18. Solitario.
Para cuando la imagen de Ian desapareció de la televisión yo ya estaba absolutamente decidido, y sabía por dónde debía empezar.
Sin embargo, debido a la gran cantidad de gente que llenaba las calles, me vi obligado en esperar en las sombras hasta que la multitud se disipara un poco; habría bastado con que cometiera un solo error y todo mi plan se iba a desmoronar.
Esto no ocurrió para nada pronto, y la verdad me encontraba bastante ansioso como para andar esperando. El sudor corría por mi frente mientras pasaba desapercibido, tirado junto a un contenedor de basura, como otro de los millones de indigentes que albergaba la gigantesca metrópolis. Pero me obligué a calmarme, sabía que era lo mejor para mí y para mis amigos, diablos, para el mundo lo mejor iba a ser que Eon y sus secuaces, los Shadows, no me encontraran. Por todo lo que sabía yo era la última línea de defensa del planeta ¿quién lo hubiera pensado?
Finalmente el número de personas en la zona disminuyó, pero aun así decidí encender el dispositivo de camuflaje de mi traje para evitar llamar la atención.
Pasé algunos minutos recorriendo la zona, hasta que finalmente encontré lo que estaba buscando: una casa en la que todos sus ocupantes se encontraran profundamente dormidos.
Miré un poco a mí alrededor, y al comprobar que nadie se encontraba pasando por el área en ese momento, desactivé el dispositivo, volviéndome visible nuevamente, y sin esperar un segundo forcé la puerta del lugar, lo más silenciosamente posible, no quería asustar a la pobre familia que habitaba el lugar.
Cerré la puerta con el mismo cuidado con el que la abrí, y sin más me puse a buscar el teléfono del hogar, el cual no tardé mucho en encontrar. Una vez con el dispositivo en mi mano me dispuse a discar, rogando con todas mis fuerzas que contestaran rápidamente, lo que afortunadamente sucedió.
–¿Hola? –dijo mi madre con voz suave, se notaba que había estado llorando.
–Mamá, soy yo, Daniel...
–¡Daniel! ¡Dios mío! ¿Estuviste viendo las noticias últimamente? No sabes lo preocupada que...
–No tenemos tiempo para esto, necesito que preste atención y cumplas con todo lo que te digo al pie de la letra ¿Está bien? –la interrumpí, realmente necesitábamos movernos todo lo rápido que pudiéramos.
–Te escucho –respondió, esta vez con una voz firme y segura, a veces me sorprendía su fortaleza.
–Nos están escuchando, están escuchando esta conversación, y en cualquier momento van a ir a buscarte, a ti, a Ana, Laurence, Clara, a todos, así que necesitas huir, no me digas a dónde vas, no hables con nadie en el camino, no te detengas por nada, no confíes en nadie –comencé a decir, casi sin dejar espacio entre palabra y palabra, sabía que mientras menos durase esa conversación más chances de escapar tenían ellas–. Solo tomen todo lo que necesiten y abandonen la casa, eviten los caminos principales, y a la primera oportunidad cambien de vehículo.
–¿Me estas pidiendo que robe un auto? –preguntó algo confundida mi madre, pero sabía la respuesta a esa pregunta– Daniel ¿qué rayos está pasando?
–Es malo, mamá, realmente malo... –respondí en voz baja, pero rápidamente me recuperé– por eso necesito saber que ustedes van a estar a salvo, de otra manera no voy a poder concentrarme en detener la tormenta de mierda que se cierne sobre todos nosotros.
–Cuida tu lenguaje –me respondió con la voz mandona que solía usar cuando aún vivía con ella–. No te preocupes por nosotros, vamos a estar bien, pero tú ¿qué vas a hacer?
–Voy a ir a visitar a un buen amigo mío, adiós mamá, las quiero, a ti y a Ana.
Sin más que decir colgué el teléfono, nunca fui muy bueno para las despedidas, y en este momento, al otro lado del mundo, estaba seguro que los Shadows ya habían enviado a sus mercenarios o lo que sea que utilizaran esos hijos de puta hacia la casa de mi madre.
