341. El secreto detrás del Corazón Dorado
De pronto, Muma notó algo poderoso sobre su cabeza y al levantarla, descubrió que en aquel desierto de cielo rojo no había sol, sino un corazón dorado que latía con una serena tranquilidad. Sombras de brazos largos se multiplicaban a su alrededor y las manos se abrían ansiando agarrar a aquel inusual astro que reinaba sobre aquel paraje de pesadilla desolada.
Muma sintió que había algo importante no solo en aquel corazón, sino también detrás de él, escondiéndose de su mirada. Era algo que había sentido antes, una sensación familiar cuyo cuándo y dónde se le escapaba de entre los dedos. Tan asombrada se encontraba por aquel fenómeno que había olvidado la animosidad por la presunta Nuna.
—¿Qué es eso? —le preguntó bajando la cabeza y la cara de Nuna se rompió cuando un poderos puño surgió de su interior golpeándole en el rostro a Muma con tanta fuerza que la cabeza le salió despedida de los hombros.
Muma solo era una cabeza y volaba a través de aquel desierto a toda velocidad alejándose de la posiblemente falsa Muma, de aquel Corazón Dorado y de lo que escondía detrás de él. Le sorprendió bastante que continuase viva, pero cuando se lo pensó mejor se dio cuenta de en realidad estaban dentro de su cabeza así que no iba a morir únicamente por ser destripada y descabezada.
—Pero... ¿Por qué no puedo despertarme? No quiero vivir dentro de mi cabeza durante el resto de mi vida —dijo Muma y cerró los ojos, pensó con fuerza en despertarse en ese momento exacto, no obstante al abrirlos descubrió con decepción que seguía volando a toda velocidad por aquel desierto que parecía carecer de fin —. Quizás sea por culpa de Zaltor, no me deja salir hasta... ¿Hasta cuándo? ¿Si lo mató podré volver a la realidad? Solo hay una manera de saberlo... —manifestó con aire funesto.
En el horizonte se dibujó la silueta de la ciudad y, aunque al principio se alegró, aunque pronto comenzó a preocuparse porque seguía yendo a una velocidad absurda. Temía chocarse contra alguno de los edificios de la urbe y hacerse daño, aunque lo cierto es que ya había sufrido bastante y continuaba igual de consciente.
Los rascacielos se iban haciendo más y más grandes a medida que se acercaba y Muma ya veía inevitable que se fuera a estampar contra uno de ellos. Era imposible hacer nada para evitarlo porque carecía de alas, solo era una tristeza de cabeza con un poco de cuello.
El pánico la embargó y en su mente solamente quedaba lugar para aquel edificio de cristal, uno al que cual se dirigía a toda velocidad. Quedaban segundos para el choque y toda la culpa la tenía el Zaltor.
Sintió odio ardiente por aquel dios imbécil y lamentó que el machete no hubiera sido suficiente como para terminar con su vida. Pero la próxima vez no pensaba fracasar: lo mataría hasta que quedase bien muerto.
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