Capítulo Cuatro: El sueño de Elisa
⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.
Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.
Después de las nueve y media, cuando su madre solía hacer los rondines, Mundriak podría prender la computadora y trabajar toda la noche... Eso era.
—Stacey, ¿cuál es la respuesta? —preguntaba el profesor mientras la señalaba con el plumón rojo.
—Yo... —Mundriak titubeó al notar que en su cuaderno sólo yacían notas incompletas.
—¿Sabes la respuesta? —volvió a preguntar el profesor al tiempo que las risas regresaban y envolvían a la chica.
—¿Es "cuatro"? —dijo ella con voz inaudible. El hombre dio un vistazo a su propio cuaderno y arqueó una ceja mientras asentía con incredulidad.
—Correcto, es equis igual a cuatro —confirmó escribiendo los números en el pizarrón—. Ahora, pasemos al segundo ejercicio...
Increíble. Parecía como si el mundo se acomodara para dejarla ser afortunada por un periodo de tiempo. Aquello era lo que más le preocupaba. Era bien conocido que las personas con mala suerte estaban condenadas a conservarla por siempre. ¿Cómo es que de pronto ese destino había cambiado para ella? Era imposible. La respuesta era solo una: seguramente todo esto era cuestión de tiempo. En algún punto, cuando ella menos lo esperara, todo acabaría y dejaría de ser Mundriak para volver a ser Stacey.
⟿
¿De qué dependía que un sueño se cumpliera? Se preguntaba mientras quitaba una hoja del arbusto en que se escondía con su sándwich del día. Posiblemente eran una maraña de probabilidades que veías venir desde tu nacimiento. Ella no recordaba haber visualizado jamás el cumplimiento de un sueño. Ni si quiera recordaba que algún sueño hubiera tenido origen en su cabeza.
La servilleta que envolvía el sándwich se arrugó en la mano de Mundriak para ser arrojada al bote de basura en cuanto el timbre sonó... "Los sueños, los sueños". Había algo en ese tema que no permitía que su cabeza saltara a otros asuntos aquel día.
"Los sueños, los sueños", repetía nuevamente en su mente. La división entre los afortunados y los desafortunados le parecía tan absurda desde que era pequeña... ¿Por qué era que el éxito estaba reservado para algunas personas? Los talentosos, los guapos, los astutos.... Bueno, ¿por qué no habían dejado nada a los inusuales? Claro, alguien astuto es inusual entre el común, pero había otra categoría "inusual" que era cotidianamente ignorada por todos. Son ese tipo de personas que el mundo tiende a ignorar por lo excéntrico o monstruoso de su existir, ¿el éxito repele a esas personas?
¿Sería que el orden del mundo se alteraría demasiado si existía una persona que, a pesar de ser inusual, alcanzara lo que quisiera? Aquella interrogante le hizo soltar un poco el lápiz con el que dibujaba una planta para describir sus partes y un suspiro la atacó inesperadamente.... "El sueño de Elisa".
El título de su siguiente relato, sin duda.
Claro, si en la insípida realidad aquello no era posible, ella tenía ahora el poder de cambiarlo. Y así sucedería con Elisa. Una mujer discriminada por su sobrepeso, reclutada en un circo para ser exhibida como una abominación y cuyo más grande sueño era convertirse en la mejor trapecista de sus tiempos.
Elisa, tan incomprendida como ella misma; aunque, gracias a Mundriak, tendría la posibilidad de encontrar el éxito que la chica no podía ni soñar.
Mundriak miraba ansiosa a su madre mientras ésta revisaba los apuntes del día. Afortunadamente, la chica había ocupado un rato de la salida para inventar algunas ecuaciones que sustituyeran a las que se le escaparon en clase.
Mary recorrió lentamente las páginas con mayor cuidado que otros días. Siempre hacía lo mismo cuando Mundriak tenía que faltar a la escuela, procuraba que el retraso en contenido no significara demasiado para su hija.
Cuando todo le pareció adecuado para ella, cerró los cuadernos y esperó a que Mundriak los dejara acomodados para el siguiente día.
La chica subió las escaleras y entró a la habitación. Miró la computadora con profundo interés. Sabía que no podía prenderla en ese momento. Su madre había leído los encargos de los profesores y, entre ellos estaba completar un título de elección libre.
