Capítulo Nueve: El circo de los olvidados
⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.
Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.
Mundriak tomó su mochila con entusiasmo, por primera vez en su vida, y después se deslizó hacia la sala.
Mary la miraba con severidad desde el marco de la puerta sosteniendo las llaves del auto con fuerza entre sus dedos. Casi parecía que buscaba enterrarlas en su piel por las marcas que comenzaban a crearse en ella.
—¿Por qué caminas hacia la cocina? —preguntó la mujer enfurecida—. ¿Crees que después de enterarme de la sarta de idioteces que hiciste mereces desayunar?... ¡Ven de inmediato!
El estómago de Mundriak rugió exigiendo lo que le correspondía, sin embargo, la chica tuvo que consolarlo con la idea de adelantar la toma de su refrigerio en cuanto llegara a la escuela.
⟿
El paisaje lucía más gris de lo habitual parecía desentonar con el humor con el que había despertado. Los ojos de Mundriak recorrían cada uno de los árboles en búsqueda de sus amigos. Ya habían tardado demasiado y la ansiedad de la chica no perdonaría por mucho tiempo.
Parecía que Mary atinaba a propósito a la mayor cantidad de baches sobre la calle al tiempo que expresaba su repudio por la hija que ocupaba el asiento del copiloto: "Solo te llevo porque sé que no eres capaz de ir sola a la escuela. Eres tan estúpida...", repetía una y otra vez hasta taladrar el cerebro de su hija ocupando sabiamente cada minuto de trayecto.
Un suspiro escapó de Mundriak al tiempo que cerraba la puerta del auto con pesadez. ¿Sería que se había imaginado todo? ¿Dónde estaban sus amigos?
Caminaba con pesadez hacia el salón de clases con el estómago doliéndole. Quería comerse su refrigerio antes de la hora del receso, sin embargo, en la clase de la primera hora estaban estrictamente prohibidos los alimentos. Aquellos pensamientos recorrían su mente al tiempo que alcazaba el último pasillo logrando visualizar su salón.
—Sáltala, entonces —dijo una voz detrás de ella sobresaltándola. La chica giró lentamente hasta encontrarse con los brillantes ojos de Michaella.
—¿Qué? —preguntó mostrando sorpresa, aunque en su corazón realmente sentía alivio. Al fin habían llegado.
—Si tienes hambre, sáltala entonces —repitió Michaella colocando una mano sobre su frente, como si lo que pronunciara fuera lo más obvio del mundo.
—Pero, tú...
—La cubriremos, su majestad —intervino Flick que llegaba por el pasillo del fondo—. Todo por el bienestar de...
—Mi madre me mataría —dijo la chica sintiendo un escalofrío—. Ahora está muy enojada.
—Eso es parte del "te cubriremos" —dijo Oliver saliendo detrás de Michaella—. No seas miedosa.
—¡No insultes a su majestad! —exclamó Flick francamente ofendido.
—No la estoy "insultando" —respingó el niño imitando la voz del elfo burlonamente—. Solo digo que... "su majestad" debería tomar uno que otro riesgo, ¿no?
La mirada del niño penetró en Mundriak hasta el centro. Tal vez él tenía razón, bueno, si comenzaba a vivir bien debía romper algunas reglas, ¿no era así?
—¿Cómo me cubrirán? —preguntó la chica suspirando con pesadez al tiempo que una sonrisa se dibujaba en Oliver.
—Veo que no eres el centro de atención, ¿cierto? —preguntó Michaella señalando con la cabeza a todos los estudiantes que evadían a Mundriak como si ésta fuera igual de imperceptible que sus personajes.
—Sí —respondió con tristeza.
—Eso es perfecto.
Jamás se hubiera imaginado mintiendo a un profesor. Usualmente eran otro tipo de personas los que actuaban de esa manera. Mundriak nunca, ella era muy bien portada.
Esa etiqueta era lo que le había ganado todas las malas pasadas por parte de sus compañeros. Por supuesto que sí, ¿por qué entonces seguir siendo la "bien portada" de su generación? Quizá Michaella y Oliver tenían razón y lo correcto era rebelarse. Romper con todas esas cadenas que por muchos años la ataron a una personalidad que no era enteramente suya.
Todos aquellos pensamientos recorrían la cabeza de la chica al tiempo que caminaba hacia el escritorio del profesor tomando fuertemente su estómago. Antes de alcanzar al hombre, la chica giró hacia Michaella, Flick y Oliver que la miraban desde la puerta con la intención de armarla de fuerza.