A pesar de ese terrible pensamiento no pude evitar sentirme algo aliviado tras hablar con ella. Era la mujer más inteligente que conocía, y sabía que podía cuidarse de sí misma y de los demás si llegaba a ser necesario.
Inmediatamente después de cortar el teléfono, unos leves sonidos se escucharon a mis espaldas, y no pude evitar girarme rápidamente, casi de forma instintiva, y cargar una flecha en mi arco al tiempo que apuntaba.
Allí, parado en la oscuridad, se encontraba un pequeño niño de no más de seis años, el cual me miraba totalmente aterrado mientras yo continuaba apuntando directamente al medio de su frente.
–¿Archer? –balbuceo asustado.
Bajé el arco un poco más tranquilo, y le pedí que hiciera silencio llevando un dedo a mi boca, al tiempo que asentía con la cabeza.
Suavemente me agaché junto a él, y hable en chino lo mejor que pude para pedirle un favor.
–Si pequeño, soy Archer –dije, y sus ojos se iluminaron de inmediato–, y vengo a darte una misión muy importante.
–¡Lo que usted pida, señor Archer! –casi gritó el niño, de forma que temí que hubiera despertado a sus padres, y tuve que calmarlo nuevamente.
–Voy a necesitar que despiertes a tus padres ni bien me vaya y les digas que te duele muchísimo el estómago, que llores si hace falta, y les vas a pedir que te lleven al hospital –expliqué, mientras que el niño asentía lentamente, asimilando cada una de mis palabras–. Hay unos hombres muy malos que van a venir aquí a buscarme, y tú y tu familia no pueden estar aquí ¿está bien?
Sin dudarlo un solo segundo el niño asintió con ganas, al tiempo que formaba una sonrisa que le iba de oreja a oreja, lo cual me hizo sonreír incluso a mí.
Con todo el cuidado del mundo saqué otra flecha de mi carcaj, a la cual le quité la punta para entregársela al pequeño.
–Cuida esto ¿sí? Ahora eres oficialmente un Vigilante.
Y con esa última frase dejé la casa definitivamente, rogando que el niño pudiera cumplir con lo que acaba de pedir, por su bien y el de toda su familia. No creía estar preparado para cargar con más muertes en mi conciencia.
Sin embargo, tras unas pocas cuadras, ya me encontraba bastante despejado, y con la mente nuevamente en la misión. Pero tenía que ir paso por paso, y lo primero que tenía que hacer era ir a visitar a Takishima Matsu, mejor conocido como "El Mercader".
No tardé mucho en treparme al tejado de una casa, donde me detuve a mirar hacia el centro de la ciudad. Aun estando bastante lejos la torre del Mercader se veía bastante impotente. Eran básicamente cien pisos de corrupción, plagado de criminales de todo tipo, por no mencionar a alguno de los mejores asesinos a sueldo del planeta, aunque yo tenía otro nombre para ese tipo de cosas: una fiesta.
Con ese pensamiento en la cabeza, y una leve sonrisa en los labios, comencé a saltar de tejado en tejado, nuevamente con mi camuflaje encendido. El tiempo jugaba en mi contra, pero confiaba en que podía entrar y salir de aquella trampa mortal antes de que las legiones de Shadows y las autoridades me alcanzaran.
Poco menos de una hora corriendo sin parar sobre los techos de Hong Kong, finalmente me encontré lo suficientemente cerca como para empezar a percibir lo que ocurría allí dentro.
Aquel increíble edificio albergaba la cima de uno de los peores y más brutales imperios mafiosos de todos los tiempos. Por fuera parecía otro enorme edificio de oficinas, pero por dentro, El Mercader manejaba un negocio multimillonario, fundado sobre la sangre de inocentes, drogas, trata de personas, y demás viles empresas. No me habría sorprendido si hubieran ayudado a derrocar un gobierno o dos en diferentes partes del mundo, pero, por supuesto, El Mercader era demasiado astuto como para dejar un rastro para seguir, razón por la cual Los Vigilantes y yo nunca pudimos acercarnos demasiado a él.
