Capítulo Doce: Tom Hill

⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.

Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.

La hora de la salida llegó y Mundriak sintió que su corazón se salía al tiempo que el auto de su madre se acercaba para recogerla.

—¿Qué haces? ¡Sube, niña! —dijo la mujer al notar que la chica solo había abierto la puerta para asomar la cabeza.

—Es que... —comenzó a verbalizar tratando de tomar toda la fuerza posible—. Hablé con unos profesores. Me dijeron que podía ponerme al corriente si me quedaba unas tardes a completar lo que no hice cuando... tú sabes... escribía.

—¿Habrá más alumnos? —preguntó Mary mirándola con severidad.

—Solo yo —dijo la chica con miedo.

—Perfecto. No quiero que uses esta valiosa oportunidad para andar perdiendo el tiempo con "amigos" —expresó encendiendo el auto—. Pasaré por ti en unas horas. Recuerda, Stacey: concentración.

—Sí, mamá —respondió la chica cerrando la puerta del auto.

Mientras observaba cómo Mary desaparecía entre el tráfico, sintió que una oleada de felicidad la atacaba. El improvisado plan había funcionado y ahora podría encontrarse con Tom en la cafetería elegida.

Mundriak y sus amigos intercambiaron miradas de asombro, hasta que Michaella rompió el encanto con un abrazo para su creadora.

—¡Corre! Tenemos que arreglarte —dijo la rubia emocionada al tiempo que movía el cabello de la muchacha.

En realidad, convertir a Mundriak en un ser glamoroso tardaría mucho más del tiempo que tenían, así que optaron por sujetar su cabello negro en una bonita coleta.

Flick y Eleanor seguían todo el proceso sin pronunciar palabra alguna. Parecían desconfiar del encanto de tal situación y repetían que era mejor idea irse a casa.

La cafetería en la que había sido citada Mundriak era bastante sencilla, sin demasiada gente y con una decoración hogareña. La chica notó que Tom Hill estaba sentado en el fondo con un batido de vainilla frente a él.

El corazón de la tímida chica sintió un pequeño piquete antes de avanzar hacia la mesa que, por primera vez, la esperaba.

—Hola —dijo Mundriak temblorosa.

—Siéntate —indicó el chico con tranquilidad mientras daba un sorbo a su malteada.

—¿Tengo que llamar a la camarera? No sé cómo es esto... —comenzó a decir la chica, sin embargo, fue interrumpida por Miranda que llegaba a la mesa con serenidad.

—Tranquila, querida —comentó la altiva adolescente acomodando su bonito cabello al tiempo que tomaba asiento junto al guapo adolescente—. Tom me comentó que habían quedado de ponerse de acuerdo aquí, así que no pude evitar venir para que veamos todos los detalles.

—¿Sobre qué? —interrogó la tímida chica confundida.

—Mi prima pequeña va a tener una fiesta infantil y estamos en busca de un payaso, ¿tú ofreces tus servicios? —expresó la chica con una sonrisa maliciosa en los labios.

—Te acercaste a mí solo para hacer el ridículo —dijo Tom—. Creí que me mostrabas qué tipo de números podías montar para tu show de payaso.

—Oh, no me digas —comentó Miranda sonriendo—. ¿Eres así de estúpida?

Dakota y Kelly caminaban de espaldas a Mundriak con una nariz de payaso lista para colocársela a su víctima.

—¿Cómo pudiste? —preguntó la muchacha mirando a Tom con tristeza.

—Incluso podrías ser ilusionista, te convertiste de bruja a payaso —expresó Miranda al tiempo que sus amigas le colocaban la nariz a Mundriak y soltaban confeti en su cabello.

—¡Ríe, payasita! —gritó Kelly tocando la nariz de payaso para que hiciera un sonido.

—Tom me dijo que tú estuviste detrás de lo de la harina —reclamó Miranda mirándola con satisfacción.

—Yo no hice nada —susurró Mundriak mirando su propio reflejo en un anuncio cercano.

—¿Qué les sucede? —preguntó Michaella limpiando una lágrima antes de acercarse a Mundriak rápidamente—. No te quedes ahí, ¡vámonos!

La joven se quedó un segundo más paralizada antes de reaccionar y levantarse para retirar la nariz de su rostro.