Mary le había prestado "Orgullo y Prejuicio", pero ahora no estaba de humor para recorrer las palabras de otra persona. Lo único que quería era comenzar a escribir sobre Elisa y volver a leer maravillosos comentarios sobre ella... sobre su mundo.
Pasó una y otra vez las mismas páginas, Mary paseaba de vez en cuando, verificando que la chica estuviera atendiendo sus deberes. Mundriak la miraba de reojo siempre que se alejaba de la habitación... Si no fuera por ella, en ese instante podría estar escribiendo la historia de Elisa. Torció la boca en señal de fastidio y siguió pasando las páginas del libro.
El patético día fue llegando a su final y el corazón de Mundriak volvía a latir con cada minuto que la acercaba a las nueve.
Se colocó su pijama y estuvo sumergida en las sábanas más temprano de lo usual. Junto a su cama, había dejado el libro con un pequeño resumen de los capítulos avanzados.
Mary entró a la habitación con sigilo, una vez que había pasado la hora de dormir, y levantó la hoja para examinarla con cuidado. Cuando terminó, la regresó a su lugar y salió de ahí sin producir más que el sonido de la puerta cerrando.
Mundriak se levantó de un brinco y se acercó a la computadora. La había dejado en silencio la última vez, así que no haría ningún sonido mientras encendía. La luz iluminó levemente la habitación y Mundriak verificó que su madre no estuviera merodeando por ahí. Soltó un suspiro de alivio cuando se escuchó la puerta de la habitación de Mary cerrándose.
"Bienvenida/o a Unleash, Mundriak"
"Escribe aquí tu siguiente historia"
Una sonrisa temblorosa inundó su rostro... todo el día esperando por esto. Finalmente haría algo que la volvía locamente feliz.
Colocó el cursor sobre el segundo anuncio y la misma pantalla de la última vez pareció. En esta ocasión, los dedos de Mundriak se acomodaron en el teclado como si fuera una actividad profesional. Ellos sabían perfectamente lo que querían hacer, y sin más, su cuerpo sintió un alivio inmediato.
"Al fin".
◇─◇──◇─◇
Elisa era, más allá de un ser inusual, un alma soñadora, como aquellas de los cuentos. Sí, sin duda alguna ella era ese tipo de individuo del que le hablan las hadas madrinas a las princesas y la envidia de cualquier protagonista. Sin embargo, Elisa había "pecado" en un solo aspecto... Ella tenía un peso mayor al que el mundo aceptaba. Afortunadamente, las dificultades que le había presentado la vida no habían intervenido en el hermoso brillo que despedía Elisa por sus pequeños ojos.
Apenas tenía doce años cuando alcanzó un volumen mayor al del hombre más grande su pueblo. Así que, un buen día, el dueño de un circo la miró con avaricia y pensó que sería perfecta para integrarla a su show. La siguió hasta su casa y le ofreció un pequeño costal de monedas a su madre por ella.
La madre de Elisa, odiosa y envidiosa, no soportaba a la niña, así que no dudó ni un segundo antes de aceptar el trato del hombre. Así, Elisa comenzó a circular por todo el país como parte de las abominaciones que entretenían a las personas que asistían al circo. La niña era obligada a usar vestimentas y maquillaje divertido para humillarse ante el mundo, además, todos los días, como un requisito imperdible, era obligada a comer el triple que sus compañeros.
Había un acto en específico que la maravillaba todo el tiempo: las trapecistas. Su sueño era pertenecer a aquella parte del espectáculo, pero el día en que ella le planteó tal idea al maestro de ceremonias, él rio tan fuerte que contagió al resto de sus compañeros convirtiéndose aquello en un increíble mar de burlas.
Aquella tarde, Elisa lloró tanto que su maquillaje se derritió y terminó en su ropa. Tan patéticamente rechazada que no podía encontrar una forma de sentirse nuevamente feliz.
"No les hagas caso", decía el líder de los trapecistas mientras se sentaba a un lado de Elisa en el campamento circense. "Ellos solo te envidian, si quieres, yo puedo enseñarte".
