359. Incluso los inmortales mueren

 Zaltor asentía con la cabeza contento por haber salido con vida de aquella larga batalla. Por el momento, lo que tenía pensado hacer era esconderse en algún lugar lejano en donde lamerse las heridas y luego...

—No, esto no está bien —dijo de pronto lady Dadiva, en su simétrico rostro la preocupación perturbaba sus rasgos.

—¿Qué pasa? —le preguntó Muma y todavía tenía en la mano aquel machete letal. Ya le había costado la vida en una ocasión, ¿qué sucedería si volvía a ser atacado de nuevo? Era un dios, pero incluso los inmortales morían.

—Él, pasa él. Creo que ya ha tenido suficientes oportunidades en la vida para hacer lo correcto y sea cual sea la circunstancia nunca lo hace. Solo sabe causar el mal y si lo dejamos libre, tarde o temprano lo volverá a hacer —informó lady Dadiva y de inmediato Zaltor negó con la cabeza.

—¿Cómo puedes estar segura de eso? Os aseguro que no lo haré daño a nadie, por lo menos a nadie que no se lo merezca. Si me matáis ahora, no tendré la oportunidad de convertirme en una mejor persona —decía Zaltor con palabras atropelladas y atemorizado ante el escrutinio de madre e hija.

—En eso tiene algo de razón, ¿no hay como una cárcel para dioses? —preguntó Muma, le pesaba en la mano aquel machete terrible porque sabía que era capaz de matar. No sabía si deseaba hacerlo o no, quizás temía que si repetía la acción le acabaría gustando.

—No lo sé, pero lo mejor es asegurarse de que nunca más sea capaz de volver a destrozar vidas matándolo —dijo lady Dadiva y miraba fijamente a Zaltor, este se sentía atado por aquellos ojos fieros.

—¡Venganza, es lo que siempre quisiste, lady Dadiva! Y eso que yo te ayude, ¿cómo pudiste olvidarlo? En aquella habitación de hotel tú querías suicidarte, aunque fue gracias a mí que no lo hiciste. ¡Y así quieres agradecérmelo! —gritó Zaltor.

Muma miró a su madre, ella no le parecía el tipo de persona que pensar siquiera en quitarse la vida. Pero la mayor parte de las veces la gente no es lo que aparenta, detrás de la carcasa se esconde una gran variedad de facetas que ni hasta los más cercanos son capaces de discernir. En ocasiones, ni el propio usuario se da cuenta de esas realidades que se revuelven en sus entrañas.

—No es venganza —dijo con voz fría lady Dadiva —. Es justicia, tú has causado una gran cantidad de dolor a lo largo de tu existencia y mientras sigas viviendo, seguirás haciéndolo. Es tu naturaleza, tú no eres más que un volcán desatado. —Después de decir esto, dirigió la mirada a su hija —: ¿Tú qué piensas? Si crees que merece vivir, vivirá. Si entre nosotras dos, hay una sola persona que cree en su redención, aceptaré la decisión. Pero si las dos creemos que merece la muerte, la tendrá. Es una carga que estoy dispuesta a soportar. 

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