186. La isla de la brujería
Durante unos largos segundos de una eternidad dolorosa, Muma a punto estuvo de decir que sí y abandonarse al hedonismo palpitante y sudoroso de aquella habitación. Recordaba perfectamente las palabras de la Nunanejo de sus sueños, ¿y si a ella no le importaba que se acostase con otras personas por qué no hacerlo justo en esos momentos? Dejarse llevar por la aterradora tentación y saltar a aquel abismo sexual.
En lugar de eso, cerró la puerta con fuerza y huyó del nuevo al balcón, mareada por el azote del deseo. Al salir, aspiró aire fresco y soltó una carcajada nerviosa, sabiendo lo poco que estuvo a decir que sí y a tomar por culo, a lanzarse a aquella aventura y de haberlo hecho...
Meneó la cabeza de un lado a otro, se había imaginado fundiendo sus labios con los de Junco o atrapada entre los fortísimos brazos del dholoriano y a punto estaba su... ¡Meneó la cabeza incluso con más fuerza porque el deseo se hundía en sus entrañas y poco le quedaba para salir corriendo y unirse a la fiesta!
Abrió los ojos al horizonte intentando encontrar en la inmensidad del mar algo con lo que olvidar durante unos momentos la oportunidad perdida, pero no se encontró con agua y cielo, sino con isla de reducidas dimensiones que aumentaba de tamaño a medida que la tortuhogar se acercaba. De hecho, aquel pequeño pedazo de tierra había sido la razón de que fuera a buscar a Junco y Butfais.
A simple vista, el único punto de civilización que había allí era un castillo que sobresalía de entre los árboles que formaban espeso bosque. Ruinas destrozadas de tiempos anteriores, de aquella justa guerra nacida contra el cruel Rey Nigromante. Solo quedaban de él los recuerdos de piedra reducidos, miserables, cubiertos de maleza, pero aún se podían ver entre el verde, una construcción negra y siniestra como recordatorio del pasado trágico que redujo la isla a un pequeño pedacito de tierra, pero por lo menos uno en el que la vida continuaba sin rencores y con alegría.
Muma deseaba llegar cuanto antes a aquella isla para alejarse de los gemidos, gritos, aullidos, risas que saldrían sin lugar a duda de la habitación del dholoriano, acoplado en acto sexual con la Junco, aquella casquivana mujer verde que se expresaba con estallidos verbales.
—¡Vamos, vamos, vamos! —repetía la boca hipopótamo ansiosa por llegar a tierra y esta parecía que se burlaba de ella alejándose a golpe de segundero y a puntito estuvo de soltarle a Tunante de que se diera un poco de prisa, pero se tragó las palabras porque, sabiamente, creyó que decirle eso solo serviría para que aminorase su paso.
Poco a poco, la impaciente Muma se acercaba a la isla de la brujería. ¿Qué se encontraría en tierra firme? ¿Lograría recuperar a su Nuna o, por el contrario, ella estaría condenada a ser una coneja para toda su vida?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top