Capítulo Ocho: Un homenaje a la Reina

⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.

Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.

El armario crujió levemente hasta que la curiosidad de Mundriak no pudo más y jaló hacia sí misma la puerta del armario.

—Mi reina —repitió aquella extraña voz dejando notar el rostro del que provenía.

—¿Quién eres? —preguntó la chica invadida de miedo.

De entre las sombras había surgido un extraño ser de nariz afilada y cabello despeinado, era casi igual a... ¿Flick? Sí, definitivamente lucía justo como Flick, de "El orgullo de los elfos".

—No quiero asustarla, mi reina —susurró el ente con tranquilidad al tiempo que Mundriak retrocedía hasta topar con su cama.

—Ella tiene miedo, no creo que esté lista —indicó otra voz que también provenía del armario.

—No los escuche, mi reina. Ellos no saben lo que dicen —expresó el primero acercándose a Mundriak con ademanes exagerados, dejando a la vista la totalidad de su horrible ser. Era idéntico a su personaje—. Parece que, desafortunadamente, no me reconoce, así que me presentaré... Soy Flick, su majestad.

—¿F-Flick? —tartamudeó la chica tapándose la cara con su cabello—. Tú no existes.

—Vaya, mi reina, eso me hiere —contestó el elfo colocando una mano en el corazón—. Claro que existo. Lo hago gracias a usted.

—Sigo creyendo que no está lista —repitió la segunda voz provocando que Flick girara los ojos.

—Si lo crees así, muestra tu rostro, al ver sus ojos te darás cuenta de que sí lo está —reclamó el elfo con molestia.

Otro crujido se escuchó antes de que una hermosa joven de cabellos rubios y vestido vaporoso apareciera. No lo podía creer... era Michaella de "Felices para siempre".

—Admiro los ojos, Flick, pero no veo lo que tú dices —expresó ella con una seguridad admirable. Difícil de creer para una chica de tan corta edad.

—Tú también estás aquí —dijo Mundriak echándose para atrás el cabello. Los latidos del corazón habían disminuido considerablemente, y la curiosidad surgía por cada poro de su ser.

—No somos los únicos, mi reina —exclamó Flick haciendo un extravagante ademán hacia la puerta del armario.

La puerta no se cerró hasta que dejó pasar por ella a Elisa, Oliver, Morte, Emily y a la hermana Benedith.

Los ojos de Mundriak no podían dar crédito a lo que veían, seis de sus personajes estaban ahí, mirándola con expresiones diferentes. Elisa, Morte y Emily parecían muy ilusionadas, al igual que Flick, pero Oliver, Michaella y la hermana Benedith reflejaban en sus rostros la obligatoriedad con la que fue requerida su presencia.

—¿Falta Eli, no es así? —preguntó Flick observando a todos sus compañeros.

—Lo siento —dijo una mujer de vestido largo, mientras entraba a la habitación con el gesto tranquilo.

—¿Cuál es tu nombre? —cuestionó Mundriak inclinándose ligeramente hacia adelante. Era curioso, parecía ser de las primeras veces en las que la chica se mostraba interesada en una situación que involucraba relacionarse socialmente.

—¿No me recuerdas? —dijo la mujer sonriéndole con aire maternal.

—No —confesó la chica un poco avergonzada.

—Soy Eleanor —expresó tranquilamente—. Eleanor, diez años, clase de redacción.

—¿Clase de redacción? —preguntó Mundriak mirándolos a todos confundida.

Eleanor soltó una pequeña risa y caminó con aire elegante hacia el librero de la chica. Rebuscó entre las carpetas que almacenaban hojas sueltas de la escuela.

Cuando sus delicadas manos encontraron lo que buscaban, sacó una pequeña hoja blanca repleta de letras y de marcador rojo, para después entregársela a Mundriak.

—¿Ya lo recuerdas? —dijo Eleanor tomando asiento junto a la chica.

Mundriak observó la hoja con detenimiento. Era su letra, sin lugar a dudas. No recordaba muy bien ese año escolar, solo que algún niño había puesto queso rancio en su botellón de agua y que lloró todo un día encerrada en el baño; pero esa hoja, precisamente esa hoja, la había pasado por alto por mucho tiempo.

Las letras relataban la historia de una mujer que había asesinado a sus hijos en un intento de salvarlos del mal del mundo.

