2. Aventura nocturna
Intenté conciliar el sueño por más de dos horas, sin éxito alguno.
La ira que sentía no era fácil de contener. Tuve que batallar contra mis impulsos más de una vez para no levantarme de la cama y escapar de la casa... pero finalmente perdí la pelea. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver a Tim, sentado en medio del salón, con lágrimas en sus ojos, y fue entonces cuando lo supe: había encontrado mi límite, había tocado fondo.
Aun sabiendo que me estaba poniendo a mí, y a toda mi familia en riesgo, decidí levantarme de la cama.
La casa estaba en total silencio, no así mi mente, donde mi razón batallaba contra lo que sea que me estaba alentando a un suicidio seguro.
Rápidamente me vestí y me encaminé hacia la ventana de mi habitación, cuando me di cuenta de que no podía salir con la cara al descubierto. Si alguien me descubría y, por algún milagro, lograba escapar no quería que reconocieran mi rostro y me identificaran de inmediato.
Con esto en mente me aproximé a mi cajonera y empecé a revisar, hasta que en el fondo del segundo cajón encontré justo lo que buscaba: un gorro de lana de mi padre, que el gobierno había enviado a la casa en uno de los inviernos más fríos. Aun me quedaba grande, así que tenía que servir.
Con mis dedos le hice agujeros a la altura de mis ojos y me lo coloqué. Casi con seguridad me veía patético, pero no lo pensé en ese momento.
Abrí la ventana y salté, aterrizando entre algunos arbustos y lastimándome bastante la pierna izquierda, pero no lo suficiente como para detenerme. De repente me encontraba en el frío de la noche. Si bien no lo noté en ese momento, una tétrica figura me observaba oculta entre las ramas de un árbol cercano a mi casa.
La oscuridad lograba cubrirme bastante bien, sin embargo debía tener cuidado con los militares, y sobre todo con los merodeadores, los cuales contaban con visión nocturna y detectores de movimiento.
Empecé a moverme tan rápido como podía hacia la casa de Tim, cuidando de no hacer mucho ruido, ni de llamar la atención de los vecinos.
Durante mi salida nocturna, mi ira fue cambiando. En un principio era una ira pura, que me hervía la sangre, casi podía sentirla concentrándose en mis puños, pero cuando empezó a absorber la oscuridad y el frío de la noche, fue mucho peor. Tenía miedo de mis propios pensamientos. Me imaginaba entrando a la casa de Tim a último momento y aniquilando a los soldados que intentaban matarlo. Casi que podía ver la sangre en mis manos, y sentir su sabor en mi boca; también me imaginaba escuchar los gritos de agonía y las suplicas por piedad de los soldados y oírme respondiendo un frío e implacable "no".
Estaba a una cuadra de su casa, pero ya las podía ver... había varias camionetas negras estacionadas enfrente del lugar, y eso sólo podía significar una cosa.
Seguí avanzando, decidido a entrar a pelear contra los soldados de Cíclope, y ya me encontraba aproximadamente a cincuenta metros de la casa cuando sentí el inconfundible sonido de un merodeador.
Me quedé helado de repente, mis piernas dejaron de responder, y en mi mente solo había una idea: mi final había llegado y ni siquiera había podido ayudar a Tim y a su familia, todo había sido en vano. Cerré los ojos y la oscuridad pasaron las caras de mi familiares, todos ellos también morirían, y sería todo por mi culpa.
El reflector del merodeador iluminó mi espalda, y yo estaba a punto de dar vuelta la cabeza para enfrentar a mi verdugo, cuando escuché un sonido extraño... y la luz se apagó.
El sonido había sido corto, y no lo podía asociar con nada que conociera. Fue como si algo cortara a toda velocidad el aire, y fue seguido por el ruido del metal golpeando el asfalto.
Un millón de ideas se cruzaban por mi mente. Quería darme vuelta y fijarme en lo que había pasado, pero también tenía miedo a que el merodeador estuviera todavía ahí, incluso llegue a pensar que la maquina me había disparado y que esos eran mis últimos momentos de vida, de manera que simplemente estaba delirando.
Finalmente me armé de coraje y lentamente me di vuelta.
Detrás de mí una figura oscura sosteniendo un arco me miraba en silencio. A sus pies yacía el merodeador con una flecha atravesada directamente por su "ojo".
No podía creerlo. Era la primera vez que veía a un héroe, o, como todos les decían, terrorista, por lo menos fuera de las noticias. Este tenía su mirada fija en mí, y yo no podía quitar la mía de él. Llevaba puesta una capucha y una especie de mascara que cubría su boca y parte de su nariz. Su traje, de un color tan negro como la noche, estaba hecho de un material que nunca antes había visto.
—Levántate. —Enseguida noté que su voz estaba alterada por algún dispositivo que la hacía sonar casi como la de un robot.
