Capítulo Dieciséis: Cenizas para Matty
⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.
Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.
La tía de Mundriak la miraba como si se tratara de un experimento. Los ojos estaban fríos y casi viscosos como los de un pescado en el supermercado. Bebió un poco del té con el que cerraban esa incómoda comida, pero solamente porque sabía que si no lo hacía tendría problemas. Las hermanas se miraban una a la otra, aquella parecía una revisión más, como si estuvieran en un consultorio. No sabía exactamente qué era lo que estaban haciendo ahí, pero en verdad comenzaba a sentirse nerviosa.
Su madre siempre discutía con la tía Matty por la educación de Mundriak. Mary, parecía una dulzura a comparación de los métodos sugeridos por su hermana.
No había charla, tan solo el silencio. Comenzaba a sentir sus ganas de salir de la habitación, corriendo como el río helado que pasaba por su columna. Y, aunque estuviera enojada con una gran parte de ellos, quería volver a ver a sus personajes. Saliendo de la escuela todos se habían escabullido y en realidad necesitaba compañía.
Ni siquiera Morte se encontraba en ese momento con ella, así que no le quedaba más que enfrentar ese momento sola. No le gustaba, era como entrar en una pileta congelada.
—Vi las noticias —soltó su tía después de un momento.
Mundriak no dejaba de pensar que en realidad esa visita tenía otras intenciónes. Por qué otra razón irían a visitar a esa insípida y desagradable señora... quisiera... no. Ella no podía abrir su mente.
—Es lamentable, un poco de lo que te hablaba... ¿Cómo la miras?
Su tía recorrió a la muchacha después de las palabras de su madre. Lo hizo ojos de escáner, que desaprobaban cada centímetro que registraba.
—Débil —concluyó—. Le hará bien. Aquí tengo los papeles.
Mary se levantó de su asiento para seguir a su hermana hacia otro cuatro. Parcía que Mundriak tan solo había sido presentada como el producto de una transacción. No podía escuchar más que murmullos inentendibles y comenzó a rogar porque todo acabara. Apretó fuerte contra ella el reloj que le habían entregado sus amigos, lo pegó justo cerca del corazón, para sentir que sus latidos iban al compás del segundero.
—Te agradezco —dijo al fin la madre de la chica, provocando que aquella saliera de su ensimismamiento.
Acto seguido, las dos empezaron a encaminarse hacia la salida. No comprendía bien lo que pasaba, pero estaba segura de que no era algo que le fuera a gustar. En el marco de la puerta, la chica volteó a ver una última vez a su tía. En el fondo de la sala observó a Morte, que estaba silenciosa. Tal vez ahí estuvo todo el tiempo y ella jamás la notó.
La intentó llamar con la mente, antes de termina de cerrar la puerta y subir al auto de su madre; pero ella tan solo clavó su mirada en la creadora.
⟿
La habitación le daba vueltas. ¿Por qué siempre le correspondía enfrentar tantas cosas al mismo tiempo? Tenía el corazón partido por la muerte del adolescente, pero ahora también por la consejera, por la responsabilidad de sus personajes, de ella por crearlos... Seguía escuchando el llanto de Eleanor en el armario. Era tan perturbador que no podía evitar estremecerse cada vez que lo sentía alterando su espíritu.
—Hola —escuchó la voz muy cerca, pero no se reincorporó con gusto, porque la reconoció—. Yo... no sé si quieras verme aún.
Mundriak volteó a ver a Michaella. En realidad ya no estaba tan enojada, tan solo no sabía cómo reaccionar a toda esa maraña de dificultades. Perforó un momento su corazón con una lágrima, tan solo quería liberar un poco de presión, antes de responderle y comprometerse.
—Está bien —concluyó la chica—. No estoy enojada. Michaella... hubiera querido pedir que no lo volvieran a hacer. Creo que casi pasa lo mismo de nuevo. Oliver...
—Me enteré. Mundriak... es que, tú no sabes de dónde venimos. Flick no está aquí —concluyó susurrando—. Hay que ir a otra parte.
La ventana comenzó a lucir apetitosa, aunque en verdad le aterraba pensar en las consecuencias. ¿Escaparse de casa en la noche? Mary tenía un oído de gato, podía detectar problemas, pisadas, ideas que no le agradaran, todo a kilómetros de distancia.