Recordaba perfectamente cómo la profesora se había horrorizado mientras lo leía en clase y le pidió que se retirara de inmediato de su aula. Había sido su último intento por expresarse, por mostrarle al mundo el tipo de sentimientos e ideas que poseía.

—Sí, ahora lo recuerdo —dijo Mundriak sonriendo de lado—. ¿Cómo es que todos están aquí?

—Escuchamos su llamado, mi reina —contestó Flick empujando a Eleanor ligeramente hacia atrás para quedar en una posición de protagonismo.

—¿Mi llamado? —cuestionó Mundriak mirándolos con curiosidad. Ya no tenía miedo, estaba asombrada y una sensación de que todo estaría bien la invadió inmediatamente.

—Usted estaba en problemas y decidimos acudir —explicó el elfo tomando la mano de Mundriak entre las suyas—. Por favor, mi señora, diga que nos acepta.

—Yo... claro —respondió la muchacha dejando notar una brillante sonrisa. Jamás se le había visto con tal gesto en su rostro. Se giró hacia los demás y todos le sonreían con cortesía, exceptuando a Michaella, que seguía cruzada de brazos.

—Discúlpela, majestad —expresó Flick acercándose ferozmente a la rubia chica—. Ella procurará ser más amable.

—No importa —respondió Mundriak levantándose para colocar cojines en el suelo con la intención de que sus nuevos, o no tan nuevos, amigos pudieran sentarse.

—Tuve un mal día, Flick —dijo Michaella lanzándole una mirada de odio—. ¿Sabes lo que es eso?

El elfo solamente torció su cara hasta convertirla en una que demostrara fastidio y acto seguido tomó asiento en uno de los cojines.

—Gracias, mi reina, usted siempre es tan considerada —comentó él mirando a Mundriak profundamente. El círculo de cojines había dejado a la muchacha (que seguía sentada en su cama) como la dirigente de aquella extraña reunión.

—Yo sé lo que es —expresó la muchacha y todos la miraron confundidos—. Yo sé lo que es tener un mal día —aclaró ella provocando una leve mueca de alegría en Michaella—. Mi vida está compuesta de pésimos días.

—Sus días cambiarán, mi señora —dijo Flick demostrando una amplia sonrisa que casi parecía macabra—. Hemos venido a salvarla.

—Eso no cambiará que haya tenido pésimos días —expresó Michaella volteando a verlo con reproche—. Los pésimos días son pésimos y ya.

—Siempre he dicho —agregó Eleanor con una sonrisa segura—, que los días negros pueden convertirse en magnificas mariposas en los recuerdos, pero nunca en la realidad.

—Odio cuando hablas así —intervino Oliver soltando una risa irónica—. No entiendo ni pío de lo que dices.

—Yo sí —intervino Elisa que aplastaba el cojín debajo de ella—. Creo que Eli tiene razón. Es difícil convertir los malos días en buenos mientras se viven. Es muy fácil hacerlo cuando ya son recuerdos.

—No sean negativas con nuestra reina —reprochó Flick mirándolos a todos como un profesor mira a aquellos que han copiado en un examen—. Se supone que hemos venido a ayudarla, no a hacerla sentir mal.

—No me hacen sentir mal, Flick —intervino Mundriak sonriendo levemente—. Creo que tienen razón. No pude volver esos días felices, aunque lo intenté con ganas. ¿Me ayudarían a volverlos buenos recuerdos?

—Tú lograste que yo viviera mi sueño. No hay nada que no haría por ti —respondió Elisa mirándola con emoción.

—Rezaré cada día y cada noche porque tus recuerdos vuelvan a ser puros y brillantes —exclamó la hermana Benedith dejando escuchar su imponente voz por primera vez.

—Gracias a todos —dijo Mundriak dejando que sus mejillas se inundaran de un rosado que nunca se había visto en ella. Miró con ternura a Morte y a Emily que solamente miraban a todos en silencio—. No puedo creer que hayan venido a rescatarme. Son lo mejor que he tenido en la vida.

—Usted es nuestra salvadora y reina, le debemos la vida —dijo Flick inclinándose precipitadamente. El resto miraba a la chica y asentía con una sonrisa.

—Llámenme por mi nombre. No hay ningún problema —dijo ella acomodando sus sábanas torpemente con las mano—. Pero no por el real, porque lo odio. Díganme Mundriak, por favor.

—Para nosotros ese es tu nombre real —dijo Eleanor mirándola con fuerza—. No tienes que explicarnos lo que te agrada y lo que te desagrada, porque sabemos todo sobre ti, Mundriak.