—P...profesor —tartamudeó la chica en voz baja sin afectar al hombre que sacaba algunos libros de su maletín—. Pro... profesor —repitió la chica sin recibir respuesta. Miró a sus amigos y éstos la indicaron con señas que debía elevar la voz. Los nervios de Mundriak comenzaron a alterarse antes de que ella apretara con fuerza su brazo y se mordiera el labio para dejar salir un "Profesor" lo más fuerte y claro posible.
—¿Qué sucede, Macy? —preguntó el hombre sin darle la menor importancia a lo que acababa de ser la mayor prueba de valentía que Mundriak hubiera atravesado.
—Soy Stacey, bueno no.... —corrigió la chica apretando con más fuerza su estómago. Parecía que el dolor ahora no era fingido—. Me siento muy mal.... ¿puedo ir con la enfermera?
—Cinco, seis.... Aquí está la siete —expresó el profesor contando unas fichas de trabajo que había junto a su cuaderno—. ¿Segura que no puedes soportarlo hasta que termine la clase?
—Yo... —comenzó a decir Mundriak mirando al profesor sin poder creer la poca atención que le colocaba—. No.
—Estos chicos de hoy, cada vez los hacen más débiles —expresó el hombre abriendo el cajón de su escritorio para sacar un gafete rojo—. Aquí tienes, Macy.
—Gracias —dijo la chica antes de girar los ojos fastidiada, algo poco común en ella.
Salía de aquella aula con aires de victoria al tiempo que sus tres amigos le aplaudían por la gran hazaña. En cuanto cerró la puerta del lugar, los tres rompieron en gritos y vítores que elevaron a niveles inimaginables el humor de la chica.
—Mira que de miedosa no tenías nada —expresó Oliver dando unas palmadas en el brazo de la muchacha.
—Tienes el pase, ¿qué haremos ahora? —preguntó Michaella mirándola con emoción.
Mundriak no recordaba esa mirada de nadie hacia ella. Ese brillo que indicaba que estaba en ti expresar una idea ingeniosa, brillante, absolutamente deslumbrante...
—No sé —respondió decepcionante la chica.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Eleanor que aparecía entre los casilleros del pasillo.
—Solo le ayudamos a Mundriak a pasar un buen rato —expresó Michaella colocándose frente a ella.
—No necesita de todos ustedes influyendo mal. Es solo una chica —dijo Eleanor acercándose a su creadora para tomar su mano.
—No estamos mal influenciando, Eleanor, estamos ayudando, ya te lo dije —repitió la rubia empujado a su compañera con debilidad.
—No es lo adecuado para una joven de su edad —respondió empujando la mano de Michaella lejos de ella.
—Claro, lo sabes por lo buena madre que eres, ¿no? —intervino Oliver mirando a Eleanor con malicia.
El gesto de la última se deformó hasta convertirse en uno de profunda tristeza y amargura. Los hermosos rasgos que poseía se vieron afectados a tal grado que Eleanor parecía más un esqueleto que cualquier otra cosa.
La destruida mujer caminó con mucha dificultad hacia los casilleros y desapareció en una nube de humo morado.
—¿Qué sucedió? —preguntó Mundriak sorprendida.
—Es una sensible —respondió Michaella ahuyentando los restos de humo que quedaban en el aire—. Entones, ¿qué haremos?
—Vamos a los jardines de la escuela —dijo Mundriak—. Los populares van ahí cuando se saltan las clases. Siempre he querido sentarme entre ellos.
—Mucho mejor que el arbusto donde comes —expresó Oliver recibiendo un codazo por parte de Flick.
—Está bien —dijo Mundriak sonriendo—. Es la verdad.
—¿Vamos, majestad? —preguntó Flick tendiendo su mano.
—Vamos —respondió la chica tomando la huesuda mano de su personaje.
Mientras caminaban por los pasillos de la escuela, la chica comenzó a preguntarse en dónde estarían los demás. Claro, porque, al parecer, había otro lugar del que provenían y ese era el sitio al que había escapado Eleanor. Recordó entonces las palabras que Flick le había dicho esa mañana, era un lugar que ella conocía muy bien.
