el hecho de ganarle a Miranda en algo, en lo que fuera; pero es que bastaba con notar cómo Tom movía su bolígrafo para comenzar a sentir mariposas en el estómago.

La forma en que mordía su labio al no comprender alguna parte del texto o cómo daba un vistazo al reloj con sus bonitos ojos claros, esperando a que aquella tortura se terminara.

Todo aquello invitaba a Mundriak a hacer algo más, diferente a quedarse embobada con el marcatextos en la mano y el corazón latiendo hasta que alguien susurrara: "A la bruja le gusta Tom". Sí, probablemente en ese momento le hubiera gustado que él lo supiera, que todos comenzaran a reír y él se levantara de su lugar para silenciarlos mientras tomaba su mano.

—¿No es increíble lo que puede hacerte sentir? —dijo Michaella al oído de la chica al tiempo que ella suspiraba—. Así empieza esto, con una ilusión.

—¿Y después qué pasa? —susurró Mundriak en un tono casi inaudible.

—Los colores surgen y las risas. Poco a poco todo se va dando hasta que él decide tomar tu mano —comenzó a relatar Michaella como si recitara poesía—. Cuando el destino lo provoca y todo es perfecto... entonces surge el amor, y los corazones se alinean, y las ilusiones empatan. Entonces todo comienza a tener sentido. Todo lo que parecía caótico e insípido, ahora es dulce.... Es tan dulce —finalizó la chica que se había quedado con la mirada fija en la nada al tiempo que sus ojos se tornaban rojos.

—Tan dulce —repitió Mundriak mirando a Tom por última vez antes de regresar a su libro.

No lo había notado nunca, pero ese chico era realmente hipnotizante. Aquello que sintió en la primera clase no era nada conocido para ella.

No era novedad que los chicos no le parecieran atractivos en ningún sentido. Todos le recordaban las malas experiencias que había tenido con su madre si ella siquiera se atrevía a hablarle a alguno, pero había algo en Tom que ya no podía ignorar.

Michaella le había ayudado a abrir esa parte de su corazón que se encontraba congelada, y, después de reflexionarlo duramente, mientras comía su sándwich junto a Flick, Michaella, Oliver y Eleanor, se decidió a aceptarlo: le gustaba Tom.

—¿Tendrás una cita con ese joven? —dijo Eleanor sorprendida.

No se le había visto hasta aquella mañana en la que apareció más arreglada que de costumbre.

—No lo sé —respondió Mundriak sonrojada—. Claro que me gusta, pero no tengo idea de qué es lo que sigue después de esto.

—¡Por supuesto que saldrás con él! —dijo Michaella emocionada—. Primero que nada, necesitamos que le hables, así lograrás que te conozca un poco y le empieces a gustar tú también.

—¿Cómo hago eso? —preguntó Mundriak mirando a Michaella con emoción.

—¡Mira! Está justo ahí —señaló la rubia provocando que todos tornaran sus ojos hacia los casilleros que se encontraban cruzando el pasillo.

—Recordemos que un hombre que merece a una reina debe venir a cortejarla —señaló Flick haciendo una reverencia.

—Deja tus tonterías, Flick, no estamos en la edad media —comentó la chica arreglando el cabello de Mundriak con sus manos—. Tú puedes, solo ve y sé tú misma.

—Tengo miedo —confesó la muchacha mirando hacia el suelo con inseguridad.

—Yo te acompañaré —dijo Michaella sonriéndole—. Finalmente, él no puede verme, ¿cierto?

La chica asintió y ambas comenzaron a avanzar por el pasillo tomadas del brazo.

—No creo que esto vaya a terminar bien, ¿o sí? —señaló Eleanor a sus compañeros.

—A chicas como Michaella solo les gusta involucrarse en líos en los que no se les ha metido —comentó Oliver y Eleanor soltó una risa.

—¿Tú qué vas a saber de esas cosas niño? —dijo la mujer acomodando su largo vestido al tiempo que le lanzaba una mirada altiva al pequeño.

—Salúdalo, vamos —dijo Michaella una vez que se encontraban a un lado de Tom.

—Ho...hola, Tom —expresó Mundriak tartamudeando con inseguridad. El chico sólo levantó una ceja y sonrió—. Yo... Emmm... Vamos en la misma clase.

—¿Necesitas algo?

—Bueno... no sé. Sí.... Yo... —tartamudeaba la chica al tiempo que el muchacho giraba los ojos divertido.

—Tengo que irme a clase —expresó él soltando una risa.

—No, nos quedan todavía... —dijo Mundriak sacando su reloj de bolsillo para notar el tiempo que aún sobraba para la siguiente clase, sin embargo, las manecillas parecían haberse detenido en la última hora observada—. No funciona, lo siento.

—Oye, eres más rara de lo que me había imaginado —comentó el chico mirando a su interlocutora. Una idea pareció cruzar por su cabeza antes de pronunciar las siguientes palabras—. Pero... ¿qué te parece si nos vemos después de clases para que podamos charlar más tranquilos?

—Sí, cla...claro —respondió Mundriak mirando a Michaella con emoción.

—Te veo entonces en la cafetería que está al final de la cuadra —dijo Tom acomodando su playera antes de seguir caminando—. Hasta entonces —finalizó, guiñando un ojo con galantería.

—No puedo creerlo —expresó Mundriak abrazando a Michaella —. ¡Voy a salir con Tom!

—Demasiada emoción para un chico que te comenzó a gustar hoy —dijo Oliver acercándose a la escena—. ¿No creen que hay algo raro en todo esto?

—Ahí va el aguafiestas —comentó Michaella empujando la cabeza del niño—. Eres un mocoso insoportable y a ti nadie te ha querido, así que vete. No queremos mosquitas por aquí.

—Insoportable —dijo Oliver girándose con furia para desaparecer.

—Con uno menos, manos a la obra, ¿cómo te vamos a arreglar? —preguntó Michaella mirando cómo Mundriak abría los ojos aterrorizada—. ¿Qué es lo que pasa?

—Mi madre, ella pasa por mí siempre y no me dejará salir con Tom —dijo la chica temblando.

—No si somos más listos que ella —comentó Michaella guiñando un ojo a sus compañeros quienes solo suspiraron antes de mirarse entre sí.

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