338. Revelaciones increíbles

 Parte de los intestinos de Muma cayeron al suelo, pero ella ni se dio cuenta porque estaba impactada por lo que Zaltor había dicho sobre sus padres. Negó con la cabeza, sin embargo, era posible que les hubiera pasado lo mismo que a ella ¿y si todavía se encontraban en aquel mundo de fantasía? Encontrarse de nuevo con ellos, después de tanto tiempo de ausencia, sería lo mejor que le podía pasar, incluso mejor que el reencuentro con Nuna.

—¿Mis padres...? ¿Qué le has hecho? —preguntó Muma, la sangre le saltó de la boca manchándole el mentón.

—¿Qué he hecho? ¿Por qué no lo ves por ti misma? —contestó Zaltor y chasqueó los dedos.

Al instante, el vacío que los rodeaba se cubrió por la calle de una ciudad conocida por Muma, pues era su Coruña de la infancia, adolescencia y madurez. Contempló a sus padres caminando por la calle Real, con las manos juntas, en un expresión de amor que la enterneció.

La felicidad de aquel momento cotidiano poco duró porque al cruzar una calle de pronto apareció de la nada un camión que se arrojó sobre sus padres con una voracidad más propia de depredador que de vehículo.

La furia invadió a Muma, ¡aquello era lo mismo que le había pasado a ella! Y el elemento en común era aquel Zaltor que sonreía con malicia mirando como las emociones cruzaban salvajes el rostro de la rubia.

—¡Tu atropellaste a mis padres! ¡Tú le hiciste lo mismo que lo que me hiciste a mí! ¡¿Por qué?! —gritó Muma, con las manos en forma de puños porque ya no tenía ganas de dar bofetadas, sino puros puñetazos.

—No, yo no le hice nada malo a tu padre. En realidad, yo soy tu padre —dijo Zaltor y la sonrisa se le hizo más y más grande, hasta el punto de que un poco más y le saldría volando del rostro.

—¿Pero qué me estás contando, so gilipollas? ¡Tú no eres mi padre! —gritó Muma, ya que a pesar de que la mente nebulosa se había tragado bastante de su mundo todavía podía recordar, más o menos, el rostro de su padre y no tenía nada que ver con aquel barbudo imbécil que se reía de ella como si fuera completamente idiota.

—No obstante sí que lo soy —manifestó y se arrancó la cara con una mano, dejando al descubierto un rostro que, sin lugar a dudas, era el de su progenitor. Aquello fue como si le pegaran un puñetazo en el estómago —. Soy tu padre, Muma. Tienes que creerme, todo lo que he hecho ha sido para tu bien.

—Tú no eres mi padre —decía Muma y meneaba la cabeza de un lado al otro, sumida en una confusión que la hundía en la oscuridad —. No quiero que tú seas mi padre.

La tristeza surcó el rostro del viejo dios.

—¿Dejarás que me explique, por favor? Solo te pido eso, hija. Así comprenderás mis motivos, mi trágica historia... 

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