—Si mi madre los ve —comenzó a decir ella suspirando con profundidad—. Sería capaz de cualquier cosa. ¿Supieron lo que le hizo a mi computadora?

—Lamentable, mi señora —expresó Flick con gesto afligido.

—Ella no ve todo lo que vales, Mundriak —dijo Elisa mostrando su enorme sonrisa—. Nosotros sí que lo sabemos.

—Nadie nos verá si usted no lo permite primero —explicó el elfo aclarando su garganta—. Nosotros seremos invisibles a los ojos de los demás, siempre que usted lo desee así. Si hay alguien con quien quiera compartir...

—No —contestó tajante la muchacha—. No hay nadie lo suficientemente importante. Nadie quiso compartir nada conmigo, ahora les pagaré con la misma moneda.

—Que los pecadores paguen por la ofensa al puro —expresó la hermana Benedith tomando su crucifijo entre las manos—. Siempre he pensado eso.

—Será entonces nuestro secreto —concluyó Flick satisfecho—. Mi reina, hemos traído algo para usted, es un obsequio.

—¿Un obsequio? —preguntó emocionada la chica.

El elfo se levantó para abrir el armario y sacar una caja improvisada con cartones y forrada con revistas y cómics de diferentes épocas.

Flick caminó emocionado hacia la muchacha y le extendió la caja al tiempo que se inclinaba con exageración, como si le estuviera entregando el más preciado de sus tesoros.

La muchacha sonrió mientras tomaba el obsequio entre sus manos y comenzaba a romper la envoltura. Estaba casi segura de que había visto a Oliver hacer un gesto de dolor cuando rompió uno de los cómics que adornaban la caja. Cuando sus ojos se pudieron hacer paso entre la extraña envoltura para encontrar la tapa, jaló con fuerza hasta que pudo admirar el contenido.

—Chicos —dijo ella con la voz temblorosa—, es hermoso.

Sacó con la mano derecha un hermoso reloj de bolsillo con inscripciones en un extraño idioma. Los detalles en plata dejaban notar que aquel era un reloj de alta calidad y que su valor, seguramente, era mayor a cualquiera de los objetos que existiera en la casa de la muchacha.

—Es lo menos que pudimos traerle para agradecerle por nuestra creación —dijo Flick sonriendo ampliamente.

—Es el mejor obsequio que jamás alguien me ha dado —expresó Mundriak derramando una lágrima.

—¿Por qué llora, mi señora? —preguntó Flick angustiado—. ¿Le hemos hecho mal?

—No, para nada —dijo ella entre sollozos—. Es la primera vez en mi vida que lloro de felicidad. ¿Saben lo que es la felicidad?

—Sí —respondió Michaella sonrojada.

—Claro que sí —dijo Oliver mirando hacia el suelo mientras soltaba una risa.

—No hay duda alguna —expresó Eleanor mirando a lontananza.

—Gracias a usted, majestad —respondió Flick haciendo una reverencia.

—La simpleza más grata —comentó Elisa con una sonrisa al tiempo que Morte y Emily solo intercambiaban miradas.

—Dios me ha bendecido con mucha felicidad —dijo la hermana Benedith persignándose con rapidez.

—Entonces, ¿me ayudarían a conocerla? — preguntó Mundriak mirándolos a todos con los ojos llenos de lágrimas—. Yo muero por conocerla. Día a día, mi alma se apaga un poquito más porque no la conozco.

—A partir de ahora sus días estarán llenos de luz, mi señora —repitió Flick con mucha seriedad—. Cada uno le debe algo y todos nosotros tenemos algo que aportarle para que su vida sea digna de lo que es, majestad: una reina.

—¿Mañana me dejarán sola? —preguntó Mundriak limpiando las lágrimas de sus mejillas.

—Jamás lo haremos —contestó Michaella mirando al suelo con un poco de tristeza—. No hay nada peor que la soledad.

—No puedo creer que esto me suceda. Algo que por fin es bueno. —Mundriak se levantó de la cama para sacar unas cobijas de las repisas que yacían sobre la entrada del armario—. No tengo mucho espacio para todos, pero espero que estén cómodos esta noche.

—No merecemos dormir en la habitación de su majestad. Este es el privilegio más grande y nunca nos atreveríamos a quejarnos —exclamó Flick y Mundriak sonrió.

La luna iluminaba tenuemente cada espacio en la habitación de la muchacha. El llanto había cesado por fin y sus amigos, sus únicos amigos, la acompañaban.