La tierna mirada de Elisa se colocó sobre él y su esperanza volvió a renacer dentro de las cenizas. Como su corazón era puro y su inocencia intacta, ella aceptó el trato del hombre y comenzó sus entrenamientos de inmediato.
Las largas horas de ejercicio habían convertido a Elisa lentamente en una chica capaz de lograr actos cada vez más complejos. Fue justo cuando ella cumplió treinta años que el líder de los trapecistas le avisó que estaba lista para ejecutar actos de alto nivel.
El peso de Elisa no cambió significativamente, sin embargo, su habilidad física había incrementado de manera extraordinaria.
Un magnífico domingo en la noche, el circo montó su espectáculo como lo hacía siempre. Resultaba un increíble día para disfrutar del precioso circo. Todo resultaba perfecto, el olor a palomitas y algodón de azúcar, las sonrisas y las bromas... hasta que algo inesperado sucedió. La trapecista estrella se había fracturado una muñeca mientras ensayaba para su acto.
El maestro de ceremonias comenzó a entrar en pánico mientras preguntaba a todos los integrantes del circo, quién podría reemplazar a la trapecista en su acto principal. Elisa se abrió camino avisándole que ella podría ser la suplente de la chica.
Las risas del maestro se vieron apagadas cuando el líder de los trapecistas apoyó la idea de Elisa.
"Vamos, si lo hace mal, divertirá a la gente, y si lo hace bien, los entretendrá. Sales ganando con ambas", susurró el hombre a oídos del maestro.
"Bien", respondió éste e indicó a Elisa un camino a seguir para subir a la plataforma principal.
Los ojos de las personas se abrieron maravillados al observar cómo Elisa se acercaba a la plataforma para comenzar a ejecutar su acto.
Alguien de la audiencia soltó una carcajada pensando que, probablemente, aquel era un acto cómico, así, los ojos maravillados se fueron convirtiendo lentamente en risas que taladraban los oídos de Elisa. Las piernas le temblaron un poco, pero recordó todos los consejos que le había dado su maestro mientras era entrenada. Una inhalación de inseguridad y exhalación de certeza. ¡Ella era capaz de lograrlo!
Corrió con todas sus fuerzas y voló unos momentos en el aire antes de que su voluminoso cuerpo alcanzara la primera barra. El público soltó un grito de susto y sorpresa al mismo tiempo. Ella había logrado el primer objetivo. ¡Increíble! Se balanceó unos segundos y después tomó toda la fuerza con la que se columpiaba para romper el viento y tomar la segunda barra.
Elisa ejecutó su acto con tanta suavidad y destreza que parecía tener años de experiencia. La sensación del viento y la victoria acariciándole le resultaban irreales. Quería guardar para siempre ese momento.
Justo en el instante en que sus pies tocaron el suelo, nuevamente, los aplausos estallaron con la fuerza de un dragón hambriento. Ahora, las cosas serían diferentes...
◇─◇──◇─◇
Mundriak soltó el teclado y miró la hora en el reloj, ya era la una de la mañana. Sentía cómo sus párpados caían con fuerza, además, sus manos suplicaban parar de escribir y dormir de una vez. El final del relato no parecía llegar con tanta facilidad como lo hizo el anterior, así que simplemente escribió una nota al final: "Continuará".
Apagó la computadora después de publicar el relato y se deslizó entre las sábanas. Elisa... seguro ella sí sería feliz.
⟿
La chica se levantó más temprano de lo usual. Quería aprovechar el mayor tiempo sin su madre, así que abrió los cansados ojos mucho antes de que amaneciera. Apenas había dormido unas cuatro horas cuando volvió a encender la computadora con emoción.
Nuevamente, el buzón de Mundriak se encontraba en rojo, así que la sangre volvió a correr con emoción por su cuerpo, al tiempo que el cursor se deslizaba hacia la bandeja.
"¿Cuándo terminarás la historia?"
"Me encanta, aunque no tenga un final"
"Escribe más..."
"Necesito que escribas más historias"
"La dama de blanco debería llevarse al maestro de ceremonias"
"Pulsa aquí para leer 15 comentarios más".