Sin embargo, yo sabía que El Mercader era culpable de una interminable lista de crímenes, y ya no formaba parte de Los Vigilantes, es más, me encontraba absolutamente por fuera de la ley, lo cual, de alguna manera, hacía que todo esto fuera mucho más fácil.
Me concentré lo más que pude y comencé a percibir los primeros pisos del edificio.
Sólo había unos pocos guardias, armas livianas, un sitio que sólo servía para mantener las apariencias frente a las autoridades, las cuales, ya de por sí, se encontraban en el bolsillo del Mercader, y tenían órdenes de no acercarse a más de doscientos metros del lugar.
Sin embargo, a partir del décimo piso las cosas se volvían un poco más interesantes. Podía sentir leves sonidos de armas más pesadas, gente moviéndose hacia todos lados, billetes siendo contados, los cuales también emitían un leve y distintivo olor.
Pero lo que me importaba se encontraba arriba, mucho más arriba, y mi ceño se frunció cuando una voz temblorosa y aterrada empezó a rogar por su vida al "Sr. Matsu", antes de recibir un disparo a quemarropa en la cabeza.
El Mercader estaba en el lugar, y él era el único que me interesaba, pero si tenía que pasar por encima de todos sus matones para llegar a él que así sea.
Antes de disponerme a entrar, dirigí mi atención hacia la cima del edificio, estando totalmente seguro de que habría un helipuerto allí. Sin embargo mis sentidos no detectaban ningún helicóptero, lo cual era bastante bueno, me compraba tiempo, y dejaba al Mercader sin escapatoria.
Sin más, tomé una gran bocanada de aire, y cargué dos flechas en el arco, las cuales se impactaron en los dos guardias que se hacían pasar por civiles a las afueras del lugar.
En el momento en que dos o tres tipos de adentro decidieron salir a ver que carajos pasaba, disparé una flecha-tirolesa hacia el edificio, cayendo directamente sobre uno de los sorprendidos enemigos, y antes de que los otros pudieran siquiera pensar en intentar llegar a sus armas les di unos poderosos puñetazos que lograron dejarlos fuera de combate inmediatamente.
Tomé las tres flechas que acaba de disparar y entré al edificio.
Sin esperar un segundo me giré y disparé una flecha explosiva contra le entrada, derrumbándola inmediatamente para impedir que enemigos de afuera nos interrumpieran, y evitar que alguno de estos infelices intentase escapar.
Reaccioné justo a tiempo para evitar la balacera proveniente de un par de enemigos cercanos, y llegué a esconderme tras una columna.
A pesar de mis rápidos movimientos logré percatarme de lo cerca que estaba un enemigo del otro, de manera que solo bastó una flecha-boleadora que envolviera sus dos cuerpos para detenerlos.
Una vez que pude salir de mi escondite, noté que un grupo de aproximadamente quince enemigos se encontraba descendiendo en ese momento por un enorme ascensor, de manera que esperé pacientemente a que este llegara y se abriera para disparar una flecha somnífera dentro, la cual dejo totalmente dormidos a los enemigos.
Rápidamente, y al tiempo que disparaba sin para contra los pocos enemigos que iban apareciendo en el camino, me dispuse a subir las escaleras.
Sin embargo, cuando me encontraba cerca del piso diecisiete me encontré con que un grupo de enemigos había establecido una improvisada barricada, desde la cual abrieron fuego, obligándome a moverme rápidamente hacia la puerta que se encontraba frente a mí, la cual derribe cayendo sobre ella con todo el peso de mi cuerpo.
Inmediatamente una enorme cantidad de brazos me tomaron del traje, pero con unos rápidos movimientos logré liberarme de mis captores y quitarlos de mi camino.
Me encontraba en un largo pasillo repleto de enemigos, de manera que el espacio para disparar era tremendamente reducido, y me las tuve que arreglar a puño limpio, por lo cual mi brazo robótico me vino bastante bien, aunque utilizaba mi arco de tiempo en tiempo para bloquear ataques y golpear a mis enemigos.
La lucha fue agotadora, las personas dentro de esa torre del mal no eran simples matones callejeros, sino que estaban altamente entrenados y dispuestos a dar la vida por El Mercader y su imperio.