Buscó la mirada de Michaella para fortalecerse, y en verdad funcionó, porque pudo percibir en las venas de los brazos, que una corriente eléctrica tomaba el control. Una especie de veneno bueno que la iba llenando, que hacía ver su casa cada vez más pequeña, así como sus problemas y sus miedos. De paso, la ventana se hacía más grande, la esperanza también.
—Tienes que hacerlo, o no lo harás jamás —sentenció Michaella ayudándola a colocar las manos sobre el borde de la ventana.
⟿
El aire fresco le supo mucho mejor de noche. Jamás lo había respirado de esa forma, con esa profundidad. Los pulmones se ampliaban, queriendo convertirse en alas. Era toda su vida que se estaba alineando para poder regalarle la gracia de esa palabra inalcanzable: "libertad".
Michaella tenía el gesto serio y concentrado, porque intentaba buscar un lugar en el que pudieran sentarse a charlar. No quiso ir al espacio que ella misma presentó, porque no podían ser encontradas por Flick, ni por la madre de la adolescente.
Mientras tanto, Mundriak la seguía como una niña que descubre el mundo. Había un brillo especial que jamás se le había visto en ningún otro momento. Esa luz que desplegamos cuando hacemos algo que amamos o cuando algo nos emociona suficiente. La piel parecía reaccionar a esa cantidad de ilusión, porque se tintaban las mejillas de un carmín peculiar, los ojos inyectados en magia, por primera vez, y una sonrisa, tan pero tan pura que transformaba su aspecto. Michaella tuvo que pestañear un segundo par reconocerla antes de señalar unos viejos juegos infantiles.
—Creo que es un tanto predecible, pero es lo mejor que se me ocurrió —dijo la rubia—. Es hora de que hable contigo.
La chica asintió y comenzó a trepar a los juegos. Había un pequeño espacio dentro de los toboganes que estaba cerrado a la vista, tan solo tenía una diminuta ventana que ambas esquivaron para quedar invisibles ante cualquier persona que buscara encontrar sus rostros.
—Qué increíble es la noche —dijo Mundriak a la rubia. Aquella le contestó con una sonrisa.
—Supongo que sí, no recuerdo la primera vez que salí de noche... pero me imagino que me gustó... Sí que me gustó.
La mirada de Michaella siempre iba entre la fuerza y la debilidad, entre los recuerdos y su determinación, pero pronto aterrizó para clavarse en la chica.
—Te escucho —dijo Mundriak retomando la seriedad.
Michaella colocó ambas manos sobre su rostro, no estaba muy segura de que estuvieran a salvo, pero no podía arriesgarse, en verdad quería hablar sin ningún tipo de restricciones.
—Mundriak, el lugar del que venimos... es un sitio distinto a lo que crees. No es, ni siquiera una migaja de lo que tienes en mente, me atrevería a decir.
—¿Cómo es?
Michaella hizo un pequeño gesto de dolor, antes de continuar.
—Como te decía, nuestras historias se siguen escribiendo. Todas, todo el tiempo, incluso ahora que hemos venido a tu mundo. Continúan y lo hacen porque en verdad están vivas. De donde venimos, las cosas siempre tienden a tomar un rumbo oscuro. Te conté lo que pasó con Thomas, pero no he sido la única. Todos han tenido finales horrendos. Finales eternos, porque se van tornando en sucesos peores —hizo una breve pausa nuevamente para asomarse un poco por la ventana del juego—. Incluso Flick... en especial Flick. Por eso es que todos estamos tan enojados, tan... hartos. Mundriak, todo lo que sentimos es peor aquí.
—¿Quieres decir que por eso...?
—Quiero decir que esto no se va a detener. No se va a detener tan fácil. Lo digo porque yo lo sentí... aún lo siento.
La chica se quedó en silencio, volvió a permitir que la noche la envolviera y dirigió el rostro hacia su compañera, con un gesto que combinaba la súplica con la duda.
—¿Lo volverías a hacer? ¿Matar a alguien?
Michaella volvió a soltar una pequeña risa. Mundriak le causaba mucha ternura, le gustaría decir que le recordaba a ella misma, pero en realidad ella nunca fue así. Jamás logró disfrutar de una pizca de inocencia y eso era lo que admiraba de su creadora.
—Yo he matado a tanta gente, que una más o una menos no haría ni la más mínima diferencia —confesó la rubia.
