348. Cucaracha

 Pero Muma no moriría, todavía le quedaba mucho por lo que vivir. Se metió los dedos en la boca y se tocó la campanilla, gracias a este gesto el vómito subió por su garganta empujando la cosa que la atoraba. Cayó de rodillas en el suelo inclinando la cabeza hacia delante y algo negro, redondo, desagradable cayó sobre los tablones de madera que formaban el suelo.

El tiempo se quedó parado mientras la rubia intentaba discernir qué era aquello que había salido de su interior. Se limpió la boca y no podía apartar la mirada de la cosa. Lo único de lo que estaba segura es de que era algo malo y, por si acaso, lo que debería de hacer era pegarle un buen pisotón.

Aquella esfera negra y pringosa se movió. Ahí fue cuando se dio cuenta de que tenía unos brazos diminutos. Y al girar en el suelo aquella cosa, descubrió que también tenía un rostro, uno conocido, uno que lo llenaba de furia.

—Zaltor, maldito hijo de la gran puta —dijo Muma.

El dios se había salvado de la muerte una segunda vez y no sabía cómo lo había logrado, ni siquiera comprendía como se libró de aquel machete que le encasquetara en la cabeza.

Vivía y se reía, aquella criatura tan resiliente como una cucaracha. Pero no importaba cuantas veces apareciera en frente suya: lo mataría, lo quemaría, lo aplastaría, envenenaría, ahogaría, electrocutaría...

¡Y así se dispuso a hacer! ¡A derrocarlo de severos puñetazos que lanzaría sobre la maldita cosa negra en que se había convertido! Pero el brazo levantado no se bajó y al mirarlo descubrió que en la muñeca tenía enroscado un hilo negro que llegaba hasta el techo ¡y lo mismo se podía decir de otra muñeca e incluso sus tobillos, cuello, estómago, muslos! Se encontraba atrapada en una misma posición ante la mirada burlona de Zaltor.

—¡¿Tú te crees que es tan fácil matar a un dios!? ¡¡Ahora te arrepentirás de lo que me has hecho pasar, Muma!! Recuperaré mi poder, seré de nuevo Dios y entonces... ¡Oh, entonces! ¡Entonces comprenderás todo el horror del Viejo Testamento! —chillaba Zaltor y comenzó usar los bracitos para arrastrarse en dirección a la puerta blanca que justamente daba a aquel lugar en donde había escondido la gran parte de su poder.

—¡Nuna, Nuna, ayúdame! —chilló, pero la mujer de las orejas de conejo permanecía bebiendo su vino, sin que se diera cuenta de su presencia.

Comprendió que no podía escuchar, ni ella ni los demás clientes del comedor. Se encontraba en el mismo espacio, aunque separado tal y como si estuvieran a mundos de distancia.

Le tocaba a ella enfrentarse a Zaltor de nuevo y se aseguró que de esta vez no fallaría. Solo con el muerto, sería capaz de descansar por fin, se ganaría sus vacaciones junto a Nuna y nadie nunca más las estropearía.

—A la tercera va la vencida... —se dijo, aunque no sabía si sería capaz de acabar con Zaltor. 

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