Cuando finalmente el último cayó y dejó de intentar de levantarse, me tomé un segundo para apoyar mi espalda contra la pared y respirar, a pesar de que lo único que pasaba por mi mente era que debía moverme rápido si no quería perder al Mercader.
Unas voces provenientes de algunos pisos arriba me obligaron a movilizarme.
–¿¡Donde mierda está el helicóptero!? –preguntó El Mercader, y podía sentir su corazón latiendo a toda velocidad.
–¡En camino, señor! –respondió uno de sus aterrorizados ayudantes.
–¡Si mi transporte no está aquí en menos de cinco minutos, le aseguro que le voy a cortar las pelotas y metérselas por la garganta personalmente! –exclamó, y por su tono pude notar que no bromeaba– Y ustedes, si ese hijo de puta llega a pasar sobre ustedes, voy a hacer que deseen nunca haber nacido.
Por supuesto, quedaba la parte difícil: eliminar al ejército privado del Mercader, el cual se encontraba apenas unos pisos sobre mí.
Suspiré y me despegué de la pared, dispuesto a continuar mi ardua carrera hacia la cima.
Cuando finalmente logré encontrar unas escaleras, alejadas de las otras, casi que no llegué a abrir la puerta antes de ser recibido nuevamente por una sorpresiva ronda de disparos, la cual me forzó a tomar cobertura.
Sin embargo ya no había tiempo que perder, de manera que disparé una flecha-rebotadora contra la pared, la cual terminó eliminando a mi enemigo.
Con el camino levemente despejado seguí ascendiendo, sabiendo que una batalla aún más ardua me esperaba allí arriba.
Pero, por supuesto, las escaleras no tardaron en plagarse de enemigos intentando detenerme, pero mi determinación superaba por mucho la de todos ellos. Tenía una misión, y no pensaba detenerme por nada para lograrlo.
Había avanzado de una manera bastante rápida a pesar de todos los obstáculos que El Mercader había lanzado hacia mí, pero, de repente, un poderoso brazo, cubierto con una especie de armadura robótica, atravesó la puerta y me tomó del traje antes de hacerme atravesar sin más la puerta y arrojarme nuevamente lejos de las escaleras antes de que pudiera reaccionar, quedándome frente al gigantesco sujeto, y descubriendo que su traje cubría la mayor parte de su cuerpo.
Desde mi posición en el suelo disparé una flecha contra él, pero de inmediato desplegó un escudo de su brazo, el cual evitó el impacto.
Pronto caí en la cuenta de que él no era mi única amenaza, ya que pude percibir unos filosos cuchillos dirigiéndose directamente hacia mí, forzándome a girar a toda velocidad para esquivarlos.
Al levantar la vista me encontré con otro muchacho utilizando un traje robótico, muy similar al anterior, que me sonreía descaradamente.
–Esperamos mucho tiempo por un enfrentamiento contigo, Archer.
Rápidamente reconocí a mis enemigos: se trataba de los hermanos Mayer, Seth, el de los cuchillos, y Mort, el gigante, unos peligrosos asesinos que habían empezado hacerse un nombre recientemente en el mundo criminal, pero que rápidamente habían ascendido hasta convertirse en unos de los mejores. Supongo que si lograban asesinarme realmente se convertirían en los más buscados de todo el mercado.
Antes de que pudiera hacer otro movimiento, el primero de los hermanos con los que me encontré simplemente me tomó por los pies y me levantó sin ningún tipo de problema.
–No es nada personal ¿sabes? –continuó el otro– El Mercader nos contrató para hacer un trabajo, y planeamos cumplirlo.
–Lo entiendo, aunque no se los voy a poner fácil –respondí, al tiempo que cargaba una flecha-cegadora y la disparaba contra la cara del gigante que me sostenía, logrando liberarme.
Con un rápido giro logré ponerme en posición defensiva para bloquear la apuñalada que intento asestarme el hermano más delgado, y con la misma velocidad le propiné un poderoso puñetazo en el estómago.