Les había gustado. Les había gustado a pesar de no tener un final terminado. Quería seguir escribiendo qué era lo que había sucedido con Elisa, pero no se le ocurría ni siquiera una aproximación de lo que podría continuar.
Sus ojos le ardían con fuerza. Realmente le hacía falta dormir, pero la emoción de haber subido una nueva historia le entusiasmaba tanto que apenas notaba las incomodidades de su cuerpo.
Regresó a la cama antes de que su madre entrara. Acomodó las sábanas para que pareciera que había dormido toda la noche y que apenas se despertaba, como todas las mañanas, con la voz de su madre anunciando el inicio del día.
⟿
Elisa era un personaje importante, pensaba Mundriak mientras caminaba por los pasillos de la escuela más tarde. Es decir, no todos los personajes tenían una historia como la suya. Ella era tan buena como la dama de blanco, sin embargo, ella sí parecía tener un final feliz.
—¡Fíjate, estorbo! —gritó una chica cuando Mundriak tropezó con ella tirando sus libros.
—Yo no... no te vi —respondió temblorosa y la otra tomó uno de sus libros para golpearla en la cabeza.
—No puede ser que además de rara seas idiota —dijo ella metiendo todo de vuelta a su casillero—. Haznos un favor y mátate, por favor.
¿Matarse? Mundriak se quedó de pie esperando a que la otra muchacha saliera de su vista. ¿En serio, matarse? Ella no era la que debía morir. Cruzó otro pasillo hasta encontrar a un chico que sacó el chicle que mascaba para embarrarlo en el suéter de Mundriak.
—No me mires así, bruja, tómalo como una invitación a lavar tu ropa —replicó el chico alejándose entre carcajadas.
¿Matarse ella?
Caminó hacia el baño de mujeres. Demonios, iba tarde a la clase de química, pero no podía llegar con chicle pegado en el brazo.
Abrió la puerta y encontró el lugar vacío, afortunadamente. El chicle había sido esparcido por casi toda la manga de su suéter y quitarlo con agua y jabón se estaba convirtiendo en una hazaña muy complicada.
Justo cuando había logrado quitar la mitad del dulce de su ropa, la puerta del baño se abrió y Mundriak se detuvo un momento para observar cómo Dakota, Miranda y Kelly entraban, dejando a su paso un fuerte aroma a perfume frutal.
Sintió que algo terrible se acercaba. Ella sola con las tres chicas más populares, una de ellas siendo la que le había deshecho la blusa la última vez. Trató de mantener su rostro dirigido hacia el lavabo para que no la reconocieran, pero el momento en que sus voces pararon de charlar, le anunció que tal táctica no había funcionado.
—Kelly, Dakota, miren nada más —dijo Miranda con una enorme sonrisa en el rostro—. Alguien olvidó un trapo en los lavabos.
Las risas comenzaron, provocando que Mundriak se hundiera más en el lavabo.
—Y es un trapo sucio y viejo —respondió Kelly acercándose a la temerosa chica—. Oye, ¿no nos estás escuchando?
La salvaje adolescente tomó el cabello de Mundriak y lo jaló hasta que levantara la cara.
—No era un trapo viejo... ¡es una bruja! —gritó Dakota botándose de la risa al tiempo que Kelly terminaba de jalar al resto de la chica para lanzarla hacia Miranda.
—Una horrible y patética bruja —dijo ella recibiéndola para aventarla hacia Dakota.
—¡Sálvate, bruja! Puedes volar con tu escoba, ¡vuela! —decía Dakota mientras la tiraba al suelo.
—¡Vuela, bruja, vuela! ¡Vuela, bruja, vuela! —gritaban las chicas en coro al tiempo que pateaban los costados de la joven con fuerza.
—¿Qué es lo que sucede aquí?
El bullicio se vio interrumpido por la consejera que entraba al baño con gesto preocupado. Al admirar a Mundriak llorando en el piso, abrió la boca con incredulidad y encendió la mirada repentinamente.
—Ustedes tres están en muchos problemas —expresó con seriedad—. Vayan ahora con la directora y no se quieran pasar de listas conmigo porque presentaré un reporte, yo sabré si no se presentan.
Miranda, Dakota y Kelly se miraron con pesar y salieron del lugar repudiando a Mundriak.