—Se van a arrepentir —sentenció Michaella rechinando los dientes.

Todos salieron de aquel sitio con la mayor rapidez posible. Las miradas de todos advertían que el humor había decaído hasta el suelo, sin embargo, la de Michaella no señalaba otra cosa más que furia.

Admiraba a Mundriak caminar cabizbaja al tiempo que sacudía el confeti de su ropa y cabello. Lucía como un alma solitaria después de haberlo perdido absolutamente todo.

No había otra salida que caminar hacia la biblioteca, todavía le faltaba un buen tramo al reloj para alcanzar la hora en que Mary recogería a Mundriak.

La bibliotecaria miró a la decaída joven con indiferencia y después anotó su entrada en el libro de visitas.

—Lo pagarán —susurró Michaella mirando con furia hacia la nada.

—Ya no importa —dijo Mundriak en voz queda, parecía que su voz también había sido destruida—. Estoy acostumbrada.

—No dejaré esto como está...

—Michaella... —interrumpió Flick mirándola fijamente.

—¿No presumías de protegerla contra cualquier cosa?

—Gracias, chicos, pero solo quiero ir a casa —argumentó la chica recostándose sobre la mesa en la que se había sentado.

El camino de regreso fue muy lúgubre. Su madre tampoco habló demasiado, así que el sonido de los árboles pasando fue lo único que acompañó aquel viaje.

Mundriak no tenía ánimos de comer, ni de estudiar, así que había decidido imprimir un reporte online de lo visto en clase para dejarlo preparado sobre el escritorio. Claro, por si su madre regresaba a revisar su tarea. Después de eso, se tumbó en la cama y cerró los ojos, tan fuerte, deseando desaparecer.

—Me preocupa —susurró Eleanor al notar que Mundriak se había quedado dormida.

—No debemos dejar las cosas así —dijo Michaella con determinación—. Esos chicos populares creen que pueden hacer lo que se les antoje.

—Las cosas pueden empeorar si metemos las manos, ¿no lo creen? —preguntó Flick mirando a Mundriak descansar.

—Su vida es demasiado caótica para empeorarla —comentó Michaella tomando a Eleanor de las manos—. Sé que quieres a Mundriak como a una hija, lo veo en tus ojos. Yo la quiero también, ¿por qué no hacemos algo por ella?

—Michaella... —reprendió Flick—. No intentes usar tu chantaje emocional.

—¿Sabes, Flick? En ocasiones no te comprendo —argumentó la rubia mirándolo con recelo—. Dices que vienes a servir a Mundriak pero tus planes son diferentes. Yo quiero ayudarla. Y ya sé cómo.

—¿Qué buscas? —preguntó Flick con angustia.

—Vamos a la casa de ese chico a darle una lección —sentenció ella riendo por lo bajo.

—Yo no entraré —dijo Eleanor al final—, pero te brindaré mi ayuda, Michaella.

La rubia sonrió con satisfacción y después giró su cabeza hacia Flick.

—Lo hago para honrar a su majestad —expresó el elfo y la muchacha comenzó a dar brincos y aplausos en señal de alegría.

—Hay que irnos ahora —señaló Eleanor mirando a su creadora retozando—. Es mejor que ella no lo sepa.

Con la noche apenas llegando, los tres personajes tenían todo el tiempo del mundo para encontrar la dirección de Tom Hill. Las habilidades que Michaella había adquirido en sus años de pandillera habían permitido que entrar al archivo principal de la escuela resultara pan comido.

Eleanor vigilaba al tiempo que Michaella y Flick buscaban entre los papeles el apellido del chico. Cuando las delicadas manos de la rubia tocaron el folder que recitaba "Thomas Raymond Hill" su rostro se torció hasta demostrar una sonrisa, acto seguido sacó el folder mostrándolo a sus compañeros en señal de victoria.

La dirección no era complicada. La casa de Tom resultaba hallarse a un par de cuadras de la escuela, así que la pandilla de creaciones avanzó hacia su objetivo.

Una vez frente a la bonita casa blanca, los chicos se miraron entre ellos.

—Yo les dije que no entraría —recordó Eleanor respirando entrecortadamente—. Me quedaré vigilando.

—No tardaremos —indicó Michaella caminando con fuerza hacia la casa.