En toda su vida no recordaba haber viajado más que a la casa de la tía Matty, que no quedaba demasiado lejos, claro, la visita siempre duraba poco antes de que su madre y ella empezaran a discutir sobre Mary siendo muy blanda con su hija... Entonces, ¿cuándo habría viajado hacia ese lugar del que provenían sus personajes?
La luz del sol acariciaba las hojas de los árboles que decoraban los jardines escolares, un terreno mediano que había sido acondicionado para que los estudiantes descansaran entre clases, sin embargo, si existía algo más brillante que el color de las flores eran los estudiantes que ahí se encontraban. Mundriak miró a todos con inseguridad, sus hermosas y tersas pieles, sin un mínimo rastro de imperfecciones; su precioso cabello, tan brillante y sedoso; esa ropa tan perfecta, que ajustaba idealmente a sus cuerpos. Aquellos no parecían adolescentes, eran ángeles.
—¿Por qué no nos sentamos ahí? —señaló Michaella hacia un árbol que se encontraba vacío y que proveía una fresca sombra.
Todos avanzaron hacia el sitio señalado por la rubia, las cosas fluían de forma increíblemente tranquila hasta que un inesperado objeto golpeó la cabeza de Mundriak.
La chica cayó provocando un estruendoso sonido con el peso de todo su cuerpo, sus amigos miraron alrededor confundidos buscando al culpable de todo aquel desastre.
La víctima acariciaba su cabeza adolorida cuando los ojos penetrantes de Michaella chocaron con los de la chica que había lanzado el estuche de maquillaje vacío: Miranda.
El estruendo de las risas volvió a envolver el ambiente, sin embargo, algo más se desencadenó en está ocasión. Los nervios de Mundriak yacían intactos en el suelo, sin embargo, la piel de Michaella tomaba un tono diferente al de su blancura habitual. Ahora el rojo parecía querer tomar el protagonismo y no era, para nada, en señal de vergüenza o de cualquier otra emoción diferente a la furia descontrolada.
—¡Si te crees tan valiente, asquerosa imbécil, deberías venir aquí y enfrentarnos! —gritó la chica tratando de caminar hacia Miranda.
—Tranquila —interrumpió Flick tomándola del brazo—. Recuerda que nadie puede vernos hasta que "su majestad" lo autorice.
—No pasa nada, ya estoy acostumbrada —expresó Mundriak levantándose del césped para sacudir su ropa—. Mejor vamos a otro lugar.
—Esas busconas... —dijo entre dientes la rubia al tiempo que todos desfilaban hacia la salida.
Lo había olvidado por un instante. Esos ángeles eran, en realidad, demonios.
—¿No sería mejor ir a la cafetería? —comentó Oliver mientras caminaban por el pasillo.
—Sí, claro y que nos descubran todos —expresó Michaella soltando una risa—. Creo que sé el tipo de lugar que le gustará a Mundriak, pero no se encuentra aquí.
—Dios, en su infinita misericordia, evite que lleves a la chica a uno de tus sitios de perdición —dijo la hermana Benedith, apareciendo repentinamente.
—No puede ser que se te permita hacer eso —comentó Michaella colocando una mano en el corazón en señal de susto—. Deberían aclarar la garganta antes de aparecer así.
—Es una falta imperdonable que te dirijas a mí de esa forma, soy una servidora del Señor —comenzó a decir la monja mirando con odio a su rubia compañera.
—No me vengas con esas cosas —expresó la muchacha girando los ojos—. Hace años que dejé de creer.
Flick la miró con recelo, casi como si le pidiera evitar traer el tema a colación.
—¿A dónde iremos? —preguntó Mundriak mirando a Michaella con una sonrisa.
Los demás soltaron un suspiro como si supieran qué se avecinaba. Después de todo, la chica poseía un largo historial de excesos que provocaban la sospecha de sus compañeros. La mirada inquieta de Flick recorrió a Michaella hasta que ella soltó una risa.
—¿Pueden confiar en mí una sola vez? —preguntó la chica.
—¿Cómo haremos para salir? —inquirió Mundriak colocando su cabello tras la oreja con emoción, casi como si estuviera a punto de realizar un sueño frustrado.
—Pan comido —dijo la rubia mirando hacia la ventana del pasillo—. No creo que haya demasiada vigilancia, pero por si acaso, vamos por la salida de atrás.
Mundriak asintió con fuerza y todos comenzaron a avanzar hacia la parte posterior de la escuela. No era un edificio muy grande, así que sería sencillo alcanzar la última puerta sin que nadie notara su presencia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top