326. Hasta nunca

—Vamos, Xoan. Que no tengo ganas de quedarme aquí a aburrirme, ¿no puedes hacer un pequeño favor? Además, seguro que Butfais te puede ayudar —dijo y le dio un golpe en el brazo al dholoriano.

Sabela frunció el ceño al mirar al gran hombre, como si fuera la primera vez que lo viera y eso que él llamaba bastante la atención.

—Claro que puedo ayudar, trabajé en un matadero —dijo Butfais con su seriedad habitual y esto fue suficiente para Xoana, quien de verdad no le gustaba quedarse en el hostal y quería ver a su tía Melinda.

Pronto, las tres mujeres caminaban por las coloridas calles de Cassiria. Xoana iba delante, radiante y contenta, detrás de ella iba una Muma que no podía dejar de preocuparse.

—¿Tú que crees que tu hermana se acordará? —le preguntó y Sabela asintió con la cabeza, no había en ella ni la más mínima brizna de duda.

—Sí, ella tiene muy buena memoria... bueno... —añadió al final, detalle que aumentó la preocupación que atormentaba a Muma. Tan cerca, pero al mismo tiempo tan lejos...

—¿Bueno qué? —preguntó y apenas se aguantó las ganas de echarse a gritar, se rascó el brazo en cambio con insistencia.

—A ver, estaba con ella y me fijé en las dos tipas. Es decir, en tú y tu amiga, pero eso no quiere decir que Melinda se fijara en ti... —dijo Sabela, malas sensaciones se arremolinaron en el estómago de Muma.

—Ya veo, pero de poco vale deprimirme ahora. Y es posible que ella sí que lo sepa y si lo sabe... Entonces podré encontrarme de nuevo con Nuna —dijo y una sonrisa apareció en su gran boca de hipopótamo.

—¡Ya estamos, está es la casa en donde vive Melinda! —exclamó Xoana parándose delante de una vivienda de tres pisos que se encontraba rodeada por un muro de escasa altura que terminaba en una reja negra.

La puerta de la casa se abrió y una mujer salió con pisada furibunda, Muma no pudo dejar de fijarse que era bastante guapa, pero de una belleza tallada en frialdad, aunque ahora ardía de lo cabreada que estaba.

—¿Es esa Melinda? —preguntó Muma.

—Qué va, es Frederica —contestó Xoana.

—¡¿Te vas?! ¡¿Ahora resulta que te vas, cobarde?! —aulló una voz que provenía del balcón que surgía del segundo piso, allí había una mujer igual de pelirroja que Sabela. Pero bastante más delgada y nada fuerte, un manojo de nerviosos que chillaba cual chihuahua reencarnado en persona.

Frederica se paró en seco, giró sobre sus talones y lanzó chispas de furia por los azules ojos en dirección a Melinda.

—¡Eres imposible, completa y absolutamente imposible, so guarra! ¡No sé por qué me molestó contigo, eres insoportable, orgullosa, tozuda y tu higiene deja mucho que desear!

—¡Ha, ahora se demuestran tus verdaderos colores, ahora se ve de que pies cojeas! ¡Y si te vas demostrarás que yo tengo la razón, pero eso no es ninguna novedad!

—¡Hasta nunca! —gritó Frederica. 

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