Sin embargo, me vi obligado a detener mis ataques cuando Mort comenzó a lanzar puñetazos ciegos en mi dirección, destruyendo todo cuanto se encontraba a su paso. Incluso su hermano se vio forzado a hacer unos rápidos movimientos para evitar morir aplastado.
–¡Mort, grandísimo imbécil, detente! –exclamó Seth furioso.
Aprovechando el momento de distracción y descoordinación, disparé una flecha-PEM, la cual dejó totalmente inutilizado el traje robótico de Mort, el cual resultó ser demasiado pesado para el gigante, a pesar de su increíble porte, de manera que este quedó totalmente fuera de combate.
Intenté hacer lo mismo con el enemigo restante, pero este destruyó mi flecha con sus afilados cuchillos antes de que lograra impactarlo.
Disparé repetidas veces, siempre con resultados similares, hasta que finalmente no tuve otra opción que entablar un combate cuerpo a cuerpo con él.
Su velocidad, resistencia y fuerza se encontraban terriblemente aumentadas gracias a su traje robótico, lo cual corría en mi contra debido a lo agotado que me encontraba. Sin embargo no podía rendirme, sin importar cuanto dolor estaba sintiendo, ni cuanta sangre estaba perdiendo, tenía que seguir luchando.
Y eso hice, no me detuve, batallé sin cesar, sin bajar la guardia ni por un segundo, hasta que finalmente Seth logró darme una implacable patada en el pecho, la cual me hizo caer al suelo y arrastrarme.
Para cuando pude recuperarme un poco del dolor, el asesino ya se encontraba saltando hacía mí, y cayó clavándome su afilada cuchilla en el hombro, produciéndome un eléctrico dolor que me recorrió todo el cuerpo.
–Mort tal vez sea algo idiota, pero no por eso voy a dejar que lo lastimes, ese es mi trabajo ¡mío! –exclamó a pocos centímetros de mi cara– Ahora, es momento de hacerte pagar.
Inmediatamente Seth se preparó para asestarme un poderoso puñetazo, pero en ese mismo instante tomé una flecha-propulsor de mi carcaj y se la pegué a la pierna. Esta se activó instantáneamente, haciendo que Seth saliera volando de improvisto y se diera a toda velocidad contra el techo, quedando absolutamente noqueado.
Tremendamente adolorido, me levanté aún con la cuchilla clavada en mi hombro, e inmediatamente me arrojé sobre la pared más cercana, sobre la que arrojé mi lastimado cuerpo. Una vez apoyado contra esta, me quité el afilado objeto de mi cuerpo, al tiempo que lanzaba un grito de dolor.
Sin un segundo más que perder, continué moviéndome hacia los pisos finales, y no pude evitar captar el sonido de un helicóptero en las cercanías, lo que me obligo a moverme más rápido a pesar del dolor.
Avancé en un completo silencio hasta la puerta que me iba a dar acceso al último piso, donde se encontraba la oficina del Mercader, y tras abrirla él fue lo primero que vi, al final de un largo pasillo.
–Archer, que bueno que hayas venido de visita, pero me tengo que ir –dijo con una sarcástica sonrisa en el rostro al tiempo que lucía su asqueroso traje blanco, a pesar de que podía percibir lo asustado que estaba–. Pero no te preocupes, estoy seguro de que mis hombres te atenderán bien.
Sin decir más, El Mercader desapareció detrás de la pesada puerta blindada de su oficina, dejándome junto a por lo menos diez de sus guardaespaldas, todos ellos armados hasta los dientes y deseando liquidarme.
–Les voy a dar una sola oportunidad –dije, con una voz pesada que denotaba mi cansancio–. Déjenme pasar, y no voy a tener que lastimarlos.
Muchos de ellos, los más confiados, comenzaron a reír por lo bajo, sin pensar ni por un segundo en la posibilidad de que pudiera derrotarlos, pero sus caras cambiaron rápidamente cuando disparé una flecha-magnética delante de ellos, arrancando todas las armas de sus manos.
Antes de que pudieran moverse cargué otra flecha y la disparé contra el techo, y esta logró destrozar varios de los rociadores contra incendios que se encontraban sobre los enemigos, causando bastante confusión entre ellos y haciendo que varios caigan al suelo.