Las noches de Tom Hill eran verdaderamente solitarias, algo que pocos sospecharían de un chico popular. Sus padres trabajaban hasta tarde, así que disfrutaba de pasar largos periodos de tiempo en la bañera de su cuarto cuidando de su impecable apariencia de príncipe.

Tom se encontraba, precisamente, en esa bañera cuando escuchó un leve ruido en la habitación contigua. Sabía muy bien que sería tachado de cobarde si entraba en pánico por un ruido tan pequeño, pero siempre hay algo que nos indica que algún sonido se encuentra fuera de lo normal. Bajó el volumen de la pequeña bocina que tenía a un lado con música de moda y después negó con la cabeza.

Decidió respirar hondo y regresar el volumen al original.

Un nuevo sonido golpeó el cristal de su ventana recorriendo cada centímetro de la habitación, casi como si crujiera con la naturaleza, un viento poco común.

—¿Mamá? —preguntó el chico sintiendo su corazón acelerarse.

La puerta del baño comenzó a abrirse con lentitud, pero no mostraba nada detrás de ella. Tom intentó tomar su bocina pero sus manos temblaban tanto que cayó hacia atrás dejándola fuera de su alcance.

—Las historias de amor son hermosas, ¿no te parece Tom? —comenzó a decir Michaella al tiempo que entraba al baño del muchacho.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con un tono pálido en los labios.

—Siempre empiezan igual —siguió diciendo ella con una sonrisa—. Con una pequeña semilla que crece y crece.

—Vete, voy a llamar a la policía —amenazó Tom mirando con terror a la chica.

—No tengas miedo, Tom —dijo al tiempo que cerraba la puerta detrás de ella—. Esa semilla puede crecer. Claro, con amor, con cuidados —relató al tiempo que tomaba una botella de shampoo en las manos—. Sin veneno.

El chico miró extrañado a la muchacha y observó la cortina de baño. Si se levantaba con cuidado, podía cubrirse con ella para sacar a la joven de su casa.

—Yo no te lo recomendaría —expresó la rubia soltando una risa—. ¿Es que siempre creen que escapar es la solución? ¡Es que siempre lo creen!

Explotó la chica tomando la botella para lanzarla contra el chico. Acto seguido se giró para tomar el trapeador que yacía junto al espejo principal del lugar. Tom notó su oportunidad y se levantó con agilidad, pero Michaella sintió aquel movimiento y decidió dar un fuerte golpe a la lámpara del baño.

La luz del foco iba y venía a intervalos, evitando que el muchacho pudiera notar en dónde se encontraba su atacante.

La habitación se quedó en silencio unos segundos, lo único que podía escucharse era el sonido de la canción pop en la bocina de Tom. Su corazón luchaba por salir de su cuerpo y sus ojos buscaban entre la luz y oscuridad a esa chica que había llegado a atacarlo.

—El amor es como una semilla —volvió a decir la voz de Michaella al tiempo que jalaba el cabello de Tom con todas sus fuerzas—. ¿Entonces por qué hacen que duela? —expresó la chica que traía un pequeño pedazo de la lámpara rota entre sus manos—. Dime, ¿te duele, Tom?

El fino vidrio comenzó a cortar la piel del muchacho con tanta rapidez como la tinta deja huella sobre el papel. La sangre derramaba poco a poco por su hombro y sus ojos se llenaban de lágrimas. El chico estiró el brazo opuesto para derribar a la rubia.

Michaella cayó sobre el suelo que ya se encontraba mojado debido al movimiento dentro de la tina.

En ese momento, la luz del foco dejó de titilar y se apagó por completo.

Un frío impresionantemente seco invadió a Tom, sabía que esa chica estaba muy enojada y ahora, no tenía salida. Tenía muy claro que, en cuanto se moviera, ella sabría en dónde estaba, el agua que lo rodeaba lo delataría; así que solo se quedó de pie, asustado.

El suave sonido de agua llegó hasta su oído, su atacante se estaba moviendo, así que trató de aguzar la vista para notar su ubicación.

La luz de su cuarto se encendió dejando notar la sangre sobre su brazo y los vidrios que yacían sobre el piso mojado. El chico comenzó a escuchar susurros propios de una conversación en una de las esquinas de la otra habitación, aquella que quedaba imperceptible a la vista.