No contesté, estaba aterrado. Si los militares me veían con alguien enmascarado, no había duda de que me iban a matar.
De repente un ruido detrás de mí me distrajo. Giré la cabeza y vi salir a tres personas con una bolsa negra puesta en su cabeza, saliendo de la casa y dirigiéndose a las camionetas negras, seguidos por un grupo de militares altamente armados.
Antes de que pudiera hacer otro movimiento, me tomaron de la remera y me tiraron entre unos arbustos. Para cuando logré tomar consciencia de todo lo que estaba pasando, el héroe estaba tapándome la boca con la mano para evitar que gritara.
El sonido atrajo la atención de los soldados, quienes tras meter a Tim y a su familia en una camioneta, enviaron a un grupo en nuestra dirección.
La mano del arquero se retiró lentamente de mi boca y se dirigió a su espalda donde se encontraba su carcaj, completamente lleno de flechas. Con toda tranquilidad colocó una en su arco y tensó la cuerda, apuntando al soldado más cercano.
Los militares, de inmediato advirtieron el merodeador destrozado, y pude notar que sus ojos se llenaron de pánico.
Rápidamente levantaron al merodeador y lo cargaron en la camioneta, al grito de "¡está de vuelta!", y me di cuenta de lo que acaba de pasar.
Hacía aproximadamente dos meses, se había empezado a hablar sobre un terrorista que rondaba la ciudad, pero sobretodo este barrio, destrozando a los merodeadores; pero nadie había dicho con qué y nadie lo había visto con el suficiente detenimiento como para poder describirlo... hasta ahora.
Cuando los militares se retiraron, él me empujó fuera del arbusto. Caí sobre mi hombro en un oscuro callejón y tuve que contenerme para no dar un grito de dolor.
La ira comenzó a surgir nuevamente, y me levanté con ganas de llorar y golpear al idiota detrás de la máscara.
—¡Imbécil! —grité, incapaz de contenerme— ¡Podrías haber ayudado a Tim a escapar de los militares! ¡Eres tú quien merece ser llevado por ellos! ¡Eres un criminal!
Arremetí contra él, intentando golpearlo, pero lo esquivó y me dio un fuerte golpe en el pecho que me dejó sin aliento. Con toda velocidad me tomó de los hombros y me llevó hacía el callejón nuevamente.
Lo tenía a pocos metros de mi cara, sin embargo no podía concentrarme en nada específico. Nuevamente, pensamientos sobre mi muerte inundaban mi imaginación.
Las lágrimas comenzaron a caer, traté de hablar, pero aún me faltaba aliento por el golpe.
—No vine aquí a salvar a tu amigo... —nuevamente la voz robótica llegó a mis oídos.
Tras unos segundos más recuperándome, pude volver a hablar.
—¿Entonces que viniste a hacer? —pregunté, entre lágrimas y con una voz ronca.
—Vine a salvarte de tu propia estupidez.
Nuevamente me dieron ganas de golpearlo, pero sabía que eso era imposible. Simplemente bajé la cabeza y me entregué: lo que él pudiera hacerme no iba a ser peor que lo que Cíclope haría.
—Mantente cerca —fue lo último que me dijo antes de darse vuelta y empezar caminar.
No tenía razón alguna para hacerlo, pero tampoco pude evitarlo. Había algo hipnótico en aquella figura oscura, algo que parecía llamarme. De inmediato lo empecé a seguir por las sombras, haciendo lo posible por no perderlo de vista.
El arquero se movía muy rápido y con una agilidad tremenda, lo que hacía difícil seguirle el paso, pero logré hacerlo, no sin tropezar varias veces por la herida en mi pierna y el terror que me generaba toda la situación.
Distraído por sus movimientos no presté atención al lugar a donde nos dirigíamos hasta que fue demasiado tarde...
De repente el héroe se detuvo frente a la fachada de una casa... mi casa...
Entró con toda la naturalidad y se dirigió hacía el sótano.
El impacto fue muy grande y tardé en seguirlo. Cuando finalmente logré hacer que mis piernas volvieran a responder, entré a la casa. Todas las luces seguían apagadas, y todo estaba justo como lo había dejado antes de salir, la única diferencia era el arquero que se encontraba en mi sótano.
Bajé los escalones con miedo, solo para descubrir que el arquero se encontraba recuperando su aliento en el medio del lugar. Cuando entré, alzó la vista y me hizo una seña para que esperara.
—Ya me estoy poniendo demasiado viejo para esto... —el dispositivo se había desactivado y ya podía reconocer la voz.
El arquero se irguió y me dedicó una profunda mirada. Y luego se quitó la capucha y la máscara, destruyendo mi vida como la conocía para siempre.
Aquel terrorista era mi padre.
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