Para poner fin a los enemigos finalmente disparé una flecha-eléctrica a la zona mojada, la cual terminó por electrocutar a los guardaespaldas del Mercader, quienes pocos segundos después ya se habían desmayado, dejándome nuevamente el camino libre, y justo a tiempo, ya que el helicóptero estaba produciendo un ensordecedor sonido prácticamente arriba de mi cabeza.
Desde mi arco hice que la flecha-eléctrica se apagara para evitar recibir una descarga mientras pasaba por sobre encima de los cuerpos de mis abatidos enemigos, no sin antes hacer estallar la puerta de la oficina del Mercader con una flecha-explosiva.
Avancé todo lo rápido que mis piernas me lo permitían, y abrí la puerta que daba al techo de una patada.
El helicóptero acaba de despegar, y ya se podía ver la relajación en el rostro del Mercader, pero debió de haber supuesto que no me iba a rendir tan fácilmente. Sin dudarlo un solo segundo, disparé una flecha garfio contra el helicóptero, y esta dio justo en el blanco.
En un primer momento, el pesado vehículo logró arrastrarme unos cuantos metros por el techo, dejándome cerca del borde, pero una vez que pude poner mi brazo robótico sobre el arco, finalmente logré detenerlo y asentar mis piernas.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, comencé a traer al helicóptero devuelta, impidiendo el escape del peligroso mafioso. Mis músculos se tensaban, la sangre caía profusamente de mis heridas, y el sudor recorría mi frente, era sólo cuestión de tiempo antes de que mi cuerpo se rindiera. Pero una imagen vino a mi cabeza: Amy llorando desconsoladamente tras largas horas de tortura, sabiendo que iba a tener que pasar por eso una y otra vez hasta que finalmente muriera, y supe que no podía permitirlo.
Mi mente obligó a mi cuerpo a resistir, a aguantar sin importar que tan ardua se volviera la batalla, y finalmente, con un poderoso grito de guerra escapando de mi garganta, logré que el helicóptero se volcara ya cayera nuevamente sobre el techo del edificio, destrozando su hélice.
El pesado vehículo impactó con toda su fuerza la superficie donde me encontraba, y me vi obligado a moverme para evitar morir aplastado, pero lo hice con una sonrisa en mi rostro al saber que había triunfado.
Me levanté ansioso y llegué a ver justo lo que quería: El Mercader arrastrándose fuera del vehículo en llamas como la cucaracha que era. Antes de que siquiera pensara en intentar alcanzar el arma en su tobillera, disparé una flecha contra su rodilla, la cual lo hizo gritar de dolor.
Sin más tiempo que perder, me abalancé sobre el sujeto y lo levanté sin ningún tipo de cuidado, antes de llevarlo contra la hélice trasera del helicóptero, la cual aún se encontraba girando a bastante velocidad como para producir bastantes daños.
–Sé todo lo que estuviste haciendo estos años, como ganaste tu dinero, a todas las personas que lastimaste, así que si intentas mentirme... –inmediatamente acerqué su cabeza contra las afiladas cuchillas que giraban detrás de él, de forma que pudiera sentir el aire que estas despedían.
–No serías capaz, no eres un asesino –dijo, mientras intentaba mantener una cara valiente, pero no tenía tiempo para eso.
Antes de que pudiera agregar algo más lo giré y metí su mano izquierda en la hélice, cortándole inmediatamente todos los dedos.
Mientras aún se encontraba llorando y gritando de dolor, volví a girarlo para quedar directamente frente a él.
–Todavía te quedan varios centímetros de cuerpo que puedo cortar antes de que mueras, así que tú decides...
–¡Dios, no! ¿¡Qué quieres saber, maldito lunático!? –exclamó, con mocos escapando de su nariz, creo que era la primera vez que ese sujeto lloraba en años.
–Sé que tú y tus amigos han estado traficando con niños con poderes, los secuestran y se los venden al mejor postor para que los conviertan en soldados, así que ahora mismo me vas a llevar al almacén donde los tienen ¿entendido?
