357. La especialidad de Zaltor

 Muma observó a Zaltor, este temblaba de pies a cabeza y ahí fue cuando se dio cuenta de que en realidad de lo derrotado que estaba la escurridiza comadreja. Tembloroso, paliducho, con ojeras... Toda la magnificencia anterior se había evaporado de su figura dejando solo a un viejo asustado, tembloroso y patético.

Eso era bueno, por eso mismo no pudo evitar el esbozar una sonrisa con toques de malignidad. Al final, resultó que la larga pelea que había mantenido con él desde las escaleras del templo dorado, pasando por el interior de su mente hasta las escaleras de aquel corredor había merecido la pena.

Luego observó a lady Dadiva... No, era su madre y ahora reconocía su rostro, aunque los recuerdos de su pasado todavía se encontraban fragmentados y mezclados con la falsedad de aquella Coruña irreal. Aquellas memorias no habían sido nada que más que puras invenciones de Zaltor y por esa misma razón esos recuerdos habían comenzado a desvanecerse de su memoria.

Lady Dadiva le ofreció el machete a su hija:

—Tienes que decidir tú qué hacer con él.

Muma cogió el arma y de ella emanaba corrientes de peligro dirigidos contra Zaltor. El machete ya había probado una vez sangre divina y se encontraba sedienta de más, quería atiborrarse hasta explotar porque era la substancia más deliciosa que jamás había probado.

—¿Me vas a matar...? —dijo Zaltor con voz temblorosa —. Vamos, tampoco fue para tanto... solo un juego, un juego nada más...

El dios buscó en su interior la forma de vencer, lo triste es que ante aquellas dos mujeres ya nada más podía hacer. La única solución posible era huir, así que se levantó de un salto y corrió en dirección a la puerta blanca. La mano cayó sobre el pomo y cuando intentó abrirla, descubrió que estaba firmemente cerrada.

—¿Pero qué...? ¡Ábrete de una vez! —chilló desesperado, la salvación se encontraba cerca y lejos al mismo tiempo. 

—¿Qué quieres? —preguntó Breogán, sus ojos se podían ver a través de una ranura que había surgido en la puerta blanca. Aquellos ojos lo miraban con escasa o nula simpatía y era bastante normal, la relación entre padre e hijo no era de las mejores.

—¡Ábreme de una vez, que me matan! —le gritó Zaltor.

—No, creo que he decidido que lo mejor será que nadie entre aquí. El poder que has dejado aquí es demasiado peligroso como para alguien como tú lo coja, papá —le dijo fríamente Breogán.

—¡Soy tu padre! ¡Tienes que obedecerme!—rugió Zaltor.

—Oh, no, no... No lo haré. Además, conociéndote seguro que eres capaz de encontrar la forma de librarte del problema. ¿No es tu especialidad? —le contestó Breogán y en este instante cerró rendija con un fuerte golpe.

Zaltor se dio la vuelta y se encontró con que Muma se encontraba delante de él con el machete en la mano. Se había librado una vez del ataque, pero no sabría si lo lograría una segunda vez y consideraba que la mejor opción no era tentar a la suerte. 

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