346. VICTORIAAA

 Las manos de Zaltor se cerraron sobre su propio corazón que en esos momentos tenía la forma de esfera dorada. Aunque ciertamente no debería tener nada en el pecho, ¿acaso no tenía Butfais una canica dorada que era supuestamente el corazón del dios? ¿Acaso tenía Zaltor tenía dos corazones? ¿No es eso imposible? No, es posible porque él era un dios.

Zaltor rompió el corazón y un fantástico torrente de energía dorada lo rodeó, se sintió revitalizado y podría haberse escapado. Pero uno no es una divinidad sin tener orgullo y huir en aquel momento sería un acto cobarde y humillante.

Lucharía, aunque la vida se le escurría en aquel acto de quebrar aquel órgano tan vital y sería cuestión de tiempo que muriese. Aunque él no esperaba hacerlo porque si lograba llegar al lugar en donde había escondido su poder, sería capaz de recobrar su inmortalidad.

—¡Muere, Muma! —gritó Zaltor y echó ambas manos hacia delante, de las palmas surgió un torrente de energía dorada que fue directo contra la que había expulsado Muma. Ambas chocaron, chispas, rayos y relámpagos, con una fuerza tal que el dios fue empujado hacia atrás.

Las ráfagas de energía que escupía aquel enfrentamiento eran tales que la tierra se agrietaba, las piedras ascendían al cielo, la ciudad se rompía, los edificios se colapsaban...

Gotas pesadas de sudor nacían en el rostro del dios mientras veía como su columna de energía dorada poco a poco se comía la negra de Muma y podía saborear la victoria.

Así era como tenía que ser: la luz venciendo a la oscuridad, el bien sobre el mal, el triunfo de la poderosa voluntad de Zaltor. Nada ni nadie podía vencerlo y eso que muchos lo habían intentado. Incluso la valerosa Lady Dadiva al final se había humillado ante él.

—¡¿Contemplas lo que consigues al enfrentarte a un dios, Muma?! ¡¡Debiste haberte inclinado ante mí y ser feliz sirviéndome!! ¡¡Y ahora es demasiado tarde!! —gritaba Zaltor, pero no tenía que hacerlo porque con todo el barullo que estaban montando Muma no podía escuchar ni jota.

Él era grande, él era poderoso, él era el mejor de los dioses. Era imposible que una insignificante humana lo derrotase, inconcebible, la mataría, para luego resucitarla. Matarla una y otra vez, torturarla, destrozar su mente, curarla y repetir el proceso una y otra vez, mantenerla en la delgada línea entre locura y cordura.

Eso pasaba por haberse metido con él, por creer que podría derrotarla, por ser una humana demasiado orgullosa para su propio bien. Y disfrutaría cada segundo de aquella tortura que ya planeaba relamiéndose los labios.

Porque vencería, estaba claro que lo haría, solo era cuestión de minutos, de que Muma por fin se cansase y aquella energía negra dejase de brotar. Pero entonces se dio cuenta de que el avance de su fuerza mágica había cesado, ¿qué pasaba? ¿Por qué se sentía débil?

Y se dio cuenta, una vez más, de que era posible que fuera derrotado. 

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