–Sí, mierda, sí, solo déjame en paz –sollozó El Mercader.
–Eso depende de cómo te comportes en nuestro paseo.
Sin decir más, llevé a ese hijo de puta hasta al borde del edificio, y ambos saltamos al vacío. El asustadizo mafioso se prendió de mi cuerpo con fuerza, mientras que yo disparaba una flecha-paracaídas que amortiguó nuestro aterrizaje, pero no lo suficiente como para que él no se hiciera daño.
Nos encontrábamos en pleno centro de la ciudad, y la gente no paraba de mirarnos y sacarnos fotos, era una fortuna que en unos pocos minutos yo me iba a encontrar a miles de kilómetros de ese lugar, aunque tal vez El Mercader no iba a tener esa suerte, pero eso no era algo que me preocupara realmente.
Miré a mi acompañante para asegurarse de que no iba a intentar alguna estupidez antes de pararme en el medio de la calle y detener al auto más veloz que encontré, obligando a su conductor a salir de este y entregármelo.
Por suerte el dueño del auto no dudo un solo segundo y me lo dio sin más. Desconozco si estaba realmente asustado o me reconoció y creyó que haciendo esto me estaba ayudando, pero tampoco tenía tiempo para interrogarlo, de forma que inmediatamente tiré al Mercader en el asiento de acompañante, y me dispuse a manejar con él como guía.
Tras perder rápidamente a la policía en una En cuestión de algunos minutos nos encontrábamos en las afueras del puerto de Hong Kong, frente a un almacén de aspecto viejo y abandonado, el cual El Mercader indicó como nuestro destino.
–¿Ya puedo irme? –preguntó, mientras sostenía su mano sin dedos.
–Eso quisieras –respondí, e inmediatamente le di un empujó tan fuerte con mi mano robótica que salió despedido del auto con puerta y todo.
Salí del auto, al mismo tiempo que un grupo de guardias salió del almacén a ver que sucedía, y, al darse cuenta de todo, apuntaban sus armas contra mí.
–¡Bajen las armas! –exclamó El Mercader, mientras intentaba levantarse– ¡Denle lo que quiera!
–Muy bien, vas comprendiendo, ya ni tengo que amputarte partes para que hagas lo que quiero –comenté con una sonrisa, al tiempo que terminaba de levantarlo y empujarlo hacia adelante–. De todas formas, que quede claro, si haces algo que no me gusta, te voy a poner una flecha en la frente.
Inmediatamente los guardias me dejaron entrar al lugar de mala gana, siempre con sus dedos en el gatillo, como esperando la orden de su jefe, pero sabía que ese gusano le importaba su vida demasiado como para arriesgarse.
Lo que vi cuando entré me dejó absolutamente sin palabras. Dentro de aquel asqueroso lugar, se encontraban miles y miles de diminutas jaulas, todas dispuestas una al lado de la otra, incluso algunas sobre las otras, y todas ellas con un ocupante dentro.
Las jaulas contaban con una particular tecnología desarrollada hacía años para evitar que las personas que estuvieran dentro activaran sus poderes y escaparan. Aunque ni siquiera creía que eran necesarias, esos niños se encontraban demasiado aterrados como para intentar hacer algo.
Ni bien vi eso, no pude contenerme y le di una fuerte patada atrás de las piernas, haciendo que este caiga de rodillas, y sin darle tiempo a nada le apoyé el arco cargado contra la cabeza.
–Gente como tú no merece vivir –dije, con la voz quebrada.
–Por favor... no –respondió al tiempo que comenzaba a llorar nuevamente.
Cientos de enemigos me rodearon inmediatamente, y sin esperar apuntaron sus armas contra mí.
"Todavía lo necesitas, Daniel, tranquilízate, o tus amigos morirán" me dije en mi cabeza, y me forcé a obedecer, aunque no quité la flecha de su lugar.
–Vas a dejar que todos estos niños se vaya, inmediatamente, todos, y me vas a traer a un transportador... –le ordené, y en ese momento noté el sabor de la sangre en mi boca– y un curador.