La muchacha se quedó llorando y temblando mientras la consejera se colocaba junto a ella para tranquilizarla.
¿Morirse?
¡Ellos eran los que lo merecían!
⟿
—¿Esto te pasa muy a menudo, Stacey? —preguntó la mujer una vez que ambas se encontraban en su oficina.
—Déjeme volver a clases —pidió temblorosa—, por favor, por favor.
—Stacey, lo que acaba de pasarte esta tarde no es un tema menor —expresó la consejera y Mundriak soltó una lágrima.
—Déjeme volver —repitió sin mirar a la mujer—. Yo lo inicié. No me pasa a menudo.
—Stacey...
—Déjeme volver.
La mirada volvió a dirigirse a la consejera. Tan triste y perdida. Era como mirar las ruinas de un castillo. La mujer se quedó un momento dudando sobre su acción. Sabía que Stacey mentía, pero parecía que, por alguna razón, ella en verdad quería regresar a su salón de clases.
—Está bien, podrás regresar a clases —sentenció la mujer tomando un pequeño bloc de notas—, pero necesito que le des esto a tu madre.
—¿Qué es? —preguntó la chica recibiendo el pequeño papel.
—Es un citatorio para que pueda platicar con ella —explicó la consejera provocando que Mundriak mirara el papel como si fuera su peor enemigo—. Es importante que se lo entregues, ¿de acuerdo?
La muchacha asintió varias veces antes de levantarse y salir de la oficina.
La consejera se quedó mirando la puerta por la que se había ido. Definitivamente algo extraño sucedía con esa chica.
⟿
Cuando Mundriak volvió a su salón, notó que las tres adolescentes que la habían atacado estaban ausentes. Probablemente estarían hablando con la directora. Si no hubiera llegado esa tonta consejera todo sería mejor. Las consecuencias de provocar que castigaran a las populares eran gravísimas.
Por fortuna, había podido regresar con rapidez al salón y los apuntes del día seguían puestos en el pizarrón. La muchacha los escribió lo más rápido que pudo pensando en todo lo que acababa de pasar.
"Morirse, morirse."
"Alguien debería darles una lección", pensaba mientras encendía su computadora en la noche de aquel día. Nadie entendía lo que era tener que vivir aplastada por todos. Era verdaderamente difícil.
"Morirse, morirse."
Además, esa mujer comenzaba a molestar a Mundriak. Sacó de su cajón el citatorio que la consejera le había dado y que ella había escondido en las bolsas del pantalón. "Son asuntos que no le importan" pensó mientras rompía el papel tratando de no hacer mucho ruido.
Cómo le gustaría poder darles una lección a todos. Enseñarles que ella no era la debilucha que todos creían. En ese instante preciso, él llegó a su mente... Oliver.
El teclado de Mundriak se preparó para recibir el siguiente relato.
◇─◇──◇─◇
Oliver era el niño de diez años más popular que podía existir en su vecindario. Cumplía con todos los requisitos para ser la persona con la que siempre querían estar los demás niños. Tenía una bicicleta, una patineta, jugaba bromas asombrosas y podía provocar que los profesores se distrajeran con sus diabluras, olvidando encargar los deberes a sus alumnos.
Definitivamente la vida de Oliver era perfecta.
Una tarde como cualquiera, un camión de mudanzas llegó al vecindario. Una deslumbrante familia bajó del auto que antecedía al camión. Oliver se encontraba paseando en su bicicleta, así que pudo observar todo a la perfección. La madre perfecta, el padre perfecto y ahí estaba.... Otro niño perfecto.
Con un atuendo parecido al de Oliver y la mirada traviesa y ambiciosa, justo como la de él. Ese era, nada más y nada menos que Cory.
Cory comenzó a atender la misma primaria que Oliver. Y ahí comenzó... Cory robaba todo. Comenzó robando la atención de los profesores en clase, después, siguió con los amigos de Oliver. Y la gota que derramó el vaso fue cuando Cory empezó a gastar bromas más interesantes que las suyas.
Oliver se sentía excluido de todo el círculo social que ahora adoraba a Cory.
Ese niño había dejado a Oliver sin un solo amigo. Sin un sola carcajada para sus payasadas, ni un solo colega para sus diabluras.