Mundriak escuchaba sus respiraciones mientras dormía al tiempo que abría y cerraba su reloj con emoción. Era el artefacto más hermoso que había visto en su vida. Denotaba que su origen no era de este mundo y eso le agradaba a la chica.

Todo lo que no fuera de este mundo era bienvenido en la vida de Mundriak.

Al tiempo que las manecillas avanzaban, la chica se iba quedando dormida con la experiencia de haber recibido a sus mejores amigos en su casa y en su corazón y el sonido de su nuevo reloj se mezclaba lentamente con los latidos de la chica. Así fue que se quedó dormida esa noche, la que podría ser catalogada como la mejor noche de su vida.

Por otro lado, alguien dentro de esa habitación no podía conciliar el sueño con tanta facilidad. Michaella miraba la pared que había quedado frente a ella con tristeza en los ojos.

Una lágrima resbaló por su mejilla y aterrizó en el piso de la habitación con tanta fuerza que pudo haber derrumbado una ciudad si se lo hubieran permitido.

La chica se volvió a acomodar en su lugar y sacó de la manga de su vestido una fotografía de Thomas. Lucía ya tan antigua en comparación a los colores que la rodeaban que se estremeció antes de apretar la imagen contra su pecho.

La noche terminó envolviéndola como al resto y Michaella se quedó dormida al poco tiempo.

—Quiero que despiertes en este instante. No te quiero holgazaneando —exclamó Mary entrando a la habitación de su hija precipitadamente—. Sigo muy molesta contigo.

La mujer volvió a azotar la puerta tras de ella provocando que todos se sobresaltaran.

—Dios, esa mujer es insoportable —comentó Michaella acomodando su cabello con molestia.

—¿A qué hora despertó? Ni si quiera ha salido el sol —expresó Eleanor levantándose al tiempo que doblaba la sábana en que había dormido.

—Es muy temprano, muy temprano —dijo Oliver volviendo a acomodarse en su cama improvisada.

—Así es todos los días, pero ahora está más molesta conmigo porque sabe que inventé todos los apuntes de clase —explicó Mundriak quitando sus sábanas para levantarse de la cama.

—Nuestro espíritu es libre, a veces es normal que quieras escapar —comentó Elisa incorporándose con agilidad—. Tendremos que prepararnos para un gran día.

—¡Oliver, es hora de levantarnos! —exclamó Flick quitándole al niño la sábana que lo cubría.

—¡Calla, Flick! Quiero dormir —dijo Oliver con gesto molesto al tiempo que tomaba la sábana nuevamente para envolverse en ella.

—Es un niño —recalcó Eleanor acariciando la cabeza del pequeño con sus blancas manos—. Es normal que esté cansado.

—Prometimos algo a la reina —verbalizó Flick con fuerza al tiempo que miraba a Eleanor con enojo.

—No te preocupes —interrumpió Mundriak—. También opino que Oliver es un niño. Tal vez pueda alcanzarnos más tarde en la escuela. ¿Qué dices, Oliver? ¿Quieres acompañarnos hasta la hora del almuerzo?

—Sí, sí, sí —respondió el niño entre sueños.

—Bueno —dijo Mundriak sonriendo—. ¿Qué necesitan para prepararse?

—Iremos un momento al lugar del que vinimos —explicó Flick colocando una mano sobre la puerta del armario para provocar que un brillo saliera de ella—. Siempre podemos ir y venir por si requerimos algo.

—¿De dónde vienen? —cuestionó la chica observando cómo todos desfilaban de regreso hacia la puerta de su armario.

—Lo lamento, su majestad —dijo Flick con el rostro afectado—. Eso es algo no podemos revelar... aún. Solo podemos decir, que es un lugar que usted conoce muy bien.

—¿Yo? —preguntó ella reflexionando.

—Volveremos en unos minutos. Mientras su majestad se prepara para empezar el mejor día de su vida —expresó Flick con seriedad cerrando la puerta tras él.

Todos se habían ido. La habitación volvía a estar en silencio. Acababa de suceder. Cada uno de sus personajes había estado ahí, presente. Claro, exceptuando uno... ¿qué habría pasado con la dama de blanco?

Otra enorme sonrisa invadió el rostro de Mundriak al tiempo que sacaba el hermoso reloj de entre sus sábanas. Si Flick decía la verdad, si todo esto era real, solo significaba una cosa.... La oscuridad se había terminado.

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