Mundriak no la juzgaba más. Quedaba claro que ella no había tenido al frente la situación completa. De pronto, alcanzó a ver por la pequeña ventana a Morte, que se ecncontraba de pie junto a una lámpara de la calle.
Michaella también alcanzó a visualizarla, pero dio un segundo vistazo para verificar, antes de regresar la atención a Mundriak con los ojos bien abiertos.
—¿Qué es lo que hace ella aquí?
—Me está cuidando —dijo Mundriak saludándola. Morte tan solo la observó y desapareció.
—Mundriak, ¿cuánto tiempo llevas conviviendo con ella? —preguntó la rubia alterada.
—No lo sé, hace muy poco... Michaella, no te comportes así, porque me asustas. ¿Tiene algo de malo?
La joven suspiró para tranquilizarse. Volvió a mirar a su creadora y sintió compasión. Eso era algo nuevo, sentir compasión. No creyó conocerlo en este lado del mundo.
—No —mintió—, pero cuéntame cada vez que ella esté cerca, por favor.
El camino de regreso contrarrestó la importancia de la charla. Cuando cosas así pasaban (muy, pero muy pocas veces), le gustaba imaginar cómo hubiera sido su vida si es que su madre no fuera como es. Le encantaría pensar en libertad, en cómo su corazón estaría contento todas las noches. Quizá todas esas largas horas de tristeza se traducirían en sonrisas y en buenos recuerdos, como el que tenía ahora con Michaella.
La noche la abrazó con calma, le cantó una canción de cuna, dejándola relajarse y disfrutar el poco tiempo que finalmente había tenido lejos de casa.
En los sueños, el dragón de hielo volvió.
Creyó que el sueño de siempre se repetiría, pero esta vez era distinto. Mundriak, por primera vez se vio las manos, porque nunca lo había hecho en ese mundo. También había alguien que jamás se había mostrado antes ahí: La dama de blanco.
Estaba ahí, de pie, etérea mientras señalaba el abismo. Estaba tan lejos, pero tan cerca. Mundriak, confundida, caminaba con las piernas bien hundidas en el brezo, entre las flores. Quería llegar hacia el lugar que le indicaba, hacia el dragón de hielo, pero por más que quería no lograba avanzar.
Un grito propio intentaba salir por la garganta, pero tan solo el pitido de lo que parecía una flauta, salía de sí. El ambiente se tornaba cada vez más gris. La dama de blanco parecía perder la paciencia, y ella gritaba con más fuerza.
Le parecía reconocer que estaba dormida y querer despertarse para mover las piernas. Necesitaba alcanzarlo, necesitaba alcanzar al dragón.
⟿
El despertador de ese día, fue mucho más perturbador de lo que le hubiera gustado. Un grito, no muy fuerte, pero claramente aterrado, llegó hasta sus oídos.
Intentó sacudirse el sueño que le quedaba para poder levantarse pronto, pero no tuvo tiempo, porque su madre entró rápidamente a su habitación. La miró por unos largos instantes y ella quedó helada.
No vio a ninguno de sus personajes cerca, así que comenzaba a sospechar qué era lo que podría estar sucediendo. Levantó la mirada lentamente, como buscando la aprobación de alguien inexistente para poder hablar, y después enfrentó el rostro de su madre.
—Stacey —"¡Soy Mundriak!", repitió en su mente—. Algo horrible acaba de suceder... La casa de tu tía... un incendio acabó con todo. Me acaban de avisar. Ella está muy delicada, iré al hospital a verla.
La madre de la chica parecía verdaderamente afectada. Nunca creyó que en verdad apreciara a su hermana. Jamás convivían fuera de formalismos. Así que era sencillo asumir que eran más hermanas por compromiso que hermanas por cariño.
—Algo raro está pasando en este lugar —sentenció su madre mirando a la distancia—. Algo que no me gusta para nada. No tardaremos demasiado en irnos.
La mujer cerró al puerta. ¿Irse? En realidad ella no quería irse, no era parte de sus planes. Por supuesto que odiaba la escuela, a sus compañeros, pero si había algo que odiara más era su casa. No quería moverse de mundo llevándose ese infierno. Se apretó el estómago, como buscando refugio y luego levantó la mirada hacia la esquina. Era Morte, que la miraba sigilosa, tenía el rostro lleno de ceniza.
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