El odio hacia Cory incrementaba considerablemente con cada día que pasaba, hasta que una mañana Oliver bajó a desayunar y vio a su padre leyendo el periódico.
"¿Qué es eso?", preguntó el chico señalando la fotografía que estaba en primera plana.
"Es una escena del crimen. Esta mujer mató a su esposo", explicó el hombre sin darle mucha importancia.
"¿Por qué lo mató?", cuestionó él observando la fotografía con interés.
"Seguramente la tenía harta", dijo el padre de Oliver cerrando el periódico para encender la televisión.
"Seguramente la tenía harta", repitió Oliver todo el día en su mente mientras observaba a Cory pasear en bicicleta desde su ventana. Tal vez aquella era la solución.
El plan de Oliver inició de inmediato. La muerte de Cory debía ser imperceptible para el resto de personas, claro, aunque eso no sería tan difícil... él no tenía ni un amigo a quién contarle. El problema ahora recaía en cómo conseguir que Cory viniera con él a algún lugar.
Oliver rogó a sus padres para que invitaran a cenar a la familia de Cory. Les había dicho que quería ser amigo del niño, pero que en la escuela era complicado hablar con él. Siempre estaba rodeado de amigos.
Los padres de Oliver aceptaron finalmente y la cita se dio al viernes siguiente.
El corazón del niño revoloteó de emoción cuando el timbre de la casa sonó. La cena fue maravillosa y deliciosa, acompañada por las miradas confundidas de Cory.
Cuando todos terminaron y los adultos trajeron café y empezaron a hablar de noticias, Oliver pidió permiso para salir a dar un paseo en sus bicicletas.
"Oliver, ¿por qué me invitaste a tu casa?", preguntaba Cory mientras ambos se adentraban en el bosque.
"Ya lo dijeron mis padres, quiero ser tu amigo" contestó él con seriedad mientras observaba lo lejos que se encontraban de su hogar.
"¿Hacia dónde vamos?". Cory observaba los alrededores con un poco de miedo.
"Es una casa del árbol que tengo por aquí. Le dije a tus padres antes de irnos", aclaró Oliver sonriendo para sus adentros.
Las bicicletas producían un sonido inquietante entre las hojas de la naturaleza. ¿Sería que funcionaría?
Ya no había tiempo de dudar sobre la efectividad del plan, el punto perfecto había llegado y la bicicleta de Oliver chocó contra la de Cory para dejarlo tirado en el piso.
El niño trataba de reincorporarse cuando la bicicleta de Oliver se acercó peligrosamente hacia su cuello atrapando su camisa entre la tierra y la rueda.
"¿Qué es lo que haces?" preguntó Cory aterrado al notar la llanta del niño tan cerca de su cara.
"Tú me has robado todo... Me estás hartando".
Cuando terminó de decir tales palabras, el niño avanzó en la bicicleta y pasó encima del cuello de su compañero con toda la fuerza que pudo. Una vez terminado esto, se volteó para volver a pasar sobre el niño. Los ojos de Cory dejaban notar que seguía con vida, Oliver se fijó en lo anterior, así que tomó la rueda del frente y pasó una y otra vez encima, hasta que el charco de sangre que yacía bajo el niño se hacía más y más grande y sus ojos perdían el brillo para quedarse opacos e inexpresivos.... "¡Muere, Cory, muere!" gritaba Oliver con rabia.
Finalmente, el problema había terminado. Oliver lo recuperaría todo. Terminando, tomó uno de los alambres de su bicicleta y lo enterró dentro de su brazo para dejar una mancha de sangre menor a la de Cory. De igual forma, se hizo unos rasguños al igual que a Cory.
Aquel punto era perfecto porque se habían reportado varios ataques en el bosque. No había más que acusar a desconocidos. No había más que tomar la victoria.
◇─◇──◇─◇
Mundriak notó que lloraba desconsolada, pero no por Cory, no por ellos. Ellos eran malos. ¡Todos eran malos!
Nunca lo había aceptado tan sinceramente, pero a ella le dolía, le dolía sentir lo que le hacían todo el tiempo.
¿Por qué lo había soportado?
Ya no podía. Ni un día más.
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