–¡Hagan lo que dice, manga de inútiles! –les espetó, y de inmediato todos sus secuaces comenzaron a dejar a los niños ir, incluso guiándolos hacia la puerta.
Quité el arco de su cabeza y llevé al Mercader contra una de las jaulas vacías, y una vez que lo tuve ahí me puse a centímetros de su cara, quería sentir todo su miedo.
–Si valoras tu vida no vas a volver a hacer algo parecido a esto, es más, te vas a entregar a la policía, y vas a desmantelar todo tu negocio...
–¡No puedo hacerlo! –gritó desesperado– ¡Tengo gente que espera su mercancía y van a hacer todo por obtenerla! ¡Me van a matar!
–¡No me importa! Ese es enteramente tu problema, pero si me llego a enterar de que estás haciendo esto de nuevo, te vas a convertir en mi problema, y vas a haber deseado que tus otros enemigos te quiten la vida –con cada palabra podía sentir su terror creciendo, pero no me sorprendía teniendo en cuenta que estaba apretando su cuello con toda mi fuerza.
–¡Señor, aquí esta lo que pidió! –dijo uno de sus trabajadores a mis espaldas.
Inmediatamente solté al Mercader, dejando que caiga al suelo, y me giré para ver lo que me habían traído su secuaz. Frente a mí se encontraban ahora una pequeña niña, de no más de diez años, junto a un desnutrido pequeño, que me observaba con una mezcla de curiosidad y miedo.
–Bien ¿cuál de ustedes es el curador? –pregunté sin rodeos, y la niña pequeña levantó la mano– Voy a necesitar que me ayudes primero ¿está bien, cariño?
La chiquilla asintió y se acercó a mí con sus dos manos alzadas. Casi inmediatamente, unas especies de esporas de un brillante dorado comenzaron a salir de ella y a rodearme, y en cuestión de unos pocos segundos ya me encontraba totalmente curado, incluso mi cansancio había desaparecido.
–Muchas gracias, niña, ahora necesito que salgas de aquí y busques a la policía, diles que te lleven de vuelta con tu familia, pero jamás les digas que me ayudaste ¿si?
Ella volvió a asentir, y rápidamente la vi desaparecer entre la multitud de niños que se dirigían hacia la salida.
–Entonces asumo que tú eres el transportador –dije mirando al flacucho que había quedado ante mí, el cual inmediatamente me sonrió incómodamente–. No debes tenerme miedo, prometo que voy a evitar que esto vuelva a pasar, pero necesito que me lleves lejos de aquí ¿puedes hacerlo?
–Si –respondió tímidamente, al tiempo que tendía su mano hacia mí.
–Espera un segundo, hay algo de lo que tengo que ocuparme.
Inmediatamente me giré y le di un tremendo puñetazo al Mercader, el cual cayó desmayado al instante, y, sin esperar un segundo, lo metí dentro de la jaula vacía que estaba detrás de él.
–Bien ¿cómo funciona esto? –pregunté mientras me giraba nuevamente hacia el muchacho– ¿Tengo que decirte a donde vamos o...?
–Nada de eso, sólo voy a necesitar que cierres los ojos y pienses muy bien a dónde quieres ir, yo me encargo del resto –respondió el niño, que seguía con su mano tendida hacia mí.
–Bien, hagámoslo.
Cerré los ojos y tomé la mano de aquel chiquillo, mientras mantenía la imagen de mi destino presente en mi mente.
–Ya está hecho –dijo el niño al instante, soltando inmediatamente mi mano.
Abrí mis ojos, y rápidamente caí en la cuenta de que lo había logrado, me encontraba a miles de kilómetros de Hong Kong, más precisamente me encontraba directamente frente a la torre Dolent, donde Ian se encontraba en ese momento, descansando tras su conferencia de más temprano.
–Muy buen trabajo, niño, pero tal vez quieras irte, esto seguro que se va a poner feo –dije, pero cuando me di vuelta noté que el pequeño ya había desaparecido–. Bien, supongo que es hora de ir a trabajar.
Sin decir más nada, activé el camuflaje del traje y me dirigí directamente hacia la entrada de la torre.
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