Dejó finalmente la tina y alcanzó los pantalones vaqueros que había dejado colgando junto a la ventana para poder salir del baño. Tomó con todas sus fuerzas el trapeador con que había sido atacado y comenzó a acercarse a la puerta con sigilo.

Y justo cuando sus ojos comenzaban a asomar por el marco de la puerta sintió algo en su estómago. Antes de que pudiera observar lo que era, fue tomado del hombro sangrante por Michaella que regresaba.

—Qué conveniente que tus padres compraran tan buenos utensilios de cocina —comentó mirando al chico con los ojos bien abiertos.

Tom miró lentamente hacia abajo para percatarse de que le habían enterrado un cuchillo en el estómago. La rubia empujó el mango hasta conducirlo de regreso a la bañera.

—Mira qué angelical te ves ahora —dijo soltándole una bofetada—. Mira qué diablillo, queriendo envenenar el amor.

—¡Ya, Michaella! —interrumpió Flick entrando a la habitación para notar al ensangrentado.

—¡Tú mataste al amor! —gritó la chica rompiendo la cortina para enredarla en el cuello del muchacho que lloraba.

—¡Michaella! —gritaba el elfo tratando de arrancar a la chica de su víctima.

—¡Tú lo mataste! —decía al tiempo que apretaba cada vez más la cortina—. ¡Tú lo mataste, Thomas! ¡Tú lo mataste!

—Michaella, Michaella —repetía el elfo sin poder arrancar a la rubia de Tom, quien parecía perder el brillo en aquellos hermosos ojos claros.

—¡Solo tenías que cuidarlo! —gritó la rubia sacando el cuchillo del cuerpo del chico para rasgar sus mejillas—. ¡Eso era todo! —repitió volviendo a introducirlo justo en el corazón.

En ese instante, Flick logró jalarla y ambos cayeron al piso lleno de cristales.

—¡Él lo mató! —decía Michaella abrazando a Flick mientras rompía en llanto.

—Tranquila —consoló el elfo mirando el cuerpo sangrante de Tom frente a ellos—. Ahora no puede repetirlo.

Ambos se quedaron tendidos en el piso, con el llanto de la rubia como única compañía.

—Dios, tardaron siglos, ¿y Michaella? —preguntó la mujer que vigilaba, mirando con angustia la casa.

—Eli, no sucedió como planeábamos. Necesitamos tu ayuda —pidió el elfo mirando a Eleanor con súplica—. Mundriak no se puede enterar de esto.

La mañana siguiente llegó tranquila. Mundriak se estiró en su cama. Su madre no había parecido revisar sus deberes. Estaban en el mismo lugar de siempre, así que simplemente bostezó y se levantó de la cama.

Era un día particularmente frío, así que se puso un grueso suéter de manga larga y tomó su reloj para guardarlo en el bolsillo. Qué curioso, en ese momento parecía volver a funcionar.

La chica bajó a la sala mucho mejor de lo que había estado la tarde anterior y se sentó en el comedor en donde su madre se hallaba pegada al televisor.

—Madre.... —comenzó a decir ella.

—¡Cállate! ¿No estás viendo lo que sucedió? —preguntó la mujer señalando el televisor.

Mundriak se levantó de su asiento y se recargó en la barra de la cocina para observar las noticias.

—... un terrible asesinato. Fue encontrado esta mañana flotando sobre el lago estatal. El atacante no dejó ningún tipo de rastro que se haya encontrado aún, pero los investigadores están comenzando su búsqueda —informó la mujer en la televisión—. Todos lamentamos profundamente el deceso de Thomas Hill, y los corazones de los miembros del noticiero de las seis están con la familia y amigos del estudiante local...

—¿Era tu compañero? —preguntó la mujer mirando a Mundriak con sincero interés.

—Sí —respondió ella impactada.

¿Alguien había matado a Tom Hill? ¿Quién podría atreverse?

En ese momento, Mary rompió cualquier protocolo y abrazó a su hija. La mujer parecía realmente preocupada.

Mundriak levantó la vista sin comprender lo que sucedía y vio a Michaella sentada en la escalera con una lágrima resbalándole por la mejilla.

Movió los labios sin pronunciar palabras, pero Mundriak casi podría jurar que trataron de dibujar un "lo siento" antes de desaparecer.

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